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La voragine

Date post: 21-Jul-2015
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Biblioteca Popular de Cultura Colombiana

José Eustasio Rivera

LA VORAGINE

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!NOVELA. - VOLUMEN IX

Publicación del Mirsuterio-de Educación de Colombia

Impreso en la Editorial A B C.-Bogotá, z946.

José Eustasio Rivera

LA VORAGINE

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BIBLIOTECA POPULAR DE CULTURA COLOMBIANABOGOTA

" ... Los que un tiempo creyeronque mi inteligencia irradiaría ex-traordinariamente, cual una aureo-la de mi juventud; los que se olvi-daron de mí apenas mi f:.lantadescendió al infortunio; los que alrecordarme alguna vez piensen enmi fracaso y se pregunten por qué'no fui lo que pude haber sido, se-pan que el destino implacable medesarraigó de la prosperidad inci-Piente y me lanzó a las pampas,.para que ambulara vagabundo, co-mo los vientos, y me extinguieracomo ellos sin dejar más que ruido·y desolación."

(Fragmento de la carta de Arturo Cova)..

PROLOGO

Señor Ministro:

De acuerdo con los deseos de S. S. he arreglado parala publicidad los manuscritos de Arturo Cava) remiti-dos a ese Ministerio por el Cónsul de Colombia enManaos.

En esas páginas respeté el estilo y hasta las incorrec-ciones del infortunado escritor) subrayando únicamen-te los provincialismos de más carácter.

Creo) salvo mejor opinión de S. S,) que este libro nose debe publicar antes de tener más noticias de los'caucheros colombianos del Río Negro o Guanía; pe-TO si S. S. resolviere lo contrario) le ruego que se siruacomunicarme oportunamente los datos que adquierapara adicionarlos a guisa de ePílogo.

Soy de S. S. muy atento servidor.

jOSE EUSTASIO RIVEIlA

) )

PRIMERA PARTE

Antes que me hubiera apasionado por mujer alguna,jugué mi corazón al azar y me lo ganó la Violencia.Nada supe de los deliquios embriagadores, ni de la,confidencia sentimental, ni de la zozobra de las mi-·radas cobardes. Más que el enamorado, fui siempreel dominador cuyos labios no conocieron la súplica.Con todo, ambicionaba el don divino del amor ideal,'-que me encendiera espiritualmente, para que mi al-ma destellara en mi cuerpo como la llama sobre elleño que la alimenta.

Cuando los ojos de Alicia me trajeron la desventura,l1abía renunciado. ya a la esperanza de sentir un afec-to puro. En vano mis brazos -tediosos de libertad- setendieron ante muchas mujeres implorando para ellosuna cadena. Nadie adivinaba mi ensueño. Seguía el·silencio en mi corazón.

Alicia fue un amorío fácil; se me entregó fiinvacila-ciones, esperanzada en el amor que buscaba en mí. Ni<siquierapensó casarseconmigo en aquellos días en que·susparientes fraguaron la conspiración de su matrimo-nio, patrocinados por el cura y resueltos a sometermepor la fuerza. Ella me denunció los planes arteros. Yo-moriré sola, decía: mi desgracia se opone a tu porvenir.

Luego, cuando la arrojaron del seno de su familia y

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_el juez le declaró a mi abogado que me hundiría eIll'la cárcel, le dije una noche, en su escondite, resuelta-mente: ¿Cómo podría desampararte? ¡Huyamos! To--ma mi suerte, pero dame el amor.

¡Y huímos!

** *

Aquella noche, la primera de Casanare, tuve por-confidente al insomnio.

A través de la gasa del mosquitero, en los cielos ili-mites, veía parpadear las estrellas. Los follajes de las.palmeras que nos daban abrigo enmudecían sobre n05--otros. Un silencio infinito flotaba en el ámbito, am-lando la transparencia del aire. AlIado de mi chincho·-Tro, en su angosto catrecillo de viaje, Alicia dormía.con agitada respiración.

Mi ánima atribulada tuvo entonces reflexiones ago--biadoras: ¿Qué has hecho de tu propio destino? ¿Qué-de esta jovencita que inmolas a tus pasiones? ¿Y tus·sueños de gloria, y tus ansias de triunfo y tus primi.cias de celebridad? ¡Insensato! El lazo que a las mu-jeres te une, lo anuda el hastío. Por orgullo pueril te,engañaste a sabiendas, atribuyéndole a esta criatura lo>que en ningun"aotra descubriste jamás, y ya sabias queel ideal no se busca; lo lleva uno consigo mismo. Sa-"ciado el antojo, ¿qué mérito tiene el cuerpo que a tancaro precio adquiriste? Porque el alma de Alicia no te:ha pertenecido nunca, y aunque ahora recibas el ca-lor de su sangre y sientas su respiro cerca de tu hom-bro, te hallas, espiritualmente, tan lejos de ella como>de la. constelación taciturna que ya se inclina sobre elhorizonte.

En aquel momento me sentí pusilánime. No era que-

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mi energía desmayara ante la responsabilidad de misactos, sino que empezaba a invadirme el fastidio de lamanceba. Poco empeño hubiera sido el poseerla, auna trueque de las mayores locuras; ¿pero después de laslocuras y de la posesión? ...

Casanare no me aterraba con sus espeluznantes leyen-das. El instinto de la aventura me impelía a desafiarlas,seguro de que saldría ileso de las pampas libérrimas yde que alguna vez, en desconocidas ciudades, sentiríala nostalgia de los pasados peligros. Pero Alicia me es-torbaba como un grillete. ¡Si al menos fuera más arris-cada, menos bisoña, más ágil! La pobre salió de Bogo-tá en circunstancias aflictivas; no' sabía montar acaballo, el rayo del sol la congestionaba, y cuando atrechos prefería caminar a pie, yo debía imitarla pa-cientemente, cabestreando las cabalgaduras.

Nunca di pruebas de mansedumbre semejante. Yen-do fugitivos, avanzábamos lentamente, incapaces detorcer' la vía para esquivar el encuentro con los tran-seúntes, campesinos -en su mayor parte, que se dete-nían a nuestro paso interrogándome conmovidos: pa-trón, ¿por qué va llorando la niña?

Er-~ preciso pasar de noche por Cáqueza, en previ-sión de que nos detuvieran las autoridades. Varias ve-ces intenté romper el alambre del telégrafo, enlazándo-lo con la soga de mi caballo; pero desistí de tal empresapor el deseo íntimo de que alguien me capturara y,librándome de Alicia, me devolviera esa libertad delespíritu que nunca se pierde en la reclusión. Por las-afueras del pueblo pasamos la primera noche, y des-viando luego hacia la vega del río, entre cañaveralesruidosos que nuestros jamelgos descogollaban al pasar,nos guarecimos en una enramada donde funcionabaun trapiche. Desde lejos lo sentimos gemir, y por el

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resplandor de la hornilla donde se cocía la miel cru-zaban intermitentes las sombras de los bueyes quemovían el mayal y del chicuelo que los aguijaba. Unasmujeres aderezaron la cena y le dieron a Alicia un co-.cimiento de yerbas para calmarIe la fiebre.

Allí permanecimos una semana.

** *

El peón que envié a Bogotá a caza de noticias, melas trajo inquietantes. El escándalo ardía, avivado porlas murmuraciones de mis malquerientes, comentábasenuestra fuga y los periódiéos usufructuaban el enredo.La carta del amigo a quien me dirigí pidiéndole su in-tervención, tenía este remate: "¡los prenderán I No te-queda más refugio que Casanare. ¿Quién podría ima-ginar que un hombre como tú busque el desierto?"

Esa misma tarde me advirtió Alicia que pasábamospor huéspedes sospechosos. La dueña de casa le habíapreguntado si éramos hermanos, esposos legítimos omeros amigos, y le instó con zalemas a que le mostraraalgunas de las monedas que hacíamos, caso de que lasfabricáramos, en lo que no había nada de malo, dadala tirantez de la situación. Al siguiente día partimosantes del amanecer.

-¿No crees, Alicia, que vamos huyendo de un fan-tasma cuyo poder se 10 atribuímos nosotros mismos?.¿No sería mejor regresar?

-¡Tanto me hablas de eso, que estoy convencida deque te canso! ¿Para qué me trajiste? Porque la ideapartió de ti. ¡Vete, déjamel ¡Ni tú ni Casanare mere-cen la pena!

y de nuevo se echó a llorar.El pensamiento de que la infeliz se creyera de,sam-

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parada me movió a tristeza, porque ya me había re-velado el origen de su fracaso. Querían casarla con unviejo terrateniente en los días que me conoció. Ella sehabía enamorado, cuando impúber, de un primo suyo,paliducho y enclenque, col1-quien estaba en secreto.comprometida; luego aparecí yo, y alarmado el vejetepor el riesgo de que le birlara la prenda, multiplicólas cuantiosas dádivas y estrechó el asedio, ayudadopor la parentela entusiástica. Entonces Alicia, buscan-<lo la liberación, se lanzó a mis brazos.

Mas no había pasado el peligro: el viejo, a pesar detodo, quería casarse Con ella.

-¡Déjamel, repitió, arrojándose del caballo. ¡De tino quiero nada! ¡Me vaya pie, a buscar por estos ca-minos un alma caritativa! ¡Infame! Nada quiero de ti.

Yo que he vivido lo suficiente para saber que nq escuerdo replicarle a una mujer airada, permanecí mu-do, agresivamente mudo, en tanto que ella, sentada enel césped con mano convulsa arrancaba puñados de

yerba .. ,-Alicia, esto me prueba que no me has querido

nunca.-¡Nunca!y volvió los ojos a otra parte.Quejase luego del descaro con que la engañaba:-¿Crees que no advertí tus persecuciones a la mu-

.chacha de allá abajo? ¡Y tanto disimulo para seducirla!y alegarme que la demora obedecía a quebrantos demi salud. Si esto es ahora, ¿que será después? ¡Déjame!¡A Casanare jamás, y contigo, ni al cielo!

Este reproche contra mi infidelidad me ruborizó. Nosabía qué decir. Hubiera deseado abrazar a Alicia,agradeciéndole sus celos con un abrazo de despedida.Si quería que la abandonara, ¿tenía yo la culpa?

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): cuando me desmontaba a improvisar una explica-:ción, vimos descender por la pendiente un hombre quegalopaba en dirección a nosotros. Alicia, conturbada,.se agarró de mi brazo.

El sujeto, apeándose a corta distancia, avanzó conel hongo en la mano.

-Caballero, permítame una palabra.-¿Yo?, repuse con voz enérgica.-Sí su mercé.y terciándose la ruana me alargó un papel arrollado ..Es que lo manda notificar mi padrino.-¿Quién es su padrino?-Mi padrino el alcalde.Esto no es 'para mí, dije devolviendo el papel sin-

haberlo leído.-¿No son, pues, sus mercedes los que estuvieron en.

el trapiche?-Absolutamente. Voy de intendente a Villavicencio, ..

y esta señora es mi esposa.

Al escuchar tales afirmaciones, permaneció indeciso ..-Yo creí, balbuceó, que eran sus mercedes los acu-

ñadores de monedas. De la ramada estuvieron man--dando razón al pueblo para que la autoridad losapañara, pero mi padrino estaba en el campo, pues.sólo abre la alcaldía los días de mercado. Recibió-también varios telegramas, y como ahora soy co-misario ...

Sin dar tiempo a más aclaraciones, le ordené que-acercara el caballo de la señora. Alicia, para ocultar lapalidez, velóse el rostro con la gasa del sombrero. Elimportuno nos veía partir sin pronunciar palabra. Mas-de repente montó en su yegua, y acomodándose en la.enjalma que le servía de montura, nos flanqueó son-riendo:

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Su mercé, firme la notificación para que mi padri-no vea que cumplí. Firme como intendente.

-¿Tiene usted una pluma?-No, pero adelante la conseguimos. Es que, de lo

-contrario, el alcalde me archiva.-¿Cómo así?, respondíle sin detenerme.

-Ojalá su mercé me ayude, si es cierto que va de em-pleado. Tengo el in,conveniente de que me achacan el

.robo de una novilla y me trajeron preso, pero ,mipadrino me dio el pueblo por cárcel; y luego, a falta<le comisario, me hizo el honor a mí. Yo me llamo Pe-pe Morilla Nieto, y por mal nombre me dicen Pipa.:

El cuatrero locuaz caminaba a mi diestra relatando~us padecimientos. Pid~óme la maleta de la ropa y laatravesó en la enjalma, sobre sus muslos, cuidando deque no se cayera.

-No tengo, dijo, con qué comprar una ruana de-<ente, y la situación me ha reducido a vivir descalzo.Aquí donde sus mercedes me ven, este sombrero tiene~ás de dos años, y lo saqué de Casanare.

Alicia, al oír esto, yolvió hacia el hombre los ojosasustadizos.

-¿Ha vivido usted en Casanare? le preguntó;-Sí, su mercé, y conozco el Llano y las caucherías

del Amazonas. Mucho tigre y mucha culebra he ma-tado con la ayuda de Dios.

A la sazón encontrábamos arrieros que conducíansus recuas. El Pipa les suplicaba: -Háganme el bieny me prestan un lápiz para una firmita.

-No "cargamos" eso.-Cuidado con hablarme de Casanare en presencia

de la señora, le dije en voz baja. Siga usted conmigo,y en la primera oportunidad me da a solas los infor-mes que puedan ser útiles al intendente.

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El dichoso Pepe habló cuanto pudo, derrochandohipérboles. Pernoctó con nosotros en las cercanías deVillavicencio, convertido en paje de Alicia, a quiendistraía con su verba. Y esa noche se Picureó, robán-dose mi caballo ensillado.

** *

Mientras mi memoria se empañaba con estos recuer-dos, una claridad rojiza se encendió de súbito. Era lafogata de insomne reflejo, colocada a pocos metros delos chinchonas para conjurar el acecho del tigre yotros riesgos nocturnos. Arrodillado ante ella como an-te una divinidad, don Rafo la soplaba con su resuello.

Entre tanto continuaba el silencio en las melancó-licas soledades, y en mi espíritu penetraba una sen-sación de infinito que fluía de las constelaciones cer-canas.

y otra vez volví a recordar. Con la hora desvanecidase había hundido irremediablemente la mitad de mi5er, y ya debía iniciar una nueva vida, distinta de laanterior, comprometiendo el resto de mi juventud yhasta la razón de mis ilusiones, porque cuando reflore-cieran ya no habría quizás a quién ofrendarIas o dio-ses desconocidos ocuparían el altar a que se destinaron.Alicia pensaría lo mismo, y de esta suerte, a la par queme servía de remordimiento, era el lenitivo de mi con-goja, la compañera de mi pesar, porque ella iba tam-bién, como la semilla en el viento, sin saber a dóndey miedosa de la tierra que la esperaba.

Indudablemente, era de carácter apasionado: de sutimidez triunfaba a ratos la decisión que imponen lascosas irreparables. Dolíase otras veces de no habersetomado un veneno. -Aunque no te ame como quieres,

LA VORÁGINE l~

decía, ¿dejarás de ser para mí el hombre que me sacóde la inexperiencia para entregarme a la desgracia?¿Cómo podré olvidar el papel que has desempeñado enmi vida? ¿Cómo podrás pagarme lo que me debes? Noserá enamorando las campesinas de las posadas ni ha-ciéndome ansiar tu apoyo para abandonarme después.Pero si esto es lo que piensas, no te alejes de Bogotá,porque ya me conoces. ¡Tú responderás!

-¿Y sabes que soy ridículamente pobre?-Demasiado me lo repitieron cuando me visitabas.

El amparo que ahora te pid() no es el de tu dinero,sino el de tu corazón .

.-¿Por qué me imploras lo que me apresuré a ofre-certe de manera espontánea? Por ti dejé todo y melancé a la aventura, cualesquiera que fuesen los resul-tados. ¿Pero tendrás valor de sufrir y confiar?

-¿No hice.por ti todos los sacrificios?. -Pero le temes a Casanare.

-Le temo por ti.j La adversidad es una sola, y nosotros seremos dos!Tal fue el diálogo que sostuvi,mos en la casucha de

Villavicencio la noche que esperábamos al jefe de lagendarmería. Era éste un quidam semicano y rechon-cho, vestido de kaki, de bigotes ariscos y aguarden-tosa catadura.

-Salud, señor, le dije en tono despectivo cuandoapoyó su sable' en el umbral.

¡Oh, poeta! ¡Esta chica es digna hermana de lasnueve musasl ¡No seas egoísta con los amigos!

Y me hechó su tufo de anetol en la cara.Frotándose contra el cuerpo de Alicia al acomodarse

en el banco, resopló, asiéndola por las muñecas: -¡Quépimpollo! ¿Ya no te acuerdas de mí? ¡Soy Gámez y

%0 Jost EUSTASIO RIVERA

Roca, el general Gámez y Roca! Cuando eras peque-ña te sentaba en mis rodillas.

y probó a sentarla de nuevo.Alicia, inmutada, estalló: -¡Atrevido, atrevido! Y lo

empujó lejos.-¿Qué quiere usted?, gruñí cerrando las puertas. Y

lo degradé con un salivazo.-¿Poeta, qué es esto? ¿Corresponde así a la hidal-

guía de quien no quiere echarlo a prisión? ¡Déjeme lamuchacha, porque soy amigo de sus papás y en el Ca-sanare se le muere! Yo le guardaré la reserva. ¡Elcuerpo del delito para mí, para mí! ¡Déjemela paramí!

Antes que terminara, con esguince colérico le zafé aAlicia uno de sus zapatos y lanzando al· hombre con-tra el tabique, lo acometí a golpes de tacón en el ros-tro y en la cabeza. El borracho, tartamudeante, se,desplomó sobre los sacos de arroz que ocupaban el án-gulo de la sala.

Allí roncaba media hora después, cuando Alicia,don Rafo y yo huímos en busca de las llanuras in-términas.

** *

-Aquí está el café, dijo don Rafo, parándose de-lante del mosquitero. Despabílense, niños, que esta-mos en Casanare.

Alicia nos saludó con tono cordial y ánimo limpio:¿Ya quiere salir el sol?

-Tarda todavía: el carrito de estrellas apenas vallegando a la loma. Y nos señaló don Rafo la cordilleradiciendo: -Despidámonos de ella, porque no la volve-remos a ver. Sólo quedan llanos, llanos y llanos.

LA VORÁGINE 111

Mientras apurábamos el café, nos llegaba el vaho dela madrugada, un olor a pajonal fresco, a tierra remo-vida, a leños recién cortados, y se insinuaban leves su-surros en los abanicos de los moriches. A veces, bajola transparencia estelar, cabeceaba alguna palmerahumillándose hacia el oriente. Un regocijo inesperadonos henchía las venas, a tiempo que nuestros espíritus,dilatados como la pampa, ascendían agradecidos de lavida y de la creación.

-Es encantador Casan are -repetía Alicia-. No sépor qué milagro, al pisar la llanura, aminoró la zozo-·bra que me inspiraba.

Es que -dijo don Rafo- esta tierra lo alienta a unopara gozarla y para sufrirla. Aquí hasta el moribundoansía besar el suelo en que va a podrirse. Es el desier-t.o, pero nadie se siente solo: son nuestros hermanosel sol, el viento y la tempestad. Ni se les teme ni seles maldice.

Al decir esto, me preguntó don Rafo si era tan buenjinete como mi padre, y tan valeroso en los peligros.

-Lo que se hereda no se hurta, respondí jactan-cioso, en tanto que Alicia, con el rostro 'iluminado porel fulgor de la hoguera, sonreía confiada.

Don Rafo era mayor de sesenta años y había sido·compañero de mi padre en alguna campaÍla. Todavíaconservaba ese aspecto de dignidad que denuncia aciertas personas venidas a menos. La barba canosa,los ojos tranquilos, la calva luciente, convenían a suestatura mediana, contagiosa de simpatía y de· bene-volencia. Cuando oyó mi nombre en Villavicencio ysupo que sería detenido, fue a buscarme con la buenanueva de que Gámez y Roca le había jurado intere-sarse por mí. Desde nuestra llegada, hizo compras pa-ra nosotros, atendiendo los encargos de Alicia. Ofre--

Jos! EUSTASlO RIVERA

ciónos ser nuestro baquiano de ida y de regreso, yque a su vuelta de Arauca llegaría a buscarnos al hatode un cliente suyo, donde permaneceríamos alojadosunos meses.

Casualmente hauábase en Villavicencio de salida pa-ra Casanare. Después de su ruina, viudo y pobre, lescogió apego a los Llanos y con dinero de su yerno l:osrecorría anualmente, como ganadero y mercader am-bulante al por menor. Nunca había comprado másde cincuenta reses, y entonces arreaba unos caballe-jos hacia las fundaciones del bajo Meta y dos mulascargadas de baratijas.

-¿Se reafirma usted en la confianza de que estamos)'a libres de las pesquisas del general?

-Sin duda alguna.-¡Qué susto me dio ese canallal, comentó Alicia.

Piensen ustedes que yo temblaba como azogue. iY apa-recerse a la media nochel IY decir que me conocíalPero se llevó su merecido.

Don Rato tributó a mi osadía un aplauso feliz: ¡Era)'0 el hombre para Casanarel

Mientras hablaba, iba desmaneando las bestias y po-rJ-iéndoles los cabezales. Ayudábale yo en la faena, ypronto estuvimos listos para seguir la marcha. Alicia,-que nos alumbraba con una linterna, suplicó que espe-rásemos la salida del sol.

-¿Conque el mentado Pipa es un zorro llanero?,pregunté a don Rafo.

-El más astuto de los salteadores: varias veces pró·fugo, tras curar sus fiebres en los presidios, vuelVlecon mayores arrestos a ejercer la piratería. Ha sidocapitán de indios salvajes, sabe idiomas de varias tri·

o bus y es boga y vaquero.

LA VORÁGINE

-y tan disimulado y tan hipócrita y tan servil":apuntaba Alicia.

-Tuvieron ustedes la fortuna de que les robara unasola bestia. Por aquí andará .... Alicia me miraba nerviosa, pero calmó sus preocu-

paciones con las anécdotas de don Rafo.y la aurora surgió a.nte nosotros: sin que advirtié-

ramos el momento preciso, empezó a flotar sobre lospajonales un vapor sonrosado que ondulaba en la.atmósfera como ligera muselina. Las estrellas se ador-mecieron, y en lontananza de ópalo, al nivel de latierra, apareció un celaje de incendio, una pinceladaviolenta, un coágulo de rubí. Bajo la gloria del albabendieron el aire los patos chillones, las garzas moro-sas como copos flotantes, los loros esmeraldinos detembloroso vuelo, las guacamayas multicolores. Y detodas partes, del pa jonal y del espacio, del estero y dela palmera, nacía un hálito jubiloso que era vida, eraacento, claridad y palpitación. Mientras tanto, en el.arrebol que abría su palio inconmensurable, dardeóel primer destello solar, y lentamente, el astro, inmen~so como una cúpula, ante el asombro del toro y la fie-.ra, rodó por las llanuras, enrojeciendose antes de as-cender al azul.

Alicia, abrazándome llorosa y enloquecida, repetíaesta plegaria: ¡Dios mío, Dios míol ¡El sol, el sol! .

Luego, nosotros, prosiguiendo la marcha, nos hun-·dimos en la inmensidad .

•• •Poco a poco el regocijo de nuestras lenguas fue ce-

.diendo al cansancio. Habíamos hecho copiosas pregun-'tas que don Rafo atendía con autoridad de conocedor.

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

Ya sabíamos lo que era una mata, un caño, un zural,y por fin Alicia conoció los venados. Pastaban en unestero nasta media docena, y al ventearnos endenza-

, ron hacia nosotros las orejas esquivas.-No gaste usted los tiros del revólver, ordenó don

Rafo. Aunque vea los bichos cerca, están a más dequinientos metros. Fenómenos de la región.

Dificultábase la charla, porque don Rafo iba depuntem, llevando "de diestro" una bestia, en pos dela cual trotaban las otras en los pajonales retostados.El aire caliente fulgía como lámina de metal, y bajoel espejeo de la atmósfera, en el ámbito desolado, in-sinuábase a lo lejos la masa negruzca de un mon~c.Por momentos se oía la vibración de la luz.

Con frecuencia me desmontaba para refrescar las sie-nes de Alicia, frotándolas con un limón verde. A gui-sa de quitasol llevaba sobre el sombrero una chalinablanca, cuyos extremos empapaba en llanto cada vezque la afligía el recuerdo del hogar. Aunque yo fin-gía no reparar en sus lágrimas, inquietábame el tin-te de sus arreboladas mejillas, miedoso de la conges-tión. Mas imposible sestear bajo la intemperie asolea-da: ni un árbol, ni una gruta, ni una palmera.

-¿Quieres descansar?, le proponía preocupado, ysonriendo me respondía:

-¡Cuando lleguemos a la sombra! ¡Pero cúbrete elrostro, que la resolana te tuestal

Hacia la tarde, parecían surgir en el horizonte ciu-dades fantásticas. Las negruzcas matas de monte pro-vocaban el espejismo, perfilando en el cielo penachosde palmeras, por sobre cúpulas de ceibas y copeyes,cuyas floraciones de bermellón evocaban manchas detejados.

Los caballos que iban sueltos, orientándose en la lla-

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nura, empezaron a galopar a considerable distancia denosotros. Ya ventearon el bebedero, observó don Rafo.No llegaremos a la mata antes de media hora; peroallí calen taremos el bastimento.

Rodeaban el monte pantanos inmundos, de flot:;tntelama, cuya superficie recorrían avecillas acuáticas quechillaban balanceando la cola. Despu~s de gran rodeo,y casi por opuesto lado, penetramos en la espesura,costeando el tremedal, donde abrevábanse las caballe-rías que iba yo maneando en la sombra. Limpió donRafo con el machete las malezas cercanas a un árbolenorme, agobiado por festones amarillentos, de dondelIovían, con espanto de Alicia, gusanos inofensivos yverdosos. Puesto el chinchorro, lo cubrimos con el am-plio mosquitero para defenderla de las abejas que sele enredaban en los rizos, ávidas de chuparle el sudor.Humeó luego la hoguera consoladora y nos devolvióla tranquilidad.

Metía yo al fuego la leña que me aventaba don Ra-fo, mientras Alicia me ofrecía su ayuda.

-Esos oficios no te corresponden a ti.-¡No me impacientes, ya ordené que descanses, y

debes descansar!

Resentida por mi actitud, empezó a mecerse, al im-pulso qde su pie le imprimía al chinchorro. Mas cuan-do fuimos a buscar agua, me rogó que no la dejarasola.

-Ven, si quieres, le dije. Y siguió tras de nosotros.por una trocha enmalezada.

La laguneta de aguas amarillosas estaba cubierta dehojarascas. Por entre ellas nadaban unas tortuguillasllamadas galáPagos, asomando la cabeza rojiza; y aquíy allí los caimanejos nombrados cachirres, exhihían

JoSÉ EUSTASIO RIVERA

sobre la nata del pozo los ojos sin párpado~. 'Garzas;meditabundas, sostenidas en un pie, con picotazos re-pentinos arrugaban la charca tristísima, cuyas evapora-ciones maléficas flotaban bajo los árboles como velomortuorio. Partiendo una rama, me incliné para ba-rrer con ella las vegetaciones acuátiles, pero don Rafome detuvo, rápido como el grito de Alicia. Habíacmergido un giiio bostezan te, corpulento como unaviga, que a mis tiros de revólver se hundió removien-do el pantano y rebasándolo en las orillas.

y regresamos con los calderos vacíos.Presa del pánico, Alicia se reclinó temblorosa bajo el

mosquitero. Tuvo vahidos, pero la cerveza le aplacólas náuseas. Con espanto no menor, comprendí lo quele pasaba, y, sin saber cómo, abrazando a la futuramadre, lloré todas mis desventuras.

** *

Al verla dormida, me aparté con don Rafael, y sen-tándonos sobre una raíz del árbol, escuché sus conse-jos inolvidables:

No convenía, por ahora, advertirla del estado en queestaba, pero debía rodearla de todos los cuidados po-,sibles. Haríamos'jornadas cortas y regresaríamos a Bo-gotá antes de tres meses. Allí las cosas cambiarían de.aspecto.

Por lo demás, los hijos, legítimos o naturales, teníanigual procedencia y se querían lo mismo. Cuestión delmedio. En Casanare así acontecía.

El ambicionó en un tiempo hacer un matrimonio,brillante, pero el destino le marcó ruta imprevista: lajoven con quien vivía en aquel entonces, llegó a supe-rar a la esposa soñada, pues, juzgándose inferior, se

LA VORÁGINE 27

.adornaba con la modestia y siempre se creyó deudorade un exceso de bien. De esta, suerte, él fue más felizen el hogar que su hermano, cuya compañera, esclava,de los pergaminos y de las mentiras sociales, le inspi-ró el horror a las altas familias, hasta que regresó ala sencillez favorecido por el divorcio.

No había que retroceder en la vida ante ningún con-flicto, pues sólo afrontándolos de cerca se ve si tienenremedio. Era verdad que preveía el escándalo de misparientes si me echaba a cuestas a Alicia o la condu-cía al altar. Mas no había que mirar tan lejos, porquelos temores van más allá de las posibilidades. Nadieme aseguraba que había nacido para casado, y aun-que así fuera, ¿quién podría darme una esposa distin-ta de la que me señalara la suerte? Y Alicia, ¿en quédesmerecía? ¿No era inteligente, bien educada, senci-lla y de origen honesto? ¿En qué código, en qué escri-tura, en qué ciencia había aprendido yo que los pre-juicios priman sobre las realidades? ¿Por qué era me-jor que otros, sino por mis obras? El hombre de talentodebe ser como la muerte que no reconoce categorías.¿Por qué ciertas doncellas me parecían más encumbra-.das? ¿Acaso por irreflexivo consentimiento del públicoque me contagiaba su estulticia; acaso por el lustrede la riqueza? ¿Pero ésta, que suele nacer de fuentesoscuras, no era también relativa? ¿No resultaban mi-!sérrimos nuestros potentados en parangón con los defuera? ¿No llegaría yo a la dorada medianía, a ser re·lativamente rico? En este caso, ¿qué me imP9rtarían.los demás, cuando vinieran a buscarme con el incien-so? Usted sólo tiene un problema sumo, a cuyo lado.huelgan todos los otros: adquirir dinero para sustentarla modestia decorosamente. El resto viene por aña-didura.

JoSÉ EUSTASIO RIVERA

Callado, escarmenaba mentalmente las razones queoía, serarando la verdad de la exageración. Don Rafo,le dije, yo miro las cosas por otro aspecto, pues las con-clusiones de usted, aunque fundadas, no me preocupanahora: están en mi horizonte, pero están lejos. Res-pecto de Alicia, el,más grave problema lo llevo yo, quesin estar enamorado vivo como si lo estuviera, suplien-do mi hidalguía lo que no puede dar mi ternura, conla convicción íntima de que mi idiosincracia caballe-resca me empujará hasta el sacrificio, por una damaque no lo es mía, por un amor que no conozco.

Fama de rendido galán gané en elJnimo de muchasmujeres, gracias a la costumbre de~gir, para que mialma no se sintiese sola. Portadas partes fui buscandO'en que distraer mi inconformida4. e iba de buena fe,anheloso de renovar mi vida y dM-escatarme a la per-versión; pero dondequiera que puse mi esperanza ha-llé lamentable vacío, embellecido por la fantasía y re-pudiado por el desencanto. Y así engañándome con mipropia verdad, logré conocer todas las pasiones y sufrosu hastío, y prosigo desorientado, caricatureando elideal para sugestionarme con el pensamiento de queestoy cercano a la redención. La quimera que persigoes humana, y bien se que de ella parten los caminos.para el triunfo, para el bienestar y para el amor. Mashan pasado los días y se va marchitando mi juventudsm que mi ilusión reconozca su derrotero; y viviendoentre mujeres sencillas, no he encontrado la sencillez,ni entre las enamoradas el amor, ni la fe entre las cre-yentes. Mi corazón es como una roca cubierta de mus-go, donde nunca falta una lágrima. ¡Hoy me ha vistousted llorar, no por la flaqueza de ánimo, que bastanterencor le tengo a la vida; lloré por mis aspiraciones

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,engañadas, por mis ensueños desvanecidos, por lo queno fui, por lo que ya no seré jamás!

Paulatinamente iba levantando la voz y comprendí'que Alicia estaba despierta. Me acerqué cauteloso y

. la sorprendí en actitud de escuchar.-¿Qué quieres?, le dije. Su silencio me desconcertó.Fue preciso continuar la marcha hasta el morichal

vecino, según decisión de don Rafo, porque la mata-era peligrosa en extremo: a muchas leguas en contorno,sólo en ella encontraban agua los animales y de noche.acudían las fieras. Salimos de allí, paso a paso, cuandola tarde empezó a suspirar, y bajo los últimos arrebo-les nos preparamos para la queda. Mientras don Rab~ncendía fuego, me retiré por los pajonales a amarra!'los caballos. La brisa del anochecer refrescaba el desier-to, y de repente, en intervalos desiguales, llegó a mis<oídosalgo como un lamento de mujer. Instintivamen-te pensé en Alicia, que acercándose me preguntaba:

-¿Qué tienes? ¿Qué tienes?Reunidos después, sentíamos la sollozante quejum-

bre, vueltos hacia el lado de donde venía, sin que acer-tiramos a decifrar el misterio; una palmera de maca-nilla, fina como un pincel, obedeciendo a l.a brisa, ha-da llorar sus flecos en el crepusculo.

'"'" *

Ocho días después divisamos la fundación de LaMaporita. La laguna próxima a los corrales se doraba.al sol. Unos mastines enormes vinieron a nuestro en-cuentro, con ladridos desaforados, y nos dispersaronlas bestias. Frente al tranquero de la entrada, donde-se asoleaba un bayetón rojo, exclamó don Rafo, empi-nándose en los estribos:

!lO :lPJ;~osÉ EUSTASIO RIVERA::';-1~'li¡

"lj,,--Alabado sea ;;oios.- oooY su madre santísima, respondió una voz de

mujer.-¿Nohay quién venga a espantar estos perros?

-Ya va.-¿La niña Griselda?-En el caño.Complacidos observábamos el aseo del patio, lleno

de caracuchos, siemprevivas, habanos, amapolas y otrasplantas del trópico. Alrededor de la huerta daban fres-co los platanales, de hojas susurrantes y rotas, dentrode la cerca de guadua que protegía la vivienda en cu-yo caballete lucía sus resplandores un pavo real.Por fin, una mulata decrépita asomó a la puerta de

la cocina, enjugándose las manos con el ruedo de lasenaguas.

¡-Chite, uise! -gritó tirando una cáscara a las ga-llinas que escarbaban la era-o Prosigan, que la niñaGriselda se ta bañando. ¡Los perros no muerden, yamordieron!

Y volvió a sus quehaceres.

Sin testigos, ocupamos el cuarto que servía de sala,en donde no había otro menaje que dos chinchorros,una barbacoa, dos banquetas, tres baúles y una máqui-na Singer. Alicia, sofocada, se mecía ponderando elcansancio, cuando entró la niña Griselda, descalza, conel chingue al brazo, el peine en la crencha y los jabo-nes en una totuma.

-Perdone usted, le dijimos.-Tienen a sus órdenes el rancho y la persona. ¡Aht

¿Tambiért vino don Rafael? ¿Qué hace en la ramáa?Y saliendo al patio, le decía familiarmente:Trascordao, ¿se le volvió a olvidá el cuaerno? Estoy

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entigrecía contra usté. No me salga con ésas, porquepeleamos.

Era una hembra morena y fornida, ni alta ni peque-ña, de cara regordeta y ojos simpáticos. Se reía ense-ñando los dientes anchos y albísimos,mientras que conmano hacendosa exprimía los cabellos goteantes sobreel corpiño desabrochado. Volviéndose a nosotros in-terrogó:

-¿Ya les trajeron café?-Se pone usted en molestias...-¿Tiana Bastiana, qué hubo? .Y sentándose en el chinchorro alIado de Alicia, pre-

guntábale si los diamantes de sus zarcillos eran legalesy si traía otros para vender.

-Señora, si·le gustan ...-Se los cambio por esa máquina.-Siempre avispada para el negocio, galanteó don

Rafo.-¡Náal Es que nos· estamos recogiendo pa dejá la

tierra.Y con acento cálido refirió que Barrera había ve-

nido a llevar gente para las caucherias del Vichada.-Es la ocasión de mejorá: dan alimentación y cinco

pesos por día. Así se lo he dicho a Franco.-¿Y qué Barrera es el e,nganchador?,preguntó don.

Rafo.-Narciso Barrera, que ha treido mercancías y mo-

TTocotas para dá y convidá.-¿Se creen ustedes de esa ficha?Cáyese, don Rafo. ¡Cuidao con "desanimá a Fidel!

¡Si le tá ofreciendo plata anticipáa y no se resuelve adejá este pejugal! ¡Quere más a las vacasque a la mujé!y es~ que nos cristianamos en Pare, porque sólo éra-mos casaosmilitarmente.

Jos! EU~TASIO RIVERA

Alicia, mirándome de soslayo, se sonrió.-Niña Griselda, ese viaje puede resultar un per-

cance.~Don Rafo, el que no arriesga no pasa el má. Ora

díganme ustées si valdrá la pena un enganche que losha entusiasmao o tóos. Porque ayí en el hato no va aqueá gente. Ha tenío que bregales el viejo pa que leayuden a terminá los trabajos de ganao. Nadie querehacer náal ¡Y de noche tienen unos joropos! ... Perosupónganse: tando ahí la Clarita ... Yo le prohibí aFidel que se quede ayá, y no me hace caso. Dende. ,el.lunes se jué. Mañana lo espero.

-¿Dice usted que Barrera trajo mucha mercancía?¿Y la da barata?

-Sí, don Rafo. No vale la pena que usté abra suspetaquitas. Ya todo el mundo ha comprao. ¿A queno me trajo los cuaernos de las moas cuando má losmenesto? Tengo que yevá ropa de primera.

-Por ahí le traigo uno.-¡Dios se lo paguelLa vieja Sebastiana arrugada como un higo seco, de

.cabeza gris y brazos temblorosos, nos alargó sendos po-<illos de café amargo que ni Alicia ni yo podíamostomar y que don Rafo saboreaba vertiéndolo en el pla.tillo. La niña Griselda se apresuró a traer una mieloscura, que sacaba de un garrafón, para que endulzá·ramos la bebida.

-Muchas gracias, señora.-¿Y esa buena moza es su mujé? ¿Usté es el yerno

de don Rafo? .-Como si lo fuera.-¿Y ustées también son tolimas7- Yo soy de ese departamento; Alicia, bogotana.-Parece que usté juera pa algún joropo, según tá de

LA VOltÁGINE 33cachaca. ¡Qué bonito traje y qué buenos botines! ¿Esevestía lo cortó usté?

-No señora, pero entiendo algo de modistería. Es-tuve tres años en el colegio asistiendo a la clase.

-¿Me enseña? ¿No es verdá que me enseña? p~ c¡socompré máquina. Y miren qué lujo de telas las quetengo aquí. Me las regaló Barrera el día que vino avemos. A Tiana también le dio. ¿Onde tá la tuya?

-Colgá en la percha. Ora la treigo.y salió.La niña Griselda, entusiasmada porque Alicia le

ofrecía ser su maestra de corte, se zafó de la pretinalas llaves y, abriendo el baúl, nos enseñó unas telasde colores vivos.

-¡Esas son etaminas comunes I-Puros cortes de sea, don Rafo. Barrera es rasgaí-

sima. Y miren las vistas del fábrico en el Vichada, aonde quere yevarnos. Digan imparcialmente si no sonuna preciosidá esos edificios y si estas fotografías noson primorosas. Barrera las ha repartía por toas par-tes. 'Miren cuántas tengo pegáas en el baúl.

Eran unas postales en colores. Se veían en ellas, ala orilla montuosa de un río, casas de dos pisos, en cu-yos barandal es se agrupaba la gente. Lanchas de vaporhumeaban en el puertecito.

-Aquí viven má de mil hombres y tóos ganan unalibra diaria. Ayá vaya poné asistencia pa las peonáas.¡Supónganse cuánta plata cogeré con el solo amasijor¿Y lo que gane Fidel? .. , Miren, estos montes son loscauchales. Bien dice· Barrera que otra oportunidá co-mo ésta no se presentará.

-Lo que yo siento es. tar tan cascáa; si no, me ibatambién tras de mi zambo -dijo la vieja, acurrucándo-se de nuevo en el quicio.

Si JoSÉ EUSTASIO RIVERA

-Aquí ta la tela ~añadió, desdoblando una zaraza

roja.-Con ese traje parecerás un tizón encendido.-Blanco -me replicó-: pior es no parecer náa.-Andá -ordenóle la niña Griselda-, buscale a don

Rafo unos topochos maÚros pa los cabayos. Pero pri-mero decile al Miguel que se deje de tar echao en elchinchorro, porque no se le quitan las fiebres: que lesaque el agua a la curiara y le ponga cuidao al anzue-lo, a vé si los caribes se tragaron ya la carnáa. puéeque haya afilao algún bagrecito. Y dános vos algo decomé, que estos blancos yegan de lejos. Venga pa acá,niña Alicia, y aflójese la ropa. En este cuarto nosquearemos las dos.

y parándose ante mí, agregó con picaresco descaro:-¡Me la yevo! ¿Ustées ya separaron cama?

** *

Verdadera lástima sentí por don Rafael ante eIfra-caso de su negocio. Tenía razón la niña Griselda: to-dos se habían provisto ya de mercancías.

Sin embargo, dos días después de nuestra llegada,vinieron del hato unos hombres enjutos y pálidos, cu-yas monturas húmedas disir~l.Ulaban su mal aspectoC011 el bayetón que los jinetes dejaban colgante sobrelas rodillas. Del otro lado del monte pidieron a gritosla curiara, y, creyendo no ser oídos, hicieron disparosde winchester. Vista la tardanza, sin desmontarse, lan-zaron sus cabalgaduras al caño y lo cruzaron trayendolas ropas amarradas en la cabeza.

Llegaron. Vestían calzones de lienzo, camisa sueltallamada lique y anchos sombreros de felpa castaña.

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Sus pies desnudos oprimían con el dedo gordo el arode 105estribos.

-Buen día ... -prorrumpieron con voz me~anc61icaentre los ladridos de los perros.

-Ojalá que los hubieran matao; por tá de chistosos-exclam6 la niña Griselda.

-Era pa la curiara ...-¡Qué curiaral Esto no es paso rial.-Venimos a ve la mercancía ...-Sigan, pero dejen sus rangos afuera.Los hombres se apearon, y con las mismas cerdas

que servían de rendaje amarraron los trotones bajo elsamán de la entrada y avanzaron con los bayetones alhombro. Alrededor del cuero en que don Rafo habíaextendido la chuchería se acuclillaron indolentes.

-Miren los diagonales extras; aquí están unos cu--chillos garantizados; fíjense en esta faja de cuero, confunda para el revólver, todo de primera clase.

-¿Trajo quinina?-'-Muy buena, y píldoras para las calenturas.·-¿A cómo el hilo?

. -Diez centavos madeja.-¿No la da en cinco?-Llévela en nueve.

Todo 10 fueron tocando, examinando, comparando,casi sin hablar. Para saber si una tela desteñía, se em-papaban en saliva los dedos y la refregaban. Don Ra-fael con la vara de medir les señalaba todo, agotandolos encomios para cada cosa. Nada les gustó.

-¿Me deja en veinte riales esa navaja?-Llévela.-Le doy por los botones lo que le. dije.- Tómelos.

JosÉ EU5TASIO RIVERA

-Pero me encima la aguja pa prenderlos.-Cójala.Así compraron bagatelas por dos o tres pesos. El

hombre de la carabina, desanudando la punta del pa-ñuelo, alargó una morrocota:

-Páguese de tóo, es de veinte dólares.y la hizo retañir contra el acero del arma.-¡A vé los truequesl-¿Por qué no compran el restico?-A esosprecios no se alcanza ni con la carabina_

Vaya usté al hato pa que vea cosasregaláas.-¡Adió, puély montaron.-Hola, socio-voceó regresando el de peor estampa:

nos mandó Barrera a quitate la mercancía, y es mejÓ!-que te largués con eya. Quedás notificao: ¡lejos coneyal ¡Si no te la quitamos ahora, es por lo poquita ylo cara!

-¿Y quitarla por qué? indagó don Rafo.-¡Por la competencial-¿Crees, tú, infeliz, que este anciano está solo?

-prorrumpí, empuñando un cuchillo, entre los aspa-vientos de las mujeres.

-Mira -repuso el hombre- por sobre yo, mi som-brero. Por grande que sea la tierra, me quea bajo los-pies. Con vos no me toy metiendo. ¡Pero si querés, pavos también hayl

Espoleando el potro, me tiró a la cara los objetos.comprados y galopó con sus compañeros a lo largo dela llanura.

** *

Esa noche, como a las diez, llegó Franco a la casa_Aunque la embarcación se deslizabasin ruido sobre el

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agua profunda, los gozques la sintieron y al instantecundió la alarma.

-Es Fidel, es Fidel -decía la niña Griselda, trope-zando en nuestros chinchorros. Y salió al patio encamisola, envuelta desde la cabeza en un pañolón os-curo, seguida de don Rafael.

Alicia, asustada en las tinieblas, empezó a llamarmedesde su cuarto:

-¿Arturo, sentiste? ¡Ha llegado gente!-Sí, no te afanes, no vengas! Es el dueño de casa.Cuando en franela y sin sombrero salí al aire libre,

iba un grupo bajo los platanales llevando un hachónencendido. La cadena de la curiara sonó al atracar ydesembarcaron dos hombres armados.

-¿Qué ha pasado por aquí? -dijo uno, abrazando ala niña Griselda.

-¡Náa, náa! ¿Por qué te aparecés a ~emejante hora?-¿Qué huéspedes han llegado?-Don Rafael y dos compañeros, hombre y mujé.Franco y don Rafo, después de un abrazo amistoso,.

regresaron con los del grupo hacia la cocina.-Me vine alarmadísimo porque esta noche al yegar

al hato con la torada supe que Barrera había mandado.una comisión. No querían prestarme cabayo, pero ape-nas comenzó la juerga, me traje la curiara de ayá.¿A qué vinieron esos forajidos?

-A quitarme el chucho -repuso humildemente donRaio.

-¿Y qué paso, Griselda? .-¡Náal Si má, hay camorra, porque el guatecito se

les encaró cachiblanco en mano. ¡Un horror! ¡Nos hi-zo chiyá!

-Seguí pa dentro, agregó la patrona, pálida, trému-la, y mientras te dan el trago de café, guindá tu chin ..

JOSt' EUSTASIO RIVERA

dlOITO en el corredor, porque toy en el cuarto con ladoña.

-De ningún modo: Alicia y yo nos alojaremos enla enramada, dije avanzando hacia el corrillo.

-Usté no manda aquí -replicó la niña Griselda.Venga conozca a este yanero, que es el mío.

-Servidor de usted -repuso devolviendo el abrazo.-¡Cuente conmigo! Basta que usted sea compañero

de don Rafael.-¡Y si vieras con qué trozo de mujé se ha enyugao!

¡Coloraíta que ni un mereyl IY las manos que tiene pa.cortá la sea, y lo modosa pa enseñál

-Pues manden a sus nuevos criados -repetíaFranco . •

Era cenceño y pálido, de mediana estatura, y acasomayor que yo. Cuadrábale el apellido al carácter y sufisonomía y SUs palabras eran menos elocuentes que sucorazón. Las facciones proporcionadas, el acento y elmodo de dar la mano advertían que era hombre debuen origen, no salido de las pampas, sino venido a,ellas.

-¿Usted es oriundo de Antioquia?-Sí, señor. Hice algunos estudios en Bogotá, ingre-

sé luego en el ejército, me destinaron a la guarniciónde Arauca y de allí deserté por un disgusto con mi.capitán. Desde entonces vine con Griselda a limpiareste rancho, que no dejaré por nada en la vida. IYrecalcó: por nada en la vida!

La niña Griselda, con mohín amargo, permanecíamuda. Como advirtió que estaba en traje de alcoba,se fue con pretexto de vestirse, llevando dentro de lamano ahuecada la luz de una vela.

y no volvió más.Mientras tanto, la vieja Tiana hacía llamear el fo-

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:gón de tres piedras, sobre las cuales pendía un alam-bre para colgar el caldero o la marma. Al tibio par-padear de la lumbre nos sentamos en círculo, sobre-raíces de guadua o sobre calaveras de caimán, queservían de banquetas. El mocetón que llegó con Fran-

<come miraba con simpatía, sosteniendo entre las rodi-llas desnudas una escopeta de dos cañones. Como susropas estaban húmedas, desarremangóse los calzonci·llos y los oreaba sobre las pantorrillas de nudosos

-músculos. Llamábase Antonio Correa y era hijo de.5ebastiana, tan cuadrado de espaldas y tan fornido de_pecho, que parecía un ídolo indígena.

-Mamá -dijo rascándose la ca:beza-: ¿cuál jué el,entrometío que yevó al hato el chisme de la mercan-,da?

-Eso no tié náa de malo: avisando se vende.-¿Sí, pero qué jué a hacé ayá la noche que yegaron

,estos blancos?-¡Yo qué sé! Lo mandaría la niña Griselda.En esta vez fue Franco quien hizo el mohín. Des-

:pués de corto silencio indagó:-Mulata, ¿cuántas veces ha venido Barrera?-Yo no he reparao. Yo vivo ocupáa aquí en mI

"cocina.Saboreado el café y referido por don Rafo algún in-

..cidente de nuestro viaje, preguntó Franco, obedecien-·do a su obstinada preocupación:

-¿Y el Miguel y el Jesús qué han estado haciendo?~Buscaron los marranos en la sabana? ¿Compusieron.el tranquero de los corrales? ¿Cuántas vacas ordeñan?

-Sólo dos de ternero grande. Las otras las hizo soltála niña Griselda porque ya empieza a habé plaga yJos zancúos matan las crías.

_¿Y dónde están esos flojos?

-40 JOSÉ EUSTASIO RIVERA

-Miguel, con calentura. No se quié hacé el reme-dio: son cinco hojitas de borraj a, pero arrancás de pa-arriba, porque de pa abajo, proúcen vómito. Ahí letengo el cocimiento, pero no lo traga. Yeso que taenviajao pa las caucherías. ¡Se la pasa jugando naipescon el Jesús, y ése sí que tá perdía por irse!

-Pues que se larguen desde ahora, en la curiara delhato, y no vuelvan más, No tolero en mi posada nichismosos ni espías. ¡Mulata, aSQmate al caney y diles-que desocupen: que ni me deben, ni les debol

Cuando salió Sebastiana, preguntó don Rafael por-la situación del hato: ¿Era verdad que todo andabamanga por hombro'?

-Ni sombra de 10 que usted conoció. Barrera 10 hatrastornado todo. Ayá no se puede vivir. Mejor que'le prendieran candela.

Luego refirió que los trabajos se habían suspendidoporque los vaqueros se emborrachaban y se dividíanen grupos para toparse en determinados sitios de lallanada, donde, a ocultas, les vendían licor los áulicos.de Barrera. Unas veces dejaban matar los caballos, en-tregándolos estúpidamente a los toros; otras, se deja-ban coger de la soga, o al colear sufrían golpes morta-les; muchos se volvían a juerguear con C1arita; éstos.derrengaban los rangos apostando carreras, y nadie co-rregía el desorden ni normalizaba la situación, porqueante el señuelo del próximo viaje a las caucherías nin-guno pensaba en trabajar cuando estaba en vísperas.de ser rico. De esta suerte, ya no quedaban caballos.mansos sino potrones, ni había vaqueros sino enfiesta-dos; y el viejo Zubieta, el dueño del hato, borracho ygotoso, ignorante de 10 que pasaba, esparrancábase enel chinchorro a dejar que Barrera le ganara el dinero alos dados, a que Clarita le diera aguardiente con la

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"boca, a que la peonada del enganchador sacrificarahasta cinco reses por día, desechando, al desollarlas,las que no parecieran gordas.

y para colmo, los indios guahibos de las costas delGuanapalo, que flechaban reses por centenares, asal-taron la fundación del Hatico, llevándose a las muje-res y matando a los hombres. Gracias a que el río de-tuvo el incendio, pero hasta no sé qué noche, se veíael lejano resplandor de la candelada.

-y qué piensa usted hacer con su fundación?, pre-gunté.

-¡Defenderla! Con diez jinetes, de vergiienza, bienencarabinadós, no dejaremos indio con vida.

En ese instante volvió Sebastiana:-Ya se jueron.-Mamá, cuidao se yevan mi tiple.-Que si no manda razón alguna.-:-Sí: al viejo Zubieta que no me espere. Que le

sigo dirigiendo la vaquería cuando me dé mejoresyaneros.

En pos de la mulata salimos al patio. La noche esta-ba oscura y comenzaba a lloviznar. Franco nos siguióa la sala y se tendió en la barbacoa. Afuera los que semarchaban cantaron a dúo:

"Corazón, no seás caballo:aprendé a tener verg¡ienza;al que te quiera, quereloy al que no, no le hagás fuerza."

y la pala del remo en la onda y el repentino rebotarde la lluvia apagaron el eco de la tonada.

Josí, EUSTASIO RIVERA

** '"

Pasé mala noche. Cuando menudeaba el canto de'los gallos conseguí quedarme dormido. Soñé que Ali·cia iba sola, por una sabana lúgubre, hacia un lugarsiniestro donde la esperaba un hombre, que podía serBarrera. Agazapado en los pajonales iba espiándolayo, con la escopeta del mulato en balanza; mas cadavez que intentaba tenderla contra el seductor, se con-vertía entre mis manos en una serpiente helada yrígida. Desde la cerca de los corrales, don Rafo agita-ba el sombrero exclamando: ¡Véngase! ¡Eso ya no tie-ne remediol

Veía lu~a niña Griselda, vestida de oro, en unpaís extraño, encaramada en una peña de cuya basefluía un hilo blancuzco de c~ucho. A lo largo de él lobebían gentes innumerables echadas de bruces. Fran-co, erguido sobre el promontorio de carabinas, amo-nestaba a los sedientos con este estribillo: ¡"Infelices,detrás de estas selvas está el más allá!" Y al pie decada árbol se iba muriendo un hombre, en tanto queyo recogía sus calaveras para exportadas en lancho-nes por un río silencioso y oscuro.

Volvía a ver a Alicia, desgreñada y desnuda, huyen-do de mí por entre las malezas de un bosque nocturno,iluminado por luciérnagas colosales. Llevaba yo en lamano una hachuela corta, y, colgando al cinto, un re-cipiente de metal. Me detuve ante una araucaria demorados carimbos, parecida al árbol del caucho, y em-pecé a picarle la corteza para que escurriera la goma.¿Por qué me desangras?, suspiró una voz desfallecien·te. Yo soy tu Alicia y me he convertido en una parásita.

Agitado y sudoroso desperté como a las nueve de lamañana. El cielo, después de la lluvia anterior, res-

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plan decía lavado y azul. Una brisa discreta suavizabalos grandes calores.

-Blanco, aquí tá el desayuno -murmuró la mula-ta-. Don Rafo y los hombres montaron y las mujerestán bañándose.

Mientras que yo desayunaba, sentóse en el suelo ycomenzó a ajustar con los dientes la cadenita de unamedalla que llevaba al cuello. "Resolví ponerme estaprenda, porque tá bendita y es milagrosa. A vé si elAntonio se anima a yevarme. Por si me dejare desam-paráa, le di en el café el corazón de un pajarito Ha-mao piapoco. Puée irse muy lejos y corré tierras; pero,onde oiga cantá otro pájaro semejante, se pondrá tris-te y tendrá que volverse, porque la guiña tá en que-viene la pesaúmbre a poné de presente la patria y elrancho y el queré olvidao, y tras de los suspiros tiéeque encaminarse el suspiraor o se muere de pena. Lamedaya también ayúa si se le cuelga al que se va."

-¿Y Antonio pretende ir al Vichada?-Quién sabe. Franco no quere desarraigarse, perÚ'

la mujé ta enviajáa. Antonio hace lo que diga elhombre.

-¿Y anoche, por qué se fueron los muchachos?-El hombre no lo aguantó má. Tá malicioso. El Je-

sús jué al hato la tardecita que yegaron ustées: no ayamá al Barera sino a decirle que no 'arrimara porqueno se podía. Eso jué tóo. Pero el hombre es avispao ylos despachó.

-¿Barrera viene frecuentemente?-Yo no sé. Si acaso habla con la Griselda ,es en el

caño, porque eya, en achaque del anzuelito, anda remo-olona con la curiara. Barrera es mejó que el hombre;Barrera es una oportunidá. Pero el hombre es atrave-'sao y la mujé le tiée mieo dende lo acontecía en Arau-

}osf: EUSTASIO RIVERA

ea. Le soplaron que el capitán andaba tras de eya y lemadrugó: ¡con dos puñaláas tuvol

En ese momento, interrumpiéndonos el palique,avanzaban en animado trío Alicia, la niña Griselda yun hombre elegante, de botas altas, vestido blanco yfieltro gris.

-Ahí ta don Barrera. ¿No lo quería conocé?-Caballero -exclamó inclinándose- doble fortuna

es la mía, que, impensadamente, me pone a los pies deun marido tan digno de su bella esposa ..

y sin esperar otra razón, besó en mi presencia lamano de Alicia. Estrechando luego la mía, añadió za-lamero:

-Alabada sea la diestra que ha esculpido tan bellasestrofas. Regalo de mi espíritu fueron en el Brasil, yme producían suspiran te nostalgia, porque es privile-gio de los poetas encadenar al corazón de la patria loshijos dispersos y crearIe súbditos en tierras extrañas.Fui exigente con la fortuna, pero nunca aspiré al ho-nor de declararle a usted, personalmente, mi admira-ción sincera.

Aunque estaba prevenido contra ese hombre, confie-so que fui sensible a la adulación, y que sus palabrastemplaron el disgusto que me produjo su cortesaníacon mi garbosa daifa.

Pidiónos perdón por entrar en la sala con botas de'campo; y después de averiguar por la salud del dueño,de casa, me suplicó que le aceptara una copa de whis-ky. Ya había advertido yo que la niña Griselda traíala botella en la mano.

Cuando Sebastiana colocó sobre la barbacoa los po-cillos, Y el hombre se inclinó a colmarlos, observé que.éste llevaba al cinto un revólver niquelado y que labotella no estaba llena.

LA VORÁGINE

Alicia, mirándome, se resistía a tomar.-Otra copita, señora. Ya se convenció usted de que

es licor suave.-¡Cómo! -dije ceñudo-o ¿Tú también has bebido?-Insistió tanto el señor Barrera ... y me ha regala-

do este frasco de perfume, musitó, sacándolo del ces-tillo donde lo tenía oculto.

-Un obsequio insignificante. Perdone usted, lotraía especialmente ...

-Pero no para mi mujer. ¡Quizás para la niña Gri-selda! ¿Acaso ya los tres se conocían?

-Absolutamente, señor Cova: la dicha me habíasido adversa.

Alicia y la niña Griselda enrojecieron.-Supe -aclaró el hombre- que ustedes estaban

aquí, por noticias de unos mozuelos que anoche llega-ron al hato. Inmenso pesar me causó la nueva de que'seis jinetes, ladrones sin duda, habían pretendido ex-propiar en mi nombre una mercancía; y tan prontocomo amaneció, me encaminé a presentar mis respe-tuosas protestas contra el atentado incalificable. Y ese

. whisky y ese perfume, ofrendas humildes de quien notiene, fuera de su corazón, más qué ofrecer, estabandestinados a corroborar la ferviente adhesión que les.profeso a los dueños de casa.

-¿Oyes, Alicia? Dále ese frasco a la niña Griselda.-¿Y luego no son también ustées dueños de este

rancho? -apuntó la patrona, con voz resentida.-Como tales los considero yo, porque dondequiera

que lleguen, son, por derecho de simpatía, amos decuanto los rodea.

A pesar de mi semblante agresivo, el hombre no sedesconcertó; mas dióle al discurso giro diverso: suce-dían tantas cosas en Casanare, que daba grima pensar

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

en lo que llegaría a convertirse esa privilegiada tierra.fuerte cuna de la hospitalidad, la honradez y el traba-jo. Pero con los asilados de Venezuela que la infesta-ban como dañina langosta, no se podía vivir. Cuántohabía sufrido él con los voluntarios que le pedían en-ganche. Tantos se le presentaban explotando la con-dición de desterrados políticos, y eran vulgares de-lincuentes, prófugos de penitenciarías. Mas era pe-ligroso rechazarlos de plano, en preven'ción de algúndesmán. Indudablemente, a esta clase pertenecían losque pretendieron desvalijar a don Rafael. ¡Jamás po-dría indemnizarlo la empresa del Vichada de tantosdisgustos! Era verdad. y sería ingratitud no reconocer-lo y proclamarlo. que le había hecho distincioneshonrosas. Primero lo envió al Brasil. residencia de losprincipales accionistas. con un gran cargamento de-caucho, y ellos le rogaron que aceptara la gerencia dela explotación; mas la rehusó por carecer de aptitudes.¡Ahl ¡Si entonces hubiera adivinado que yo queríahabitar el desierto! Si yo pudiese indicarle un candi-dato, con cuánto orgullo propondría su nombre; ylsiese candidato quisiera irse con él, en la seguridad deque sería nombrado ...

-Señor Barrera -interrumpí- jamás tuve noticiade que en el Vichada hubiera empresa de la magnitudde la suya.

-¡Mía, no; mía no! Soy un modesto empleado aquien sólo le pagan dos mil libras anuales, fuera degastos.

Audazmente, fijó en mí los ojos sobornadores, pasó-se por el ~ostro un pañuelo de seda, acarició el nudode la corbata y se despidió, encareciéndonos· una yotra vez que saludáramos a los caballeros ausentes yles trasmitiéramos su protesta contra el abuso de los

LA VORÁGINE 47

salteadores. Sin embargo, él pensaba volver otro día apresentada personalmente.

La niña Griselda lo acompañó hasta el caño, y allíse detuvo más tiempo del que requiere una despedida.

-Llegó a caballo por aquella costa, y la niña Gri--¿De dónde salió este sujeto? ~dije en tono brusco,

encarándome con Alicia, apenas quedamos solos.-Llegó a caballo por aquella costa, y la niña Gri-

selda lo pasó en la curiara.-¿Tú lo conocías?--No.-¿Te parece interesante?-No.-¿Resuelves aceptar el perfume?-No.-¡Muy bienl ¡Muy bienly rapándole el frasco del bolsillo del delantal, lo

estrellé con furia en el patio,casi a los pies de la niñaGriselda que regresaba.

-¡Cristiano, usté tá loco, usté tá locol

11<

* >1:

Alicia, entre humillada y sorprendida, abrió la má·quina y empezó a coser. Hubo momentos en que sólose oía el ruido de los pedales y el charloteo del loroen la estaca.

La niña Griselda, comprendiendo que no debíaabandonamos, dijo sonreída y astuta:

-Esos caprichos de este Barrera sí que me hacengracia. Ora se le ha encajao la idea de conseguí unasesmeraldas y les ha puesto el ojo a las de mis candon-gas. ¡De las orejas me las robaríal

-No sea que se las lleve con su cabeza -repliqué,realzando la sátira con una carcajada eficaz.

JOSÉ EUST"-SIO RIVERA

y me fui a los corrales, sin escuchar las alarmadasdisculpas:

-¡Bien hace en no discutí conmigo, porque se layevo ganáa!

Trepado en la talanquera daba desahogo a mi acri-tud, al rayo del sol, cuando vi flotar a lo lejos, porencima de los morichales, una nube de polvo, ondu-losa y espesa. A poco, por el lado opuesto, divisé la si-lueta de un jinete que, desalado, cruzaba a saltos las.ondas pajizas de la llanura, volteando la soga y revol-viéndose presuroso. Un gran tropel hacía vibrar lapampa, y otros vaqueros atravesaron el banco antesque la yeguada apareciera a mi vista, de cuyo grupodesbandábase a veces alguna potranca cerril, loca dejuventud, quebrándose en juguetones corcovas. Oía yaclaramente los gritos de los jinetes que ordenabanabrir el tranquero; y apenas tuve tiempo de obedecer-les cuando se precipitó en el corral el atajo, nervioso,bravío, resoplador.

Franco, don Rafael y el mulato Correa se apearonde sus trotones jadeantes, que, sudando espuma, refre-gaban contra la cerca las cabezas estremecidas.

-Egoístas, ¿por qué no me convidaron?-El que primero madruga comulga dos veces. Ya lo

veremos enlazar en otra ocasión.En tanto que aseguraban las puertas de los reduc-

tos liándoles gruesos travesaños, acudieron las muje-res a contemplar por entre los claros del palo a pique,la yeguada pujanJe, que se revolvía en círculo, gano-sa de atropellar el encierro. Alicia, que traía en sumano la tela de labor, chillaba de entusiasmo al verla confusión de ancas lucientes, crines huracanadas,cascos sonoros. ¡Aquél para mí! ¡Este es el más lindo!¡Miren el otro cómo patear ¡Y de los ijares convulsos,

LA VORÁGINE 49

del polvo pisoteado y de los relinchos rebeldes, ascen-día un hálito de alegría, de fuerza y brutalidad!

Correa estaba feliz.-¡Cogimos el resabiao!¡Es aquel padrote negro, cri-

núo, patiblancol ¡Se le yegó su día, y más vale que nohubiera nacía! ¡No he visto zambo que no le tengamieo, pero ya dirán ustées si tumba al hijo e mimama!

-Mulato condenao, ¿qué vas a hacé? -gruñó la vie-ja-. ¿Pensás que ese cabayo te ha parío?

Estimulado por nuestra presencia, le dijo a Alicia:-Le vaya dedicá la faena. ¡Apenas )ilmuerce roe

montoly como percibiera el olor de la esencia derramada

en el patio, dilató las ventanillas de la nariz repi-tiendo:

-¡Ah ... 1 ¡Giiele a mujé, giiele a mujélNo quiso almorzar. Echóse a la boca un puñado de

plátano frito, deshilachó un trozo de carne y remojóla lengua con café cerrero. Mientras tanto, entre elrefunfuño de Sebastiana, montura al hombro, salió aesperarnos en el corral.

También fuimos parcos en el comer, por la exalta-ción de ánimo, agravada con la novedad del espec-táculo próximo. Alicia, en breve rezo mental, enco-mendaba el mulato a Dios.

-¡Hombres! -plañía Bastiana- no vayan a dejáque esa bestia me mate al motoso.

Sacamos las sogas, de cuero peludo, y unas maneascortas, Ilamadas "sueltas", de medio metro de longi-tud, en cuyos extremos se abotonaban gruesos anillosde fique trenzado.

Como el potro esquivaba los lazos, agachándose en-

-3

JoSÉ EUSTASIO R:IVERA

tre ei tumulto, ordenó Franco dividir la yeguada, para10 cual se abrió el tranquero de la corraleja contigua.Cuando el caballo quedó solo, atrevió las manos con-tra la cerca, a tiempo que el mulato lo arropó con lasoga. Grandes saltos dio el animal, agachando la ma-culada cerviz en torno de la horqúeta del botalón don-de humeaba la cuerda vibrante; y al extremo de ellase colgó colérico, ahorcándose en hipo angustioso,hasta caer en tierra, desfallecido, pataleador.

Franco sentósele en el ijar, y agarrándolo por lasorejas le dobló sobre el dorso el gallardo cuello, mien-tras el mulato lo enjaquimaba después de ajustarle lassueltas y de amarrarle un rejo en la cola. De esta ma-nera lo sometían, y en vez de cabestrearlo por lacabeza, lo tiraban del rabo, hasta que el infeliz, deba-tiéndose contra el suelo, quedó fuera de los corrales.Allí lo vendamos con la testera y la montura le opri-mió por primera vez los lomos indómitos.

En medio del vociferante trajín soltaron las yeguas,que se adueñaron de la llanura; y el semental, puestode frente a la planicie, temblaba receloso, enfu~ecido.

Al tiempo de zafarle las maneas, exclamó el jinete:-¡Mama, a vé el escapulariolFranco y don Rafael requirieron las cabalgaduras,

mas el domador impidió que le sujetaran el potro:-Quédense atrá, y si quiere voltearse, échenle rejo

pa evitá que me coja debajo.Luego, entre los gritos de Sebastiana, se suspendió

del cuello la reliquia, santiguóse, y con gesto rápidodestapó al animal.

Ni la mula cimarrona que manotea espantada si eltigre se le monta en la nuca; ni el toro salvaje quebrama recorriendo el circo apenas le clavan las ban-derillas, ni el manatí que siente el arpón, gastan vio-

LA VORÁGINE

lencia igual a la de aquel potro cuando recibió elprimer latigazo. Sacudióse con berrido iracundo, co-

'ceando la tierra y el aire en desaforada carrera, antenuestros ojos despavoridos, en tanto que los amadri-nadores lo perseguían, sacudiendo las ruanas. Descri-bió grandes pistas a brincos tremendos, y tal comopudiera corcovear un centauro, subía en el viento, pe--gada a la silla, la figura del hombre, como torbellinodel pajonal, hasta que sólo se miró a lo lejos la notablanca de la camisa.

Al caer la tarde regresaron. Las palmeras los salu-daban con tremulantes cabeceas.

Uegó el potro quebrantado, sudoroso, molido, sordo3 la fusta ya la espuela. Ya sin taparlo, le quitaron la'Silla, maneáronle a golpes y quedó inmóvil y solo ala vera del llano.~ Gozosos abrazamos a Correa.

-¿Qué opinan de mi patojo?, -repetía Sebastiana-orgullosa.

-A él se le debe todo -apuntó Franco-. Tuvo laidea de ofrecerles la mejor fiesta de Casanare. Por ca-'sualidad encerramos las yeguas del hato y cogimos esepotro que es mío y de ustedes. Ya vieron lo que pasó.

Al venir la noche, aquel rey de la pampa, humilladoy maltrecho, despidióse de sus dominios, bajo la lu-na llena, con un relincho desolado.

** *

Confieso, arrepentido, que en aquella semana co-metí un desaguisado. Di en enamorar a la niña Gri-selda, con éxito escandaloso.

En los días que Alicia tuvo fiebres le prodigué lasmás delicadas atenciones; mas ahora, consultando mi

JOSÉ EUS'fASIO RIVERA

conciencia, comprendo que el regocijo de barajanne'con la patrona en los cuidados de la enfermería, meimportaba tanto como la enferma.

La niña Griselda pasó una vez cerca de mi chincho-rro y con mano insinuante la cogí del cuadril. Ce-rrando el puño, hizo ademán de abofetearme, miró·hacia donde Alicia dormía y me sacudió con un cos-quilleo:

-Pocapena, ya sabía que eras alebrestao.Al inclinarse sobre mi pecho, sus zarcillos,' colum-

piados hacia adelante, le golpeaban los pómulos.-¿Estas son las esmeraldas que ambiciona Barrera?'-Sí, pero déjalas pa vos.-¿Cómo podría quitadas?-Así -dijo mordiéndome bruscamente la oreja. Y,.

ahogada en risa, me dejó solo. Luego, con el dedo enla boca, regresó para suplicarme:- ¡Qué no lo vayaa sabé mi hombrel ¡Ni tú mujé!

Sin embargo, la lealtad me dominó la sangre, y con,desdén hidalgo puse en fuga la tentación. ¿Yo, quevenía de regreso de todas las voluptuosidades, iba ainjuriar el honor de un amigo, seduciendo a su espo-sa, que para mí no era más que una hembra, y unahembra vulgar? Mas en el fondo de mi determinacióncorría una idea mentora: Alicia me trataba ya, no sólo>con indiferencia sino con mal disimulado desdén. Des-de entonces comencé a apasionarme por ella y hastame dio por idealizada.

Creí haber sido miope ante la distinción de mi com-pañera. En verdad no es linda, mas por donde pasa.los hombres sonríen. Placíame sobre todo otro encan--to, el de su mirada tristona, casi despectiva, porque ladesgracia le había contagiado el espíritu de una reser-va dolorosa. En sus labios discretos apaciguábase la:

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~'oz con un dejo de arrullo, con acentuación elocuen-te, a tiempo que sus grandes pestañas se tendían sobrelos ojos de almendra oscura, con un guiño confirma-o.dor. El sol le había dado a su cutis un tinte levemen-te moreno, y, aunque carnosa, me parecía más alta,~ los lunares de sus mejillas más pálidos.

Cuando la conocí, me dio la impresión de la niña-apasionada y ligera. Después llevaba el nimbo de supesadumbre digna y sombríamente, por la certeza dela futura maternidad. Un día provoqué la supremarevelación, y casi con enojo repuso: ¿No te da pudor?

Trajeada de olanes claros, era más fresca con el sen-,dUo descote y con el peinado negligente, en cuyosrizos parecía aletear la cinta de seda azul, anudada enforma de mariposa. Cuando se sentaba a coser, ten-.díame en el chinchorro frontero, aparentando no re-parar en ella, pero mirándola a hurtadilllas; y llená-bame de impaciencia la frialdad de su trato, a talpunto, que repetidas veces la interrogué colérico:

-¿Pero no estoy hablando contigo?Avido de conocer la causa de su retraimiento, llegué

a pensar que estuviera celosa, e intenté hacer leve alu-;sión a la niña Griselda, con quien se mantenía en ro-..ceconstante y solía llorar.

-¿Qué te dice de mí la patrona?-Que eres inferior a Barrera.-¡Cómo! ¿En qué sentido?-No sé.Esta revelación salvó definitivamente el honor d~

Franco, porque desde ese momento la niña Griseldame pareció detestable.

-¿Inferior por que no la persigo?-No sé.-y si la persiguiera?

-Que responda tu corazón.-Alicia, ¿has visto algo?-¡Qué ingenuo eres! ¿Todas se enamoran de ti?Me provocó en ese instante, herido en mi orgullo~

desnudarme los brazos y gritarle una y otra vez~¡Imbécil, pregunta quien me dió estos mordiscos!

Don Rafo apareció en el umbral.

•• •Venia del hato, a donde fue esa mañana a ofrecu-

los caballos. Franco y la niña Griselda, que lo acom-pañaron •..regres~rían por la tarde. El se vino prontor

aprovechando la curiara, para consultarme un negocioy requerir mi consentimiento. El viejo Zubieta dabaal fiado mil o más toros, a bajo precio, a condición deque los cogiéramos,pero exigía seguridades y Franco>arriesgaba su fundación con ese fin. Era la oportuni-dad de asociarnos: la ganancia sería cuantiosa.

Gozosole dije a don Rafo:-¡Haré lo que ustedes quieran! Y agregué estrechan-

do a Alicia en mis brazos:-¡Ese dinero será para ti!-Yo daré mis caballos como aporte y volaré a Aran-

ea a exigir la cancelación de algunas deudas. Podréreunir hasta mil pesos, y con esa suma se harán, enparte, los gastos de saca. Además, empeñada la fun-dación, el viejo cerrará negocio con Franco, de cu-yos serviciosnecesita siempre, y más ahora que la ga-nadería está paralIzada por el desorden de losvaqueros_

-Tengo aún treinta libras en el bolsillo. ¡Aquí es-tán, aquí están! Sólo restaré algo para ciertos gastosde Alicia y para pagar nuestra permanencia en estacasa.

LA VOllÁGINE

-¡Muy bienl Marcharé dentro de tres días, y aquíme tendrán a mediados del mes entrante, antes de lasgrandes lluvias, porque ya el invierno se acerca. Afines de junio llegaremos a Villavicencio con el gana-do. ¡Luego a Bogotá! lA Bogotá!

Cuando Alicia y don Rafael salieron al patio, abriómi fantasía las alas:

Me vi de nuevo entre mis condiscípulos, contándo-les mis aventuras de Casanare, exagerándoles mi re-pentina riqueza, viéndolos felicitarme, entre sorpren-didos y envidiosos. Los invitaría a comer a mi casa,porque ya para entonces tendría una, propia, de jar-dín cercano a mi cuarto de estudio. Con frecuencia.Alicia nos dejaría solos,urgida por el llanto del peque-ñuelo, llamado Rafael, en memoria de nuestro com-pañero de viaje.

Mi familia, realizando un antiguo proyecto, se radi-caría en.Bogotá; y aunque la severidad de mis padres10.'1 indujera a rechazarme, les mandaría a la nodrizacon el pequeño los días de fiesta. Al principio se ne-garían a recibido, mas luego, mis hermanas, curiosas,alzándolo en los brazos, exclamarían: "¡Es el mismoretrato de Arturol" Y mi mamá, bañada en llanto, lomimaría gozosa, llamando a mi padre para que loconociera; mas el anciano, inexorable, se retiraría asus aposentos, trémulo de emoción.

Poco a poco, mis buenos. éxitos literarios irían con-quistando el indulto. Según mi madre, debía tenérse-me lástima. Después de mi grado en la facultad se ol-vidaba todo. Hasta mis amigas, intrigadas por mi con-ducta, disimularían mi pasado con esta frase: ¡Esas-cosas de Arturo ... 1

-Venga usted acá, soñador, exclamó don Rafo, a

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

saborear el último brandy de mis alforjas. Brindem05los tres por la fortuna y el amor.

Ilusos ¡Debimos brindar por el dolor y la muerte!El pensamiento de la riqueza se convirtió en eso,>

días en mi dominante obsesión, y llegó a sugestionar-me con tal poder, que ya me creía ricacho fastuoso.venido a los llanos para dar impulso a la actividadfinanciera. Hasta en el acento de Alicia encontraba ladespreocupación de quien cuenta con el futuro, soste-nido por la abundancia del presente. Verdad que ellaseguía enclaustrada en su misterio, mas yo me agasa-jaba con esta seguridad: son extravagancias de mujernca.

Cuando Fidel me avisó que el contrato se había per-feccionado, no tuve la menor sorpresa. Parecióme queel administrador de mis bienes estaba rindiéndome uninforme sobre el modo acertado como había cumplidomi voluntad.

-¡Franco, esto saldrá a pedir de boca! ¡Y si el ne-gocio falIare, tengo mucho con que responder!

Entonces Fidel, por vez primera, me averiguó el ob-jeto de mi viaje a las pampas. Lúcidamente, ante laposibilidad de que mi compañero hubiera cometido1llguna indiscreción, respondí:

-¿No habló usted con don Rafael? Y añadí, despuésde la negativa:

-¡Caprichos, caprichos! Se me antojó conocer aArauca, bajar al Orinoco y salir a Europa. Pero Aliciaestá tan maltratada, que no sé qué hacer. Además,·elnegocio no me disuena. Haremos algo.

-,-Pena me da que esta pechugona de Griselda quie-ra convertir en modista a la señora de usted.

-Despreocúpese. Alicia encuentra distracción enpracticar lo que le enseñaron en el colegio. En casa

LA VOJtÁGINE 57

divide el tiempo entre la pintura, el piano, los bor-dados, los encajes ...

-Sáqueme de una duda: ¿Los caballos de don Rafose los dio usted?

-¡Ya sabe cuánto lo estimo! Me robaron el mejor,ensillado, y todo el equipaje.

-Sí, me contó don Rafo ... Pero. quedan algunosbuenos.

-Regulares; los de nuestras monturas.-Al viejo Zubieta le gustarán. ¡Qué casualidad esta

del negocio, con un hombre tan desconfiado! Proba-blemente nos hizo el ofrecimiento en previsión de queBarrera "se le atravesara". Nunca había vendido se-mejante cosecha. Les respondía a los compradores:¡Si ya no tengo qué vender! ¡Sólo me quedan cuatrobichitos! Y para estimularlo a la venta, se le debíandepositar, con pretexto de que las guardara, las librasdestinadas al trato, en la seguridad de que el oro sequedaría allí. Una vez tuvo esa táctica un saquero deSogamoso, hombre corrido y negociante avisado, quien,para ganarse la voluntad del abuelo, duró borrachocon él varios días. Mas cuando fueron a separar latorada, extendió Zubieta su bayetón fuera de los co-rrales y desanudó la mochila del diente advirtiéndole:HA cada torito que salga, écheme aquí una morroco-tica, porque yo no entiendo de números." Agotadoel depósito, insinuó el reinoso: "¡Me faltó dinero! ¡Fíe-me los animalitos restantes!" Zubieta sonrió: "Cama-rá, a usté no le falta dinero; es que a mí me sobraganao!" ..

y recogiendo el bayetón regresó irreductible.Satisfecho de mi fortuna, escuchaba la anécdota.

Jost EUSTASIO RIv$u.

-Franco, le dije golpeándole el hombro: ¡No sesorprenda usted de nada! El viejo sabe lo que hace.¡Habrá oído mi nombre ... !

** *

-Veleta, veleta, cómo tás de cambiao!-Hola niña Griselda, ¿qué es ese tuteo?-¿Tas entonao por el negocio? Pa morrocotas, el

Vichada. Yévame. ¡Quero irme con voslSe echó a abrazarme, pero la aparté con el codo.

Ella vaciló sorprendida:-¡Ya sé, ya sél ¡Le tenés terronera a mi marío!¡Le tengo aversión a usted!-¡Dasagraecío! La niña Alicia no sabe náa. Sólo

me encargó que no te creyera.-¿Qué dice usted? ¿Qué dice usted?-Que el yanero es el sincero; que al serrano, ni la

mano.Pálido de cólera, entré en la sala.-Alicia, no me agrada tu compañerismo con la niña

Griselda. ¡Puede,contagiarte su vulgaridad! ¡No con-viene que sigas durmiendo en su cuarto!

-¿Quiere~ que te la deje sola? ¿No respetarás ni aldueño de casa?

-¡Escandalosa! ¿Vuelvenya tus celos ridículos?La dejé llorando y me fui al caney. La vieja Tiana

prendía remiendos en la camisa del mulato, que, semi-desnudo con las manos bajo la cabeza esperaba: laobra tendido en un cuero.

-Blanco, refrésquese en ese chinchorro. ¡Ta ha-ciendo un caló de agua!

En vano pretendí conciliar el sueño. Me imp9rtuna-ba el cacareode una gallina que escarbaba en el zarlO,

LA VORÁGINE 59

mientras sus compañeras, con los picos abiertos, ace-:zaban a la sombra, indiferentes al requiebro del gallo.que venía a arrastrales el ala.

-¡Estas condenáas no dejan ni dormfl-Mulata -le dije-: ¿cuál es tu tierra?Esta onde me hayo.-,Eres colombiana de nacimiento?.- Yo soy únicamente yanera, del lao de Manare. Di-

.cen que soycraveña, pero no soy del Cravo; que pau-leña, .pero no soy del Pauto. ¡Yo soy de todas estasyanuras! ¡Pa qué más patria, si son tan beyas y tan.dilatáas?Bien dice el dicho: ¿Dnde ta tu Dios? ¡Dndete salga el sol!

-¿Y quién es tu padre?, le pregunté a Antonio.-Mi mama sabrá.-¡Hijo, lo importante es que hayás nacío!Con doliente sonrisa, indagué:-Mulato, ¿te vas al Vichada?-Tuve cautivao unos días, pero lo supo el hombre

y me empajó. Y como dicen que son montes y másmontes, onde no se puée andá a cabayo, ¡eso pa quélA mi me pasa lo que al ganao: sólo quero los pajona-les y la libertá.

-Los montes, pa los indios, agregó la vieja.-A los pelaos también les gusta la sabana: que lo

diga el daño que hacen. En qué no se ve pa enla·:záun toro! Necesita hayarse bien remontao y que elpotro empuje. Y eyos los cogen de a pie, a carreralimpia, y los desjarretan uno tras otro, que da gusto!Hasta cuarenta reses por día, y se tragan una, y lasdemá pa los zamuros y los caricaris. Y con los cristia-nos también' son atrevíos: ¡al dijunto Jaspe le salierondel matorral, casi debajo del cabayo, y lo cogieron de<esta~píay lo envainaron! Y no valió gritarles. ¡Apos-

Jost EUSTAS10 R1VERA

ta, andábamos desarmaos, eyos eran como veinte yechaban flechas pa toas partesl

La vieja, apretándose el pañuelo que llevaba en la~sienes, terció en esta forma:

-Era que el Jaspe los perseguía con los vaqueros ycon el perraje. Onde mataba uno, prendía candela yhacía como se lo taba comiendo asao, pa que lo vieranlos fugitivos o los vigías que atalayaban sob.re los.moriches.

-Mama, jue que los indios le mataron a él la jaml-lia, y como puaquí no hay autoridá, tié uno que desen-rearse solo. Ya ven lo que pasó en el Hatico: mace-tearon a tóos los racionales y toavía humean los tizo-nes. Blanco, hay que apandiyarnos pa echarles unabuscáal

-¡No, no! ¿Cazarlos como a fieras? Eso es inhu-mano.

-Pues lo que usté no haga contra eyos, eyos lo ha-cen contra usté.

-¡No contradigás zambo aleguistal El blanco es.más leído que vos. Pregúntale más bien si masca :ta-baco y dále una mascáa.

-No, gracias viejita. Eso no es conmigo.-Ahí tán remendaos tus chiros, díjole al mulato,

aventándole la camisa. ¡Ora rompelos en el mantel¿Ya trujiste la vengavenga? ¡Cuánto hace que te la hansolicitao!

-Si me da café, le traigo.-¿Y qué es eso de vengavenga?-Encargos de la patrona. ¡Es la cascarita de un pa-

lo que sirve pa enamorál

LA VORÁGINE

** *

Mi sensibilidad nerviosa ha pasado por grandes cri·-sis, en que la razón trata de divorciarse del cerebro.A pesar de mi exuberancia física, mi mal de pensar ~que ha sido crónico, logra debilitarse de continuo,pues ni durante el sueño quedo libre de la visión ima-ginativa. Frecuentemente las impresiones logran sumáximum de potencia en mi excitabilidad, pero unaimpresión suele degenerar en la contraria a los pocosminutos de recibida. Así, con la música, recorro lagama del entusiasmo para descender luego a las más,refinadas melancolías; de la cólera paso a la transigen.te mansedumbre, de la prudencia a los arrebatos de lainsensatez. En el fondo de mi ánimo acontece lo queen las bahías: las mareas suben y bajan con inter-mitencia.

Mi organismo repudia los excitantes alcohólicos,aunque saben llevar el marasmo de las penas. Las pocas,veces que me embriagué, lo hice por ociosidad o porcuriosidad: para matar el tedio o para conocer la sen-sación tiránica que bestial iza a los bebedores.

El día que don Rafo se separó de nosotros sentí vagopesar, augurio de males próximos, certidumbre deausencia eterna. Yo participaba, al ver que se iba, delentusiasmo de la empresa, cuyo programa empezabaa cumplirse con las gestiones encomendadas a él. Peroa la manera que la bruma asciende a las cimas, sentíasubir en mi espíritu el vaho de la congoja humedecién-dome los ojos. Y bebí con ahinco las copas que prece-dieron a la despedida.

Así, por un momento, reconquisté la animación ve-leidosa; pero mi mente seguía deprimiéndose con eleco tenaz de los sollozos de Alicia, cuando le dijo a

JOSÉ El1lTASIO RIvERA

don Rafael en un abrazo desesperado: -¡Desde hoyquedaré en el desierto!

Yo entendí que ese desierto tenía algo que ver conmi corazón.

Recuerdo que Fidel y Correa debían acompañaral viajero hasta el propio Tame, en previsión de quelos secuacesde Barrera lo asaltaran. Allí encontraríanvaqueros remontados para nuestra cogienda y no po-dían tardar más de una semana en volver a la Ma-porita.

-"En sus manos queda mi casa", había dicho Fran-co, y yo acepté la comisión con disgusto. ¿Por qué nome llevaba a las faenas? ¿Imaginarían que era me-nos hombre que ellos? Quizás me aventajaban en des-treza, pero nunca en audacia y en fogosidad.

Ese día les cobré repentino resentimiento, y, locode alcohol, estuve a punto de gritar: ¡El que cuida ados mujeres con ambas se acuesta!

Cuando partieron, entré en la alcoba a consolar aAlicia. Estaba de bruces sobre su catre, oculto el ros-tro en los brazos,·hipante y llorosa. Me incliné ¡paraacariciarla, y apenas hizo un movimiento para alar-garse el traje sobre las pantorrillas. Luego me recha-zó con brusquedad:

-¡Quita! ¡Sólo me faltaba verte borracholEntonces, en su presencia, le di un abrazo a la pa-

trona.-¿No es verdad que tú sí me quieres? ¿Que sólohe

tomado dos copitas?-y si las bebieras con cáscara de quinina, no te

darían calenturas.-¡Sí, amor mío! ¡Lo que tu quieras! ¡Lo que tú

quieraslIndudablemente, fue entonces cuando salió con la

LA VOI.ÁCINB

botella hacia la cocina y le puso vengavenga. Pero yo,;a los pies de Alicia, me quedé profundamente dormido.

y esa tarde no bebí más.

•••••• ••

Desperté con el alma ensombrecida por la tristeza,:huraño y nerv:oso. Miguel había llegado del hato enun potro coscojero, de falsa rienda, y mantenía con-'venación en el caney con Sebastiana:

-Vengo a yevá mi gayo y a vé si Antonio me prestasu tiple.

-Aquí el que manda ahora es el blanco. Pedile per-'miso pa cogé tu poyo. El requinto no lo puedo prestá-no tando su dueño.

El hombre desmontándose acercóseme tímidamente:-Ese gayito es mío, y lo quero poné en cuerda pa

:las riñas que vienen. Si me lo deja yevá, espero que..escurezcapa cogelo en el palo.

El recién venido me pareció sospechoso.-¿No mandó razón ninguna el señor Barrera?-Pa usté 'no.-¿Para quién?-Pa naide.:""¿Quiénte vendió esa montura?, dije, reconocien-

.do la mía, la misma que me robaron en Villavicencio.-Se la mercó el señor Barrera a un guate que vino

,del interió, hace dos semanas. Dijo que se la vendía,'-porque una culeora ·le había matao el cabayo.

_¿Y cómo se llama el que la vendió?-Yo no lo vi. Apenas escuché el cuento._¿Y tú acostumbras usar la silla de Barrera? -rugí,

.acogotándolo-. ¡Si no me confiesasdónde está él, dón-.de quedó escondido, te trituro a palos! Pero si eres fiel

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

a mi pregunta, te daré, el gallo, el tiple y dos .libras-Suélteme, pa que no malicén que le confieso.Lo llevé hacia la corraleja, y me dijo:-Quedó agazapa o en la otra oriya del monte, porque

no vido la señal convenía, es decir, el bayetón extendío·en el tranquero, por el lao rojo. Por eso me mandó·con la recomienda de que si no había peligro, desensi-yara el rango y lo esperara. El vendrá con la noche,y yo, como aviso, debo tocá tiple, pero no he poído.hablá con la mujé.

-¡No le digas nada!y lo obligué a desensillar.Ya había oscurecido, y solo en el límite de la pampa.

diluía el crepúsculo su huella sangrienta. La viejaTiana salió de la cocina, llevando encendido el meche-ro de kerosén. Las otras mujeres rezaban 'el rosario,con murmullo lúgubre. Dejé al hombre en espera yme fui al cuartucho de Antonio por el requinto. Aoscuras lo descolgué de la percha y saqué la escopetade dos cañones.

Acabado el rezo, me presenté con las manos vadas~ante la niña Griselda:

-Un hombre la espera en el patio.-¡Ah! ¡Miguelito! ¿Vino a buscá el tiple?-Sí. Es bueno prestárselo. Lléveselo usted. En ese

rincón está.

Cuando salió, pretendí, en vano, descubrir en los.ojos de Alicia alguna complicidad. Estaba fatigada,quería recogerse temprano.

-¿No apetece ver la salía de la luna?, propuso Se-bastiana.

-No, dije. La llamaré cuando sea tiempo.Y con disimulo cogí la botella bajo la ruana. Sere-

namente, sin que en mi rostro se delatara el propósito-

LA VORÁGINE

'trágico, le advertí a la niña Griselda apenas regresó:-Sebastiana puede quedarse aquí, en la sala. Yo

.guindaré mi chinchorro en el corredor del caney. Ne-·cesito aire fresco.

-Eso sí es bien pensao. Con estos calores no se puée.dormí, observó la mulata.

-Si queréis -propúsole la patrona-, deja la puertade par en par.

Al oír esto, sentí maligna satisfacción. Di las bue-nas noches acentuando estas frases: Miguel me ofre-ció cantar un ·corrido. No tardaré en acostarme.

Al breve rato apagaron la luz.

** * .

Mi primer cuidado fue mirar si en el patio estabanlos perros. Los llamé en voz baja, anduve por todaspartes con extraordinaria cautela. ¡Nadal Afortunada-mente habrían seguido a los viajeros.

Llegué al caney, orientado por el tabaco que fuma-ba el hombre.

-Miguelito, ¿quieres un trago?Devolviome la botella escupiendo:-Qué amargo ta ese ron.-Dime: ¿Con quién tiene cita Barrera?-No sé bien con cuál es.~¿Con ambas?-Así será.

El corazón empezó a golpearme el pecho, como unredoblante. En mi garganta se ahogaba, seca, la voz.

-¿Barrera es un caballero generoso?-Es de chuzo. Dice que da cuanta mercancía quie-

ra el solicitante, lo hace firmá en un libro y le entrega

JostEUSTASIO RIVD4

cualquier retazo diciendo: "Lo demá se lo tengo en..el Vichada". Yo le he perdido la voluntá.

-¿Y cuanto dinero te dió?-Cinco pesos, pero me cogió recibo por diez. Me

tiée ofrecía una muda nueva, y nada me ha dao. Asícon tóos. Yadespachógente a San Pedro de Arimena.pa que alisten bongos en el Muco. El hato ha quedao,casi solo. Hasta el Jesús ya se largó, pero pasando porOrocué conuna razón del viejo Zubieta pa la autoridá.

-¡Está bien! Toma el requinto y canta.- Toavía es temprano.Esperamoscasi una hora. La idea de que Alcia me

fuera infielllenábame de cóleras súbitas, y para no es-tallar en sollozosme mordía las manos.

-¿Usté piensa matá al hombre?-¡No, nol Sólo quiero saber a qué viene.-¿Y si esa toparse con su mujercita?-Tampoco.-Pero eso le quedaría feo a usté.-¿Crees que debo matarlo?-Esas son'cosassuyas.Lo que ha de tené es cuidao

con yo. Aguaítelo en la talanquera, porque me voy aponé a cantá.

Le obedecí.A poco, me dijo:-No se emborrache. Póngale pulso a la puntería.Por encima de la platanera tendió más tarde la luna

un reflejo indeciso, que fue dilatándose hasta envol-ver la inmensidad. El tiple elevó su rasgueo melancó-lico en el preludio de la tonada:

Pobrecita palomita,que el gavilán la S~aquí va la sangtMrapor donde se la llevó.

LA VORÁGINE

Con el alma en los ojos, tendía yo la escopeta haciael caño, hacia los corrales, hacia todas partes. El pavo,desde la cumbrera de la cocina, hirió la noche con des·templados gritos. Afuera, en alguna senda del pajonalaullaron los perros.

Aquí va la sangrecitapor donde se la llevó.

Las mujeres encendieron luz en el cuarto. La viejaTiana, como un ánima en pena, asomó al umbral:

-Hola, Miguel; la niña Griselda que dejés dormí.El cantador enmudeció y fue luego a buscarme.-Se me olvidó decile que yo taba obligao a yevarle

la curiara. Me voy. Cuando volvamos, tírele al de ade·lante. ¡Si le pega, yo se lo echaré a los caimanes, y aca-baás son cuentas!

Lo vi alejarse en la embarcación, sobre el agua en-lutada donde los árboles tendían sus sombras inmó-viles. Entró 'uego en la zona oscura del charco, y sólopercibí el cabrilleo del canalete, rútilo como cimitarraanchurosa.

Esperé hasta la madrugada. Nadie volvió.¡Dios sabe lo que hubiera pasado!

*.•. *Al rayar el día, ensillé el caballo de Miguel y puse la

escopeta en el ~arzo. La niña Griselda, que andaba conUn cubo rociando las matas, me observaba inquieta.

-¿Qué tas haciendo?-Aguardo a Barrera, que amaneció por aquí.-¡Exagerao! ¡Exagerao!-Oiga, niña Griselda: ¿Cuánto le debemos?-¡Cristiano! ¿Qué me decís?-Lo que oye. La casa de usted no es para gentes:

Jos~:EUSTASIO RIVERA

honradas. Ni a usted le conviene echarse en el pajonalteniendo su barbacoa.

-¡Ponele freno a tu lengua! Tas bebío.-Pero no con el licor que le trajo Barrera.-¿Acaso fue pa mí?-¿Quiere decir que fue para Alicia?-Vos no la podés obligá ni a que te quiera ni a que

te siga, porque el cariño es como el viento; sopla pacualquier lao.

Al oír esto, con alterna premura, chupé la botella y'hajé el arma. La niña Griselda salió corriendo. Empu-jé la puerta. Alicia, a medio vestir, estaba sentada en.el catre.

-¿Comprendes lo que está pasando por ti? ¡Vístete!;¡Vamos!¡Aprisa! ¡Aprisa!

-¡Arturo, por Dios... !-¡Me vaya matar a Barrera en presencia tuyal-¡Cómo vas a cometer ese crimen!-¡No lloresl ¿Te dueles ya del muerto?-¡Dios mío ... ! ¡Socorro!-¡MatarIo! ¡MatarIo! ¡Y después a ti, y a mí y a

todosl ¡No estoy loco! ¡Ni tampoco digan que estoyborracno! ¿Loco? ¡No! ¡Mientes! ¡Loco, no! ¡Quítame,ese araor que me quema el cerebro! ¿Dónde estás?¡Tiéntamel ¿Dónde estás?

Sebastiana y la niña Griselda se esforzaban porsujetarme.

-¡Calma, calma, por 10 más quería! Soyyo. ¿No meeConocés?

Me echaron en un chinchorro, y pretendieron coser-10 por fuera; mas con pataleo brutal rompí las cabu-yas, y, agarrando a la niña Griselda del moño, la arras-tré hasta el patio.

LA VORÁGINE

-¡Alcahueta! ¡Alcahueta!, y de un puñetazo en elrostro, la bañé en sangre.

Luego, en el delirio vesánico, me senté a reír. Diver-tíame el zumbido de la casa, que giraba en rápidocírculo, refrescándome la cabeza. "¡Así, así! IQJ.leno sedetenga porque estoy loco!" Convencido de que era unáguila agitaba los brazos y me sentía flotar en el vien-to, por encima de las palmeras y de las llanuras. Que-ría descender para levantar en las garras a Alicia, yllevada sobre una nube, lejos de Barrera y de la mal-dad. Y subía tan alto, que contra el cielo aleteaba, elsol me ardía el cabello y yo aspiraba el ígneo res-plandor.

Cuando la convulsión hizo crisis, intenté caminar,pero sentía correr el suelo bajo mis plantas en sentidocontrario. Apoyándome en la pared, entré en la salavaCÍa. ¡Habían huído! Tenía sed y de nuevo'apuré labotella. Recogí el arma y para enfriarme las mejillas,las oprimía contra los cañones. Triste porque Aliciame desamparaba, empecé a llorar. Luego declamé agritos:

-¡No le hace que me dejes solo! ¡Para eso soy hom-bre rico! ¡Nada quiero de ti, ni de tu muchacho ni denadie! ¡Ojalá que ese bastardo te nazca muertol ¡Niserá hijo mío! ¡Lárgate con el' que se te antojel Tú noeres más que una querida de cualquiera.

Después hice disparos.-¿Dónde está Franco, que no sale a defender a su

hembra? ¡Aquí me tiene! ¡Yo vengaré la muerte del'capitán! ¡Al que se presente, lo mato! lA Barrera no •.a Barrera no; para que Alicia se vaya con él! ¡Se !acambio por brandy, por una botella no más!

y recogiendo la que tenía, monté en el potro, me ter-cié la escopeta y partí a escape por el llano impasible"

JOSÉ EUST."SIO RIVl;;U

dando a los aires este pregónenronquecido y diabólico:-¡Barrera, Barrera! ¡Alcohol, alcohol!

** *

Media hora después, los del hato me vieron pasar.Del otro lado del caño me gritaban y me hacían seña.Por el vado que me indicaron hostigué el potro y sa-lí al patio, dispersando la gente a pechadas, entre unaalgarabía de protestas.

-lA ver! ¿Quién manda aquí? ¿Por qué se escondeBarrera? ¡Que salga!

y colgando la escopeta en la montura, salté desar-mado. Todos esperaban perplejos. Algunos sonrieronmirándose.

-¡Cuál ¡Chicol ¿Qué quieres tú?T;JI dijo una mujercilla haIconera, de rostro envile-

cido por el colorete,' cabello oxigenado y brazos Ha-cuchos, puestos en jarras sobre el cinturón del ;trajevistoso.

-¡Quiero jugar a los dados! ¡Nada más que jugarliEn este bolsiiIo están las libras I

y tiré unas a lo alto, y se regaron en el suelo.Entonces oí la voz carrasposa del viejo Zubieta, que

ordenaba desde el cuarto contiguo:-Clarita el cabayero que siga.Acaballado en el chinchorro y tendido de espaldas,

en camiseta y calzoncillos estaba el hacendado, de ba-rriga protuberante, ojos de lince, cara pecosa y pelorojizo. Alargándome sus manos, que además de serescabrosas parecían hinchadas, hizo rechinar entre losbigotes una risa:

-,¡Cabayero, dispense que no me pueo enderezál

LA VORÁGINE

-¡Yo soy el socio de Franco, el cliente de los mil to-ros, y, si quiere, se los pagaré de contado!

-¡Asina sí; asina sí! Pero usté debe cogelos porqueel zambaje que tengo ta de a pie, y no sirve pa náa.

-Yo conseguiré vaqueros, bien montados, y no de-jaré que me los sonsaquen para el Vichada.

-Me gusta usté. ¡Eso ta bien hablado!Salí a meter mis aperos y vi a Clarita, cuchicheando

con mi enemigo, mientras que con una totuma leechaba agua en las manos. Al verme, se escondierondetrás de la casa.

-¿Qué ladrón recogió el oro que tiré aquí?-Vení, quitámelo -replicó un hombre, en quien

reconocí al de wínchester, que pretendió decomisarlela mercancía a don Rafael. "¡Ora sí podemos arreglá10 del otro día! ¡Sinvergiienza, ora sí me topás!"

Adelantóse amenazante, mirando hacia el puntodonde su patrón estaba escondido, como en espera deuna orden. ¡Sin darle tiempo, lo aplasté de una solatrompada!

Barrera acudió exclamando:-Señor Cava, ¿qué pasa? Venga usted acá. ¡No hag:l

caso de los peones! Un caballero como usted ...El ofendido fue a sentarse contra el pretil, y SlD

apartar de mí los ojos, se enjugaba la sangre de lasnarices.

Barrera lo reprendió con dictados crueles: "¡Mal-criado, atrevidol ¡El señor Cava merece respeto!" Masa tiempo que me invitaba a penetrar en el corredor,prometiendo que el oro me sería devuelto, el hombredesensilló mi caballo, guardóse la escopeta y yo meolvidé del arma. La gente hacía comentarios en lacocma.

JOSÉ EUSTA.SIO RIVERA

En el cuarto, Clarita estaría refiriéndole al viejo lo-que pasaba, porque enmudecieron al verme.

-¿El cabayero se regresa hoy?-No, amigo Zubieta. ¡No se me antoja! ¡Vine a be--

ber y a jugar, a bailar y a cantarl-Es un honor que no merecemos -afirmó Barrera-.

El señor Cova es una de las glorias de nuestro país._¿Y gloria, por qué? -interrogó el viejo-o ¿Sabe-

montá? ¿Sabe enlazá? ¿Sabe toreá?-¡Sí, sí -grité-o ¡Lo que usted quiera!-¡Asina me gusta, asina me gusta! -y se agachÓ'

hacia el cuero de tigre que tenía bajo el chinchorro-oClarita, dános unos "brándises" -díjole indicándoleel garrafón.

Barrera, para no beber, salió al corredor, y a poco,vino alargándome un puñado de oro.

-Esas monedas son de usted.-¡Mientel Desde ahora son de Clarita.Ella las recibió y me dio las gracias con este cum-

plido: ¡Aprendan! ¡Es una dicha encontrar cabayeros!Zubieta se quedó pensativo. De pronto mandó que

acercaran la mesa, y, cuando vaciamos otras copas,señaló un morralito suspendido de un cuerno en lapared fronteriza:

-Clarita, dános las muelas de Santa Polonia.Clarita puso los dados sobre la mesa.

** *

Indudablemente, mi nueva amiga me favorecióaquella noche en ese juego plebeyo, desconocido paramí. Tiraba yo los dados con nerviosidad y a vecescaían debajo del chinchorro. Entonces, el viejo, entrecarcajadas y toses, preguntaba: ¿Me ganó? ¿Me ganó?

LA VORÁGINE 73

y ella, entre una humareda de tabaco ladeando la fa-rola, respondía: Echó cenas. Es un chico de suerte.

Barrera, simulando confianza en las palabras de la.mujer, confirmaba tales decisiones; pero vivía celosode que no escaseara el licor. Clarita, ebria, me apre·taba la. mano al descuido; el viejo, ebrio, tarareabauna canción obscena; mi rival, por encima de la luztemblorosa, me sonreía irónico; yo, seminconsciente,repetía las paradas. En la puerta del acalorado cuartu-cho los peones seguían el juego, con interés.

Cuando quedé dueño de casi todo el montón de fri-soles que representaban un valor convenido, Barrerame propuso jugado en paro, vaciando las morrocotasdel chaleco. "Tire por mitad, cien toros", exclamó elvejete, dando fuertes, golpes en la mesa. Entonces notéque los zapatos de mi adversario pisaban los de Clari-la, y tuve el presentimiento de que llegaba el fraude.

Con frase feliz' decidí a la mujer:-Juguemos esto en compañía.Ella extendió al instante sobre el montoncillo de

granos las manos avaras. El rubí de su anillo se en-cendió en sangre.

Zubieta maldijo su suerte cuando lo venció mi ju-gada.

-Ahora con usted -le dije a Barrera- sonando losdados.

Recogiólos sin inmutarse, y, mientras los agitaba,cambiándolos, pretendió distraemos con un chiste debaja ley. Pero allanzarlos sobre la mesa, los atrapé deun golpe:

-¡Canalla, estos dados son falsoslTrabóse de súbito una reyerta y la lámpara rodó

por el ,suelo. Gritos, amenazas, imprecaciones. El viejo

-4

74 JOSÉ EUSTASIO RIVERA

cayó del chinchorro, pidiendo auxilio. Yo, a oscuras.esgrimía los puñbs a diestra y siniestra, hacia cual-quier sitio donde oyera una voz de hombre. Alguienhizo un disparo, ladraron los perros, rechinaba lapuerta con el afán del ahuyentado tumulto, y la ajustéde un empellón, sin saber quién quedaba adentro.

Barrera exclamó en el patio: -¡Ese bandido vino amatarme y a robar al señor Zubieta! ¡Anoche me es-tuvo puesteando! Gracias a Miguel, que se opuso alcrimen y me denunció la asechanza! ¡Prendan a esemiserable! ¡Asesino,asesino!

Yo, desde adentro, le lanzaba atrevidos insultos, yClarita, conteniéndome, suplicaba:

-¡No salgas,no salgasporque te acribiyan!El viejo gimoteaba espantado.-¡Alumbren, que escupo sangre!Cuando me ayudaron a echar el cerrojo, sentí hu-

medecida una de mis muñecas. Tenía una puñaladaen el brazo izquierdo.

Con nosotros quedó encerrada urta persona que mepuso en las manos un wínchester. Al sentir que mebuscaba, intenté tomarla, por lo cual, susurrando, merepetía:

-¡Cuidao con yol ¡Soyel tuerto Mauco, amigo detóo el mundo!

Afuera empujaban la puerta, y yo, sin permaneceren un solo punto, perforaba las tablas a tiros, ilumi-nando la estancia con el relampagueo de los fogonazos.Al fin terminó la agresión. Quedamos sumidos en elmás pavoroso silencio y mi oído acechante dominabala oscuridad. Por los huecos que abrieron mis balasobservécon sigilosapupila. Hacía luna y el patio esta-ba desierto.

Mas por instantes recogía el rumor de vocesy riso-

LA VORÁGINE 75

tadas, que venían quién sabe de dónde. El dolor de laherida empezó a rendirme y el vértigo del alcohol meechó a tierra. Allí me desangré hasta que Dios quiso,entre el pánico de mis compañeros, que en algún rin·cón se decían: -Parece que está agonizando.

-¡Agua, agua! ¡Estoy herido! ¡Me muero de sed!

** *

Al amanecer, abrieron el cuarto y me dejaron solo.Desperté con desmayada dolencia a los gritos que dabael dueño del hato, reprendiendo a la peonada por in·dolente, que no quiso salvado de la batahola.

-¡Gracias al guate -repetía-, gracias al guate, estoycontando el cuento! El tenía razón, los dados eran fal-sos y con eyosme había estafao mi plata ese tramposodel Barrera. ¡Aquí topé uno bajo la mesa! Convénzan-se. Tiene azogue por dentro.

-No podíamos arrimá por los tiros.-¿Y quién hirió a Cova?-¿Quién sabrá?-Vayan a decirle a Barrera que no lo quero aquí;

que pa eso tiene sus toldos, que se quede ayá. ¡Que sino sabe pa qué son los caminos; que el guate ta aquícon la carabina!

Clarita y el tuerto Mauco vinieron en mi socorrotrayendo un caldero de agua caliente. Descosieron lamanga de la camisa para quitármela sin lastimar elbrazo túmido, y luego, humedeciendo los bordes de latela pegada, descubrieron la herida, pequeña peroprofunda, abierta sobre el músculo cercano al hom·bro. La lavaron con aguardiente, y, antes de extender-le la cataplasma tibia, el tuerto, con unción ritual,exclamó: Pongan fe, porque la voy a rezá.

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

Admirado yo, observaba al hombruco, de color te-rroso, mejillas fofas y amoratados labios. Puso en elsuelo, con solicitud minuciosa, el bordón en que seapoyaba, y encima el sombrero grasiento de roídasalas, que tenía como cinta un mazo de cabuyas a me-dio torcer. Por entre los harapos se le veían las carnes.hidrópicas, 'principalmente el abdomen, escurrido enrollo sobre el empeine. Volvió, parpadeando, hacia lapuerta el ojillo tuerto, para regañar a los muchachosque se asomaban.

.-¡Esto no es cosa de juegol ¡Si no han de poné fe.lárguense, porque se pierde la virtúl

Los gandules permanecieron fervorosos, como enun templo, y el viejo Mauco, después de hacer en elaire algunos signosde magia, masculló una retahila quese llamaba "la oración del justo juez".

Satisfechode su ministerio, recogió el sombrero y elpalo, y dijo inclinándose sobre el cuero de toro dondeme hallaba tendido: No se deje acochiná del doló. Yolo curo presto: con otra rezáa tiene.

Miré con asombro a Clarita como para indagar lacertidumbre de cuanto estaba pasando. Era convenci-da creyente, que manifestaba respeto fanático. Paraahuyentar mi,sdudas, expuso:

-¡Guál chico, Mauco sabe de medicina. Es el quemata las gusaneras, resándolas. Cura personas y ani-males.

-No sólo eso -añadió el mamarracho-o Sé muchasoraciones pa tóo. Pa topá las reses perdías, pa sacá en-tierros, pa hacerme invisible a los enemigos. Cuandoel reclutamiento de la guerra grande me vinieron acogé, y me les convertí en mata de plátano. Una vez.me apañaron antes de acabá el rezo y me encerraronen una pieza, con doble yave; pero me volví hormiga

LA VORÁGINE 77

y me picurié. Si no hubiera sío por yo, quén sabe quénos hubiera acontecía en la gresca de anoche. Yo tuvelisto pa evaporarme cuando entraran, y taparlos atóos con mi neblina. Apenas supe que usté taba hería,le recé la oración del sana que sana y la hemorragiase contuvo.

Lentamente fui cayendo en una quietud sonámbu-la, en un vago deseo de dormir. Las voces iban aleján-dose de mis oídos y los ojos se me llenaron de sombra.Tuve la impresión de que me hundía en un hoyo pro-fundo, a cuyo fondo no llegaba jamás.

** *

Un sentimiento de rencor me hacía odioso el recuer-do de Alicia, la responsable de cuanto pasaba. Si al~guna culpa podía corresponderme en el trance 'cala-mitoso, era la de no haber sido severo con ella, la deno p'aberle impuesto a toda costa mi autoridad y micariño. Así, con la sinrazón de este razonamiento, en-venenaba mi ánima y enconaba mi corazón.

¿Verdaderamente me habría sido infiel? ¿Hasta quépunto le había mareado el espíritu la seducción deBarrera? ¿Habría existido esa seducción? ¿A qué horapudo llegar la influencia del otro? ¿Las palabras re-veladoras de la niña Griselda, no serían un mensaje deastucia para decidirme en su favor, calumniando a micompañera? Talvez había sido yo injusto y violento;pero ella debía perdonarme, aunque no le pidiera:per-dón, porque le pertenecía con mis cualidades y defec-tos, sin que le fuera dable hacer distingas en mí. Agre-gábase en descargo mío que la venganza me llevó a lalocura. ¿Cuándo en sano juicio le di motivo de queja?Entonces, ¿por qué no venía a buscarme?

JOSÉ EUST,,"SIO RIVERA

Parecíame a ratos verla llegar, bajo el sombrero delánguidas plumas, tendiéndome los brazos entre so-llozos:

"¿Qué desalmado te hirió por causa mía? ¿Por quéestás tendido en el suelo? ¿Cómo no te dan 'una cama?"y anegándome el rostro en lágrimas sentábase a micabecera, dándome por almohada sus muslos trémulos,peinando hacia atrás mis cabellos, con mano enterne-cida y amorosa.

Alucinado por la obsesión, me reclinaba sobre Cla-rita, apartándome al reconocerla.

-Chico, ¿por qué no descansas en mis piernas?¿Quieres más limonada para la fiebre? ¿Te cambio elvendaje?

A vecessentía la tos impaciente de Zubieta en el co-rredor:

-Mujé, quitáte de ahí que acalorás al enfermo. ¡Nitu maría que juera!

Clarita se alzaóa de hombros.¿Ypor qué aquella mujer no me desamparaba, sien-

do una escoria de lupanar, una sobra del bajo placer~una loba ambulante y famélica? ¿Qué misterio redi-mía su alma cuando me consentía con avergonzadaternura, como cualquiera mujer de bien, como Alicia~co~o todas las que me amaron?

Alguna vez me preguntó cuántas libras me queda-ban en el bolsillo. Eran pocas, y las guardó en el seno;mas en un momento que nos dejaron solos,me leyó unpapel al oído: "Zubieta te debe doscientos cincuentatoros; Barrera cien libras, y yo te tengo guardadasveintiocho."

-Clarita, tú me has dicho que mi ganancia en eljuego estuvo exenta de dolo. Todo eso es para ti, quehas sido tan buena conmigo.

LA VORÁGINE 79

-Chíco, ¿qué estás dícíendo? No creas que te sírvopor ínterés. Sólo quíero volver a mí tíerra, a pedírlesperdón a mís padres, a envejecer y morír con eyos.Ba-rrera quedó de costearme el víaje a Venezuela, y, encompensacíón, abusa de mí sín más medída que sudeseo. Zubíeta díce que se quíere casar conmígo y ye-varme a Cíudad Bolívar, al lado de mís víejecitos.Confíada en esta promesa, he vívído borracha casi dosmeses, porque él me amonesta con su norma invaría-ble: "¿Cuál será mí mujé? La que me acompañe abebé."

"En estas fundacíones me dejó botada el coronelInfante, guerríyero venezolano que tomó a Caícará.Ayí me rífaron al tresíyo, como símple cosa, y fuí ga-nada por un tal Puentes, pero Infante me descontó alliquídar el juego. Después lo derrotaron, tuvo que así-larse en Colombía y me abandonó por aquí.

"Antier, cuando yegaste a cabayo, con la escopeta alarzón, atropeyando la gente, caída la gorra sobre lanuca, te me parecíste a mí hombre. Luego símpatícécontígo desde que supe que ,erespoeta."

'"'" '"

Mauco entraba a rezarme la herída y tuve el tino deaparentar que creía en la efícacía de sus oracíones.Sentábase en el chinchorro a mascar tabaco, royéndolode una rosca que parecía tasajo reseco, e inundaba elpíso de salÍvazossonoros. Después me' daba informessobre Barrera:

-Se la pasa metía en el toldo, afiebrao. Sólo mepregunta que hasta cuánto va a quedarse usté aquí.¡Quíén sabe pa qué cosas le tará hacíendo usté maltercio!

80 JoSÉ EUSTASIO RIVEM

-¿Por qué no ha venido Zubieta a ocupar su chin-chorro?

-Porque es alertao y teme otra chirinola. DUff-me en la cocina y se tranca por dentro.

-¿Barrera ha vuelto a La Maporita?-Las calenturas no lo dejan pará.Esta afirmación me aquietaba el espíritu, pues vivía

celoso de Alicia y hasta de la niña Griselda. ¿Qué es-tarían haciendo? ¿Cómo calificarían mi conducta?¿Cuándo vendrían por mí?

El primer día que tuve fuerzas para levantarme, sus-pendí el brazo de un pañuelo, a manera de cabestrillo.y salí al corredor. Clarita barajaba los naipes junto alchinchorro donde el viejo dormía la siesta. La casa,pajiza y a medio construir. desaseada como ninguna.apenas tenía habitable el tramo que ocupaba yo. Lacocina, de paredones cubiertos de hollín. defendía suentrada con un barrizal. formado por las aguas quederramaban las cocineras, sucias, sudorosas y desarra-padas. En el patio, desigual y fragoso, se secaban alsol. bajo el zumbido de los moscones, cueros de resessacrificadas, y de ellos desprendía un zamuro sangui-nolentas tiras. En el caney los vaqueros vigilaban.amarrados sobre perchas, los gallos de riña. y en elsuelo refocilábanse perros y lechones.

Sin ser visto, me acerqué al tranquero. En los corra-les, de gruesos troncos clavados, la torada prisionera.se trasijaba de sed. Detrás de la casa dormían unos ga-ñanes sobre un bayetón extendido encima de las ba-suras. A poco trecho, en la costa del caño, divisábanselos toldos de mi rival, y en el horizonte, hacia la fun-dación de La Maporita, perdíase la curva de los mori-chales .. , ¡Alicia estaría pensando en míl

LA VORÁGINE 81

Clarita, el verme, acudió con la sombrilla de muaréblanco:

-Chico, el sol puede irritarte la herida. Vénte a lasombra. ¡No vuelvas a cometer despropósitos seme-'jantes!

y sonreía exhibiendo los dientes llenos de oro.Como intencionalmente me hablaba en voz alta, el

viejo, al oírla, se incorporó:-¡Asina me gusta! ¡Los jóvenes no deben vivir en-

camaos!Sentéme sobre la viga que servía de pretil y aboqué

el meditado interrogatorio:-¿A cómo piensa damos las resecitas?-¿Cuáles serán?-Las de nuestro negocio con Franco.-Con él, propiamente, no quedamos en náa. La

fundación que da en prenda vale muy poco. Pero co-mo usté las paga de re lance} será bueno cogelas, sitiene cabayos, y después les ponemos precios.

Clarita interrumpiónos:

-¿Y cuándo le das a Cova las doscientas cincuentaque te ganó?

-¡Cómol ¿Qué doscientas cincuenta?Enderezándose me argiiía:-y si usté hubiera perdío, con qué había pagao? En-

séñeme las libritas que trujo. ,-¿Qué es eso? -replicó la mujer-o ¿Acaso el Úni·

co rico eres tú? ¡El que pierde paga!El viejo hundió los dedos entre las mallas del chin-

chorro. De repente propuso:-Mañana es domingo, y me da el desquite en las

riñas de ,gayos.-¡Muy bienl

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

*>1: *

"Mi admirado señor Cova:"¿Qué poder maléfico tiene el alcohol, que hu~illa

la razón humana abajándola a la torpeza y al crimen?¿Cómo pudo comprometer la condición mansa de mitemperamento en un altercado que me enloqueció lalengua hasta ofender de palabra la dignidad de usted,cuando sus merecimientos me imponen vasallaje enal-tecedor que me llena de orgullo?

"Si pudiera, públicamente, echarme a sus pies paraque me pisoteara antes de perdonarme las reprobablesofensas, créame usted que no tardaría en implorarleesa gracia; mas como no tengo derecho ni de ofrecerleesa satisfacción, heme aquí, cohibido y enfermo, mal-diciendo los pasados ultrajes, que, por fortuna, no al-canzaron a salpicarle siquiera la merecida fama de quegoza.

"Como estoy envilecido por mis desaciertos, mien-tras usted no me dignifique con su benevolencia, nI}ha de parecerle extraña la condición lamentable enque a usted llego, convertido en mercachifle común,que trata de introducir en los dominios de la poesíay la propuesta de un negocio burgués. Es el caso -c-yperdone usted el atrevimiento- que nuestro buenamigo el señor Zubieta me debía sumas de considera-ción, por dinero prestado y por mercancías, y me laspagó con unos toros que se hallan en el corral, y queyo recibí entonces en la expectativa de que usted pu-diera necesitarlos. Véalos, pues, y si algún precio sedigna ponerles, sepa que mi mayor ganancia será la dehaberle sido útil en algo.

LA VORÁGINE

"Besa sus pies, fervorosamente, su desgraciado ad-mirador, BARRERA."

Delante de Clarita me fue entregada esta carta. Elchicuelo que la trajo me veía palidecer de cólera y seiba retirando, cautelosamente, ante la tardanza de larespuesta.

-¡Diga usted a ese desvergonzado que cuando seencuentre a solas conmigo sabrá en qué para su adu-lación!

Mientras tanto, Clarita releía el papelucho.-Chico, nada te dice de lo que te debe, ni de la pu-

ñalada, ni del disparo; porque él fue quien te hirió.Aquel día, al verte yegar, preparó el revólver y engra-só el estilete. Ojo de garza con el Miyán, el hombre aquien le pegaste en el patio: ése tiene órdenes termi-nantes. ¿Y sabes tú que Zubieta nada le debe al cau-chero por sumas prestadas? Este le dio a guardar unasmorrocotas, en la confianza de que yo se las robaría;pero el viejo las enterró. Después lo estafó con los da·dos que conoces. Cada mañana me pregunta: "¿Ya lesacasteslas amariyas?De ahí te daré para el viaje. Biense conoce que no deseas volver a tu extraordinariopaís." Ese hombre tiene planes siniestros. Si no hubie-ras estado aquí ...

-Dame la carta para mostrársela al viejo.-No le digas nada, que él es muy sabido. Compren-

de que Barrera es pel.igroso,y, para distraerlo, le en·tregó la torada que está en el corral; mas por que nopueda sacarla, mandó a esconder los cabayos. Apenasle dejó los peores en alquiler, después de enviar emi-sarios a todas partes con la noticia de que este año nole vendería ganados a nadie. Como Barrera 'se enteró

JOSÉ EUSTASIO RM:RA

de eyo, el viejo, para desmentirlo, hizo un simulacrode negocio con Fidel Franco, sin advertirle que erauna simple treta contra el molesto huésped.

-¿De suerte que no nos venderá ganado ninguno?-Parece que ha congeniado contigo.-¿Cómo haré para ganarme su voluntad?-Es muy senciyo. Soltar el ganado que le dio a Ba-

rrera. Con sólo asustarlo romperá los corrales.-¿Me ayudarás esta noche en la empresa?-Cuando te dé la gana. Bastará que yo, con este

vestido blanco, me asome al tranquero para que la to-rada barajuste. Lo importante es que no mueran atro-peyados los peones que velan en contorno de los en-cierros. Afortunadamente se retiran temprano.

-¿Y podrán descubrimos?-Absolutamente. Los pocos hombres y mujeres que

no se han enganchado, se van a los toldos a jugar nai-pes, tan pronto como el viejo se "encocina". Yo tam-bién iré, para alejar falsos testimonios; y cuando calcu-les que vuelvo, me esperas en el corredor con la pielde tigre que Zubieta tiene en la sala, bajo el chincho-rro abandonado. La yevamos por la platanera y lasacudimos en el corral.

Después, el que pudiera vemos pensaría: "Esos selevantaron al fragor del tropel."

* **

Sepulté en mi ánimo el ardid vengativo, como pue-de guardarse un alacrán en el seno: a cada instante sedespertaba para clavarme el aguijón.

Ya cuando la tarde se reclinó en las praderas, regre-saban los vaqueros con la torada numerosa. Habíanlallevado al pastoreo vespertino, de grama les profusos y

LA VORÁGINE

charcas inmóviles, donde, al abrevarse, borraban consus belfos la imagen de alguna estrella crepuscular.Venía adelante el rapaz que servía de puntero, acom-pasando al trotecito de su yegua la tonada pueril queamansa los ganados salvajes. Seguíanlo en grupos lostoros de venerable testa y enormes cuernos, solemnes.,en la cautividad, hilando una espuma en la trompa,adormilados los ojos, que enrojece, con repentino fue-go, la furia. Detrás, al paso de sus rocines y entre eldejo de silbidos monótonos, avanzaban las filas de-peones a los flancos del rodeo formidable y letárgico.

Lo encerraron de nuevo, con maña paciente, cuida-dosos de la dispersión. Oíase apenas el melancólico,sonsonete del guía, más eficaz que el toque de cuernoen las majadas de mi tierra. Corrieron las trancas ylas liaron con rejos indóciles. Y cuando oscureció, en-ocendieron alrededor del corral fogatas de boñiga seca,para aquerenciar el rebaño, que absorto miraba las·candelas y el humo, con rumiar apacible, al amparode las constelaciones.

Mientras tanto, yo meditaba en nuestro plan de lamedia noche, en pugna con el temor que me enfriabalas sienes y me frunda las cejas. Mas la certidumbre'de la venganza, la posibilidad de causarle a mi enemi-go algún mal, ponía viveza en mis ojos, ingenio enmis palabras, ardentía en mi decisión.

A eso de las ocho, el tuerto Mauco protestó contralas hogueras porque le trasnochaban los gallos de riña.Como nadie quiso apagarlas, los llevó a mi cuarto.

-Démeles posaíta, que los poyos son giienos. ¡Pero.si se desvelan, se vuelven náal

Más tarde, el hato quedó en silencio. Sobre los pa-jonales vecinos tendían su raya luminosa las lámparas,de los toldos.

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

Clarita volvió casi ebria.-¡Animo, chico, y sígueme!Llegamos a la barda de los corrales por entre el pla-

tanal. Un vasto reposo adormecía a la manada. Afueraestornudaban los caballos de los veladores. EntoncesClarita, trepada en la cerca, sacudió la aurimanchadapiel.

Súbito, el ganado empezó a remolinear, entre espan-tado choque de cornamentas, apretándose contra la va-lla del encierro, como vertiginosa marejada, con ím-petu arrollador. Alguna res quebróse el pecho contrala puerta, y murió al instante, pisoteada por el tumul-to. Los vigías empezaron a cantar, acudiendo con los,caballos, y la torada se contuvo, mas pronto volvió aremecerse en aborrascadas ondas, crujió el tranquero,hubo berridos, empujones, cornadas. Y así como el de-rrumbe descuaja montes y rebota por el desfiladerosatánico, rompió el grupo mugiente los troncos de laprisión y se derramó sobre la llanura, bajo la nochepávida, con un estruendo de cataclismo, con una con-vulsión de embravecido mar.

La peonada y el mujerío acudieron con lámparas,pidiendo socorro. Hasta Zubieta, siempre encerrado,.averiguaba a gritos qué ocurría. Los perros persiguie-ron el barajuste, cloquearon las gallinas medrosas ylos zamuros de la ceiba vecina hendieron la sombra,<;onvuelos entorpecidos.

En los portillos de la corraleja quedaron aplastadasdiez reses, y más lejos, cuatro caballos. Clarita vinocon estos pormenores a encarecerme la reserva de nues-tra complicidad.

Cuando coloqué en su antiguo sitio la piel de tigre,,todavía retumbaba el desierto.

LA VORÁGINE

** *

Al siguiente día me levanté después de los comenta-¡riosal sucesonocturno y de las bravatas del viejo, quedisimulaba con blasfemias su regocijo interior: "¡Mal-,dita sea! Yo no tengo la culpa d'e que el ganao bara-justara. Díganle al Barrera que vaya a cogelo, si tieneibagajespa remontá la gente. ¡Pero que me pague pri-mero los cabayosque se malograronl ¡Maldita sea!"

-El señó Barrera quié vení p'acá a discutí con ustélo de anoche..

-Aquí no puée acercarse,porque el guate anda ar-~maoy no quero más disgustosen mis propiedaes.

-Se me pone -observaba uno- que jué la ánima'<leldijunto julián Hurtao la que se presentó en el co-rral, y por eso barajustó la toráa. AlgUno de los ve-laores vio una figura blanca sobre la cerca, del lao-ondedicen que dejó el entierro.

- Puée ser verdá.-Sí, porque ya otra noche se nos apareció, con una

linternita en la mano, por la oriya de la sabana, ca-minando sin pisar el suelo.

-¿Y por qué no le preguntaron, de parte de Dios,>quéquería?

-Porque apagó la lucecita y casi quedamos privaos.-Bandíos, rugió Zubieta: ustedes jueron entonces

los que tuvieron cavando entre las raíces del algarro-bo. ¡Ojalá los tope yo en esasvagabunderías pa echar-les bala!

Cuando salí al patio, había mucha gente reunida,'pero Barrera no estaba allí. Dándolas de inocente, me.asoméal corral, donde varios hombres descuartizabanlos toros destripados.

-No valió -'decía uno- que yo me le pusiera ade-

88 JOSÉ EUSTASIO RIVERA

lante al ganao, corriendo de estampía y cantándole enla oscuridá pa ve si lo apaciguaba. Fui hasta muy lejos,y, gradas a mi potro, no morí atropeyao.

Momentos después, al regresar a la casa,vi que Cla-rita les vendía ron, en un coquillo labrado, a los de lajunta. Había hombres desconocidos y debajo de los.bayetones les cantaban los gallos. Quiénes discutíancazando apuestas a la tapada, o les afilaban las espue-las a los campeones, o con buches de aguardiente lesrodaban el costado, alzándoles el ala. Patiamarrados,con cordeles, escarbando el suelo, desafiábanse los ri-vales de plumajes vistosos y cuellos congestionados.Por fin, Zubieta tomó un carbón y trazó en el pisodel caney un círculo irregular. Colocóseen su asiento,recostándolo a una columna, frecuentó la botella, ycon áspera risotada propuso:

-¡Voy cien toretes al requemao contra el canaguay!Clarita, detrás del grupo, movió la cabeza para in-

dicarme que no apostara. Pero yo, con insolente arro-gancia, avancé diciendo: -¡Escojo el pollo y voy lag;doscientas cincuenta reses que le gané a los dadosl

El viejo se corrió.Entonces le dijo un sujeto, apretando el puño:-Eche diez toros contra las libras que hay aquí, o-

contra el resto que guardo en mi faja.Zubieta tampoco aceptó. Pero el hombre replicaba

porfiado:-¡Mire, patrón, son aguilitas y reinitas pa su entie--

rrito de la topochera!-¡Mentís! Pero si el oro es legítimo, te lo cambia

por monea papel.-No le jalo.-Prestame una libra pa reconocerla.

LA VORÁGINE 89

Observóla el viejo por todas partes, con hambrien-tos ojos, palpó el grabado, hízola sonar y luego la lle-vó a los dientes. Satisfecho,gritó:

-¡Pago! ¡Ta ida la pelea contra el canaguayl-Pero con la condición de que el tuerto Mauco se

brgue, porque puée rezarme el poyo.-¡Yo qué rezo ni qué náalNo obstante, lo hicieron salir del grupo refunfu-

ñando y lo encerraron en la cocina.Los careadores levantaron los gallos, y chupándoles

los espolones, se los frotaron luego con limón, a con-tentamiento del público. Presto, a la voz del juez depelea, los enfrentaron dentro del círculo.

El gallero gritaba, agachado sobre el palenque:-¡Hurra, poyitol Alojo, que es rojo; a la pierna,

que es tierna; al ala, que es rala; al pico, que es rico;al pescuezo, que es tieso; al codo, que es godo; a lamuerte, que ésa es mi suerte!

Miráronse los contendores con ira, picoteando laarena, esponjado sobre el dorso rasurado y sanguíneola gorguera de plumas tornasoladas y temblorosas.Con simultáneo revuelo, en azul resplandor, lancea-ron el vacío, por encima de sus cabezas,esquivas a lapunzada y al aletazo. Rabiosos, entre el vocerío de losespectadoresque ofrecían gabelas, se acometieron unay otra vez, se cosían a puñaladas, se prendían jadean-tes; y donde agarraba el pico, entraba la espuela, contesón homicida, entre el centelleo de los plumajes, en-tre el salpique de la sangre ardorosa, entre el ruido delas monedas en el estadio, entre la ovaciónpalmoteadaque hizo la gente cuando vio rodar al canaguay con elcráneo abierto, sacudiéndosebajo la pata del vencedorque, erguido sobre el moribundo, saludó la victoriacon un clarineo triunfal.

JOSÉ EVSTASIO RIVÉRA

En ese momento palidecí: Franco pasó el tranquero,.seguido de varios jinetes.

** *

Zubieta no se impresionó menos al ver a los reciénllegados. Arrastrando el paso les salió al encuentro:

-¿Y ustedes, camaráas, pa ónde bueno caminan?-Para aquí no más -dijo Franco apeándose.y me abrazó con efusión.-De mi rancho, ¿qué noticias me tienes? ¿Qué te

pasó en el brazo?-¡Nada! ¿Acasono vienes de La Maporita?-Salimos directamente de Tame; pero desde ayer le

ordené al mulato Correa que extraviara hacia mi casay se viniera contigo, trayendo los cabayos.Este abrazote lo manda don Rafael. Siguió su viaje sin complica-ciones, gracias a Dios. ¿Dónde podemos ensiyar?

-Aquí, en el caney -rezongó Zubieta-. y les gri-tó a los jugadores: -¡Váyanse lejos con su vagabunde-ría, porque menesto la ramáa!

Ellos, recogiendo sus gallos, salieron en dirección alos toldos, con jaleo de tiples y maracas. Y los vaque-ros desensillaron.

-¿Verdad que anoche hubo barajuste?-¿Por qué lo decís?-Desde esta mañana vimos partidas de ganado que

corrían solas. Y pensamos: 10 barajuste, o los indioslPero ahora que pasamos por los corrales...

-¡Sí! Barrera me dejó ir el rodeo. No sé cómo re-mediará, sin cabayos...

-Nosotros nos comprometemos a cogerle las resesque quiera, según lo que nos pague -repuso Franco.

LA VORÁGINE 91'

-Yo no pennito más correteos en mis sabanas, por--que los bichos se mañosean.

-Quería decir que como desde mañana empezare-.mos la cogienda de los toros que negociamos...

-¡Yo no he firmao documento con naide, ni recuero.do de trato ninguno!

Al repetir eso se golpeaba la pierna.Cuando el viejo ocupó la hamaca, vino el gallera-

perdidoso y nos dijo:-Dispensen que los interrumpa ..-Echáme pa acá las libras que te gané.-De eso quería tratarle: al canaguay lo volvieron

loco, al canaguay le dieron quinina, porque desde ayer-el tuerto Mauco mercó las píldoras en los toldos, y us-ted mismo las revolvió' con granos de maíz. El señorBarrera quiso que yo apostara contra usted, a pesar de-lo que sucedió, pa probarle que tampoco hace juegolegal y qu~ no debe seguir desacreditándolo delantedel señor Cava.

-Eso lo arreglarán después -interrumpió Franco,.sacudiendo al amostazado vejete-o ¡Lo importante es~que me aclare ahora mismo lo del negocio, porque-usted se equivoca si piensa que puede jugar conmigol

-Franquito, ¿venís a matarme?-Vengo a coger el ganado que me vendió, y para.

eso traje vaqueros. jLocogeré, cueste lo que cuestelj Y sino que nos yeveel judasl

Los vaqueros, ganosos de nuevo espectáculo, se agru..paran alrededor del chinchorro. Al verJas, exclam6.Zubieta:

-Señores, sírvanme de testigos que me taba chan-.ceando..

Y cadavérico, porque F~anco tenía revólver, se vol-ovió hacia mí con los párpados húmedos:

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

-¡Guate, por Dios! ¡VOte pago tus resecitas!¡Fran-,quito, no me hablés de ese modo, que me asustás!

El intruso, que presumía de leguleyo, sentenció:-¡La legalidá es pa tóos! Páguele también al señor

Earrera, y quedamos en paz. El ta de salía pal Vicha-da, y usted es responsable de la demora y los per-juicios.

Con energúmena reprimenda estalló el anciano, co-locándose entre Fidel y yo:

-¡Juyero, juyero! ¿No sabés quénes tan aquí? ¿Que-Tésque te saquemos a palos? ¿Por qué te mezclásconestos cabayeros,que son mis clientes y amigos queríos?¡Decile a tu Barrera que no me sobe, porque éstosmehacen respetál

Y, apoyándose en nuestros hombros, le asestó unpuntapié.

** *

Cuando Franco me vio la herida y le conté lo suce-dido, cogió el wínchester para desafiar a Barrera y sa-lió corriendo. Clarita lo contuVoen el patio.

-¿Qué vas a hacer? Nosotros tomamos ya venganza.Y le refirió lo del barajuste.

Al ver la decisión de aquel hombre leal que arries-gaba la vida por mí, sobrecogímede remordimiento yquise confesarle lo sucedido en La Maporita, para queme matara.

-Franco -le dije-o ¡Yono soy digno de tu amistad.Yo le pegué a la niña Griselda!

Desconcertado, se ahogó en estas voces: -¿Algunafalta que te cometió? ¿Atu señora?,¿Ati?

-¡No, no! Me emborraché y las ofendí a ambas, sin

LA VORÁGINE 93

motivo alguno. ¡Hace ya siete días que las dejé solas_¡Dispará contra mí esa carabina!

Tirándola al suelo, se echó en mis brazos: -Tú de-bes tener razón, y si no la tienes, te la concedo.

y nos separamos sin decir una palabra más.Entonces Clarita me estrechó la. mano; -¿Por qué

no me habías dicho que tienes señora?-Porque de ella no debemos hablar los dos.Quedóse pensativa, con la vista baja, volteandq en-

tre los dedos el cordón de una llave. Después me laofreció diciendo: -¡Ahí te queda tu oro!

-Yo te lo regalé, y si no lo aceptas como obsequio,déjalo en pago de tus solicitudes durante mi enfer-.medad.

-¡Ojalá que te hubieras muerto!La vi alejarse hacia la cocina, donde los músicos be-

bían guarapo. Desde allí, para que yo la oyera, acen-tuó; -¡Díganle a Barrera que siempre me voy con él!

Y, despechada, empezó a bailotear un bunde, alzán-dose el traje más arriba de las rodillas, entre cuchu-fletas y palmoteos.

Mi corazón, libertado del peso de la inquietud, co-menzó a latir ágilmente. Ya no me quedaba otra con-ogoja que la de haber ofendido a Alicia, pero cuándulce era el pensamiento de la reconciliación, que seanunciaba como aroma de sementera, como lontanan-za del amanecer. De todo nuestro pretérito sólo que ..daría la huella de los pesares, porque el alma es comoel tronco del árbol, que no guarda memoria de las Ha--raciones pasadas sino de las heridas que le abrieron enla corteza. Pero, cuitados o dichosos, debíamos serlo engrado sumo, para que más tarde, si la fatalidad nos-apartaba por diversos caminos, nos aproximaba el re-cuerdo, al hallar abrojos semejantes a los que un día

Josf: EUSTASIO RIVERA

nos sangraron, o perspectivas como las que otrora noSsonrieron, cuando teníamos la ilusión de que nos amá-bamos, de que nuestro amor era inmortal.

Hasta tuve deseos de confinarme para siempre en,esas llanuras fascinadoras, viviendo con Alicia en unacasa risueña, que levantaría con mis propias manos ala orilla de un caño de aguas opacas, o en cualquierade esas colinas minúsculas y verdes donde hay unpozo glauco al lado de una palmera. Allí de tarde secongregarían los ganados, y yo, fumando en el umbral,<como un patriarca primitivo de pecho suavizado porla melancolía de los paisajes, vería las puestas del solen el horizonte remoto donde nace la noche; y libre yade las vanas aspiraciones, del engaño de los triunfos.efímeros, limitaría mis anhelos a cuidar de la zonaque abarcaran mis ojos, al goce de las faenas campesi-nas, a mi consonancia con la soledad.

¿Para qué las ciudades? Quizá mi fuente de poesíaestaba en el secreto de los bosques intactos, en la cari--cia de las auras, en el idioma desconocido de las cosas;en cantar lo que le dice al peñón la onda que se des-pide, el arrebol a la ciénaga, la estrella a las inmensi-dades que guardan el silencio de Dios. Allí en esos-campos soñé quedarme con Alicia, a envejecer entre lajuventud de nuestros hijos, a declinar ante los solesnacientes, a sentir fatigados nuestros corazones entrela savia vigorosa de los vegetales centenarios, hasta queun día llorara yo sobre su cadáver o ella sobre el mío.

** *

Franco dispuso que yo no fuera a las sabanas por-,que podía gangrenarse mi brazo si se enconaba la cica-.triz. Además, los potros escaseaban y era mejor desti-

LA VORÁGINE 95

nados a los vaqueros reconocidos. Este razonamientome llenó de amargura.

Salieron del hato quince jinetes a las dos de la ma-drugada, después de apurar el sorbo de café tinto tra-,dicional. Al lado de las monturas, sobre el ijar dere-cho de las caballerías, colgaban en rollos las sogasHa-neras, cuyo extremo se anudaba a la cola de cada tro-tón. Lucían los vaqueros sendos bayetones, extendidos;sobre los muslos, para defenderse del toro en los lan-.cesfrecuentes, y al cinto portaban el dentado cuchillopara descornar. Franco me dio el revólver, pero colgó.su wínchester del borrén de la silla.

Volvió luego a rendirme el sueño. ¡Ah, si hubiera:sentido lo que entonces debió de pasar!

A poco de salir el sol, llegó el mulato Correa tra-yendo reatados los caballos de don Rafael. Le salí alencuentro, por delante de los toldos, y vi que Barreraestaba afeitándose. Clarita, sentada sobre un baúl, lesostenía el espejo con las manos. Sin contestarles elsaludo, me puse al estribo del mulato y entramos enla conaleja.

-¿Viste a Alicia? ¿Qué recado me traes?-Con eya no pude verme porque taba yorando en-

cerráa. La niña Griselda les mandó esta maleta de ro-pa, será pa que se le presenten mudaos. A tóo momen-to se asoma, a ve si ustedes yegan. Taba' arreglandopetacas y dijo que hoy se venían pa acá..

Esta noticia me tornó jovial. ¡Por fin mi compañeravendría a buscarme!

-¿Y llegarán en la curiara?-La patrona hizo dejá tres cabay<?s.-¿Y te preguntaron por mí?-Mi mama me dijo que usté le iba a yená al hom-

bre la cabeza de cuentos.

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

_¿Y sabían lo de mi braw?-¿Qué le pasó? ¿Lo tumbó alguna bestia?-Una heridita, pero ya estoy bien._¿Y ónde me tiene mi morocha?-¿Tu escopeta? Debe estar con mi montura en los

toldos. Vete a reclamada.Al quedar solo, una duda lancinante me conmovió:

¿Barrera habría vuelto a La Maporita? Yo lo hacía vi-gilar por Mauco a mañana y noche; ¿pero el tuerto mediría la verdad? Y pensé: puesto que Barrera se acica-la, ha sabido ya que Alicia llega. Talvez sí; talvez no.

Pero Alicia sabría conducirse. Además, aquel hom-bre me tenía miedo. ¿Por qué no lo apartaba de mipensamiento para hundirme en el augurio de la visitafeliz? Si Alicia me buscaba, era obedeciendo al amor,y vendría a reconquistarme, a hacerme suyo para siem-pre, e.ntre azorada y puntillosa. Con agravado acento,.con tono de reconvención, me reprocharía mis faltas;y para hacérmelas mayores, se ayudaría de aquel gestoinolvidable y habitual con que sellaba su boca, contra-yendo los labios para llenar de gracia los hoyuelos delas mejillas. Y queriendo perdonar, me repetiría queera imposible el perdón, aunque la enmienda superaraal propósito y a la súplica.

Por mi parte, pondría también en juego mi habili-dad para retardarle el instante del beso gemebundo yconciliador. Desde la orilla del caño le alargaría la ma-no ceremoniosa para que saliera de la curiara, cuidan-do de que advirtiera el cabestrillo de mi brazo enfer-mo, y negándome después a la urgencia de sus pregun-tas: -¿Estás herido? ¿Estás herido?

-No es nada grave, señora.-¡Me apena tu palidezl

LA VORÁGINE 97

Lo mismo haría al acercármele a su caballo, si ve-nían por tierra.

Pensé exhibírmele cual no me vio entonces: concierto descuido t:n el traje, los cabellos revueltos, elrostro ensombrecido de barba, aparentando el portede un macho almizcloso y trabajador. Aunque Maucosolía desollarme la cara con su navaja de tajar correas,tomé la resolución de no ocuparlo aquel día, para dis-tinguirme de mi rival.

¡Decidí luego irme del hato sin esperar a las muje-res, y aparecer una tarde, confundido con los vaqueros,trayendo a la cola del potrejón algún toro iracundo,que me persiguiera bufando y me echara a tierra lacabalgadura, para que Alicia, desfallecida de pánico,me viera rendirlo con el bayetón y mancornarlo de unsolo coleo, entre el anhelar de la peonada atónital

El mulato volvió de los toldos con arma y montura.-El señor Barrera quedó apenaísimo. Que no sabía

que estas cosas taban ayá. Les entendí que mandaríangente a cogé los bichos dispersaos.

-Te prohibo esa compañía. Si no quieres ir solo,iré contigo.

-¿Onde le dijeron que anochecían?-En Matanegra.

-Pero don Fidel me indicó la vega del Pauta. Mevoy porque me coge la noche y se me riega la brigáa.

-Guarda esa ropa en aquel cuarto y tráeme la cara-bina. Vamos a cualquier parte. Yo te acompañeré.

Fui a la cocina a despedirme de Zubieta. Llamélovarias veces. Nadie respondió.

JoSÉ EUSTASIO RIVERA

** *

Cuando íbamos tan distantes del hato que sólo se:advertían los airones de sus palmares, el mulato se des-montó a cargar la escopeta.

-Siempre es bueno andá prevenío. Pólvora poca Ymunición hasta la boca.

-¿A qué obedece tu precaución?-puée alcanzarnos la gente del hombre. Por eso re-

petíque íbamos a la vega del Pauto, pa que lo oyeranlos mucharejos que componían las puertas del corral.Ora cogemos ponde dijo usté.

Habríamos caminado tres leguas más cuando volvióa apartarme del pensamiento de Alicia.

Yo quero consultarle mi caso, y perdone. La Clarita

me ha puesto el ojo.-¿Estás enamorao d~ ella?-Esa es la consulta. Hace quince días me echó este

flor~o: ¡Qué negrito tan bien jormaol ¡Asina me pro-

voca uno!_y ¿Qué respondiste?-Me dio verguenza ...-¿Y después?-Eso también va con la consulta: me propuso <'.[ue

.colgáramos al viejo Zubieta y nos juyéramos pa lejos._¿Y por qué? ¿Cómo? ¿Para qué?-Pa que diga ónde tiée el oro enterrao.-¡Imposible! ¡Imposiblel Esa es una sugestión de

:Barrera.-Cabalmente, porque él me dijo después: Si este

mulatico se vistiera bien, cómo quedara de plantao yqué mujeres las que topara. Yo sé de una personitaque lo quere mucho.

LA VOllÁGINE 99-¿Y qué respondiste?-"¡Esa personita con usté duerme!" Asina se las

<eché,pero el maldito no se ofende por náa. Se puso a.desbarrá contra Zubieta diciendo que no le pagaba al.zambaje su trabajo; y que cuando se le ocurría darle.a uno alguito, sacaba los daos pa descamisarlo al jue-go. Y esa sí es la verdá.

Como me iba sofocando el calor, le ordené al mula-to que me llevara a algún estero donde pudiera sa-,ciar la sed., -Puaquí no topamos agua en ninguna parte. Onde

hay un jagiiey jamoso es allao de aqueyos médanos.Empezamos a atravesar unos terronales inmensos,

de tierra tan reseca y endurecida, que limaba los eas-<os de las cabalgaduras. Y era necesario avanzar porallí, pues los zurales laberínticos extendían a los ladossus redes de acequias exhaustas, conocidas sólo deltigre y de la serpiente.

El bebedero era una poceta de agua salobre y turbia,espesa como jarabe, ensuciada por los cuadrúpedos dela región. Al verla, sentí repugnancia instintiva, peroCorrea me sedujo con el ejemplo. Agachóse sobre elestribo, y de entre las patas de los caballos sitibundos~acó su cuerno rebosante.

- Tápelo con el pañuelo pa que le sirva de cedazo.Así lo hice varias veces, sacudiendo los animalillos

..que hervían pegados en el revés de la' tela húmeda.-Blanco, puaquí anda gente forastera. Aquí ta el

-rastro de una mula herráa, yeso no es de ley en estas~abanas, ande no hay piedra.

El mulato tenía razón, porque a poco trecho delpozo columbramos dos puntos que se movían a dis-tancia.

-Esas son personas que andan perdías.

100 Jost ¡EUSTASlO RIVERA

-Parece más bien ganado.-Le apuesto a que son racionales.Probablemente nos habrían visto, porque se ende-

rezaron hacia nosotroS. Ya percibíamos el paraguas ro-jo del que venía adelante, afligiendo la mula con losestribos, envuelto en una sábana enorme, a la manerade las matronas rurales. Los esperamos bajo un mori-che de egoísta sombra, con curiosidad y recelo.

Mientras Correa remudaba los bagajes, llegaron lossujetos desconocidos, saludándonos a grandes voces:

-¡Favor a la justicia, que anda extraviada!- -Ora y siempre, respondió el mulato ingenuo.

-Muéstrennos el camino de Hato Grande. ¡Este do-tor es juez de Orocué, y yo su secretario, por añadi-dura baquiano.

Al oírlo, le averigiié si ese funcionario era el que fir-maba José Isabel Rincón Hernández; e hice esta pre-gunta porque del tal yo sabía que de peoncejo de ca-rretera ascendió a músico de banda municipal y luegoa juez de circuito de Casanare, donde sus abusos lohacían célebre.

-¡Sí respondió el emparaguado. Yo soy el doctor yéste que les hablaba es un simple escribie~te.

El tísico rostro del señor juez era bilioso como susespejuelos de celuloide y repulsivo como sus dientesllenos de sarro. Simiescamente risible, apoyaba en elhombro el quitasol para enjugarse el pescuezo con unatoalla, maldiciendo los deberes de la justicia que leimponían tantos sacrificios, como el de viajar mal mon-tado por tierras de salvajes, en inevitable comercio congentes ignorantes y mal nacidas, dándose al riesgo delos indios y de las fieras.

-Llévennos ahora mismo -ordenó con acento decla-mador, revolviendo el mulengue- al hato infernal

LA VORÁGINE 101

donde un tal Cova comete crímenes cotidianos; donde'-mi amigo, el potentado Barrera, corre serios peligrosen vida y hacienda; donde el prófugo Franco abusade mi criterio tolerante, que sólo le exige conducta-correcta y nada más. 1Pónganse ustedes, incondicio-nalmente, al servicio de la justicia y cambiennos estasbestias por otras mejoresl

-Se equivoca usted, señor, tanto en sus conceptos,.como en el camino que busca. Ni el hato queda por.aquí, ni las personas que nombra son todas como us-ted piensa, ni mis caballos, bienes mostrencos.

-Sepa usted, irrespetuoso joven -replicóme aira-do- que por celo plausible nos aventuramos solos enestas pampas. El mensajero que me envió Zubieta cla-mando auxilio contra Barrera, fue seguido por otro de.éste, para exigir caución" al facineroso Cava. Venimosa dispensar garantías, y ustedes se favorecen también-con ellas, porque la justicia es como el cielo, que noscubre a todos. Y si es verdad que el empíreo nos cobi-ja de balde, no es menos cierto que las relaciones delos humanos hacen necesario el sostenimiento unáni-me del bien común. Toda contribución es legal y per-tenece al derecho público. Si no quieren ustedes ser-vir de guías, entérenme una cuota equivalente a loque un baquiano de buena voluntad pidiera por su-servicio.

-¿Nos decreta usted una multa?-¡Irrevocable, sin apelaciónl -Confirmó el secreta-

:rio:-. Considere que ahora no nos pagan los sueldos.-Pues miren ustedes -repuse maleante- el hato es-

tá cerca y nosotros vamos para Coroza!. Descabecenaquella sabana, orillen luego la mata de monte, cru-cen el caño, déjense ir por el esterón y desde allí divi-'Sarán la casa antes de media hora.

102 JOSÉ EUSTASIO RIVERA

-¿Oyes? -regañó el juez-o ¡Lo que yo te decíal TÚ'me hiciste asolear por aquí, por rutas desacostumbra-das, por pajonales trágicos, defraudando tus obligacio-nes de conocedor. ¡Te impongo una multa de cincO'

pesos!y después de reducimos la nuestra al suministro de

tabacos y fósforos, entraron en el horizonte, con rum-bo contrario ..

Correa me aclaró algunos detalles relativos al em-brollo de Franco en Arauca. Un joven llamado HelíMesa, que "actualmente vivía como colono en el caño.Caracarate", vino una vez a la Maporita, y, mientras.desyerbaban el conuco, le relató los sucesos como testi-go presencial. Franco era teniente de la guarnicióny estableció su casa lejos del cuartel, a la orilla del río.El capitán dio en perseguir a la niña Griselda, y, paracortejarla a su antojo, dejaba en servicio al subalterno.Este, enterado ya de los propósitos del jefe, abandone>-el puesto una noche y corrió a su habitación. Nadie hasabido qué pasaría a puerta cerrada. El capitán apa-reció con dos puñaladas en el pecho, y, debilitado porel desangre, murió de fiebres en la misma semana, des-·pués de hacerle declaraciones a la justicia, favorables.al acusado.

Ni el hombre ni su mujer fueron perseguidos jamás •.aunque desaparecieron la misma noche de la desgra-cia. Sólo el juez de Orocué les expedía de motu pro-prio boletas de comparendo, equivalentes a letras decambio, pues el oro corría a hablar por ellos, con tandescarada costumbre que ya las órdenes judiciales selimitaban a decir: "Manden lo de este mes."

En tanto que departíamos por la estepa, un cefirillo.repentino y creciente empezó a alborotar las crines delos caballos y a retozar con nuestros sombreros. A

LA VOltÁGINl!:

poco, unas nubes endemoniadas se levantaron hacia elsol, devorando la luz, y un cañoneo subterránéo estre-mecía la tierra. Correa me advirtió que se avecinabael chubasco, y abreviamos las planicies a galope ten-dido, arreando la brigada, suelta, para que se defen-diera con libertad. Buscábamos el abrigo de los mon-tes lontanos, y salimos a una llanada donde gemíanlas palmeras, zarandeadas por el brisote con tan po-derosa insolencia, que las hacía desaparecer del espa-cio, agachándolas sobre el suelo, para que barrieran elpolvo de los pastizales crispados. En las rampas, condisciplinada premura, congregábanse los rebaños, pre-sididos por toros mugientes, de desviadas colas, que seimponían al viento agrupando a las hembras cobardes,y abriendo en contorno una brecha categórica y de-fensiva, las aguas corrían al revés y las bandadas depatos volteaban en las alturas, cual hojas dispersas.Súbito, cerrando las lejanías entre cielo y tierra,descolgó sus telones el nublado terrible, rasgado porcentellas, aturdido por truenos, convulsionado por bo-

. rrascas que venían empujando a.la oscuridad ..El huracán fue tan furibundo que casi nos desgajaba'

de las monturas, y nuestros caballos detuviéronse, 'dan-do la grupa a la tormenta. Rápidamente nos desmon-tamos, y, requiriendo los bayetones bajo el chaparrón.nos tendimos de pecho entre el pajonaI. Oscurecióseel ámbito que nos separaba de las palmeras, y sóloveíamos una, de grueso tallo y luengas alas que seerguía como la bandera del viento y zumbaba al chis-pear cual yesca bajo el relámpago que la encendía; yera bello y aterrador el espectáculo de aquella palmeraheroica, que agitaba alrededor del hendido tronco lasfibras del penacho flameante y moría en su sitio, sinhumillarse ni enmudecer.

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

Cuando pasó la tromba, advertimos que la brigadahabía desaparecido y cabalgamos para perseguida. Ca-lados, entre la ventolera procelosa, anduvimos leguasy leguas sin poder encontrada, y caminando tras lanube que corría como negro muro, dimos con los pe-ñones del desbordado Meta. Desde allí mirábamos her-vir las revolucionadas ondas, en cuyos crestones mo-jábanse los rayos en culebreo implacable, mientras quelos barrancos ribereños se desprendían con sus colo-nias de monte virgen, levantando altísimas columnasde agua. Y el estruendo de la caída era seguido por eltraqueteo de los bejucos, hasta que al fin giraba elbosque en el oleaje, como la balsa del espanto.

Después entre yerbales llovidos donde las palmerasiban enderezándose con miedo, proseguimos la buscade la bestiada, y, ambulando siempre, cayó sobre nos-otros la noche. Mohino, trotaba en pos de Correa, alparpadeo de los postreros relámpagos, metiéndonoshasta la cincha en los inundados bajíos, cuando desdeel comienzo de un ajarafe divisamos lejanas hoguerasque parecían alegrar el monte. "¡Allí vivaquean nues-tros compañeros, allí estánl" Y alborozado, principiéa gritados.

-¡Por Dios, por Dios, cierre la boca que son losindiosl

y otra vez nos alejamos por el desierto oscuro, dondecomenzaban a himplar las panteras, sin resolver nos adescansar, sin abrigo, sin rumbo, hasta que la auroratardía abrió su alcázar de oro a nuestra desfallecient.eesperanza.

** *

Apenas aclaró el día, vimos unos vaqueros que t.raíanpor delante la madrina de bueyes amaestrados, indis-

LA VORÁGJNE

pensable en toda faena, pues sirve para aquietar a lostoros recién cogidos. Había salido el sol, y, sobre losgrandes reflejos que extefldía en la llanura, avanza-ban las reses descopando la grama.

Entre los jinetes que nos saludaron no estaba Fidel,pero Correa los llamó por sus nombres, atropellándoseen los detalles del repentino chubasco, de la desapari-ción de las bestias, del encuentro con los indígenas.

-Mano Ugenio, es la primera vez que me embejucode noche en estas sabanas, y pa colmo, con este blancotan resignao, que ni siquiera tiene los brazos giienos.Ya pensará que soy un zambo indecente.

-Eso nos pasa a tóos, mano Antuco: Yanero no be-be caldo ni pregunta por camino; pero con agua, true-no y relámpago no se puée garantizá.

-¿ Y ustées andaban de ojeo'! ¿Cómo les jué?-Cochinamente. Nos alegramos de que yoviera y nos

vinimos por la tardecita. Toa la noche velamos sin verninguna punta porque el ganao se asustó con la tro-namenta y no quiso dejá el monte. A la madrugáa sa-lió una manchita de reses, pero no jué posible ojear1a,aunque la madrina se portó rebién, convidándola conmugíos. Entonces resolvimos echarle los rangos enci-ma, pa vé qué cogíamos: era puro vacaje viejo y seperdió la carrera. Tóos enlazamos sin provecho, me-nos aquel zambit@ del interió, que dejó esnucao el ea-bayo corriendo en la oscuridá. Por eso viene a pie conla montura en las costiyas.

-Mano Tista -gritó Correa- venga móntese en estepotro, que yo deseo desentumirme.

Porque no se creyera que me acoquinaban las fati-gas, invoqué el recuerdo de Alicia para avivarme, ydije:

-Mano Sidoro, ¿cuántas reses cogieron ayer a lazo?

186 JOSÉ EUSTASIO RIVERA

-Como cincuenta. Pero por la tarde burriaron lospescozones y casi hay vaina entre Miyán y Fidel.

-¿Qué pasa? ¿Qué pasa?-Que Miyán se apareció con una gente a decí que

mcnestaba los corrales de Matanegra,pa me té los to-ros del barajuste, porque venían a cogerlos de nuevo.Franco 1'10 quiso responder ni jota, pero cuando vióque habían traído, perraje le mentó la mama. Mientrastanto, los otros, que andan por cierto mal montaos,se asomaron a la madrina y dijeron que los orejanosque taban cogías eran los mesmos que se le jueron adon Barrera, y querían quitarlos por juerza. Entoncesnos prendimos a muecos unos con otros, y Franco letendió la carabina a Miyán.

_¿ y dónde echa soga la gente de Barrera?-Unos, se volvieron; otros andan por ahí, enma-

chetaos. Esto se pone feo. Y pa piar, ustées dejaronir los cabayos.

Lo malo no es eso -exclamó uno a quien nombra-ban mano Jabián- lo grave es que el juez tá en el hato,según dijeron. Como que lo toparon embarbascao, yMiyán hizo que un vaquero lo encaminara hasta la vi-vienda. Y con la justicia no nos metemos, porque noscoge sin plata. Nosotros queremos imos.

-¡Compañeros, repuse, yo les responderé de quenada pasa!

-¿Y quién responde por usté, que es al que busca laautoridá?

'"'" '"

Fidel no se amilanó por el contratiempo, ni le hizorepresiones al mulato; hasta se alegró de ver que mibrazo herido podía regir las riendas. Era de opinión

LA VORÁGINE

-<í\1ela brigada se había vuelto a los comederos acosotufbrados y que en La Maporita la hallaríamos ..~~ n?té r.eacio a referirme el ~ltercado con Millán.

'''Esa, discusión no vale un commo. Además, en esta:sabarla caben muchísimas sepulturas; el cuidado estáen con\eguir que otros hagan de muertos y nosotros de~nterradores." Así dijo sonriente; pero recibió sobre-'saltado la noticia de que los vaqlJeros querían dejar-nos solos. "De seguro se irán, porque todos tienen.cuentas con la justicia, porque todos roban ganado."

-¿Ya qué hora seguirá la cogienda?, averigiiele, de-vorando el almuerzo de carne tostada, que cortaba yo.mismo de la costilla chirriante al rescoldo.

-Sólo esperábamos la madrina. Fue un error yevar-la al Guanapalo, sabiendo que por ahí ganadean losindios y que los rodeos se enmontan por eyo. Pero en~te banco hay dos mil cachones a cual mejor. Loscabayos resisten todavía dos carreras, o sean treintatoros cogidos, porque el jinete que pierde lazo pagamulta.

-y los enviados de Barrera ¿dónde se hallan?-Míralos: en aquellos mogotes amanecieron. Esa

,gente no es del oficio, a excepción del Miyán que esuna lanza para el colea. Ya les notifiqué personalmen-te que si el perraje me alborotaba la vaquería se en·.eomendaran al diablo y le llevaran salúes nuéstras,porque los mandaríamos al infierno.

Entre tanto, los de la madrina encaminábanla lla-nura abajo, y la dejaron en un estero, J;>astoreadaporvarios rapaces. Al límite opuesto de un morichal veían-.se puntas de toros, pastando al descuido. Avanzamosabiertos en arco para caerles como turbión, cuandooyéramos el grito de los caporales; pero las reses nos"Ventearon y corrieron hacia los montes, quedando só·

108 JOSÉ EUSTASIO RlVEIlA

lo algún macho desafiador, que empinaba la corla-menta para amedrentar a la cabalgata. I

Entonces lanzáronse los cabaUos sobre el desbcthde•.por encima de jarales y comejeneras, con verti~nosaceleridad, y los fugitivos se fatigaron bajo el z~bido'de las lazadas, que abiertas cruzaban el vienlo, paracaerles en los cachos. Y cada vaquero enlazeSsu toro.desviándose a la izquierda, para que saltara lejos de'la montura el resto de la soga enrollada y el potro re-sistiera el tirón en la cola, sin enredarse ni flaquear.

Brincaba en los matorrales la fiera indómita, al sen-tirse cogida, y se aguijaba tras del"jinete ladeando sumedia luna de puñales. Con frecuencia la empitonabael rocín, que se enloquecía corcoveando para derribaral cabalgador sobre las astas enemigas. Entonces elba-yetón prestaba ayuda: o caía extendido para que eltoro lo corneara mientras el potro se contenía, o enmanos del desmontado vaquero coloreaba como uncapote, en suertes desconcertantes, sin espectadores niaplausos, hasta que la res, coleada, cayera. Diestra-mente la maneaba, le hendía la nariz con el cuchilloy por allí le pasaba la soga, anudando las puntas a lacrin trasera del potrajón, para que el vacuno quedarasujeto por la ternilla en el vibrante seno de la cuerdadoble. Así era conducido a la madrina, y cuando enella se incorporaba, volvíase el jinete sobre la grupa,soltaba un cabo del rejo brutal y lo hacía salir a ti-rones por la nariz atormentada y sangrante.

Montaba yo, alegremente, un caballito coral, apasio-nado por las distancias, que al ver a sus compañeros.abalanzarse sobre la grey, disparóse a rienda tendidatras ellos, con tan ágil violencia, que en un instantele pasó la llanura bajo los cascos. Adiestrado por lacostumbre, dióse a perseguir a un toro barcino, y era

LA VORÁGINE 109'

de verse con qué pujanza le hacía sonar el freno sobrelos lomos. Tiraba yo el lazo una y otra vez, con manainexperta; mas, de repente, el bicho, revolviéndosecontra mí, le hundió a 'la cabalgadura ambos cuer:D.0Sen la verija. El jaco, desfondado, me descargó con ra-bioso golpe y huyó enredándose en las entrañas, hastaque el cornupeto embravecido lo ultimó a pitonazoscontra la tierra.

Advertidos del trance en que me veía, desbocároncedos jinetes en mi demanda. Fugóse el animal por losterronales. Correa me dió su potro, y al salir desaladotras de Franco, vi que Millán, con emulador acelera-miento, tendía su caballo sobre la res; mas ésta, alinclinarse el hombre para colearla, la enganchó con uncuerno por el oído, de parte a parte, desgajólo de lamontura, y llevándolo en alto como un pelele, abríacon los muslos del infeliz una trocha profunda en elpajona!. Sorda la bestia a nuestro clamor, trotaba conel muerto de rastra, pero en horrible instante, pisán-dolo, le arrancó la cabeza de un golpe, y, aventándolalejos, empezó a defender el mutilo tronco a pezuña ya cuerno, hasta que el wínchester de Fidel, con doblebalazo, le perforó la homicida testa.

Gritamos auxilio, y nadie venía; corrí a todas par-tes con la noticia y a nadie encontraba. Al fin topé aunos vaqueros que tenían unidos caballo y toro a losextremos de cada soga. Al verme, las cortaron con suscuchillos para acudir a mi llamamiento.

y corríamos más pálidos que el cadáver.

** *

Cuando llegamos al sitio de la tragedia, llevaban ha-cia el monte los despojos del victimado, en la hama-

110 Josf: EUSTASIO RIVERA

·quilIa de un bayetón sostenido por las cuatro puntas.Franco tenía la camisa llena de sangre y desfogaba avoces su agitación entre el grupo de peones silenciosos ..El muerto yacía de espaldas sobre un moriche caído,y lo tenían cubierto con su propia ruana, en espera dela rigidez.

Entonces fuimos a buscar los restos de la cabeza en-tre las matujas atropelladas, y en parte ninguna loshaHamos. Los perros, alrededor del toro yacente, lelamían la cornamenta.

A pleno sol regresamos al montezuelo. Correa, conuna rama, le espantaba al muerto las moscas. Francoen un esterito próximo, se limpiaba los cuajarones.Los compañeros de Millán hacían proyectos para bai-lar en el velorio.

'-Lo que es yo, rezongaba uno, tuviera agraecío sidende ayer se hubieran descogotao en nuestra presen-cia. Pero esto de decir que lo mató el toro, cuandooímos claramente los tiros, poco me suena. No habíapa qué arrastrarlo y descabezarlo. Esa crueldad sí ofen-de a Dios.

-¿No sabe usted cómo fue la desgracia?-Sí, señó. El asesino, el toro; el muerto, Miyán; los

cómplices nosotros, y los inocentes, ustées. ¡Por esome voy adelante con el aviso, pa que abran el hoyoy alisten música y trago, y corten la mortaja pa quenla merece!

Así dijo, y mascullando amenazas, alejóse a escape.Yo no quería ver al difunto ... Sentía repugnancia

al imaginar aquel cuerpo reventado, incompleto, lívi-do, que fue albergue de un alma enemiga y que mimano castigó. Me perseguía el recuerdo de aquellosojos colorados y rencorosos que me asaltaron por do-quiera, calculando si en mi cintura iba el revólver.

LA VORÁGINE 111

_Aquellos ojos, ¿dónde cayeron? ¿Colgarían de algunabreña, adheridos al frontal roto, vaciado, repulsivos go-teantes? ¿Qué sería de aquella cabeza obtusa, centro dela malicia, filtro de venganza, cubil de la maldad y del

,..odio? Yo la sentí crujir al choque del cuerno curvo,que le asomó por la sien opuesta, mientras el sombre-ro embarboquejado saltaba en el aire; la vi cuando eltoro, desgarrándola de la cerviz, la proyectó hacia arri-ba, cual greñudo balón. ¿Y qué se hizo? ¿Dónde san-

:graba? ¿La enterraría la fiera con sus pezuñas, cuandodefendiendo el cadáver, trilló el barzal?

Lentamente, el desfile mortuorio pasó ante mí: un,hombre de a pie cabestreaba el caballo fúnebre, y lostaciturnos jinetes venían detrás. Aunque el asco mefrunda la piel, rendí mis pupilas sobre el despojo.Atravesado en la montura, <!onel vientre al sol, iba elcuerpo decapitado, entreabriendo las yerbas con losdedos rígidos, como para agarrarlas por última vez.

'Tintineando en los calcañales desnudos, pendían lasespuelas que nadie se acordó de quitar, y del ladoopuesto, entre el paréntesis de los brazos, destilaba

.aguasangre el muñón del cuello, rico de nervios ama-,rillosos, como raicillas recién arrancadas. La bóvedadel cráneo y la mandíbula que la sigue faltaban allí,y solamente el maxilar inferior reía ladeado, comoburlándose de nosotros. Y esa risa sin rostro y sin alma,,sin labios que la corrigieran, sin ojos que la humani-zaran, me pareció vengativa, torturadora, y aun altravés de los días que corren, me repite su mueca des-

·.de ultratumba y me estremece de pavor.

**' *

Más tarde, cuando la comitiva empezó a fumar y lacharla se hizo ruidosa, propuso Franco: Pues que será

llll JOSÉ EUSTASIO Rn'ERA

preciso suspender la cogienda, mientras se normaliza:.la situación, conviene regresar en busca de las cabaye-rías. Los vaqueros mejor montados, vengan acá; losotros yeven la madrina tras del muerto. Por ayá les"caeremos al anochecer.

Sólo Úete peones obedecieron. Antes de abandonar'a los remisos, le rogué a un muchacho adelantarse connoticias nuéstras, para prevenir el ánimo de Aliciacuando divisara el cortejo, que en aquel minuto entra--ba en el morichal de la lejanía, como entre las colum-natas de una basílica descubierta, Los bueyes del ma--drineo alargaban la procesión.

Aunque el mulato me señalaba las sabanetas donde'anochecimos la víspera, fuéme imposible reconocerlas,por su semejanza con las demás; pero advertía el ras-·tro del ventarrón en el desgreño de los ramajes, enlos fulminados troncos de algunas palmeras, en eldesgonce de los pastos vencidos. En tanto, el recuerdo-,del mutilado me acompañaba; y con angustia jamáspadecida quise huir del llano bravío, donde se respiraun calor guerrero y la muerte cabalga a la grupa deloscuartagos. Aquel ambiente de pesadilla me enfla-quecía el corazón, y era preciso volver a las tierras ci--vil izadas, al remanso de la molicie, al ensueño y a laquietud.

Destemplado por la zozobra, me atrasé de mis cama-·radas cuando nos alcanzaron los perros. De repente,.la aulladora jauría, con la nariz en alto, circundó elperímetro de una laguna disimulada por elevados jun-.coso Mientras los jinetes corrían haciendo fuego, vique una tropa de indios se dispersaba entre la maleza,_fugándose en cuatro pies, con tan acelerada vaquía,.que apenas se adivinaba su derrotero por el temblor-de los pajonales. Sin gritos ni lamentos, las mujeres'.

LA VORÁGINE

\Sedejaban asesinar, y el varón que pretendiera vibrarel arco, caía bajo las balas, apedazado por los molosos.Mas con repentina resolución surgieron. indígenas detodas partes y cerraron con los potros para desjarre-tarlos a macana y vencer cuerpo a cuerpo a los jinetes.Diezmados en las primeras acometidas, desbandáronsea la carrera, en larga competencia con los caballos,hasta refugiarse en intrincados montes.

"¡Aquí, Dóllar, aquí MarteZ!" gritaba yo de estam-pía, defendiendo. a un indio veloz que desconcertaba-con sus corvetas a dos perros feroces. Siguiéndolo siem-pre, paralelo a las curvas que describía, lo vi desandarJa misma huella, gateando mañosamente, sin abando-nar su sarta de pescados. Al toparme, se enmatorró, yyo, receloso de sus arrestos, paré las riendas. Mas de ro-dillas abrió los brazos: "¡Señor intendente, señor inten-dente! ¡Yo soy el Pipa! ¡Piedad de mí!".

y sin esperar que le respondiera, miedoso de la pe-rrada, saltó a la grupa de mi alazán, abrazándomecompungido:

-¡Perdón, perdón! ¡Ahora le refiero lo del caballo!Creyendo que el cuitado me maltrataba, acudieron

los hombres en mi socorro, y Correa lo tiró al suelode un culatazo; pero más se tardó en caer que en en-caramarse de nuevo, exclamando: ¡Nosotros somosamigos! ¡Yo soy el paje de la señora!

-Miren a este come-ganao, capitán de la guajibera,salteador de las fundaciones, a quien tantas veces he-mos corrío. ¡Ora me las pagás de contao!

-¡Caballero, no se equivoque, no se precipite, no meconfunda; fue que los indios me aprehendieron, meempelotaron y el señor intendente me libertó. El meconoce mucho y su señora me necesital

Como todos le achacaban los incendios en el Hatico,

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

fingía llorar a mares, cónsternado por la calumnia ..Luego aferrándose a mis cuadril es, alzó sus piernas.sobre las mías para que los perros no lo mordieran"simulando vergiienza de verse desnudo. Y yo, que pa-·sé de la sorpresa a la caridad, lo conduje en ancas,con rumbo al hato, entre la protesta de mis compañe··ros, que lo amenazaban con la castración en represa-lia de sus fechorías.

** *

Apenas recobró la confianza, inició el cautivo sumendoso discurso, que interrumpía para pedirme queles ordenara a los vaqueros adelantarse. "¡N\) lo hagopor mí, decía, sino por usted: se les puede salir un tiroy nos atraviesan por las espaldasl"

Luego, en el tono del amante que convence al oído,agregó:

-¿Gómo iba a ser posible que el señor intendentellegara a su capital sin que le hicieran digno recibi-miento? Estas minucias me desvelaban aquella noche,y monté en su caballo para llevar la noticia al pueblo,tan decidido a regresar pronto, que le dejé a usted miyegua enjalmada. Pero al saber las tropelías que ibana cometerle, por la traída de la señora, eché cabezade este modo: Si lo encarcelan, nadie me libra de mipadrino; si le registran el equipaje, se quedan con to-do; el caballo vale más que la potrancona, pero ambosdos se los quitarán, y es preferible que yo dé mi tro-tadi ta por Casanare y regrese al fin del verano a de-volver todo rango y montura. Mas al bajar por estassabanas, me atajaron los vaqueros de un tal Barreradiciendo que yo andaba tras del ganado, y querían He·varme preso para el Hatico, y me robaron hasta el

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sombrero, y, por quedar a pie, me cautivaron los gua-hibos. Pero olvidaba preguntarle por la señora. ¿Cómola tiene?

En cualquier otra situación me habría divertido lapintoresca trama de sus disculpas; pero entonces, casial anochecer, s610 quería alcanzar al muerto para im-pedir que Alicia lo viera.

Por las llanuras, a media luz, iban dos jinetes a.paso lento.

Cuando los alcanzamos, sus caras no se distinguían,.pero Franco los reconoció: ¿Por dónde siguen los delcadáver?

-Los caporales resolvieron tirarlo al caño, porqueno se aguantaban la jedentina. Después se jueron a sustierras, pues no querían trabajar má.

-Nosotros tampoco lo acompañamos, advirtie~o~unos.

-A mí no me gustan los sinverguenzas, y 'prefiero,quedar solo. El que quiera sus jornales, véngase con-mIgo.

Ellos pronunciaron esta gran frase:- UNosotras preferimos la libertá".-¿Pa qué lao cogieron los camadas?-Pa la costa del Guachiría.-¡Adió, puély galoparon ante la noche.Los cuatro restantes caminamos a toda prisa en bus-

ca del hato semiborroso, donde hacía guiños una can-dela. Aunque el Pipa clamaba amparo, lo forcé a queapeara. Y zaguero; como oscuro fantasma, nos perse-·guía en la sobretarde.

116 JOSÉ EUSfASIO RIVERA

•* :;:Raro temor me escalofriaba cuando nos acercamos

a los corrales. Desde allí percibimos que la ramadaestaba en silencio y que un gran fogón esclarecí,. el pa-tio. Miré hacia los toldos y ya no los vi. Con súbita ca-rrera llegué al tranquero, y el potro, encandilado, seresistía a invadir la estancia. Mauco y unas mujeresacudieron: "¡Por Dios! ¡Váyanse presto, que los<cogen!"

-¿Qué pasa? ¿Dónde está Alicia? ¿Dónde está Alicia?-El viejo Zubieta duerme enterrao y tamos con-

solándonos con la candela.-¿Qué ha sucedido? ¡Dilo pronto!-Que esa voláa les salió mal. .Hubo que amenazarlo para que informara: se ha-

bía cometido un crimen la víspera. Viendo que Zubie-ta no se levantaba, desquiciaron la puerta de la cocina.Colgado por las muñecas en el lazo del chinchorro, ba-lanceándose el vejete, vivo todavía, sin quejarse ni ar-ticular, porque en la raíz de la lengua le amarraronun cáñamo. Barrera, no quiso verlo; mas cuando eljuez llegó al hato, hizo contra nosotros imputacionestremendas. Juró que en días anteriores habíamos ame-nazado al abl.!-elopara que revelara el escondrijo desus tesoros; que esa noche, apenas la gente se fue alos toldos a embriagarse, penetramos por la cumbre-ra y cometimos la atrocidad, distribuídos en grupos,para cavar simultáneamente en la topochera, en el<cuartucho, en los corrales. El juez hizo firmar a todosla consabida declaración y regresó esa misma tarde,custodiado por Barrera y su personal; y el occiso fuesepultado en una de aquellas excavaciones, bajo elmango grande, quizas encima de las tinajas de morro-

LA VORÁGINE 117

cotas, sin ponerle alpargatas nuevas, sin que le ajus-taran las quijadas con el pañuelo, ni le rezaran elSanto Dios, ni le bailaran las nueve noches. Y paramayor desgracia, tenían que cuidar ellos de que losmarranos no revolcaran la sepultura, pues ya una vezhabían desenterrado un brazo del muerto y se lo tra-garon entre horribles gruñidos.

Tan aturdido estaba yo con tal historia, que no ha-bía reparado en que una de las mujeres era Bastiana.Al verla le grité con pávido acento:

-¿Dónde esta Alicia? ¿Donde está mi Alicia?-¡Se jueronl ¡Se jueron y nos dejaronl-¿Alicia? ¿Alicia? ¿Qué estás diciendo?-¡Se la yevó la niña Griseldal

Apoyando en el tranquero los codos, comencé a llo-rar con llanto fácil, sin sollozos ni contorsiones; eraque la fuente de la desgracia, vertiéndose de mis ojos,me aliviab<t el corazón de tan desconocida manera,que permanecí un momento insensible a todo. Mirécon cara aflictiva a mis compañeros, sin sentir pudorde mis lágrimas, y los veía consolarme, como en unsueño. Allí me rodeaban todos. El Pipa se había apro-piado uno de mis vestidos, las mujeres asaban carney Franco me exigía que me acostara. Mas al decirmeque Alicia y Griselda eran dos vagabundas y que conotras mejores las reemplazaríamos, estalló mi despechocomo un volcán, y, saltando al potro, partí enloqueci-do para darIes alcance y muerte. Y en el vértigo delescape me parecía ver a Barrera, descabezado comoMillán, prendido por los talones a la cola de mi cor-cel, dispersando miembros en las malezas, hasta que,atomizado, se extinguía entre el polvo de los desiertos.

Tan cegado iba por la iracundia, que sólo tarde ad-vertí que galopaba tras de Franco y que íbamos llegan-o

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,do a La Maporita. ¡Era verdad que AliCia no estaba,allí! En la hamaca de mi rival se tendería libidinosa,mientras yo, desesperado, desvelaba a gritos la in-mensidad.

Entonces fue cuando Franco le prendió fuego a supropia casa.

** *

La lengua del fósforo hizo vibrar los flecos de la pal-micha, abriéndose en ola sonante que llenó la comar-ca de resplandores cárdenos. Al momento, el platanal,,chamuscado, aflojó las hojas y las chispas multiplica-ron el estrago en la cocina y el caney. A la manerade la vívora mapanare, que vuelve los colmillos contrala cola, la llamarada se retorcía sobre sí misma, ahu-mando la limpidez de la noche, y empezó a dispararbombas en la llanura, donde el viento -aliado lucife-rino- le prestó sus alas a la candela.

Nuestros caballos, espantados, retrocedieron hacia elcaño de aguas bermejas, y desde allí vi desplomarse lamorada que brindó abrigo a mis sueños de riqueza ypaternidad. Entre los muros de la alcoba que fue deAlicia se columpiaba el fuego como una cuna.

Idiotizado contemplaba el piélago asolador sin dar-me cata del peligro; mas cuando vi que :Franco se ale-jaba de aquellos lares maldiciendo la vida, clamé quenos arrojáramos a las llamas. Alarmado por mi de-mencia, recordóme que era preciso perseguir a lasfugitivas hasta vengar la ofensa increíble. Y corriendo,,corriendo entre claridades desmesuradas, observamosque la casa del hato ardía también y que la gentedaba alaridos en los montes.

La calurosa devastación c~mpeaba en los pajonales

LA VORÁGINE 119

de ambas orillas, culebreando en los bejuqueros, tre-pándose a los moriches y reventándolos con retumbasde pirotecnia. Saltaban cohetes llameantes a grandestrechos, hurtándole combustible a la línea de retaguar-dia, que tendía hacia atrás sus melenas de humos,ávida de abarcar los límites de la tierra y batir sust:onfalones tlamígeros en las nubes. La devoradora fa-lange iba dejando fogatas en los llanos ennegrecidos,sobre cuerpos de animales achicharrados, y en toda lacurva del horizonte los troncos de las palmeras ardíancomo cirios enormes.

El traquido de los arbustos, el ululante coro de lassierpes y de las fieras, el tropel de los ganados pavóri-cos, el amargo olor a carnes quemadas, agasajáronmela soberbia; y sentí deleite por todo lo que moría a lazaga de mi ilusión, por ese océano purpúreo que mearrojaba entre la selva aislándome del mundo que co-nocí, por el incendio que extendía su ceniza sobremis pasos.

¿Qué restaba de mis esfuerzos, de mi ideal y de miambición? ¿Qué había logrado mi perseverancia con-tra la suerte? ¡Dios me desamparaba y el amor huía ...

¡En medio de las llamas empecé a reír como Satanás!

SEGUNDA PARTE

-¡Ah selva, esposadel silencio, madre de la soledady de la neblina! ¿Qué hado maligno me dejó prisioneroen tu cárcel verde? Los pabellones de tus ramajes,como inmensa bóveda, siempre están sobre mi cabeza,~ntre mi aspiración y el cielo claro, que sólo entreveocuando tus copas estremecidas mueven su oleaje, a lahora de tus crepÚsculosangustiosos. ¿Dónde estará laestrella querida que de tarde pasea las lomas? ¿Aque-llos celajes de oro y múrice con que se viste el ángelde los ponientes, por qué no tiemblan en tu dombo?¡Cuántas veces suspiró mi alma adivinando al travésde tus laberintos el reflejo del astro que eplpurpuralas lejanías, hacia el lado de mi país, donde hay llanu-ras inolvidables y cumbres de corona blanca, desdecuyos picachos me vi a la altura de las cordillerasl¿Sobre qué sitio erguirá la luna su apacible faro deplata? ¡Tú me robaste el ensueño del horizonte y sólotienes para mis ojos la monotonía de tu cenit, pordonde pasa el plácido albor, que jamás alumbra lashojarascas de tus senos hÚmedos!

Tú eres la catedral de la pesadumbre, donde diosesdesconocidos hablan a media voz, en el idioma de losmurmullos, prometiendo longevidad a los árboles im-

-6

l2lt .Jost EUSTASIO RIVERA

ponentes, contemporáneos del paraíso, que eran yadecanos cuando las primeras tribus aparecieron y es-peran impasibles el hundimiento de los siglos ventu-ros. Tus vegetales forman sobre la tierra la poderosa fa-milia que no se traiciona nunca. El abrazo que no pue-den darse tus ramazones lo llevan las enredaderas ylos bejucos, y eres solidaria hasta en el dolor de lahoja que cae. Tus multísonas voces forman un soloeco al llorar por los troncos que se desploman, y encada brecha los nuevos gérmenes apresuran sus gesta-ciones. Tú tienes la adustez de la fuerza cósmica yencarnas un misterio de la creación. No obstante, miespíritu sólo se aviene con lo inestable, desde que so-porta el peso de tu perpetuidad, y, más que a la ea-cina de fornido gajo, aprendió a amar a la orquídealánguida, porque es efímera como el hombre y marc

chitable como su ilusión.

Déjame huir, oh selva, de tus enfermizas penumbras,formadas con el hálito de los seres que agonizaron enel abandono de tu majestad. Tú misma pareces un ce-menterio enorme donde te pudres y resucitas! ¡Quierovolver a las regiones donde el secreto no aterra a na-die, donde es imposible la esclavitud, donde la vistano tiene obstáculos y se encumbra el espíritu en la luzlibre! ¡Quiero el c~lor de los arenales, el espejo de lascanículas, la vibración de las pampas abiertas. Déjametornar a la tierra de donde vine, para desandar esa ru-ta de lágrimas y sangre, que recorrí en nefando día,cuando tras la huella de una mujer me arrastré pormontes y desiertos, en busca de la Venganza, diosa im-placable que sólo sonríe sobre las tumbas!

LA VORÁGINE

** *

Olvidada sea la época miserable en que vagamos por,~l desierto en cuadrilla prófuga, como salteadores. Sin-·dicados de un crimen ajeno, desafiamos a la injusticiay erguimos la enseña de la rebelión, ¿Quién osó.desafiar el rencor bárbaro de mi pecho? ¿Quién habríapodido amansarnos? Las sendas múltiples de la pampa,quedaron chafadas en aquellos días al galope de nues-tros potros, y no hubo noche que no prendiéramos en,distinto paraje la fugitiva llamarada del vivac.

Después, bajo moriches inextricables, improvisamosun refugio. Allí ambntonábanse los enseres que Mau-<o y Tiana salvaron de la ignición, y que pusieron ennuestras manos antes de irse a Orocué en misión deespionaje. Mas no sabíamos qué suerte hubieran corri-<lo. Fidel y el mulato, el Pipa y yo nos turnábamoscada día en atalayar sobre una palmera la presenciade alguna gente en el horizonte o el triángulo de llU-mo convenido como señal.

-¡Nadie nos buscaba ni perseguíal ¡Nos habían 01--vidado todos!

Yo no era más que un residuo humano de fiebres ypesares. De noche, el hambre, nos desvelaba como un'Vampiro, y porque ya venían las lluvias, concertamosla. dispersión para asilamos luego en Venezuela. Pensé<entonces que don Rafo vendría de regreso a La Mapo-tita, y que con él podríamos volver a Bogotá. Muchos·días lo esperamos en las llanuras aledañas a Tame.Mas apenas declaró Franco que continaría su vida nó--made, no por recelo de la justicia ordinaria sino por,el peligro de que algún Consejo de Guerra lo castigaracomo desertor, desistí de la idea del viaje para manco--munarnos en el destierro y afrontar vicisitudes iguales,

12~ JOSÉ EUSTASIO RIVERA

ya que una misma desventura nos había unido y noteníamos otro futuro que el fracaso en cualquier país.

y nos decidimos por el Vichada.

** *

El Pipa nos condujo a los platapares silvestres deMacucuana, sobre la margen del túrbido Meta, des-pués de la desembocadura del Guanapalo. Moraba enesos montes una tribu guahiba, semidomada, que con-vino en acogemos, a condición de que admitiéramosel guayuco, respetáramos a las pollonas y les ordená-ramos a los wínchester no echar truenos.

Aparecióse una tarde el Pipa con cinco indígenas,que se resistían a acercarse mientras no amarráramoslos dogos. Acurrucados en la maleza, erguíanse paraobservarnos, listos a fugarse al menor desliz, por locual el ladino intérprete fue conduciéndolos de lamano hasta nuestro grupo, donde recibían el adverti~do abrazo de paz con esta frase protocolar: "Cuñao, yoqueréndote mucho, perro no haciendo nada, corazóncontento."

Todos eran fornidos y jóvenes, de achocolatada cu-tis y hercúleas espaldas, cuya membratura se estreme-cía temerosa de los fusiles. Arcos y aljabas habíanlosdejado entre la canoa, que iba a mecernos sobre lasaguas desconocidas de un río salvaje, hacia refugiosrecónditos, temibles, adonde un fátum implacable nos.expatriaba, sin otro delito que el de ser rebeldes, sinotra mengua que la de ser infortunados.

Había llegado el momento de licenciar nuestros ca-ballos, que nos dieron apoyo en la adversidad. Ellosrecobraban la pampa virgen y nosotros perdíamos loque gozososrecuperaban, la zona donde sufrimos y

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batallamos inútilmente, comprometiendo la esperan-za y la juventud. Cuando mi alazán sudoroso se sa-cudió, libre de la montura, y galopó con relinchos tré·mulos en busca del bebedero lejano, me sentí inde-fenso y solo, y.copié en mis ojos tristes el confín, conla amargura del condenado a muerte que se resigna alsacrificio y ve sobre los paisajes de su niñez arrebolarseel último sol.

Al descender el barranco que nos separaba de la cu-riara, torné la cabezahacia el limite de los llanos, per-didos en una nébula dulce, donde las palmeras medespedían. Aquellas inmensidades me hirieron, y, noobstante, quería abrazarlas. Ellas fueron decisivas enmi existencia y se injertaron en mi ser. Comprendoque en el instante de mi agonía se borrarán de mispupilas vidriosas las imágenes más leales; pero en laatmósfera sempiterna por donde ascienda mi espíritualeteando, estarán presentes las medias tintas de esoscrepúsculos cariñosos, que, con sus pinceladas de ópa-lo y rosa, me indicaron ya sobre el cielo amigo la sen-da que sigue el alma hacia la suprema constelación.

** *

La curiara, como un ataúd flotante, sigUlo aguasabajo, a la hora en que la tarde alarga las sombras.Desde el dorso de la corriente columbrábanse las már-genes paralelas, de sombría vegetación y de plagas hos-tiles. Aquel río, sin ondulaciones, sin espumas, eramudo, tétricarnente mudo como el presagio, y dabala imprcsión de un camino oscuro que se moviera ha·cia el vórtice de la nada.

Mientras proseguíamos silenciosos principió a la·mentarse la tierra por el hundimiento del sol, cuya

Ill6 JOSÉ EUSTASIO RIVERA

vislumbre palidecía sobre las playas. Los más ligeros.ruidos repercutieron en mi ser, consustanciado a talpunto con el ambiente, que era mi popia alma la quegemía, y mi tristeza la que, a semejanza de un lenteopaco, apenumbraba todas las cosas. Sobre el panora-ma crepuscular fuése ampliando mi desconsuelo, comola noche, y lentamente una misma sombra borró los.perfiles del bosque estático, la línea del agua inmóvil,las siluetas de los remeras ...

Desembarcamos al comienzo de una barranca suavi-zada por los escalones que descendían al puerto, encuyo remanso se agrupaban unas canoas. Por un sen-dero lleno de barro, que se perdía entre el gramalote.salimos a una plazuela de árboles derribados, dondenos aguardaba el rancho pajizo, tan solitario en aquelmomento, que vacilábamos en ocuparlo, sospechososde alguna emboscada. El Pipa alegaba con los nativosque a semejante vivienda nos condujeron, y nos tras-mitía la traducción de la jerigonza, según la cual losde la ramada ~e dispersaron al ver los mastines. Lmbogas me pedían permiso para dormir entre las Cll-

riaras.y cuando se fueron, Fidel le ordenó. a Correa que se

acostara con el Pipa en la barbacoa, por si intentabatraicionamos esa noche; les quitó los collares a losperros, y, a oscuras, les mudó el sitio a nuestras hama-cas.

Ofreciéndole mi costado a la carabina, me entreguéal sueño.

*=1< *

El Pipa solía hacerme protestas de adhesión incon-dicional, y acabó por relatarme la pavorosa serie de

J. A V O R Á G 1 N E 127

sus andanzas. Su mano sabía disparar la barbada fle--cha, en cuya punta iba ardiendo la pelota de peramán,que cruzaba el aire como un cometa, con el aullido dela consternación y del incendio.

Muchas veces, para librarse del enemigo, se aplanóen el fondo de las lagunas como un caimán, y emergiasigiloso entre los juncales por renovar la respiración;y si los perros le nadaban sobre la cabeza, buscándolo,los destripaba y consumía, sin que los vaqueros pu-dieran ver otra cosa que el chapoteo de algunos juncosen el apartado centro de los charcones.

Adolescente apenas, vino a los Llanos cuando estabaen su auge el hato de San Emigdio y allí sirvió de ea-quis varios meses. Trabajaba todo el día con los Ilane-ros, y por la noche agregábase a sus fatigas la de aco-piar la leña y el agua, prender el fuego y asar carne.De madrugada lo despertaban los caporales a punta-piés para que recociera el café cerrero; y tras de tomar-lo, se iban sin ayudarIe a ensillar la mañosa bestia nidecirIe hacia qué banco se dirigían. Y él, llevando decabestro la mula de los calderos y los víveres, trotabapor las estepas oscurecidas, poniendo oído a las vocesde los jinetes, hasta orientarse y seguir con ellos.

Para colmo, la cocinera de la ramada le exigía coo-peración en sus menesteres, y él, tiznado y humildecomo un guiñapo, se resignaba a su situación. Mas deuna vez, al vaciar el cocido en la barbacoa, sobre lashojas frescas que servían de manteles, atropáronse lospeones con la presteza de buitres hambrientos, y éltendió como todos, las desaseadas manos a la carnepara trinchar algún trozo con su belduque. El arrima-do de la maritornes, un abuelote de empaque torvo quelo celaba estúpidamente y que ya lo había vapuleadocon el cinturón, comenzó a vociferar, masticando, por-

128 JOSÉ EUSTASI0 RIVERA

que no se repetía presto la calderada. Como el coquisno se afanó por obedecerle, lo agarró de una oreja yle baño la cara en caldo caliente. El muchacho, enfu-recido, le rasgó el buche de un solo tajo, y la asaduradel comilón se regó humeando en la barbacoa, porentre las viandas.

El dueño del hato apresó al chicuelo, liándole gar-ganta y brazos con un mecate, y mandó dos hombres aque lo mataran ese mismo día, abajo de las resacas delYaguarapo. Por fortuna, pescaban allí unos indios,que destrizaron a los verdugos y le dieron al sentencia-do la libertad, pero llevándoselo consigo.

Errante y desnudo vivió en las selvas más de veinteaños, como instructor militar de las grandes tribus, enel Capanaparo y en el Vichada; y como cauchero, enel Inírida y en el Vaupés, en el Orinoco y el Guaviare,con los piapocos y los guahibos, con los banivas y losbarés, con los cuivas, los carijonas y los huitotos. Perosu mayor influencia la ejercía sobre los guahibos, aquienes había perfeccionado en el arte de las guerri-llas. Con ellos asaltó siempre las rancherías de los sáli-vas y las fundaciones que baña el Pauto. Cayó prisio-nero en distintas épocas, cuando una raya le lanceó elpie, o cuando las fiebres le consumían; pero, con ries-gosa suerte, hizo pasar por vaquero cautivo de loshatos de Venezuela, y conoció diferentes cárceles,don-de observaba intachable conducta, para volver prontoa la inclemencia de los desiertos y al usufructo de lasrevoltosas capitanías.

-Yo, decía, seré su lucero en estos confines, si ponea mi cuidado la expedición: conozco p-ochas, vagua-das, caminos, y en algunos caños tengo amistades.Buscaremos a los caucheros por dondequiera, hasta. elfin del mundo; pero no vuelva a permitir que el mula-

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to Correa duerma conmigo, ni que me satirice con tan-ta roña. Eso no es corriente entre cristianos y desanimaa cualquier hombre de sentimiento. ¡Algún día lo ras-guño, y quedamos en pazl

•••••• •••

Por ese tiempo me invadió la misantropía, ensom-breciéndome las ideas y descoyuntándome la decisión.En el sonambulismo de la congoja devoraba mis pro-pias hieles, inepto, adormilado, como la serpiente quemuda escama.

Nadie había vuelto a nombrar a Alicia, por deste-rrarla de mi pensamiento; mas esa misma delicadeza.sublevaba en mi corazón todos los odiosreconcentra-dos, al comprender que me compadecían como a unvencido. Entonces las blasfemias sollamaban mis la-bios y un velo de sangre se reteñía sobre mis ojos.

¿Y a Fidello atormentaba el tenaz recuerdo? Sólome parecía triste en sus confidencias, quizás por aco-plarse con mi quebranto. Todo lo había perdido enhora impensada, y sin embargo daba a entender quedesde ese instante se sintió más libre y poderoso. cualsi el infortunio fuera simple sangría para su espíritu.

¿Yyo por qué me lamentaba como un eunuco? ¿Quéperdía en Alicia que no topara en otras hembras? Ellahabía sido un mero incidente en mi vida loca y tuvo elfin que debía tener. ¡Barrera merecía mi gratitudl

Además, la que fue mi querida tenía sus defectos:era ignorante, caprichosa y colérica. Su personalidadcarecía de relieve: vista sin el lente de la pasión amo-"rosa,aparecía la mujer común, la de encantos atribuí-dos por los admiradores que la perseguían. Sus cejaseran mezquinas, su cuello corto, la armonía de su per-

Josf; EUS'fASlO RIVERA

fil un poquillo convencional. Desconoció la ciencia.del beso y sus manos fueron incapaces de inventar lamenor caricia. Jamás escogió un perfume que la dis-tinguiera; su juventud olía como la de todas.

¿Cuál era la raz6n de sufrir por ella? Había que ol-vidar, había que reír, había que empezar de nuevo. Midestino así lo exigía, así lo deseaban, tácitos, mis cama-radas. El Pipa, disfrazando la intención con el disimu-lo, cantó cierta vez un llorao genial, a los compases delas maracas, para infundirme la ironía confortadora:

El domingo la vi en misa,el lunes la enamoré,el martes ya ·le propuse,el miércoles me casé;el jueves me dejó solo,el viernes la suspiré;el sábado el desengaño...y el domingo a buscar otraporque solo no me amaño.

Mientras tanto, se iniciaba en mi voluntad una reac-ción casi dolorosa, en que colaboraron el rencor y elescepticismo, la impenitencia y los propósitos de ven-ganza. Me burlé del amor y de la virtud, de las nochesbellas y de los días hermosos. No obstante, alguna rá-faga del pasado volvía a refrescar mi ardido pecho,nostálgico de ilusiones, de ternura y serenidad .

•11< *

Los aborígenes del bohío eran mansos, astutos, pusi-lánimes, y se parecían como las frutas de un mismoárbol. Llegaron, desnudos, con sus dádivas de cambu-res y mañoco, acondicionadas en cestas de palmarito ylas descárgaron sobre el barbecho, en lugar visible.

LA VORÁGINE

Dos de los indios que manejaron la canoa, traían pes-cados cocidos al humo.

Cuidadosos de que los perros no gruñeran, fuimosal encuentro del arisco grupo, y después de una libreplática en gerundios y monosílabos castellanos, resol-vieron los visitantes ocupar un extremo de la vivienda,el inmediato a los montes y a la barranca.

Con indiscreta curiosidad les pregunté dónde ha-bían dejado a las mujeres, pues ninguna venía conellos. Apresuróse a explicarme el Pipa que era impru-dencia hacer tan desusadas indagaciones, so riesgo deque se alarmaran los celosos indios, a cuyas petrivasles fue negado, por tradicional experiencia, mostrarincautamente su desnudez a forasteros blancos, siem-pre lujuriosos y abusivos. Agregó que no tardarían enacercarse las indias viejas, para ir aquilatando nues-tra conducta, hasta convencerse de que éramos varonesmorigerados y recomendables.

Dos días después desapareciéronse las matronas, entraje de paraíso, seniles, repugnantes, batiendo al cami-nar los flácidos senos, que les pendían como estropajos.Traían sobre las greñas sendas taparas de chicha mor-dicante, cuyos rezumos pegajosos les goteaban por lasarrugas de las mejillas, con apariencia de sudor ácido.Ofreciéronnos la bebida a pico de calabaza, imponien-do su hierático gesto, y luego rezongaron malhumora-das al ver qúe s610 el Pipa pudo saborear el cáusticobrebaje.

Más tarde, cuando principi6 a resonar la lluvia,acurrucáronse junto al fogón, como gorilas momifica-das, mientras los hombres enmudecían en los chincho-rros, con el letargo de la desidia. Nosotros callábamostambién en el tramo opuesto, viendo caer el agua en

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la extensión de la umbrosa veg¡¡,que oprimía el espí-ritu con sus neblinas y cerrazones.

-Es imperioso, prorrumpió Franco, decidir esta si-tuación poniendo en práctica algún propósito. En lasemana entrante dejaremos esta guarida.

-Ya las indias vinieron a prepararnos el bastimen-to, repuso el Pipa. Remontaremos el río, cruzándolofrente a Caviona, un poco más arriba de las lagunas.Por allí va una senda terrestre para el Vichada y en re-correrla se gastan siete días. Hay que llevar a cuestasel equipo, mas ninguno de estos cuñaos quiere ir decarguero. Yo estoy trabajando para decidirlos. Pero esurgente la compra de algunos corotos en Orocué.

-¿Y con qué dinero los adquirimos? -advertí alar-mado.

-Eso corre de mi cuenta. Sólo pido que crean en míy que sigan siendo afables con la tribu. Necesitamossal, anzuelos, guarales, tabacos, pólvora, fósforos, he-rramientas y mosquiteros. Todo para ustedes, porquea mí nada me es indispensable. Y como nadie sabe quénos espera en esas lejanías ...

-¿Será preciso vender las sillas y los aperos?-¿Y quién los compra? ¿Y quién los vende sin que

lo apañen? Ya podemos irlos botando. De aquí en ade-lante, no tendremos otro caballo que la canoa.

-¿Y en qué lugar escondes el oro para tus planes?-En el garcero de las Hermosas. Cuatro libras de

pluma fina, si mal nos va. Cada semana cambiaremosun manojito por mercancías. Cuando les provoque,yo soy baquiano, pero es muy lejos.

-¡Eso no importa! ¡Mañana mismo!

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•••••• •••

¡Bendita sea la difícil landa que nos condujo a la'región de los revuelos y la albural El inundado bos--que del garcero, millonario de garzas reales, parecía al-godonal de nutridos copos; y en la turquesa del cielo·ondeaba, perennemente, un desfile de remos cándi--dos, sobre los cimborrios de los moriches, donde bullíala empelusada muchedumbre de polluelos. A nuestro·paso se encumbraba en espiras la nívea flota, y, tras.de girar con insólito vocerío, se desbandaba por uni--dades, que descendían al estero, entrecerrando las alas-lentas, como un velamen de seda albicante.

Pensativo, junto a las linfas, demoraba el garzónsoldado, de rojo kepis, heroica altura y marcial talan-te, cuyo ancho pico es prolongado como una espada;-y a su alrededor revoloteaba el mundo babélico de-zancudas y palmípedas, desde la corocora lacre, quehumillaría al ibis egipcio, hasta la azul cerceta de do·rada moño y el pato ilusionante de color de rosa, queen el rosic1er del alba llanera tiñe sus plumas. Y por-encima de ese alado tumulto volvía a girar la coronaeucarística de garzas, se despetalaba sobre la ciénaga,_y mi espíritu sentíase deslumbrado, como en los díasde su candor, al evocar las hostias divinas, los corc;)s·angelicales, los cirios inmaculados.

Parecía imposible que pudiéramos arrimar al sitiode los nidos y las plumas. El transparente charco nos-.dejó ver un sumergido ejército de caimanes, en con·torno de las palmeras, ocupado en recoger pichones yhuevos, que caían cuando las garzas, entre algarabías.y picotazos, desnivelaban con su peso las ramazones.Nadaba por dondequiera la innúmera banda de ca-ribes, de vientres rojizos y escamas plúmbeas, que se

134 JOSÉ EllsTASIO RIVERA

.devoran unos a otros y.descarnan en un segundo a to-do ser que cruce las ondas de su dominio, por lo cual.hombres y cuadrúpedos se resisten a echarse a nado,y mucho más al sentirse heridos, que la sangre excitainstantáneamente la voracidad del terrible pez. Veíasela traidora raya, de aletas gelatinosas y arpón veneno-so que descansa en el fango como un escudo; la angui-la eléctrica, que inmoviliza con sus descargas a quienla toca, la palometa de nácar y oro, semejante al discolunar, que desciende al fondo y enturbia el agua paraescaparse a las dentelladas de la tonina. Y todo el in-menso acuario se extendía hacia el horizonte, comoun lago de peltre donde flotan las plumas ambicio-nadas.

Bogando en balsitas inverosímiles, nos distribuímosaquí y allí para recoger el caro tesoro. Los indios in-vadían a trechos las espesuras, hurgando en las tinie-blas con las palancas, por miedo a giiíos y caimanes,hasta complet~ su manojo blanco, que a veces cuestala vida de muchos hombres, antes de ser llevado a laslejanas ciudades a exaltar la belleza de mujeres des-conocidas.

** *

Aquella tarde rendí mi ánimo a la tristeza y unaemoción romántica me sorprendió con vagas caricias.¿Por qué viviría siempre solo en el arte y en el amor?y pensaba con dolorida inconformidad: "¡Si tuvieraahora a quién ofrecerle este armiñado ramillete deplumajes, que parecen espigas blancas! ¡Si alguien-quisiera abanicarse con este alón de codúa marina,,donde va prisionero el irisl ¡Si hubiera hallado con

LA VORÁGINE

'quién contemplar el garcero nítido, primavera de avesy colores!"

Con humillada pena advertí !uego que en el velo demi ilusión se embozaba Alicia, y procuré manchar conrealismo crudo el pensamiento donde la' intrusa re-'surgía.

Afortunadamente, tras penoso viaje por cenagosasllanuras y hondos caños; dimos con el lugar donde ha-bían quedado las canoas; y a palanca comenzamos aremontar los sinuosos ríos, hasta que entrainos, a bo-ca de noche, en el atracadero de la ramada.

Desde lejos nos llevó la brisa el llanto de un niño,y, cuando llegamos a la huta, salieron corriendo unasindias jóvenes, sin atender al Pipa, que en idioma te-rrígeno, alcanzó a gritarles que éramos gente amiga.En soleras y horcones había chinchorros numerosísi-mos, y en el fogón, a medio rescoldo, gorgoriaba la·olla de las infusiones.

Lentamente, apenas la candela irguió su lumbre, senos fueron presentando los indios nuevos, acompaña-dos de sus mujeres, que les ponían la mano derechat:n el hombro izquierdo para advertirnos que erancasadas. Una que llegó sola, nos señalaba el chincho-rro de su marido y se exprimía el lechoso seno, dandoa entender que había dado a luz ese día. El Pipa, anteella, comenzó a instruirnos en las costumbres que ri-gen la maternidad en esa tribu: al presentir el alum-bramiento, la parturienta toma el monte y vuelve yalavada, a buscar a su hombre para entregarle la cria-tura. El padre, al punto, se encarna a guardar dieta,mientras la mujer le prepara cocimientos contra lasnáuseas y los cefálicos.

Como si entendiera estas explicaciones, hacia la mo-.za signos de aprobación a cuanto el Pipa referíá; y el

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cónyuge follón, de cabeza vendada con hojas, se que..;.jaba desde el chinchorro y pedía cocosde chicha paraaliviar sus padecimientos.

Las indias que habían huído eran las pollonas, ycada uno de nosotros podía escoger la que le placiera,.cuando el jefe, un cacique matusalénico, recompensa-ra de esa suerte nuestra adhesión. Mas sería candidez.pensar que con requiebros y sonrisitas aceptaríannuestro agasajo. Era preciso atisbarlas como a gacelas.y correr en los bosques hasta rendidas, pues la supe-rioridad del macho debe imponérseles por la fuerza"en cambio de sumisión y de ternura.

Yo me sentía incapaz de toda ilusión.

** *

El jefe de la familia me manifestaba cierta frialdad"que se traducía en un silencio despectivo. Procurabayo halagado en distintas formas, por el deseo de queme instruyera en sus tradiciones, en sus cantos guerre-ros, en sus leyendas; inútiles fueron mis cortesías, por-que aquellas tribus rudimentarias y nómades no tie-nen dioses,ni héroes, ni patria, ni pretérito, ni futuro ..

Aconteció que traje del garcero dos patos grises, pe-queños como palomas, ocultos en una mochila. Halléuno muerto al día siguiente, y lo desplumé junto alfogón para que mis perros se lo comieran. Mas, alverme el cacique tomó sus flechas y me amenazó conla macana, dando alaridos y trenos, hasta que las mu-jeres pavoridas recogieron las plumas y las soplaronen el aire de la mañana.

Rodeáronme mis compañeros y me arrebataron lacarabina porque no amenazara al abuelo audaz. Estearrojóse al suelo cubriéndose la cara con las manos, se

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retorcía en epilépticas convulsiones, empezó a dar so-llozos de despedida, besaba la tierra y la manchaba<:on espumarajos. Luego quedóse rígido, entre el es-panto de las mujeres, pero el Pipa le echó rescoldo .enlas orejas para que la muerte no le comunicara sufatal secreto.

Entonces me advirtió nuestro intérprete que las al-mas de aquellos bárbaros residen en distintos anima-les, y que la del cacique·se as)mejaba a un pato gris.Probablemente moriría de sugestión por haber con-templado al ave sin vida, y la tribu se vengaría de mihomicidio. Apresuréme a sacar el otro pato y lo dejérevolotear entre la ramada; al verJo, el indio quedóseen éxtasis ante el milagro y siguió los zig-zagsdel vuelowbre la plenitud del inmediato río.

El pueril incidente bastó para acreditarme como sersobrenatural, dueño de almas y destinos. Ningún abo-rigen se atrevía a mirarme, pero yo estaba presente ensus pensamientos, ejerciendo influencias desconocidassebre sus esperanzas y sus pesadumbres. A mis piescayeron dos muchachones, y se brindaban a completarnuestra expedición, sin que sus mujeres se resistieran.Nunca he podido recordar sus nombres vernáculos, y.apenas sé que traducidos a buen romance queríandecir, casi literalmente, Pajarito del Monte y Cerrito,de la Sabana. Abracélos en señal de que aceptaba suofrecimiento, por lo cual descolgaron del techo las pa-lancas, y les remudaron el fique de las horquetas, paraque soportaran el impulso de la canoa al hincarse enlos cara meros de los charcos, o en los arrecifes costa-neros.

A su vez, las indias viejas rallaban yuca para la pre-paración del cazabe que debía alimentamos en el de-sierto. Echaban la mezcla acuosa en el sebucán, ancho

JOSÉ EUSTASlO RIVERA

cilindro de hojas de palma retejidas, cuyo extremo in-ferior se retuerce con un tramojo para exprimir el al-midonoso jugo de la rallada. Otras, desnudas en con-torno de la candela, recalentaban el budare, tiesto·redondo y plano, sobre cuya superficie iban extendien-do la masa inmunda y la alisaban con los dedos ensali-vados hasta que la torta endureciera. Quiénes torcíansobre los muslos las fibras sacadas del cogollo de losmoriches, para tejer un chinchorro nuevo, digno de .mi estatura y de mi persona, mientras el cacique, ges-ticulando, me hacía entender que celebraría con bailepomposo el vasallaje debido a mi fortaleza y a miautoridad.

}\fi espíritu pregustaba el acre sabor de las próximasaventuras.

:le

* *Los indios encargados de procuramos la mercanda

fueron estafados por los tenderos de Orocué. En cam-bio de los artículos que llevaron: seje, chinchorros,pendare y plumas, recibieron baratijas que valían milveces menos. Aunque el Pipa les enseñó cuidadosa-mente los precios razonables, sucl}mbieron a su igno-rancia y la avilantez de los explotadores volvió a en-riquecerse con el engaño. Unos paquetes de sal porosa,unos pañuelos azules y rojos y algunos cuchillos, fue-ron írrito pago de la remesa, y los emisarios tornabanfelices de que, como otras, veces, no los hubieran obli-gado a barrer las tiendas, cargar agua, desyerbar lacalle, empacar cueros.

Fallida la esperanza de acrecentar los equipajes, nosconsolamos con la certeza de que el viaje sería menoscomplicado. Y, por fin, una noche de plenilunio, que-

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d6 lista la gran curiara, que, con blando meneo, ofre-cía conducirnos a Caviona.

Afluyeron al baile más de cincuenta indios, de todo·sexo y edad, pintarrajeados y licenciosos, y fueronamojonándose en la abierta playa, con las calabazasde hervidora chicha. Desde por la tarde habían hechoacopio de mojojoyes, gruesos gusanos de anillos pelu-dos, que viven enroscados en los troncos podridos.Descabezábanlos con los dientes, como el fumador que·despunta el cigarro, y sorbían el contenido mantequi-lIoso, refregándose luego la vacía funda del animalen las cabelleras, para lustrarlas. Las de las pollonas,de altivos senos, resplandecían como el charol, bajo elnimbo de plumas de guacamayo y sobre los collares decorozos y cornalinas.

El cacique se había embijado el rostro con achiotey miel, y aspiraba el polvo del yoP?, introduciéndoseen las narices ·sendos canutillos. Cual si lo hubieraatacado el deliriu.m tremens, bamboleábase embrute-cido entre las muchachas, y las apretaba y perseguía,semejante un cabrío rijoso, pero impotente. A veces~a media lengua, venía a felicitarme porque, según elPipa, era yo, como él, enemigo de los vaqueros y leshabía quemado las f.undaciones, cosas que hacían dig-no de una macana fina y de un arco nuevo.

En medio de la orgiástica baraúnda prodigábase lachicha de fermento atroz, y las mujeres y los chicuelos.irritaban con su vocerío la bacanal. Luego empezarona girar sobre las arenas en lento círculo, al compás delos fotutos y las cañas, sacudiendo el pie izquierdo arada tres pasos, como lo manda el rigor del baile nati-vo. Parecía más bien la danza un tardo desfile de pri-sioneros, alrededor de inmensa argolla, obligados a re-pisar una sola huella, con la vista al suelo, gobernados

JOSÉ EUSTASIO lltVEM

por el llorar de la chirimía y el grave paloteo de lostamboriles. Ya no se oía más que el son de la músicay el cálido resollar de los danzantes, tristes como la lu-na, mudos como el río que los consentía, sobre sus pla-·yas.De pronto, las mujeres, que permanecían silencio-sas dentro del círculo, abrazaron las cinturas de SUsamantes, y trenzaban el mismo paso, inclinadas y en·rtorpecidas, hasta que con súbito desahogo corearontodos los pechos ascendente alarido, que estremecía,-selvasy espacioscomo una campanada lúg\lbre: ¡Aaa-aay ... Ohél ...

Tendido de codos sobre el arenal, aurirrojizo porlas luminarias, miraba yo la singular fiesta, complaci-.do de que mis compañeros giraran ebrios en la danza.Así olvidarían sus pesadumbres y le sonreirían a lavida otra vez siquiera. Mas a poco advertí que grita-ban como la tribu, y que su lamento acusaba la mismapena recóndita, cual si a todos les devorara el alma un:solodolor. Su queja tenía la desesperación de las razasvencidas, y era semejante a mi sollozo, ese sollozo demis aflicciones que suele repercutir en mi corazón.aunque lo disimulen los labios: ¡Aaaay... Ohél ...

** *

Cuando me retiré a mi chinchorro, en la más com-pleta desolación, siguieron mis pasos unas indias y seacurrucaron cerca de mí. Al principio conversaban amedio tono, pero más tarde atrevióse una a levantar lapunta de mi mosquitero. Las otras, por sobre el hom-bro de su compañera, me atisbaban y sonreían. Ce-rrando los ojos, rechacé la provocación amorosa, conprofundo deseo de libertarme de la lascivia y pedirlea la castidad su refugio tranquilo y vigorizante.

LA VORÁGINE

Al amanecer regresaron a la ramada los juerguistas ..Tendidos en el piso, como cadáveres, disolvían en elsueño la pesadilla de la embriaguez. Ninguno de mis.camaradas había vuelto, y sonreí al notar que falta-ban algunas pollonas. Mas cuando bajé al río paraobservar el estado de la curiara, vi al Pipa, boca abajo-en la arena, exánime y desnudo al rayo del sol.

Cogiéndolo por los brazos lo arrastré hacia la som·bra, disgustado por su prurito de desnudarse. Aquelhombre, vanidoso de sus tatuajes y cicatrices, prefería.el guayuco a la vestimenta, a pesar de mis reprensionesy amenazas. Dejélo que dormitara la borrachera, y allfpermaneció hasta la noche. Rayó el día siguiente y nidespertaba ni se movía.

Entonces, descolgando la carabina, cogí al caciquepor la melena y lo hinqué en la grava, mientras que·Franco hacía ademán de soltar los perros. Abrazómeel anciano las pantorrillas trabajando una explica-oción: ¡Nada. Nadal Tomando yagé, tomando yagé ...

Ya conocía las virtudes de aquella planta, que unsabio de mi país llamó telepatina. Su jugo hace ver ensueños lo que está pasando en otros lugares. Recordéque el Pipa me habló de ella, agradecido de que sir-viera para saber con seguridad a qué sabanas van los.vaqueros y en cuáles sitios abunda la caza. Habíaleofrecido a Franco ingerida, para adivinar el purito,preciso donde estuviera el raptor de nuestras mujeres.

El visionario fue conducido en peso y recostado cono.tra un estantillo. Su cara singular y barbilampiña ha-bía tomado un color violáceo. A veces babeaba su pro-pio vientre, y, sin abrir los ojos, se quería coger los.pies. Entre el lelo corro de espectadores le sostuve lafrente con mis manos.

-Pipa, Pipa, ¿qué ves? ¿Qué ves?

Jos~:EUSTASIO RIVERA

Con angustioso pujo principió a quejarse y saborea.ba su lengua como un confite. Los indios afirmaronque sólo hablaría cuando despertara.

Con descreída curiosidad nuevamente dije: ¿Quéves? ¿Qué ves?

-Un ... rí. .. 0. Hom ... bres ... dos ... hombres ...-¿Qué más? ¿Qué más?-U...n ... a ... ca ... no ... a ...-¿Gente desconocida?-;-Uuuh ... Uuuuuh ... Uuuu ...-Pipa, ¿te sientes mal? ¿Qué quieres? ¿Qué quieres?-Dor ... mil' dor ... mil' ... dor ...Las visiones del soñador fueron estrafalarias: pro-

cesiones de caimanes y de tortugas, pantanos llenos degente, flores que daban gritos. Dijo que los árboles dela selva era gigantes paralizados y que de noche plati-caban y se hacían señas. Tenían deseos de escaparsecon las nubes, pero la tierra los agarraba por los tobi-llos y les infundía la perpetua inmovilidad. Quejában-se de la mano que los hería, del hacha que los derriba-ba, siempre condenados a retoñar, a florecer, a gemir,a perpetuar, sin fecundarse, su especie formidable, in-comprendida. El Pipa les entendió sus airadas voces,según las cuales debían ocupar barbechos, llanuras yciudades, hasta borrar de la tierra el rastro del hombrey mecer un solo ramaje en urdimbre cerrada, cual enlos milenios del Génesis, cuando Dios flotaba todavíasobre el espacio como una nebulosa de lágrimas.

¡Selva profética, selva enemiga! ¿Cuándo habrá de-cumplirse tu predicción?

:1:

* *Llegamos a las márgenes del río Vichada derrotados

por los zancudos. Durante la travesía los azuzó la

muerte tras de nosotros y nos persiguieron día y no-<:he,flotando en halo fatídico y quejumbroso, trému-los como una cuerda a medio vibrar. Eranos imposi-ble mezquinar nuestra sangre asténica, porque nossuccionaban al través de sombrero y ropa, inoculándo-nos el virus de la fiebre y la pesadilla.

Las que enantes fueron sabanas úberas, se habíanconvertido en desoladas ciénagas; y con el agua a lacintura seguíamos el derrotero de los baquianos, ba-fiada en sudor la frente y húmedas las maletas queportábamos a la espalda, famélicos, macilentos, per-noctando en altiplanos de breña inhóspite, sin hogue-ra, sin lecho, sin protección.

Aquellas latitudes son inmisericordes en la sequía yen el invierno. Cierta vez en La Maporita, cuando Ali-da me amaba aún, salí al desierto a coger para ella unvenadillo recen tal. Calcinaba el verano la estepa tó-rrida, y las reses, en el fogaje del calor, trotaban portodas partes buscando agua. En los meandros de áridocauce escarbaban la tierra del bebedero unas vaquillo-nas, al lado de un caballejo que agonizaba con el ho-dco puesto sobre el barrizal. Ona bandada de caricaríscogía culebras, ranas, lagartijas, que palpitaban locasde sed entre carroñas de cachicamos y chigiiires. Eltoro que presidía la grey repartía topes con protecto-ra solicitud, por obligar a sus hembras a acompañadohacia otros parajes en busca de alguna charca, y mugíaarreando a sus compañeros en medio del banco cen-telleante y pajonaloso.

Empero, una novilla recién parida, que se destapólas pesuñas cavando el secadal, regresó a buscar a suternerillo por ofrecerle la ubre cuarteada. Echóse paralamerlo, y allí murió. Levanté la cría y expiró en misbrazos.

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

Mas luego, al caer de unas cuantas lluvias, invertia:el territorio su hostilidad: por doquiera, encaramadassobre troncos, veíanse lapas, zorros y conejos, sobre-aguando en la inundación; y aunque las vacas pasta-ban en losesteros, con el agua sobre los lomos, perdíansus tetas en los dientes de los caribes.

Por aquellas intemp~ries atravesamos a pie desnu-do, cual lo hicieron los legendarios hombres de la con-quista. Cuando al octavo día me señalaron el montedel Vichada, sobrecogióme intenso temblor y me ade-lanté con el arma al brazo, esperando encontrar aAlicia y a Barrera en sensual coloquio, para caerles desorpresa, como el halcón sobre la nidada. Y jadeante yentigrecido me agazapé sobre los barrancos de laorilla.

¡Nadie! ¡Nadie! El silencio, la inmensidad ...

*'" '"

¿A quién podíamos preguntarle por los caucheros?¿Para qué seguir caminando río arriba sobre la costadesapacible?Era mejor renunciar a todo, tendemos encualquier sitio y pedirle a la fiebre que nos rematara.

El fantasma impávido del suicidio, que sigue esbo-zándose en mi voluntad, me tendió sus brazos esa no-che; y permanecí entre el chinchorro, con la mand!-bula puesta sobre el cañón de la carabina. ¿Cómo iríaa quedar mi rostro? ¿Repetiría el espectáculo?e Mi-llán? Y este solo pensamiento me acobardaba.

Lenta y oscuramente insistía en adueñarse de miconciencia un demonio trágico. Pocas semanas antes,yo no era así. Pero pronto los conceptos de crimen ylos de bondad se compensaban en mis ideas, y concebíel morboso intento de asesinar a mis compañeros, mo-

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vida por la compasión. ¿Para qué la tortura inútil,cuando la muerte era inevitable y el hambre andaríamás lenta que mi fusil? Quise libertados rápidamentey morir luego. Con la siniestra mano entre el bolsillo,principié a contar las cápsulas que tenía, escogiendopara mí la más puntiaguda. ¿Ya cuál debía matarprimero? Franco estaba cerca de mí. En la noche llu-viosa extendí el brazo y le tenté la cabeza febricitante.

-¿Qué quieres? dijo. ¿Por qué le movías el manu-brio al wínchester?La fiebre me vuelve loco.

y pulsándome la muñeca, repetía: ¡Pobre ... ! Latuya tiene más de cuarenta grados. Abrígate con miruana hasta que sudes.

-¡Está noche será interminable!-Pronto saldrá el lucero de la madrugada. ¿Sabes,

agregó, que el mulatico puede rasgarse? ¿No has sen-tido cómo se queja? Ha delirado con Sebastiana y conlos rodeos. Dice que tiene el hígado endurecido comopiedra.

-Tuya es la culpa. No quisiste que se quedara. Ar-días por verlo morir en el desamparo.

-Creí que su ansia de regreso obedecía a la aver-.sión que siente por el Pipa.

-Yo los reconciliaré para siempre.-Es que Correa le teme por la amenaza de que va

a hacerle maleficio. Ha dado en entristecerse cuandoescucha cantar cierto pájaro.

Recordando los filtros de Sebastiana, repuse dudo-so: ¡ignorancia, superstición!

-Ayer sacó el tiple para reponerle la clavija rota.Pero al tocarlo se puso a llorar.

-¿Dime, no habrá moronas de cazabe en tu male-tera? Párate, acércate.

Jost EUSTASIO RIVERA

-¿Para qué? ¡Todo se acaból ¡Cómo me duele qll~tengas hambre!

-¿Las pepas de este árbol serán venenosas?-Probablemente. Pero los indios están pescando.

Aguardemos hasta mañana.y con los ojos llenos de lágrimas, balbucí, desvian-

do el calibre:-¡ bueno, buenol Hasta mañana ...

** *

Los perros comenzaron a manotear en mi mosquite-ro para que abandonáramos el playón. Evidentemen-te, seguía creciendo el río.

Cuando nos guarecimos en una laja del promonto-rio, había estrellas sobre los montes. Los perros ladra-ban desde los barrancos.

-Pipa, llama esos cachorros, que aúllan como vien-do al diablo.

y los silbé lúgubremente.Franco me aclaró que el Pipa andaba con los indí-

genas.Entonces advertimos un reflejo como de linterna,

que, muy abajo, parecía sprcar el agua. Con intermi-tencia alumbraba y se perdía, y al amanecer no lo vi-mos más.

Pajarito del Monte y Cerrito de la Sabana llegaronfatigosos con esta noticia: Falca subiendo río. Compa-ñeros, siguiéndola por la orilla. Falca picureándose.

El Pipa nos trajo nuevos informes: Era una canoaligera, con techo de palma entretejida. Al notar queen la sombra andaban indios, apagó el candil y sesgórumbo. Debíamos acechada, hacerle fuego.

. Como a las once del día, remontó a palanca, con

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sigilo, escondiéndose en los rebalses, bajo los densosguamos. Se empeñaba en forzar un chorro, y, pór es-caparse al remolino, tocó la costa para que un hombrela cabestreara al extremo de la cadena. Enderezamoshacia el boga la puntería, mientras que Franco le sa-lió al encuentro con el machete en alto. Al instante, elque timoneaba la embarcación exclamó de pie: ¡Te-.nientel ¡Mi tenientel, ¡yo soy Helí Mesal

y saltando a la orilla, se apretaron enternecidos.Después, al ofrecernos la yucuta hecha de mañoco,

el cual parecía salvado grueso, expuso Mesa, repitién-donas la ración:

-¿Qué proyecto ocultan ustedes, que me preguntanpor los caucheros? El tal Barrera se robó esa gente yse la lleva para el Brasil, a venderla en el río Guainía.A mí también me enganchó hace ya d()s meses, perome le fugué a la entrada del Orinoco, después de ma-tarle un capataz. Estos dos indios que me acompañanwn de Maipures.

Miré estupefacto a mis camaradas, sintientlo un vér-tigo más horripilante que el de la fiebre. Callábamoscogitabundos, estremecidos. Mesa nos observaba coninquietud. Franco rompió el silencio.

-Dime, ¿con los caucheros va la Griselda?-Sí, mi teniente.-¿Y una muchacha llamada Alicia? -le pregunté

con voz convulsa.-¡También, también! ...Junto al fogón que fulgia en la arena, nos envolvía·

mos en el humo, para esquivar la plaga. Ya sería lamedia noche cuando Helí Mesa resumió su brutal'relato, que escuchaba yo, sentado en el suelo, hundidala cabeza entre las rodillas.

-Si ustedes hubieran visto el caño Muco el día del

JosÉ. EUSTASIO RIVERA

efllbarque, habrían pensado que aquella fiesta no te-nía fin. Barrera prodigaba abrazos, sonrisas, enhora·buenas, satisfecho de la mesnada que iba a seguirlo.Los tiples y las maracas no descansaron, y, a falta décohetes, disparábamos los revólveres. Hubo cantos, bo·tellas, almuerzo a rodo. Luego, al sacar nuevas dama-juanas de aguardiente, pronunció Barrera un falaz dis-curso, empalagoso de promesas y cariño, y nos suplicóque llevásemos nuestras armas a un solo bongo, nofuera que tanto júbilo provocara alguna desgracia.Todos le obedecimos sin protesta.

Aunque muy bebido, me siguió la corazonada deque por aquí no hay monte apropiado para organizarcaucherías, y estuve a punto de volverme a buscar mirancho, a rejuntarme con la indiecita que dejé. Perocomo hasta la niña Griselda hacia la burla a mis rece-los, resolví gritar como todos al embarcarme: j Vivael progresista señor Barrera! ¡Viva nuestro empresa-riol ¡Viva la expediciónl

Ya les referí lo que aconteció después de una mar-cha de horas, apenas caímos al Vichada. El Palomo yel Matacano estaban acampados con quince hombresen un playón, y cuando arribábamos, nos intimaronrequisa a todos, diciendo que habíamos invadido terri-torios venezolanos. Barrera, director de la jugada, nosordenó: "Compatriotas queridos, hijos amados, no os.resistáis. Dejad que estos señores esculquen bongopor bongo, para que se convenzan de que somosgentede paz."

Aquellos hombres entraron pero no salieron: se que-daron en popa y proa como centinelas. Seguros de queíbamos desarmados, nos mandaron permanecer en unsolo sitio, o dispararían sobre nosotros. Y descalabra-ron a los cinco que se movieron.

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Entonces clamó Barrera que él seguiría adelante, ha-cia San Fernando del Atabapo, a protestar contra elabuso y a reclamar del coronel Funes una crecida in-derimización. Iba en el mejor bongo, con las mujeresaludidas y con las armas y las provisiones. Y se fue, sefue sordo a los llantos y a los reproches.

Aprovechando la borrachera que nos vencía, nos fi-liaba el Palomo y nos amarraba de dos en dos. Desdeese día fuimos esclavosy en ninguna parte nos deja-ban desembarcar. Tirábamos el mañoco en unas coya-brasJ y, arrodillados, lo comíamos por parejas, comoperros en yunta, metiendo la cara en las vasijas, por-que nuestras manos iban atadas.

"n el bongo de las mujeres van los chicuelos, a ple-no sol, mojándose las cabecitas para no morir carboni-zados. Parten el alma con sus vagidos, tanto como lassúplicas de las madres, que piden ramas para taparlos.El día que salimos al Orinoco, un niño de pechos 110'raba de hambre. El Matacano, al vedo lleno de llagaspor las picaduras de los zancudos, ,dijo que se tratabade la viruela, y, tomándolo de los pies, volteólo en elaire y lo echó a las ondas. Al punto, un caimán loaU'avesóen la jeta, y, poniéndose a flote, buscó la ri-bera para tragárselo. La enloquecida madre se lanzóal agua y tuvo igual suerte que la criaturilla. Mientraslos centinelas aplaudían la diversión, logré zafar~e lasligaduras, y, rapándole el grass al que estaba cerca, lehundí al Matacano la bayoneta entre los riñones, lodejé clavado contra la borda, y, en presencia de todos,salté al río.

Los cocodrilos se entretuvieron con la mujer. Nin-gún disparo hizo blanco en mí. Dios premió mi ven.ganza y aquí estoy.

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

** *

Las manos de Helí Mesa me reconfortaron. Estre-chélas ansioso, y me transmitían en sus pulsaciones lacontracción con que le hincaron al capataz el temera·rio acero en su carne odiosa. Aquellas manos, que sa-bían amansar la selva, también desbravaban los ríoscon el canalete o con la palanca, y estaban cubierta!'>de dorado vello como las mejillas del indomablejoven.

-No me felicite usted, decía; ¡yo debí matarlos atodos!

-¿Entonces para qué mi viaje? le repliqué.-Tiene usted razón. A mí no me han robado mu-

jer ninguna, pero un simple sentimiento de humani-dad me enfurece el brazo. Bien sabe, teniente que se-guiré siendo subalterno suyo, como en Arauca. Vamos,pues, a buscar a los forajidos, a libertar a los engan-chados. Estarán en el río Guainía, en el siringal, dede Yaguanarí. Dejando el Orinoco, pasarían por elCasiquiare, y quién sabe qué dueño tengan ahora,porque allá dicen que abundan los compradores dehombres y mujeres. El Palomo y el Matacano eransociosde Barrera en este comercio.

_¿Y tú crees que Alicia y Griselda vivan esclavas?-Lo que sí garantizo es que valen algo, y que cual··

quier pudiente dará por una de ellas hasta diez quin-tales de goma. En eso las avaluaban los centinelas.

Me retiré por el arenal a mi chinchorro, sombrío depesar y satisfacción. ¡Qué dicha que las fugitivas cono-cieran la esclavitudl ¡Qué vengador el latigazo que lashiriera! Andarían por los montes sórdidos, desgreña-das, enflaquecidas, portando en la cabeza los calderos

LA VORÁGINE

llenos de goma, o el tercio de leña verde o los perolesde fumigar, la venenosa lengua del sobrestante lasaguijaría con indecencia s y no les daría respiro nipara gemir. De noche dormirían en el tambo oscurocon los peones, en hedionda promiscuidad, defendién-dose de pellizcas y de manoseas, sin saber quiénes lasforzaban y poseían, en tanto que la guardia pasaríanúmero, como indicando el turno a la hombrada lÚ-brica: ¡Unol ... ¡Dosl ... ¡Tresl ...

De repente, con el augurio de tales visiones, el co-razón empezó a crecerme dentro del pecho hasta pos-trarme en sofocada impotencia. ¿Alicia llevaría en susentrañas martirizadas a mi hijo? ¿Qué tormento másinhumano que mi tormento ·podía inventarse contravarón alguno? Y caí en un colapso sibilador y mi ca-beza desangrábase bajo mis uñas.

Insensiblemente reaccioné de modo perverso. Barre-ra la habría reservado para su lecho y para su negocio,porque aquel miserable era capaz de tener concubinay vivir de ella. ¡Qué salaces depravaciones, qué volup-tuosos refinamientos le habría enseñado! ¡Y de haber-la vendido, bien, muy bien! ¡Diez quintales de cauchola repagabanl ¡Ella se entregaría por una sola libral

Quizás no estaba de peana en los siringales, sino dereina en la entablada casa de algún empresario, vis-tiendo sedas costosas y finos encajes, humillando a sussiervas como Clt~opatra, riéndose de la pobreza en quela tuve, sin poder procurarle otro goce que el de sucuerpo. Desde su mecedora de mimbres, en el corredorde olorosa sombra, suelta la cabellera, amplio el cor-piño, vería desfilar a los cargadores con los bultos decaucho hacia las balandras, sudorosos y desgarrados,mientras que ella, ociosa y rica, entre los abanicos delas iracas, apagaría sus ojos en el bochorno, al son de

JQSÉ EUSTASIO RIVERA

una victrola de sedantes voces, satisfecha de ser her-mosa, de ser deseada, de ser impura.

¡Pero yo era la muerte y estaba en marchal ...

** *

En la ranchería autóctona de Ucuné nos regaló uncacique tortas de cazabe y discutió con el Pipa el de-rrotero que debíamos seguir: cruzar la estepa que vadel Vichada al caño del Vúa, descender a las vegasdelGuaviare, subir por el Inírida hasta el Papunagua,atravesar un istmo selvoso en busca del Isana brama-dor, y pedirles a sus corrientes que nos arrojaran alGuainía de negras ondas.

Este trayecto, que implica una marcha de meses,resulta más corto que la ruta de los caucheros por elOrinoco y el Casiquiare. Carenamos la ,embarcacióncon peramán, y nos dimos a navegar sobre las enlagu-nadas sabanetas, arrodillados en la canoa, en martiri-zadora incomodidad, con perros y víveres, sacando,por turnos, en una concha, el agua impertinente de laslluvias.

El mulato Correa seguía con fiebres, ovillado entrela curiara, bajo el bayetón llanero que otros días lesirvió para defenderse de los toros perseguidores.Cuando le oí decir que inclinaba la cabeza sobre elpecho para escuchar un tenaz gorgojo que le iba car-comiendo el corazón, lo abracé con lástima:

-¡Animó, ánimo! ¡No pareces el hombre que co-nocíl

-Blanco, es verdá. El que yo era quedó en los yanos.Quejóseme de que el Pipa le quería apretar la matu-

rranga, porque se resistió a prestarle el tiple. Llamé almarrullero y lo sacudí. "Si vuelves a asustar a este po-

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bre muchacho con tantas mentiras, te amarraré des-nudo en un hormiguero."

-No me crea usted de tan pésima índole. Cierto queles apreté la maturranga a los fugitivos, pero a este so-cio se le ha encajao que el maleficio es para él. Con-vénzase de lo que oye: sacó de su mochila un manojode paja, liada con alambre por la mitad, como si fueraescoba inútil, y la desenrolló exponiendo: "Todas lasnoches la retorcía, pensando en el Barrera, para quesienta el estrangulamiento en la cintura y vaya destro-zándose hasta dividirse. If\h, si yo le pudiera clavarlas uñasl Conste, pues, que se salva por los miedos deeste mulatico ignorante." y diciendo esto, arrojó lejosla hechicería.

A veces llevábamos en guando la canoa, por las cos-tas de los raudales, o la cargábamos en hombros, comosi fuera la caja vacía de algún muerto incógnito, aquien íbamos a buscar en remotas tierras.

-Esta curiara parece un féretro, dijo Fidel. Y elmulato sibilino respondió:

-Bien puée ser pa nosotros mesmos.Aunque ignorados ríos nos ofrecían pródiga pesca,

la falta de sal nos mermó el aliento y a los zancudos sesumaron los vampiros. Todas las noches agobiaban losmosquiteros, rechinando, y era indispensable tapar losperros. Alrededor de la hoguera el tigre fugía, y hubomomentos en que los tiros de nuestros fusiles alarma-ron las selvas, siempre interminables y agresivas.

Una tarde, casi al oscurecer, en las playas del ríoGuaviare advertí una huella humana. Alguien habíaestampado sobre la greda el contorno de un pie, enér-gico y diminuto, sin que su vestigio reapareciera porninguna parte. El Pipa, que cazaba peces con las fle.chas, acudió a mi llamamiento, y en breve todos mis

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camaradas le hicieron círculo a la señal, procurandoindagar el rumbo que hubiera seguido. Pero Heli Me-sa interrumpió la cavilación con esta noticia:

-¡He aquí el rastro de la indiecita Mapiripana!y esa noche, mientras volteaba una tortuga en el

asador, remató sus polémicas con el Pipa: no sigas ar-gumentándome que ha sido El poira el que anduvoanoche por estas playas. El Poira tiene pies torcidos, ycomo carga en la cabeza un brasero ardiente que no sele apaga ni al sumergirse en los remansos, se ve don-dequiera el kilo de ceniza indicadora. Tracemos eneste arenal una mariposa, con el dedo del corazón, co-mo exvoto propicio a la muerte y a los genios del bos-que, pues voya contar la historia de la indiecita Mapi-ripana.

A excepción de los maipureños, todos obedecimos."La indiecita Mapiripana es la sacerdotisa de los si-

lencios, la celadora de manantiales y lagunas. Viv"eenel riñón de las selvas, exprimiendo las nubecillas, en-cauzando las filtraciones, buscando perlas de agua enla felpa de Iqs barrancos, para formar nuevas vertien-tes que den su tesoro a los grandes ríos. Gracias a ella,tienen tributarios el Orinoco y el Amazonas.

"Los indios de estas comarcas le temen, y ella les to-lera la cacería, con la condición de no hacer ruido. Lo!;que la contrarían no cazan nada; y basta fijarse en laarcilla húmeda para comprender que pasó asustandolos animales y marcando la huella de un solo pie, conel talón hacia adelante, como si caminara retrocedien-do. Siempre lleva en las manos una parásita y fuequien usó primero los abanicos de palmera. De nochese la siente gritar en las espesuras,y en los plenilunioscostea las playas, navegando sobre una concha de tor-

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tuga, tirada por bufeos, que mueven las aletas mien-tras ella canta.

En otros tiempos vino a estas latitudes un misione-ro, que se emborrachaba con jugo de palmas y dormíaen el arenal con indias impúberes. Como era enviadodel cielo a derrotar la superstición, esperó que la in-diecita bajara cierta noche de los remansos del Chupa.ve, para enlazarla con el cordón del hábito y quemar-la viva, como a las brujas. En un recodo de estos pla.yones, talvez en esa arena donde ustedes están senta-dos, veíala robar los huevos del terecay, y advirtió alfulgor de la luna llena que tenía un vestido de telara·ñas y apariencia de viudita joven. Con lujurioso afánempezó a seguirla, mas se le escapaba en las tinieblas;llamábala con premura, y el eco engañoso respondía.Así lo fue internando en las soledades hasta dar conuna caverna donde lo tuvo preso muchos afios.

"Para castigarle el pecado de la lujuria, chupábalelos labios hasta rendirlo, y el infeliz, perdiendo su san-gre, cerraba los ojos para no verle el rostro, peludocomo el de un mono orangután. Ella, a los pocos me-ses,quedó encinta y tuvo dos mellizos aborrecibles: unvampiro y una lechuza. Desesperado el misionero por-que engendraba tales seres, se fugó de la cueva, perosus propios hijos 10 persiguieron, y de noche, cuando

. se escondía, lo sangraba el vampiro y la lucífuga lo re·flejaba, encendiendo sus ojos parpadeantes, comolamparillas de vidrio verde.

"Al amanecer proseguía la marcha, dando al flácidoestómago alguna ración de frutas y palmito. Y desdela que hoy 'seconoce con el nombre de Laguna Mapi-ripana, anduvo por tierra, salió al Guaviare, por aquíarriba, y, desorientado, remontólo en una canoa quehalló clavada en un varadero; pero le fue imposible

]ostElJSTAsIOR.lVEU

vencer el chorreón de Mapiripán, donde la indiecitahabía enfurecido el agua, metiendo en la corrienteenormes piedras, Descendió luego a la hoya delOri-noca y fue atajado por los raudales de Maipures, obraendemoniada de su enemiga, que hizo también lossaltos del Isana, del Inírida y del Vaupés. Viendo per-dida toda esperanza de salvación, regresó a la cuevaguiado por los foquillos de la lechuza, y al llegar vioque la indiecita le sonreía en su columpio de enreda-deras florecidas. Postróse para pedirle que lo defendie-ra de su progenie, y cayó sin sentido al escuchar estacruel amonestación: '¿Quién puede librar al hombrede sus propios remordimientos?'

"Desde entonces se entregó a la oración y a la pe-nitencia y murió envejecido y demacrado. Antes de laagonía, en su lecho mísero de hojas y líquenes, 10 ha-lló la ii1diecita tendido de espaldas, agitando las ma-nos en el delirio, como para coger en el aire a su pro-pia alma y al fenecer, quedó revolando entre lacaverna una mariposa de alas azules, inmensas y lu-minosa como un arcángel, que es la visión final de losque mueren de fiebres en estas zonas,"

** *

Nunca he conocido pavura igual a la del día quesorprendí a la alucinación en mi cerebro. Por más deuna semana viví orgulloso de la lucidez de mi com-prensión, de la sutileza de mis sentidos, de la finurade mis ideas: me sentía tan dueño de la vida y deldestino, hallaba tan fáciles soluciones a sus problemas,que me creí predestinado a lo extraordinario. La no-ción del misterio surgió en mi ser. Gozábame en adies-trar la fantasía y me desvelaba noches enteras, que-

LA VORÁGINE

riendo saber qué cosa es el sueño y si está en la atmós--fera o en las retinas.

Por primera vezmi desvíomental se hizo patente enel fosco Inírida, cuando oí a las arenas suplicarme:"No pises tan recio, que nos lastimas. Apiádate de·nosotras y lánzanos a los vientos, que estamos cansa-das de ser inmóviles."

Las agité con braceo febril, hasta provocar una tol-vanera, y Franco tuvo que sujetarme por el vestidopara que no me arrojara al agua al escuchar las voce~de las corrientes: "¿Y para nosotras no hay compa-sión? Cógenos'en tus manos, para olvidar este movi-miento, ya que la arena impía no nos detiene y le-tenemos horror al mar."

Apenas toqué las ondas, se fugó la demencia, y (O--

meneé a sufrir la tortura de que mi propio ser mecaUsararecelo.

A veces,por distraer la preocupación, empuñaba el-remo hasta quedar exhausto, procurando indagar enlas miradas de mis amigos el estado de mi salud. Con'frecuencia los sorprendía haciéndose guiños de descon-·suelo, pero me estimulaban así: "No te fatigues mu-cho: hay que saber lo que son las fiebres."

Sin embargo, yo comprendía que se trataba de algo,más grave y hacía esfuerzos poderosos de sugestiónpara convencerme de mi normalidad. Enriquecía mii-.discursoscon amenos temas, resucitaba en la memoriaantiguos versos, complacido de la viveza de mi razón,y me hundía luego en lasitudes letárgicas, que termi-naban de esta manera: Franco, dime, por Dios, si mehas oído algún disparate.

Poco a poco mis nervios se restauraron. Una maña-na desperté alegre y me di a silbar un aire de amor.Más tarde me tendí sobre las raíces de una caoba, Y'

JÓSÉ EUSTASIO RIVERA

·<lecara a los grumos, me burlé de la enfermedad,;:achacando a la neurastenia mis aprensiones pretéritas.Mas de pronto empecé a sentir que estaba muriéndo-me de catalepsia. En el vahído de la agonía me con-vencí de que no soñaba. ¡Era lo fatal, lo irremediable!-Quería quejarme, quería moverme, quería gritar,pero la rigidez me tenía cogido y sólo mis cabellos se:alborotaban con la premura de las banderas durante,el naufragio. El hielo me penetró por las uñas de lospies, y ascendía progresivamente, como el agua queinvade un terrón de azÚcar:mis nervios se iban cris-talizando, retumbaba mi corazón en su caja vítrea y el,globo de mi pupila relampagueó al endurecerse.

Aterrado, aturdido, comprendí que mis clamores noherían el aire; eran ecosmentales que se apagaban en-tre mi cerebro, sin emitirse, como si estuviera re-flexionando. Mientras tanto, proseguía la lucha tre-menda de mi, voluntad con el cuerpo inmoble. A mi.lado empuñaba una sombra la guadaña y principió a,esgrimirla en el viento, sobre mi cabeza. Despavorido.esperaba el golpe, mas la muerte se mantenía irreso-luta, hasta q\1e,levantando un poco el astil, lo descar-,gó a plomo en mi cráneo. La bóveda parietal, a seme-janza de un vidrio ligero, tintineó al resquebrajarse y"susfragmentos resonaron en lo interior, como las mo-nedas entre la alcancía.

Entonces la caoba meció sus ramas y escuché en sus-rumores estos anatemas:

"Picadlo, picadlo con vuestro hierro, para que ex-perimente lo que es el hacha en la carne viva. Picadloaunque esté indefenso, pues él también destruyó los,:árbolesy es justo que conozca nuestro ma~tiriol"

Por si el bosque entendía mis pensamientos, le diri-

LA VORÁGINE 15!)

gí esta meditación: ¡Mátame, si quieres, que estoyvivo aún!

y una charca podrida me replicó: ¿Y mis vapores?,¿Acasoestán ociosos?

Pasos indiferentes avanzaron en la hojarasca. Fran-''<:0 acercósesonriendo y con la yema de su dedo índiceme te;'tó la pupila extática. "¡Estoy vivo, estoy vivo!,le gritaba dentro de mí. Pon el oído sobre mi pecho yescucharás las pulsaciones."

Extraño a mis súplicas mudas, llamó a mis compa-ñeros, para decides, sin una lágrima: "Abrid la sepul-tura, que está muerto. Era lo mejor que podía suce-<derle."Y sentí con angustia desesperada los golpes dela pica en el arenal.

Entonces, en un esfuerzo superhumano, pensé almorir: .

¡Maldita sea mi estrella aciaga, que ni en vida nien muerte se dieron cuenta de que yo tenía coraz6n!

Moví los ojos. Resucité. Franco me sacudía:-No vuelvas a dormir sobre el lado izquierdo, que

.das alaridos pavorosos.¡Pero yo no estaba dormido! ¡No estaba dormido!Los maipureños que vinieron del Vichada con Helí

Mesa parecían mudos. Adivinar su edad, era empresa,tan aleatoria como ca1cularIes los años a los careyes.Ni el hambre, ni la fatiga, ni las contrariedades alte-,raron el pasivo ceño de su indolencia. A semejanza delos ánades pescadores, que exhiben en la playa su pa-reja gris, acordes en el vuelo y en el descanso, siemprejuntos, señeros y tristes, convivían aquellos indígenas•.entendiéndose a medias voces y apartándose de nos-.otros en las quedadas, para acomodarse en mellizogrupo a sorber el pocillo de yucuta, después de encen-

160 JOSÉ EUSTASIO RIVERA

der las fogatas, d~ recoger las puyas de pescar, y defornir anzuelos y guarales.

Nunca los vi mezclarse con los guahibos de Macu..,cuana ni celebrarle al Pipa sus anécdotas y carantoñas.Ni pedían ni daban nada. El catire Mesa era su inter-mediario y con él sostenían lacónicos diálogos, exi-giendo la entrega de la curiara -que era su única ha,..cienda- pues ansiaban tornar a su río.

-Ustedes deben acompañamos hasta el Isana.-No podemos.-Sepan ustedes que no entregamos la canoa.-No podemos.Cuando entrábamos al Inírida, el mayor de ellosme

encareció, en tono mixto de súplica y amenaza: "Dé-janos regresar al Orinoco. No remontes estas aguasque'son malditas. Arriba, caucherías y guarniciones. Tra-bajo duro, gente maluca, matan los indios."

Esto me confirmaba viejos informes que nos dióel'Pipa, para que desistiéramos de acercamos a las ba-rrancas del Guaracú.

Por la tarde, hice que Franco los interrogara más.ampliamente, y, aunque remisos al cuestionario, dije-ron que en el istmo del Papunagua vivia una tribucosmopolita, formada por prófugos de siringales des-conocidos,hasta del Putumayo y del Ajajú, del Apopo-ris y del Macaya, del Vaupés y del Papuri, del Ti-Paraná (río de la sangre), del Tui-Paraná (río de laespuma), y tenían corredores entre la selva, para cuan-do fueran las patrullas armadas a perseguirlos; que"desde años atrás, unos guayanesesde poca monta esta-blecieron una fábrica cerca al Isana, para ir avasallan-do a los fugitivos, y lo administraba un corso llamado;El Cayeno; que debíamos torcer rumbo, porque sidábamos con los prófugos nos tratarían como a ene-

LA VORÁGINE 161

migos; y si con las barracas, nos pondrían a trabajarpor el resto de nuestra vida.

Destiñose en las aguas el postrer lampo. Oscureció.Encontradas preocupaciones me combatían con el des-velo. Aquella noticia, verídica o falsa, me puso triste.En los montes se espesaba la oscuridad. ¿Qué aconte-cimientos se cumplirían con mi presencia más allá deesas sombras?

Hacia la media noche, sentí ladridos y. palabras degresca. Frente a la canoa se destacaba el corrillodiscutidor.

-¡Mátalol ¡Mátalol, decía Mesa. Franco me llamóa gritos. Acudí presuroso, revólver en mano.

-Estos bandidos iban a largarse con la canoa. ¡Que-rer botamos en estas selvas, a morir de hambrel ¡Di-(:en que el Pipa los aconsejó!

-¿Quién me calumnia? ¡Eso no es posible! ¿Seréyo.capazde malos consejos?

Los maipureños le argumentaron tímidos:-Nos rogaste embarcar tu cama y dos carabinas.-¡Confusión lamentablel Yo les propuse que se fu-

garan para conocer sus intenciones. Dijeron que no.Resulta que sí. ¡No haberlos denunciado de cualquiermodo! ¡No poder clavarles las uñas!

Cortando la discusión, decidí flagelar al Pipa y en-comendé tal faena a sus cómplices. Culebreábase másque los látigos, implorando clemencia entre plañidosy hasta llegó a invocar el nombre de Alicia. Por eso.cuando le saltó la primera sangre, lo amenacé con ti-rárselo a los caribes. Entonces aparentó que se desma-yaba, ante el pasmo angustioso de maipureños y gua-hibos, a quienes advertí, enfáticamente, que en lo su-cesivodispararía sobre cualquiera que se levantara delchinchorro sin dar el aviso reglamentario.

16a JOSÉ EUSTASIO RIVERA

Las semanas siguientes las malgastamos en domeñar.raudales tronitosos. Mas cuando creíamos escaladasto-das las torrenteras, nos trajo el eco del monte el fragorde otro rápido turbulento, que batía a lo lejos su es-puma brava como un gallardete sobre el peñascal. Enzumbadora rapidez enarcábase el agua, provocando.una ventolina que remecía las guedejas de los bam-búes y hacía vacilar el iris ingrávido, con un bamboleo.de arcada móvil entre la niebla de los hervideros.

A lo largo de ambas orillas erguía sus fragmentos elbasalto roto por el río -tormentoso torrente en estre-cha gorja- ya la derecha, como.un brazo que el cerro.les tendía los vértices, sobreaguaba la hilera de ro-cas máximas con su serie de cascadas fulgentes. Erapreciso forzar el paso de la izquierda porque los can-tiles no permitían sacar en vilo la curiara. Acostum-brados a vencer en estas maniobras, la sirgábamos porla cornisa de un voladero, pero al dar con el triángulo.de los arrecifes, resistióse a bandazos y cabezadas en eltorbellino ensordecedor, falta de lastre y de timonel.Helí .Mesa, que dirigía el tragín titánico, montó elrevólver al ordenarles a los maipureños que descendie-ran por una laja y ganaran de un salto la embarcaciónpara palanquearla de popa y de proa. Los briosos na-tivos obedecieron, y dentro del leño resbaladizo, quezigzagueaba sobre las espumas, forcejearon por impe-lerlo hacia la chorrera; mas de repente, al reventarselas amarras, la canoa retrocedió sobre el tumbo ru-giente, y antes que pudiéramos lanzar un grito, elembudo trágico los sorbió a todos.

Los sombreros de los dos naúfragos quedaron giran-do en el remolino, bajo el iris que abría sus pétaloscomo la mariposa de la indiecita Mapiripana.

LA VORÁGINE

*.•. *La visión frenética del naufragio me sacudió con una..

ráfaga de belleza. El espectáculo fue magnífico. Lamuerte había escogido una forma nueva contra susvíctimas, y era de agradecerle que nos devorara sinverter sangre, sin dar a los cadáveres livores repulsivos.¡Bello morir el de aquellos hombres, cuya existenciaapagase de pronto, como una brasa entre las espumas,al través de las cuales subió el espíritu haciéndolas.hervir de júbilo!

Mientras corríamos por el peñasco a tirar el cablede salvamento, en el ímpetu de una ayuda tardía, pen- .saba yo que cualquier maniobra que acometiéramos.aplebeyaría la imponente catástrofe; y, fijos los ojosen la escollera, sentía el dañino temor de que los náu-fragos sobreaguaran, hinchados, a mezclarse en la dan-za de los sombreros. Mas ya el borbotón espumantehabía borrado con oleadas definitivas las huellas úl·timas de la desgracia.

Impaciente por la insistencia de mis compañeros,que rondaban de piedra en piedra, grité:

-¡Franco, tú eres un neciol ¿Cómo pretendes salvara quienes perecieron súbitamente? ¿ Qué beneficio les.brindarías si resucitaran? ¡Déjalos ahí y envidiemos.su muerte!·

:Franco, que recogía desde la margen pedazos de ta·blones de la embarcación, se armó con uno de ellospara golpearme. "¿Nada te importan tus amigos? ¿Asínos pagas? ¡Jamás te creí tan inhumano, tan detes-table! "

Yo, en el estallido de su cólera, permanecía perple-jo. Tuve vagas nociones del deber y busqué con lamirada mi carabina. Por sobre el eco de los torrentes,

J052 E05TASIQ RIVERA

me herían las palabras de la agresión, que Franco se~guía emitiendo a gritos, a la par que manoteaba a.ntemi rostro. Jamás había conocido yo una iracundia tanelocuente y tumultuosa. Habló de su vida sacrificada'por mi capricho, habló de mi ingratitud, de mi carác-ter voluntarioso, de mi rencor. Ni siquiera había sidoleal con él cuando pretendí disfrazarle mi condiciónen La Maporita: decirle que era hombre rico, cuandola penuria me denunciaba como un herrete; decide-que era casado, cuando Alicia revelaba en sus actitudesla indecisión de la concubina. Y celada como a unavirgen después de haberla encanallado y pervertido.j y desgañitarme porque otro se la llevaba, cuandoyo, al raptarla, la había iniciado en la perfidia! ¡Y.seguirla buscando por el desierto, cuando en las ciuda-des vivían aburridas de su virtud solícitas mujeres deíndole dócil y de hermosa estampa! 1Y arrastrarlos aellos en la aventura de un viaje mortífero, para ale-.grarme de que perecieran trágicamente! ¡Todo por seryo un desequilibrado tan impulsivo como teatral!

Esta última frase me cayó como un martillazo. iYodesequilibrado! ¿Por qué? ¿Por qué? Apresuréme acdevolver el golpe, y fue feliz mi acometida.

-¡SO estúpido! ¿En dónde está mi desequilibrio? ¡Loque voy haciendo por Alicia lo hiciste ya por la Cri·selda! ¿Crees que no lo sabía? ¡Por ella asesinaste atu capitán!

y para ofenderlo con mayor ahinco, agregué, paro-diando un concepto célebre: ¡No está lo malo en tenerquerida, sino en casarse con ella!

Mientras 10 hería con risotadas de sarcasmo, apoyóseen la roca enhiesta. Hubo un instante en que creí quefuera a caer. Mi voz lo había traspasado como unalanza. Entonces escuché revelaciones abrumantes:

LA VORÁGINE

-Yo no le di muerte a mi capitán. Lo apuñaló laGriselda misma. Aquí está el catire Mesa, que fue a.darme el aviso. Es verdad que en la sala oscura hicetiros, sin saber cómo. La mujer me quitó el revólver yencendió la luz, advirtiéndome .con frase heroica: "Es-te apagó la vela para venírseme por las malas, y aquílo tienes." ¡Estaba revolcándose en su propia sangre!

"La Griselda, por culpable que fuera, se había redi-·mido con su bravura. Le quité el puñal y me di preso.declarando ser autor de todo. Pero el capitán evitó elescándalo. ¡No acusó a nadie!

"Digan estos que me oyen, cómo me expoliaba ef.juez de Orocué. Quiso sumariar mi amancebamiento,pero vaciló ante la idea de que pudiéramos ser casa-·dos. Por eso la Griselda, que es mujer vivaz, no perdíaocasión de predicar nuestro matrimonio. En esa men--tira se apoyaba nuestra conveniencia. ¡Juro que he-dicho la verdad'"

Tanta sorpresa me causaron aquellos hechos, que-sentía un mareo de confusión e incertidumbre. Fidelseguía desnudando su corazón y descubriendo dramas-íntimos, penas de hogar, hastíos de convivencia con lahomicida, proyectos de anhelada separación. Todos los-días cultivó e! deseo de que la mujer lo abandonara,ahorrándole así la vergiienza de repudiarla sin motivoJustificable. Mas ella por desgracia no le había sido-infiel, y de tal manera se dio a considerarlo y atenderlo,que lo ligó indestructiblemente con una lástima cari-·ñosa, superior al más grave desvío. Para ella había or-ganizado, a fuerza de sudores, la fundación de La Ma-porita. Quería dejarle un pasar mediano, mientras pres--cribía la deserción, para después volverse a Antioquia.Mas cuando se dio cuenta de que Barrera la anhelaba,.se encendió en celos. Talvez sin mi ejemplo pernicio-·

166 JoSÉ EUST~SIO RIvERA

'So, se hubiera resignado a dejarla libre; pero yo le cofr.'tagié mi furor nefario y ahora seguía mis pasos ha(]~a'el desastre. Y ya era imposible la reflexión. ¡No podíavolver atrásl ¡Ni viva ni muerta admitiría a ladeset~tora; pero tampoco iba a causarle daño! ¡En verdadno sabía qué hacer!

No guardo otra memoria de su discurso: aunque lo.oía, no lo escuchaba. El velo del pasado se descorrió:a mis ojos. Olvidados detalles se esclarecieron y me di.cuenta de inadvertidas circunstancias. ¡Con razón laniña Griselda quería emigrar! ¡Por algo elevó sus ala-ridos de consternada el día que empuñé mi cuchillocontra Millán para impedir que arrebatara la mercan-cía de don Rafael! ¡El relampaguea del arma lúcidale representaría la escena terrible, cuando sobre la san-gre del seductor encendió la vela, señalándolo: "Qui-'so venírseme por las malas, y aquí lo tienes." Recordéasimismo sus sentencias contra los hombres y hasta elestribillo con que morigeraba mis atrevimientos: "Sino has de yevarme, no seas indinol ¿Qué tás pensando?¡Con vos he sido mujer chancera, pero con otro ... mehice valél" Y, estremecida, descargaba el puño sobremi pecho como para clavarme el hierro vengador.

y de esa mujer sonriente y salvaje había hecho Ali,cia su asesora, su confidente. En su alma reconcentta-da e inexperta iba desarrollándose un carácter nuevo,bajo la influencia peligrosa de la amiga. Pensando tal-vez que yo la repudiaría en cualquier momento, pusosu esperanza en el amparo de la patrona, a quien imi-taba hasta en sus defectos, sin admitir mis reconven-ciones, para darme a entender que no estaba sola yque podía yo abandonarla cuando quisiera'.

Cierta vez la niña Griselda, ausente yo, le daba cla-'ses de tiro al blanco. Sorprendílas con el revólver hu-

LA VORÁGINE 167

meante, y permanecieron impasibles, como si estuvie-ran con la costura.

-¿Qué .esesto, Alicia? ¿A tal punto has perdido latimidez?

Sin responderme, encogióse de hombros, pero su<compañeradictaminó sonriendo:

-¡Es que las mujeres debemos saber de tóo! Ya nohay garantía ni con los maríos.

HeIí Mesa vino a interrumpir mi meditación conesta súplica: ¡Una amistad como la de ustedes resistechoques! Este altercado no tiene importancia. Las ma-nos del teniente no se han manchado. Puede estre-<Charlas;

Mientras oprimía las de Fidel, le ordené al Catire:-¡Dame también las tuyas, que por justicieras se

mancharon!El Pipa y los guahibos se fugaron aquella noche.

:1:

11< *"Amigos míos, faltaría a mi conciencia y a mi leal-

tad si no declarara en este momento, como anoche,que sois libres de seguir vuestra propia estrella, sinque mi suerte os detenga el paso. Más que en mi vidapensad en la vuéstra. Dejadme solo, que mi destinodesarrollará su trayectoria. Aún es tiempo de regresaradonde queráis. El que siga mi ruta, va con la muerte.

"Si insistís en acompañarme, que sea corriendo elmundo por cuenta propia. Seremos solidarios por laamistad y el provecho común; pero cada cual afronta-rá por separado su destino. De otra manera, no acep-taré vuestra compañia.

"Decís que desde la boca de esta corriente en el Gua-viare sólo se gasta media jornada en bajar al pueblo

1~8 JOSÉ EUSTASIO RIVERA

de San Fernando. Si no teméis que el coronel Fúne;pueda prenderos como sospechosos,desandad las ori.llas de estos rápidos, haceos una balsa de platanillos ydejadla rodar hacia el Atabapo. Vuestra despensa es-tá en los montes: leche de seje, tallos de manaca.

"Por mi parte, sólo os demando que me ayudéis aganar la opuesta margen. Aseveraban los maipure.ños.que el Papunagua abre su delta a pocos kilómetros deeste salto y que allí moran los indios puinaves. Conellos quiero atreverme hasta el Guainía. Y ya sabéis loque pretendo, aunque parezcan casas de loca."

Así amonesté a mis campañeros la mañana queamanecimos en el lnírida abandonados sabre unasracas.

El Catire Mesa respandió por todos:-Los cuatro farmaremos un solo hombre. No hemo:t

nacido para reliquias. ¡A lo hecho, pecho!y me precedió par la orilla abrupta, buscando el

punto mejor para aventuramos en la travesía, sin lle-var otro equipo que las chinchorros y las armas.

Claramente, desde aquel día tuve el presentimientode lo fata1. Todas las desgracias que han sucedido seme anunciaran en ese momento. Sin embargo, avancéindomable por la playa arriba, mirando a veces, coníntimo afán, la contraria costa, seguro de que misplantas no volverían a hallar nunca el suelo que inva-dían. Cuando mis ojos encontraban los de Fidel, son-reíamos silenciosos.

-Mejor que el Pipa se picuriara, exclamó Correa.Ese handío endemoniao y repelente, era peligrosa.¡Cómo fregó con la cantaleta de que saliéramas alGuainía por el arrastraera del caña Neuquén! ¡TóoSestos montes le metían mieos! Pero más el coronelFúnes.

LA VORÁGINE

-Dices bien, le repuse. Siempre temía que en cual-quier raudal saliera a atacarn?s la indiada prófugaque se guarece en este desierto, donde son sus defen-sas chorros y espesuras.

-y dale que dale con la fregancia de que veía hu-mos en los riscos. Y no admitía que eran vapores deotras cascáas.

-Pero es innegable que ha andado gente por aquí,observó Mesa. Miren la poyata del remanso: espinasde pescado, fogones, cáscaras.

-Algo más raro aún, agregó Franco. Latas de sal-món, botellas vacías. No se trata de indios solamente.Estos son gomeros recién entrados.

Al escuchar tales palabras pensé en Barréra, masafirmó el Catire, cual si adivinara mis cavilaciones:

-Tengo plena evidencia de que nuestra gente estáen el Guainía. Por lo demás, los rastros son pocos. Nohan pisoteado el arenal veinte personas, y todas lashuellas son de pies grandes. Estos han sido venezola-nos. Conviene tirarnos a la otra orilla para buscar másseñas. En la línea oscura de aquellos montes se ve unclaro. Talvez el estuario del río Papunagua.

y aquella tarde, tendidos de pecho en una balsa Y'braceando en la espuma por falta de remos, pasamosa la opuesta riba, sobre la onda apacible que ensan-grentaba el sol.

** *

Mi dureza contra el vigía fue bestial. Lo hubiera'matado al menor intento de resistencia. Cuando baja-ba con trémulos pies los escalones del palo oblicuoque servía de escalera al zarzo, lo empujé para que ea-

-8

Jos~;EUSt'ASIO RIVERA

yera; y al mirarlo de bruces, inofensivo, atolondradti.lo agarré por el pelo para vede la cara. Era un ancia-no de elevada estatura, que me miraba con tímidosojos y erguía los brazos sobre la cabeza por impedirque lo macheteara. Sus labios se estremecían con su-plicantes balbuceos: ¡Por Dios! ¡No me mate usted,no me mate usted!

Al escuchar tal imploración, percibiendo la seme-janza que la ancianidad venerable da a los hombres,me acordé de ini anciano padre, y, con alma angustia-da, abracé al cautivo para lev¡mtarlo del suelo en queyacía. En mi propio sombrero le ofrecí agua. Perdóne-me, le dije; no me había dado cuenta de su vejez.

Mientras tanto, mis compañeros, que sitiaban elbarracón para garantizar mi acometida, saquearon elzarzo, antes de que pudiera contenenlos. Persona al-guna hallábase en él. Bajaron con la carabina delprisionero.

-¿De quién es este mauser?, le gritó Franco.-Mío, señor, dijo el aludido con voz agitada.

, _¿Y qué hace usted aquí armado de máuser?-Me dejaron enfermo hace días ...-¡Usted es centinela de los raudales! ¡Ysi 10 niega,

lo fusilamoslEl hombre, vuelto hacia Franco, quería postrarse:-¡Por Dios, no me mate! ¡Piedad de mí!-¿Dónde están, pregunté, las personas que lo deja-

ron?-Se fueron antier para el alto Inírida.-¿Qué cadáveres han guindado sobre los peñascos

cimeros del río?-¿Cadáveres?-¡Sí, señor, sí, señor! Los encontramos esta mañana

porque los zamuros los denunciaron. Cuelgan de unas

LA VORÁGINE

'palmeras, desnudos, amarrados con alambres por lasmandíbulas.

-Es que el coronel Fúnes vive en guerra con el Ca-yeno. Hace una semana que los vigías vieron remontaruna embarcación. Y como el Cayeno tiene correos, le.llegó el aviso al día siguiente. Trajo desde el Isana-veinticincohombres y asaltó a los navegantes.

-Esa embarcación, repuso el Catire, fue la de lashuellas en los playones. Esos eran los humos que ob-.~ervabael Pipa.

-Díganos usted qué gente era ésa.-Unos secuacesdel coronel, que venían de San Fer-

nando a robar caucho y cazar indios. Todos murieron.y es 'costumbre colgarlos para escarmiento de los de-:más.

-¿Y el Cayeno dónde se halla?-Hace lo que los otros venían a hacer.El viejo agregó después de una pausa:-¿Y la tropa de ustedes, dónde está? ¿Por dónde

'Vinosin que la vieran?-Una parteesculca los montes; otra, ya remonta el

'Papunagua. El Cayeno asesinó nuestra descubiertamientras forzábamoslos raudales.

-Señor, dígale a su gente que si da con tambos de-siertos, no utilice el mañoco que en ellos eI}-cuentre.Ese mañoco tiene veneno.

-¿También los mapires que están aquí?-También. El mañoco que sirve lo tenemos oculto.- Tráigalo, y coma usted en nuestra presencia.Cuando el anciano se movió para obedecerme, le

miré las canillas llenas de úlceras. Dióse cuenta de mismiradas y con acento humilde encareció: Abran uste--desmismosel maPíre. Verdaderamente, provoco asco.

Y al recibir la afrechosa harina que le ofreció el

Jost· EUSTASIO RIVERA

mulato en una totuma, empezó a ingerida, sin velar

sus lágrimas.Por reanimado, le dije solicito: No se aflija usted si

la vida es dura. Déjenos saborear sus provisiones. ¡Us-ted es alguien! Ya seremos buenos amigos.

**. *

Aquella noche incendiaban la sombra los relámpa-gos y la selva crujía con rumores tétricos. Hasta cuan-do el viento' lluvioso apagó la hoguera, estuve escu-chando la conversación de mis camaradas con el invá-lido; pero me vencía pesado sueño y perdí la hilaciónde la conferencia. El viejo se llamaba Clemente Silvay decía ser pastuso. Dieciséis años había vagado porlo! montes, trabajando como cauchero, y no tenía niun solo centavo.

En un momento que desperté, exponía en el tono>explícito de quien hace constar un favor:

-Yo vi las avanzadas de ustedes. Tres nadadorescruzaban el río. Temeroso de que el Cayeno regresara~callé. Y hoy cuando había resuelto coger la trocha ...

-Hola, interrumpí,enderezándome en el chincho-rro. ¿Cuántas personas vio usted? ¿Y cuándo?

-Tengo seguridad de lo que digo: tres nadadores,hace dos días. Serían las siete de la mañana. Por másseñas traían sus ropas amarradas en la cabeza. Ha sidomilagro que el Cayeno no los capturara. Pasan tantascosas en este infierno ...

-Buenas noches. Sé quienes son. No conversemos·más.

Así dije, para evitar posibles indiscreciones de miscompañeros. Pero ya no pude dormir, pensando en elPipa y los indígenas. Ante los peligros que nos rodea-

LA VORÁGINE

ban me sentía nervioso, alicaído; mas formé la resolu-ción de acabar con aquella vida de sobresaltos, su-cumbiendo de cualquier modo, con mis rencores y ca-prichos, antes que cejar en mis propósitos. ¿Por qué-don Clemente Silva no me descerrajó un tiro, si con-esa ilusión lo asalté? ¿Por qué se retardaba el Cayeno.con las cadenas y los suplicios? ¡Ojalá me guindara deun árbol, donde el sol pudriera mis carnes y el viento-me agitara como un péndulo.

-¿Dónde está don Clemente Silva?, le pregunté al'Catire Mesa cuando amaneció.

-Lavándose la ca,ra en la zanjita.-¿Y por qué lo dejaron solo? Si se fugara ...-No hay ningún temor: Franco anda con él. Toda

la madrugada estuvo quejándose de la pierna._¿Y tú qué opinas de ese pobre viejo?-Es nuestro paisano y no lo sabe. Creo que se le

debe confesar todo y pedirle ayuda.Cuando bajé a la fuente, me enternecí al ver que Fi-

<del le lavaba las llagas al afligido. Este, al sentir mispasos, avergonzóse de su miseria y alargó hasta el to-'billa el pantalón. Con turbado acento me contestó los"buenos días.

-¿Esas lacraduras de qué provienen?-Ay, señor, parece increíble. Son picaduras de san-

gui juelas. Por vivir en las ciénagas picando goma, esa.maldita plaga nos atosiga, y mientras el cauchero san-:gra los árboles, las sanguijuelas lo sangran a él. La,selva se defiende de sus verdugos, y al fin el hombre:resulta vencido.

-A juzgar por usted, el duelo es a muerte.-Eso sin contar los zancudos y las hormigas. Está

la veinticuatro, está la tambocha, venenosas como es-corpIones. Algo peor todavía: la selva trastorna al

·JOSÉ EUSTASIO RM\:RA

hombre, desarrollándole los instintos más inhumanas::,la crueldad invade las almas como intrincado espino;y la codicia quema como fiebre. El ansia de riquezas..convalece al cuerpo ya desfallecido, y el olor ,del cau-cho produce la locura de los millones. El peón sufrey trabaja con deseo de ser empresario que pueda salirun día a la capitales a derrochar la goma que lleva, a.gozar de mujeres blancas y a emborracharse meses en-teros, sostenido por la evidencia de que en los mon-tes hay mil esclavos que dan sus vidas por procurarkesos placeres, como él lo hizo para su amo anterior-,mente. Sólo que la realidad anda más despacio que la,ambición, y elberi-beri es mal amigo. En el desam-paro de vegas y estradas, muchos sucumben de calen-tura, abrazados al árbol que mana leche, pegando a lacorteza sus ávidas bocas, para calmar, a falta de agua,..la sed de la fiebre con caucho líquido; y allí se pudrencomo las hojas, roídos por ratas y hormigas, únicos,millones que les llegaron, al morir.

El destino de otros es menos precario: a fuerza deser crueles ascienden a capataces, y esperan cada no-che, con libreta en mano, a que lleguen los trabajado-res a entregar la goma extraída para asentar su precio'en la cuenta. Nunca quedan contentos con el trabajo,y el rebenque mide su disgusto. Al que trajo diez litros..le apuntan la mitad, y de esta suerte van enriquecien-do su contrabando, que venden en reserva al empresa-rio de otra región, o que entierran para cambiado porlicores y mercancías al primer chuchero que visite los·siringales. Por su parte, algunos peones hacen lo pro-pio. La selva los arma para destruirlos, y se roban y seasesinan, a favor del secreto y la impunidad, pues no'hay noticia de que los árboles hablen de las trage-dias que provocan.

LA VORÁGINE

-¿Y usted por qué soporta tantas desdichas?, repli-qué indignado.

-Ay, señor, la desgracia lo anula a uno.-¿ Y por qué no se vuelve a su tierra? ¿Qué pode-

mos hacer para libertarlo?-Gracias, señor.-Por ahora, es preciso curar sus llagas. Permitame

que le haga remedios.Y aunque el viejo, asombrado, se resistia, remangué-

le hasta la corva el pantalón, y me arrodillé para exa·minarlo ..

-¿Fidel, estas ciego? ¡En estas úlceras hay gusanos!-¡Gusanosl ¡Gusanosl-Sí, hay que buscar ataba para matárselos.El viejo comentaba quejándose:-¿Será posible? ¡Qué humillación! ¡Gusanos,gusa-

nos! 1Y fue que un día me quedé dormido y me sor-prendieron los·moscones!

Cuando lo condujimos a la barraca repetia:IEngusanado, engusanado y estando vivol

** *

Sepa usted, le dije esa tarde, que soy por idiosin-crasia el amigo de los débiles y de los tristes. Aunquesupiera que usted iba a traicionarnos mañana mismo,sería respetada su invalidez de hoy. No sé si tengancrédito mis palabras, pero piense que podríamosulti-marlo, sólo por ser cómplice de un bandido como elCayeno. Me ruega usted que le diga a dónde queremosconducido preso y si le permito lavar sus trapos para.morir con ropa limpia; pues bien, ni lo mataremos nilo apresaremos. Antes, le pido que se encargue de

JoSÉ EUSTASIO RIVERA

nuestra suerte, porque somos paisanos suyos y veni-mos solos.

El anciano púsose en pie para convencerse de queno soñaba. Sus ojos incrédulos nos medían con insis-tencia, y, tendiendo los brazos hacia nosotros, exclamó:

-¡Sois colombianos! ¡Sois colombianos!-Como lo oye, y amigos suyos.Paternalmente nos fue estrechando contra su pecho,

sacudido por la emoción. Después quiso hacemos pre-guntas promiscuas, acerca de la patria, de nuestro via-je, de nuestros nombres. Mas yo le interrumpí de estamanera:

-Ante todo, jure usted que contaremos con su leal-tad.

-¡Lo juro por Dios y por su justicial-Muy bien. ¿Pero qué piensa hacer con nosotros?

¿Cree usted que el Cayeno nos matará? ¿Será necesa-rio matarlo a él?

y agregué para ayudarlo en su desconcierto:-o mejor: ¿El Cayeno puede volver aquí?-No lo creo. Se fue para Caño Grande a robar cau-

cho y cazar indios. No tiene interés ninguno en regre-sar pronto a sus barrancones del Guaracú, donde estála madona, que ha venido a cobrarle.

-¿Quién es esa madona de que habla?-Es la turca Zoraida Ayram, que anda por estos

ríos negociando coratos con los siringueros y tiene enManaos una pulpería de renombre.

-Oiga usted. Es indispensable que nos conduzca alGuaracú, para hablar con la señora Zoraida Ayram •.antes que regrese el Cayeno.

-La conozco mucho y fui su sirviente. Ella me trajo.al Río Negro desde el Putumayo. Me trataban allí tanmal, que me eché a sus pies rogándole que me compra-

LA VORÁGINE 177

ra. Aunque mi deuda valía dos mil soles, la pagó condescuentos, me llevó a Manaos y a Iquitos, sin reca-nocerme jornal ninguno, y luego me vendió por seiscon tos de reis a su compatriota Miguel Pezil, para losgomales de Naranjal y Yaguanarí.

-Hola ¿qué dice usted? ¿conoce el siringal de Ya-guanarí?

Franco, el catire y el mulato, prorrumpieron:-¡Yaguariarí! ... ¡Yaguanaríl ¡Para allá vamos!Sí, señores. Y, según decía la madona, llegaron hace

un mes a dicho lugar veinte colombianos y varias mu-jeres a picar goma.

-¡Veinte! ¡Tan sólo veinte! ¡Si eran setenta y dos!Hubo un grave silencio de indecisión. Nos mirá-

bamos unos a otros, fríos y pálidos. Y repetíamos in-conscientes:

-jYaguanaríl ¡Yaguanarí!

** *

"Como ya les dije, agregó don Clemente Silva, des-pués que le relatamos nuestra odisea, no puedo sumi-nistrar otros informes. Conozco a Barrera de oídas,pero sé que tiene negocios con Pezil y con el Cayenay que· tratan de liquidar la compañía porque la ma-dona reclama el pago de un dinero y se niega a con-ceder más prórrogas. Entiendo que Barrera se habíaobligado a sacar de Colombia un personal de doscien-tos hombres; más se apareció con número exiguo, puesha venido abonando a sus acreedores deudas viejascon caucheros de los que trae. Por lo demás, los colom-bianos no tenemos precio en estas comarcas: dicen<Jue somos insurrectos y volvedores.

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

"Comprendo perfectamente el deseo de ponerse alhabla con la madona; pero es preciso tener paciencia.Mi turno de vigía sólo se vence el sábado próximo.

-y si su relevo nos sorprendiera, ¿qué diría?-No hay cuidado. El bajará por el Papunagua y

nosotros regresaremos por la pica nueva, dejándole unfogón prendido para que vea que estuve aquí. Desdeeste zarzo se domina el río y se divisan los navegantes.No comprendo cómo me capturaron ustedes.

-Veníamos perdidos por esta ribera. Y como losperros encontraron huellas humanas ... Mas ese deta-lle poco importa. ¿Conque será preciso esperar?

-y aparecer en las barracas a la hora que elVáquiro esté ausc::nte, inspeccionando en las estradaslos caucheros. Ese capataz es muy malgeniado. Cuan-do yo les señale los caney es, se presentan ustedes, solos,a quejarse de que traían, para vender un mañoco fres-co y unos gendarmes se lo arrebataron. (Allá se sabeya que esos gendarmes eran de Fúnes y que el Cayenolos acuchilló). Agreguen que les trambucaron en losraudales la curiara, y tuvieron ustedes que venirse porlas orillas y los montes hasta que yo les puse la mano.Adviertanle que, como venían a pedir auxilio, los lle-vé a la trocha de Guaracú, y que ustedes llegan, aca-tando mis instrucciones, a implorar garantías. Ese dis-curso le agradará, porque aumenta el crédito de laempresa y desmiente a sus detractores.

-Cuente usted con que la novela tendrá más éxitoque la h.istoria.

-Yo llegaré luego para hacer resaltar la circunstan-cia de que ustedes se fueron solos y no desconfiaron.

-¿y si nos ponen a trabajá?, observó Correa.-Mulato, sentencié: no tengas miedo. ¡Venimos a

jugar la vida!

LA VORÁGINE

-En cuanto a eso, no sabría qué aconsejarles. El Ca-·'Yenoes cauteloso y cruel como un cazador. Cierto que·ustedes nada le deben y que van de paso hacia el Bra-sil. Pero si se le antoja decir que se picurearon de,otras barracas ...

-Explique don Clemente. Poco sabemos de estas-costumbres.

-Cada empresario de caucherías tiene caneyes, que'sirven de viviendas y bodegas. Ya conocerán los delc.uaracú. Esos depósitos o barracas jamás están solos,·porque en ellos se guarda el caucho con las mercan-das y las provisiones y moran allí los capataces y susbarraganas.

El personal de trabajadores está compuesto, en sumayor parte, de indígenas y enganchados, quienes, se-,gún las leyes de la región, no pueden cambiar de due-ño antes de dos años. Cada individuo tiene una cuen-·ta en la que se le cargan las baratijas que le avanzan,las heramientas, los alimentos, y se le abona el caucho:.a un precio irrisorio que el amo señala. Jamás cau-mero alguno sabe cuánto le cuesta lo que recibe ni<cuánto le abonan por lo que entrega, pues la mira·del empresario está en guardar el modo de ser siempre-acreedor. Esta nueva especie de esclavitud vence la-vida de los hombres y es trasmisible a sus herederos.

Por su lado, los capataces inventan diversas formas.de expoliación: les roban el caucho a los siringueros,.arrebátanles hijas y esposas, los mandan a trabajar acaños pobrísimos, donde no pueden sacar la goma exi-·gida, y esto da motivo a insultos y a latigazos, cuan-do no a balas de wínchester. Y con decir que fulano-se picureó o que murió de fiebres, se arregla el asunto.

Mas no es justo olvidar la traición y el dolo. No to-.dos los peones son palomas blancas: algunos solicitan

180 JOSÉ EUSTASIO RIVERA

enganche sólo para robarse lo que reciben, o salir ala selva para matar a algún enemigo o sonsacar a·sus.compañeros y conducidos a otras barracas.

Esto dió pie a un convenio riguroso, por el cual secomprometen los empresarios a prender a todo indivi-duo que no justifique su procedencia o que presente'el pas¡iporte sin la constancia de que pagó lo que de-bía y fue dado libre por su patrón. A su vez, las guar-niciones de cada río cuidan de que tal requisito secumpla inexorablemente.

Mas esta medida es fuente inexhausta de abusos Y'secuestros. ¿Si el amo se niega a expedir el salvocon-ducto? ¿Si el capturador despoja de él a quien lo pre-senta? Réstame aún advertir a ustedes que es frecuen-tísimo el último caso. El cautivo pasa a poder de quienlo cogió, y éste lo encentra en sus siringales a trabajarcomo prófugo, mientras se averigua lo conveniente. ycorren años y años, y la esclavitud nunca termina. ¡Es-to es lo que me pasa con el Cayenol

¡Y he trabajado dieciséis años! ¡ bieciséis años demiseria! ¡ Mas poseo un tesoro que v~le un mundo~.que no pueden robarme, que llevaré a mi tierra sillego a ser libre: un cajoncito lleno de huesos!

** *

"Para poder contarles mi historia -nos dijo esa tar-de- tendría que perder el pudor de mis desventuras.En el fondo de cada alma hay algún episodio intimo,.que constituye su verguenza. El mío es una máculade familia: ¡Mi hija María Gertrudis dió su brazo atorcer!"

Había tal dolor en las palabras de don Clemente •.que nosotros aparentábamos no comprender. FrancQo

LA VORÁGINE

se cortaba las uñas con la navaja. HeIí Mesa escarbaba..el suelo con un paIiUo, yo hacía coronas con el humo.del cigarro. Tan sólo el mulato parecía envaído enla punzante narración.

"Sí, amigos míos, continuó el anciano: El miserableque la engañaba con promesa de matrimonio, la se-dujo en mi ausencia. Mi pequeño Lllciano abandonó-la escuela y fue a buscarme al pueblo vecino, dondeyo ejercía un modesto empleo, para contarme que lo~novios hablaban de noche por el solar y que su ma-dre lo había reñido cuando le dio noticia de eUo. Aloír su relato, perdí el aplomo, regañélo por calumnia-dor, exalté la virtud de María Gertrudis y le prohibique siguiera oponiéndose con celos ymalquerenciasal matrimonio de los jóvenes que ya habían cambiadoargoUas. Desesperado el pequeñuelo empezó a llorary me declaró que estaba resuelto a perder la tierraantes que la deshonra de la familia lo hiciera sonro-jarse ante sus compañeros de escuela primaria.

Montado en una borrica, se lo envié a mi esposa conun peón, que llevaba cartas para ésta y María Gertru-dis, llenas de admoniciones y consejos. ¡Ya María Ger-trudis no era hija mía!

Calculen ustedes cuál sería mi pena en presencia demi deshonor. Medio loco, olvidé el hogar por perseguira la fugitiva. Acudí a las autoridades, imploré el apoy().de mis amigos, la protección de los influyentes: tooosme hacían tragar las lágrimas obligándome a referirdetalles pérfidos, y, al final, con gestos de lástima, merecriminaban así: "La responsabilidad es de los pa-dres. Hay que saber educar a los hijos."

Cuando humillado por la tortura volví a casa, meesperaba un nuevo dolor: la pizarra de Lucianito pen-día del muro, cerca al pupitre donde la brisa agitaba

JOSE EUSTASIO RIVERA

las páginas de un libro descuadernado; en el cajón vilos premios y los juguetes: la cachucha que le bordóla hermana, el reloj que le regalé, la medallita de lamamá. Reteñidas en la pizarra, bajo una cruz, leí es-tas palabras: ¡Adiós, adios!

Más que la parálisis, mató la pena a mi pobre es-posa. Sentado a la orilla del lecho, la veía empapar enllanto la almohada, procurando infundirle el consueloque no he conocido jamás. A veces me agarraba delbrazo y lanzaba su grito demente: "¡Dame mis hijos!¡Dame mis hijos!" Por aliviada acudí al engaño: in-ventéle que había logrado hacer casar a María Ger-trudis y que Lucianito estaba interno en el instituto.Saboreando su pesadumbre la encontró la muerte.

Un día, viendo que nadie, ni parientes, ni amigos,me acompañaban, llamé por el cercado a mi vecinapara que viniera a cuidar a la enferma, mientras me:ausentaba en busca del médico. Cuando regresé, vique mi esposa tenía en las manos la pizarra de Lucia-nito y que la remiraba, convencida de que era el re-trato del pequeñuelo. ¡Así acaból Al colocarla en elataúd sollocé esta frase: ¡Juro por Dios y por su jus-ticia que traeré a Luciano, vivo ° muerto, a que acom-.pafíe tu sepultura! Le besé la frente y puse sobre elpecho de la infeliz la pizara yerta, para que llevaraa la eternidad la cruz que su propio hijo había es-tampado.

-Don Clemente: no resucite esos recuerdos que ha-cen daño. Procure omitir en su narración todo lo sa-grado y lo sentimental. Háblenos de sus exódos enla selva.

-Por un momento estrechó mi mano, murmurando:-Es cierto. Hay que ser avaros con el dolor.-"Pues bien: seguí las huellas de Lucianito hacia el

LA VORÁGINE

Putumayo. Fue en Sibundoy donde me dijeron que ha-"bía bajado con unos hombres un muchachito pálido, decalzón corto, que no representaba más de doce años,sin otro equipaje que un pañuelo con ropa. Negósea decir quién era, ni de dónde venía, pero sus com-pañeros predicaban con regocijo que iban buscando'las caucherías de Larrañaga,. ese pastuso sin corazón,.socio de Arana y otros peruanos que en la hoya ama-zónica han esclavizado más de treinta mil indios.

"En Mocoa sentí la primera vacilación: los viajeros.habían pasado, pero nadie pudo decirme qué senda delcuadrivio siguieron. Era posible que hubieran ido por

-tierra al Caño Guinea, para salir al Putumayo, un pocoarriba del puerto de San José, y bajar al río hasta en-

,contrar el igaraparaná; tampoco era improbable quehubieran tomado la trocha de Mocoa a Puerto Limón,

'sobre el Caquetá, para descender por esa arteria alAmazonas y remontar éste y el Putumayo en busca delos cauchales de La Chorrera. Yo me decidí por la úl-tima vía.

"Por fortuna, en Mocoa me ofreció curiara y protec-ción un colombiano de amables prendas, el señor Cus-'_todio Morales, que era colono del río Cuimañí. Indicó-me el peligro de acometer los rápidos de Araracuara,y me dejó en Puerto Pizarra para que siguiera al tra-vés de los grandes bosques, por el rumbo que va alpuerto de la Florida, en el Caraparaná, donde losperuanos tenían barracas.

"Solo y enfermo, emprendí ese viaje. Al llegar, soli-.cité enganche y abrí una cuenta. Ya me habían dicho-que a mi pequeño no se le conocía en la región; peroquise convencerme y salí a trabajar goma.

"Era verdad que en mi cuadrilla no estaba el niño,pero podía hallarse en otras. Ningún cauchero oyó

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

jamás su nombre. A veces se alegraba mi reflexión~considerar que Lucianito no había palpado la bruta in-=-moralidad de esas costumbres; mas ¡cuán poco me duo.raba el consuelo! Era seguro que se encontraba en re--motos cauchales, bajo otros amos, educándose en la.crueldad y en la villanía, enloquecido de humillacióny de miseria. Mi capataz principió a quejarse de mitrabajo. Un día me cruzó la cara de un latigazo y me·envió preso al barracón. Toda la noche estuve en elcepo, y, en la siguiente, me mandaron para El Encanto.Había logrado lo que pretendía: buscar a Lucianito·en otros gomales."

Don Clemente Silva enmudeció. Tocábase la frel~tecon las manos estremecidas, como si aún sintiera ensu rostro el culel;>reo del látigo infame. Y agregó des-·pués:

-Amigos, esta pausa abarca dos años. De allí me:picurié para La Chorrera.

** *

Recuerdo que la noche de mi llegada celebraban el.carnaval. Frente a los barandal es del corredor discu-·rría borracha una muchedumbre clamorosa. Indios de'varias tribus, blancos de Colombia, Venezuela, Perú yBrasil, negros de las Antillas, vociferaban pidiendo al- .cohol, pidiendo mujeres y chucherías. Entonces, desde-una trastienda, aventábanles triquitraques, botones, po-·tes de atÚn, cajas de galletas, tabaco de mascar, alpar-·gatas, franelas, cigarros. Los que no podían recoger'nada, empujaban, por diversión, a sus compañeros so-·bre el objeto que caía, y encima de él arracimábase eltumulto, entre risotadas y pataleos. Del otro lado, jun-·to a las lámparas humeantes, había grupos nostálgicos,.

LA VORÁGINE

,escuchando a los cantadores que e~tonaban aires desus tierras: el bambuco, el joropo, la cumbia-cumbia.De repente, un capataz velludo y bilioso se encaramó:sobre una tarima y disparó al viento su wínchester. Ex-pectante silencio. Todas las caras se volvieron al ora-dor. "Caucheros, exclamó éste, ya conocéis la munifi-cencia .del nuevo propietario. El señor Arana ha for-mado una compañía que es dueña de los cauchales LaChorrera y los de El Encanto. ¡Hay que trabajar, hayque ser sumisos, hay que obedecer! Ya nada queda enla pulpería para regalaras. Los que no hayan podido.recoger ropa, tengan paciencia. Los que están pidiendomujeres, sepan que en las próximas lanchas vendráncuarenta, oídIo bien, cuarenta, para repartidas detiempo en tiempo entre los trabajadores que se distin-gan. Además saldrá pronto una expedición a someterlas tribus andoques y lleva encargo de recoger guari-chas donde las haya. Ahora, prestadme todos atención:cualquier indio que tenga mujer o hija debe presen-tarla en este establecimiento para saber qué se hacecon ella."

Inmediatamente otros capataces tradujeron el dis-curso a la lengua de cada tribu, y la fiesta siguió como.antes, careada por exclamaciones y aplausos.

Yo I1?-eescurría por entre la gente, temeroso de ha-llar a mi hijo. F'ue la primera vez que no quise verlo.Sin embargo, miraba a todas partes y resolví pregun-tar por él: señor, ¿usted conoce a Luciano Silva? Di-game, ¿entre esta gente habrá algún pastuso? ¿Sabeusted por casualidad, si Larrañaga o Juanchito Vegaviven aquí?·

Como mis preguntas producían hilaridad, me atrevía penetrar en el corredor. Los centinelas me rechaza-ron. Un hombre vino a advertirme que el aguardiente

186 Josf: EUSTASIO RIVERA

lo repartían en las barracas. y era verdad: poralltdesfilaba la multitud presentando jarros y totumas alvigilante que hacía la distribución. Un cuadrillero ve-nático quería chancearse: vertió petróleo en una pon-chera y le ofreció a unos indios. Como ninguno acep-tó el engaño, les tiró encima la vasija llena. No sé-quién rastrilló fósforos; pero al momento una llama-rada crepitante achicharró a los indígenas, que se aba-lanzaron sobre el tumulto, con alarida loca, coronados,de fuego lívido, abriéndose paso hacia las corrientes,donde se sumergieron agonizando.

Los empresarios de La Chorrera asomaron a la ba-randa, con los naipes del póker en las manos. "Qué es,esto? ¿Qué es esto?", repetían. El judío Barchilón to-mó la palabra: "¡Hola muchachos, no sean patanesl¡Van a quemamos el ensoropado de los caneyes!" La-rrañaga calcó la orden de Juancho Vega: "¡No másdiversión! iNo más diversión!"

y al sentir el hedor de la grasa humana, escupieronsobre la gente y se encerraron impasibles.

Así como el caballo entra en los corrales y a cocesy mordiscos aparta las hembras de su rodeo, integra-ron los capataces sus cuadrillas a culatazos y las empu-jaron a cada barraca, en medio de un bullicio ator-mentador.

Yo alcancé a gritar con toda la fuerza de mis pul-mones: ¡Luciano! ¡Lucianito, aquí está tu padrel

*'" '"

Al día siguiente, mi paciencia se puso a prueba. Erancasi las dos y los empresarios continuaban durmiendo.Por la mañana, cuando las cuadrillas salieron a los tra-bajos, se me presentó un negrote de Martinica, afilando

LA VORÁGINE

en J,avaina de su machete la hoja terrible .. "¡Hola, medijo, vos por qué te quedas aquí?

-Porque soy rumbero y vaya salir a exploración.-Vos pareces picure. Vos estabas en El Encanto.-y aunque así fuera, ¿no son de un solo dueño am-

bas regiones?

-Vos eras el sinverglienza que escribía letreros enlos árboles. Agradecé que te perdonaban.

Púsele fin al riesgos o diálogo, porque vi al tenedorde libros abriendo la puerta de la oficina. Ni siquieravolvió a mirarme cuando le di el saludo, pero avancéhasta el mostrador.

-Señor Loaiza, le dije con miedosa lengua, quierosaber, si es posible, cuánto vale la cuenta de un hijo-mío.

-¿Un hijo tuyo? ¿Querés comprarlo? ¿Te dijeron yaque lo vendían?

-Para hacer mis cálculos ... Se llama Luciano Silva.El hombre plegó un gran libro y tomando su lápiz

hizo números. Las rodillas me temblaban por la emo-ción: ¡Al fin encontraba el paradero de Lucianitol

-Dos mil docientos soles, afirmó Loaiza. ¿Qué recar-go te piden sobre esa suma?

-¿Recargo? .. ¿Recargo?-Naturalmente. No estamos para vender el personal..

Por el contrario: la empresa busca gente.-¿Podría decirme usted dónde está ahora? ..-¿Tu muchacho? Fíjate con quién tratás. Eso se les

pregunta a los cuadrilleros.Por desgracia mía, el negrote entró en ese instante.-Señor Loaiza, exclamó, no pierda palabras con este

viejo. Es un picure del Encanto y de La Florida,flojo y destornillado, que en vez de picar los árboles"grababa letreros en las cortezas con la punta del cu-

188 JOSÉ EUSTASIO RIVERA

chillo. Vaya usted a los siringales y se convencerá.fo.rtodas las estradas la misma cosa: "Aquí estuvo Cle~mente Silva en busca de su querido hijo Luciano".<Ha visto usted vagabundería?

Yo, como un acusado, bajé los ojos.-¡Hombres, prorrumpí, bien se conoce que ustedes

nunca han sido padres!-¿Qué opinan de este viejo tan descocado? ¡Cómo

habrá sido de mujeriego cuando hace gala de repro-

ductor!Así me respondieron, desenfrenando carcajadas; pe-

ro yo me erguí como un mástil y mi mano debilitada.abofeteó al contabilista. El negro, de un puntapié, metiró boca abajo contra la puerta. ¡Allevantarmc, llo-ré de orgullo y de satisfación!

** *

En la pieza vecina se alzó una voz trasnochada yamenazante. No tardó en asomar, abotonándose el pi-yama, un hombre gordote y abotagado, pechudo comouna hembra, amarillento como la envidia. Antes quehablara, apresuróse el contabilista a informarle lo

sucedido:-¡Señor Arana, voy a morir de pena! ¡Perdone us-

ted! Este hombre que está presente vino a pedirme unextracto de lo que está debiéndole a la compañía; masapenas le enuncié el saldo, se lanzó a romper el libro,lo trató a usted de ladrón y me amenazó con apuña-learnos.

El negro hizo señal de asentimiento; permanecí atu-rrullado de indignación; Arana enmudecía más. Perocon mirada desmentidora consternó a los dos infames,

"Y me preguntó, poniéndome sus manos en los hombros:

LA VORÁGINE 189

-¿Cuántos años tiene Luciano Silva, el hijo deusted?

-No ha cumplido los quince.-¿Usted está dispuesto a comprarme la cuenta su-

ya y la de su hijo? ¿Cuánto debe usted? ¿Qué abonos,le han hecho por su trabajo?

-Lo ignoro señor.-¿Quiere darme por las dos cuentas cinco mil

soles?-Sí, sí, pero aquí no tengo dinero. Si usted quisie-

ra la casita que poseo en Pasto .. , Larrañaga y Vegason paisanos míos. Ellos podrían darle informes, ellos;fueron mis condiscípulos.

-No le aconsejo ni saludarlos. Ahora no quierenamigos pobres. Dígame, agregó sacándome al patio:¿Usted no tiene goma con qué pagar?

-No señor.-¿Ni sabe cuáles son los caucheros queme la roban?'

Si me denuncia algún escondite, nos dividiremos laque allí haya.

-No señor.-¿Usted no podría conseguirla en el Caquetá? Yo.

le daría compañerazos para que asaltaran barrancones.Disimulando la repulsión que me producían aque-

llas maquinaciones rapaces, pasé de la astucia a la do-blez. Aparenté quedar pensativo. Mi sobornador estre-chó el asedio:

-Me valgo de usted porque comprendo que es hon-rado y que sabrá guardarme la reserva. Su misma cara:le hace el proceso. De no ser así, lo trataría como apicure, me negaría'a venderle a su hijo y a uno.y a;otro los enterraría en los siringales. Recuerde que no,tienen con qué pagarme y que yo mismo le doy a us-ted los medios de quedar libres.

, 190 JOSÉ EUSTASlO RIVERA

~Es verdad señor. Mas eso mismo obliga mi fe.d~'hombre reconocido. No quisiera compromcterme s~tener la seguridad de cumplir. Me gustaría ir al Ca~quetá, por lo pronto, como rumbero, mientras est\!-dio la región y abro alguna trocha estratégica.

-Muy bien pensado, y así será. Eso queda al cujda-do suyo, y el hijo de usted a mi cuidado. Pida un wín-.chester, víveres, una brújula, y llévese un indio comocarguero. ,

-:-Gracias, señor, pero mi cuenta se aumentaría.-Eso lo pago yo, ése es mi regalo de carnaval.

** *

El pasaporte que me dio el amo hacía rabiar de en-vidia a los capataces. Podía yo transitar por donde qui-siera y ellos debían facilitarme lo necesario. Mis facul-tades me autorizaban para escoger hasta treinta hom-bres y tomados de las cuadrillas que me placieran, encualquier tiempo. En vez de dirigirme hacia el Caque-tá, resolví desvianne por la hoya del Putumayo. Un vi-~ilante de las estradas del caño Eré, a quien llamabanEl Pantero, por sobrenombre, me puso preso y envióen consulta el salvoconducto. La respuesta fue favora-ble, pero me reformaron la atribución: en ningún ca-so podía escoger a Luciano Silva.

La citada orden echó por tierra mis planes, porqueyo buscaba a mi hijo para llevármelo. Muchas veces, alsentir el estruendo de los cauchales, derribados por laspeonadas, pensaba que mi chicuelo andaría con ellasy que podía aplastado alguna rama. Por entonces setrabajaba el caucho negro tanto como el siringa, lla-mado goma b01Tacha por los brasileños; para sacaréste, se hacen incisiones en la corteza, se recoge la le-

LA VORÁGINE

che en petaquillas y se cuaja al humo; la extracciónde aquél exigía tumbar el árbol, hacerle lacradurasde cuarta en cuarta, recoger el jugo y depositario enhoyos ventilados, donde lentamente se coagulaba. Poreso era tan fácil que los ladrones lo traspusieran.

Cierto día sorprendí a un peón tapando su depósitocon tierra y hojas. Circulaba ya la falsa especie de queyo ejercía fiscalización por cuenta del amo, leyendaque me puso en grandes peligros porque me granjeómuchas odiosidades. El sorprendido cogió el machetepara destroncarme, pero yo le tendí mi wínchester. ad-virtiéndole: Te voy a probar que no soy espía. Nocontaré nada. Pero si mi silencio te hace algún bien,dime dónde está Luciano Silva.

-¡Ah! ... ¿Silvita? ¿Silvita? •. Trabaja en Capalur-co, sobre el río Napo, con la peonada de Juan Mu-

, ñeiro.Esa misma tarde principié a picar la trocha que va

desde el caño Eré hasta el Tamboriaco. En esa trave-sía gasté seis meses: tuve que comer yuca silvestre, afalta de mañoco. ¡Qué tan grande sería mi extenua-ción, cuando decidí descansar un tiempo, en el aban-dono y en la soledad!

En el Tamboriaco encontré peones de la cuadrillaque residía en un lugar llamado El Pensamiento. Elcapataz me invitó a remontar el caño, so pretexto deque visitara el barracón, donde me daría víveres y cu-riara. Esa noche, apenas quedamos solos me preguntó:

_¿Y qué dicen los empresarios contra Muñeiro? ¿Loperseguirán?

-Acaso Muñeiro ...-Se fugó con peones y caucho, hace cmco meses.

¡Noventa quintales y trece hombres!-¡Cómo! ¡Cómo! ¿Pero es posible?

JoSÉ EUST,\SIORIVERA

-Trabajaron últimamente cerca de la laguna'de'!Cuyabeno, volvieron a Capalurco, se escurrieron pdt'el Napo, saldrían al Amazonas, y estarán en el extran-..jero. Muñeiro me había propuesto que tiráramos esaparada; pero yo tuve mi recelillo, porque está de modaentre los sagaces picurearse con los caucheros, prome-tiéndoles realizar la goma que llevan, prorratearles elvalor y dejarlos libres. Con esta ilusión se los carganpara otros ríos y se los venden a nuestros patrones. ¡Yese Muñeiro es tan faramallerol Y como hay un res-guardo en la boca del río Mazán ...

Al oír esta declaración me descoyunté. El resto demi vida estaba de sobra. Un consuelo triste me recon-fortó: con tal que mi hijo residiera en país extraño,yo, para los días que me quedaban, arrastraría gustoS()la esclavitud en mi propia patria.

-Pero -prosiguió mi interlocutor- también se TU-

nlOra que ese personal no se ha picureado. Piensanque usted lo llevó consigo a no sé qué punto.

-¡Si ni siquiera he visto el río Napa!-Eso es lo curioso. Usted sabe muy bien que una

cuadrilla cela a la otra y que hay obligación de con-tarle al dueño común lo bueno y lo malo. Envié unaposta al Encanto con este aviso: "Muñeiro no pareCe."Me contestaron que averiguara si usted se lo habíallevado con su gente para el Caquetá, y que, en todocaso, por precaución, remitiera preso a Luciano Silva.A usted lo esperan hace tiempo y varias comisiones10 andan buscando. Yo le aconsejaría que se volvieraa poner en claro estas cosas. Dígales allá que no ten-go víveres y que mi personal está muriéndose de ca-lenturas.

Quince días más tarde regresé al Encanto, a dar-me preso. Ocho meses antes había salido a la explo-

ración. Aunque aseveré haber descubierto caños demucha goma y ser inocente de la fuga de Juan Mu-ñe'iro y su grupo, me decretaron una novena de veinteazotes por día y sobre las heridas y desgarrones merociaban sal. A la quinta flagelación no podía levan-tarme; pero me arrastraban en una estera sobre unhormiguero de congas y tenía que salir corriendo. Es-to divirtió de lo lindo a mis victimarios.

De nuevo volví a ser ,el cauchero Clemente Silva,decrépito y lamentable.

Sobre mis esperanzas pasaron los tiempos.Lucianito debía tener diecinueve años.

** *

Por esa época hubo para mi vida un suceso trascen-dental: un señor francés, a quien llamábamos el mosíÚ,llegó a las caucherías como explorador y naturalista.Al principio se susurró en los barracones que veníapor cuenta de un gran museo y de no sé qué sociedadgeográfica; luego se dijo que los amos de los gomalesle costeaban la expedición.

y así sería, porque Larrañaga le entregó víveres ypeones. Como yo era rwnbero de mayor pericia, meretiraron de la tropa trabajadora en el rio Cahuinaripara que lo guiara por donde él quisiera.

Al través de las espesuras iba mi machete abriendola trocha, y detrás de mi desfilaba el sabio con sus car-gueros,. observando plantas, insectos, resinas. De no-che, en playones solemnes, apuntaba a los cielos suteodolito y se ponía a coger estrellas, mientras que yo,cerca del aparato, le iluminaba el lente con un focoeléctrico. En lengua enrevesada solía decirme:

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

donde pasa un ViejO camino que une barracones-Mañana te orientarás en la dirección de aquellos

luceros. Fíjate bien de qué lado brillan y recuertlaque el sol sale por aquí.

y yo le respondía regocijado:-Desde ayer hice el cálculo de ese rumbo, por puro

instinto.El francés, aunque reservado, era bondadoso. Es cier-

to que el idioma le oponía complicaciones; pero con-migo se mostró siempre afable y cordial. Admirábasede verme pisar el monte con pies descalzos, y me dióbotas; dolía se de que las plagas me persiguieran, deque las fiebres me achajuanaran, y me puso inyeccionesde varias clases, sin olvidarse nunca de dejarme en suvaso un sorbo de vino y cOHsolar mis noches con al-_gún cigarro.

Hasta entonces parecía no haberse enterado de lacondición esclava de los caucheros. ¿Cómo pensar quenos apalearan, nos persiguieran, nos mutilaran aque-llos señores de servil ceño y melosa charla que salierona recibirlo en La Chorrera y en El Encanto? Más cier-to día que vagábamos en una vega del Yacuruma, porabandonados en la soledad de esas montañas, se detu-vo el francés a mirar un árbol. Acerquéme para alis-tarle según costumbre, la cámara fotográfica y esperarórdenes. El árbol castrado ambiguamente por 10& go-meros, era un siringa enorme, cuya corteza quedóllena de cicatrices, gruesas, protuberantes, tumefac-"<tas,como lobanillos apretujados.

-¿El señor desea tomar alguna fotografía? le -pre-gunté?

-Sí. Estoy observando unos jeroglíficos.-¿Serán amenazas puestas por los caucheros?-Evidentemente: aquí hay algo como una cruz.

LA VORÁGINE 195

Me acerqué congojoso, reconociendo mi obra de an-uño, desfigurada por los repliegues de la corteza:4<Aquí estuvo Clemente Silva." Del otro lado, las pa-labras Lucianito: Adiós, adiós ... "

¡Ay mosiú, murmuré, esto lo hice yo!y apoyado en el tronco, me puse a llorar.

** *

Desde aquel instante tuve, por primera vez, un ami-:go y un protector. Compadecióse el sabio de mis des-.gracias y ofreció lloertarme de mis patrones, com-prando mi cuenta y la de mi hijo, si aún era esclavo.Le referí la vida horrible de los caucheros, le enumerélos tormentos que soportábamos, y, porque no dudara,10 convencí objetivamente:

-Señor, diga si mi espalda ha sufrido menos que-ese árbol.

Y, levantándmne ·la camisa, le enseñé mis carneslaceradas.

Momentos después, el árbol y yo perpetuamos en laKodak nuestras heridas, que vertieron para igual amodistintos jugos: siringa y sangre.

De allí en adelante, el lente fotográfico se dió a fun-,donar entre las peonadas, reproduciendo fases de latortura, sin tregua ni disimulo, abochornando a los-capataces, aunque mis advertencias no. cesaban de pre-dicarle al naturalista el grave peligro de que mis amos10 supieran. El sabio seguía impertérrito, fotografian-,do mutilaciones y cicatrices. "Estos crímenes, que aver-.giienzan a la especie humana -solía decirme- debenser conocidos en todo el mundo para que los gobiernos·se apresuren a remediarlos." Envió notas a Londres,París y Lima, acompañando vistas de sus denuncias,

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

y pasaron tiempos sin que se notara ningún remedio_Entonces decidió quejarse a los empresarios, adujo-documentos y me envió con cartas a La Chorrera.

Sólo Barchillón se encontraba allí. Apenas leyó tEabultado pliego, hizo que me llevaran a su oficina.

-¿Dónde conseguiste botas de soche'!, gruñó al mi-rarme.

-El mosiú me las dio con este vestido._¿Y dónde ha quedado ese vagabundo?-Entre el caño Campuya y Lagarto-cocha, afirmé-

mintiendo. Poco más o menos a treinta días.-¿Por qué pretende ese aventurero ponerle pauta a.

nuestro negocio? ¿Quién le otorgó permiso para darlas.de retratista? ¿Por qué diablos vive alzaprimándome'los peones?

-Lo ignoro, señor. Casi no habla con nadie y cuan-do lo hace, poco se le entiende ...

-¿Y por qué nos propone que te vendamos?-Cosas de él ....El furioso judío salió a la puerta y examinaba con-

tra la luz algunas postales de la Kodak.-¡Miserablel ¿Este espinazo no es el tuyo?-¡No señor, no señor!-¡Pélate medio cuerpo, inmediatamente!Y me arrancó a tirones blusa y franela. Tal temblor

me agitaba, que, por fortuna, la confrontación resultó<imposible. El hombre requirió la pluma de su escrito-rio, y, tirándomela de lejos, me la clavó en el omopla~to. Todo el cuadril se me tiñó de rojo.

-Puerco, quita de aquí, que me ensangrientas elentablado.

Me precipitó contra la baranda y tocó un silbato.Un capataz, a quien le decíamos El Culebrón, acudió-

LA VORÁGINE 197

:solícito. Me preguntaron sobre mil cosas y las contes-té equivocadamente. El amo ordenó al entrar:

-Ajústale las botas con un par de grillos, porque,de seguro le quedan grandes.

Así se hizo. 'El Culebrón se puso en marcha con cuatro hombres,

a llevar la respuesta, según se decía.¡El infeliz francés no salió jamás! .

*:1< *

El año siguiente fue para los caucheros muy fe-<cunda en espectativas. No sé cómo, empezó a circularsubrepticiamente en gomales y barracones un ejemplar·del diario La Felpa, que dirigía en Iquitos el perio-dista Saldaña Roca. Sus columnas clamaban contralos crímenes que se cometían en el Putumayo y pe-dían justicia para nosotros. Recuerdo que la hoja es-taba maltrecha, a fuerza de ser leída, y que en el si-ringal del caño Algodón la remendamos con cauchotibio, para que pudiera viajar de estrada en estrada,-oculta entre un cilindro de bambú que' parecía cabo,de hachuela.

A pesar de nuestro recato, un gomero del EcUadora quien llamábamos El Presbítero, le sopló al vigilan-te lo que ocurría, y sorprendieron cierta mañana, en-tre unos palmares de chiquichiqui,a un lector des-cuidado y a sus oyentes, tan distraídos en la lectura,que no se dieron cuenta del nuevo público que tenían.Al lector le cosieron los párpados con fibras de cumarey a los demás les hecharon en los oídos cera caliente.

El capataz decidió regresar al Encanto para mostrarla hoja; y como no tenía curiara, me ordenó que locondujera por entre el monte. Una nueva sorpresa me

JOSÉ EUSTASIO ltIVEIlA

esperaba: había llegado un visitador y en la propia.casa recibía declaraciones.

Al darle mi nombre, comenzó a filiarme y en pre-·sencia de todos me preguntó: ¿Usted quiere seguir-trabajando aquí?

Aunque he tenido la desgracia de ser tímido, alarmé-a la gente con mi respuesta: ¡No señor, no señor!

El letrado acentuó con voz enérgica:-Puede marcharse cuando le plazca, por orden mía~

¿Cuáles son sus señales particulares?-Estas, afirmé desnudando mi espalda.El público estaba pálido. El visitador me acercaba:

sus espejuelos. Sin preguntarme nada, repitió:-¡Puede marcharse mañana mismo!y mis amos dijeron sumisamente:-¡Señor visitador, mande su señoría!Uno de ellos, con el desparpajo de quien recita UllI

discurso aprendido, agregó ante el funcionario:-¿Curiosas cicatrices las de este hombre, verdad?-

¡Tiene tántos secretos la botánica, particularmente enestas regiones! No sé si su señoría habrá oído hablarde un árbol maligno, llamado mariquita, por los game-ros. El sabio francés, a petición nuéstra, se interesó,por estudiarlo. Dicho árbol, a semejanza de las muje-res de mal vivir, brinda una sombra perfumada; ¡masay! del que no resista a la tentación: su cuerpo sale de"allí veteado de rojo, con una comezón desesperante, yvan apareciendo lamparones que se supuran y luego-cicatrizan arrugando la piel. Como este pobre viejo-que está presente, muchos siringueros han sucumbido.a la inexperiencia.

-Señor ... iba a insinuar; pero el hombre siguió tancínico:

-¿Y quién creerá que este insignificante detalle le-

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origina complicaciones a la empresa? Tiene tántas ré-moras este negocio, exige tal patriotismo y perseveran-cia, que si el gobierno nos desatiende quedarán sinsoberanía estos grandes bosques, dentro del propio lí-mite de la patria. Pues bien: ya su señoría nos hizo elhonor de averiguar en cada cuadrilla cuáles son lasviolencias, los azotes, los suplicios a que sometemoslas peonadas, según decir de nuestros vecinos, envidio-sos y despechados, que buscan mil maneras de impe-dir que nuestra nación recupere sus territorios y que .haya peruanos en estas lindes, para cuyo intento nofaltan nunca ciertos escritorcillos asalariados.

Ahora retrocedo al tema inicial: La empresa abresus brazos a quien necesite de sus r~cursos y quieraenaltecerse mediante el esfuerzo. Aquí hay trabajado-res de muchos lugares, buenos, malos, díscolos, pere-zosos. Disparidad de caracteres y de costumbres, indis-ciplina, amoralidad, todo eso ha encontrado en la ma-riquita un cómplice cómodo; porque algunos -prin-cipalmente los colombianos- cuando riñen y se gol-pean o padecen el mal del árbol, se vengan de la em-presa que los corrige, desacreditando a los vigilantes,a quienes achacan toda lesión, toda cicatriz, desde laspicaduras de los mosquitos hasta la más parva rasgu-ñadura.

Así dijo, y, volviéndose a los del grupo, les preguntó:-¿Es verdad que en estas regiones abunda la mari-

quita? ¿Es cierto que produce pústulas y nacidos?y todos respondieron con grito unánime:-jSí señor, sí señor!-Afortunadamente, agregó el bellaco, el Perú aten-

derá nuestra iniciativa patriótica: le hemos pedido ala autoridad que nos militarice las cuadrillas, median-te la dirección de oficiales y sargentos, a quienes pa-

200 JOSÉ EUSTASIO RIVERA

garemos con mano pródiga su permanencia en estosconfines, ·con tal que sirvan a un mismo tiempo defiscales para la empresa y de vigilantes en las estradáS.•De esta suerte el gobierno tendrá soldados, los traba-jadores garantías innegables y los empresarios estímu-lo, protección y paz.

El visitador hizo un signo de complacencia.

** *

Un abuelo, Balbino Jácome, nativo de Garzón, aquien se le secó la pierna derecha por la mordedurade una tarántula, fue a visitarme al anochecer; y re·costando sus muletas bajo el alero de la barraca dondemi chinchorro pendía, dijo quedo: Paisano, cuandopise tierra cristiana pague una misa por mi intención.

-¿En premio de qué confirma las desvergiienzas delos empresarios?

-No. En memoria de la esperanza que hemos per-didó.

-Sepa y entienda, le repuse, que usted no debe va-lerse de mi persona. Usted ha sido el más abyecto delos lambones, el favorito de Juancho Vega, a quiensuperó en renegar de nuestro país y en desacreditar alos colombianos.

-Sin embargo, replicó, mis compatriotas algo medeben. Pues que usted se va, puedo hablarle claro:he tenido la diplomacia de enamorar a los enemigos,aparentando esgrimir el rebenque para que hubieraun verdugo menos. He desempeñado el puesto de espíaporque no pusieran a otros de verdaderas capacidades.N o hice más que amoldarme al medio y jugar al tuteescogiendo las cartas. ¿Que era necesario atajar unchisme? Yo lo sabía y lo tergiversaba. ¿Que a un tal

LA VORÁGINE 201;

lo maltratarcn en la cuadrilla? Aplaudía el maltrata-miento, ya inevitable, y luego me vengaba del esbirro. '¿Por qué los vigilantes me miman tanto? Porque soyel hombre de las influencias y de la confianza. Oye, ledigo a uno: Los amos han sabido cierta casita ... yéste se me postra, prorrumpiendo en explicaciones. En-tonces consigo lo que nadie obtendría: ¡No me lespegues a mis paisanos; si aprietas allá te remacho aquí!

De esta manera practico el bien, sin escrúpulos, singloria, y con sacrificos que nadie agradece. Siendoun escoria andante, hago lo que puedo como buenpatriota, disfrazado de mercenario. Usted mismo seirá muy pronto, odiándome, maldiciéndome, y al pisarsu valle, fértil como el mío, sentirá alegría de que yosufra en tierra de salvajes la expiaci6n de pecadosque son virtudes.

Confiéselo, paisano: ¿Cuando su viaje al Caquetá nole rogué que se picureara? ¿No le pinté, para decidir-lo, el caso de Julio Sánchez, que en una canoa se fugócon la esposa encinta, por toda la vena del Putumayo,sin sal ni fuego, perseguido por lanchas y por guar-niciones, guareciéndose en los rebalses, remontandotan sólo en noches oscuras, y en tan largo tiempo,que al salir a Mocoa la mujer pénetr6 en la iglesiallevando de la mano a su muchachito, nacido en lacuriara? .

Mas usted despreció muchas facilidades. ¡Si yo lashubiera tenido, si no me maneara esta invalidez!Cuantos se fugan, por consejos míos, me prometieronvenir por mí y llevarme en hombros; pero se largansin avisarme, y si los prenden, cargo la culpa, y vienena decir que fui su c6mplice, por lo cual tengo queexigir que les echen palo, para recuperar así mi in-fluencia mermada. ¿Quién le rogó al francés que pi-

202 JOSÉ EUSTASIO RIVERA

diera de rumbero a Clemente Silva? ¿Qué mejor coyun-tura para un picure? ¡Y usted, lejos de agradecer e

mis sugestiones, me trató mall Y en vez de impedirque el sabio se metiera en tantos peligros, lo dejó.solo, y tuvo la ocurrencia de venir con esas cartasdonde el patrón, para que sucediera lo que ha suce-dido. iY ahora quiere que me ponga a contradecir loque dicen los amos, cuando nos ha perdido el visitadorl

-¡Hola, paisano, explíqueme eso!-No, porque nos oyen en la cocina. Si quiere, más

tardecito nos vamos en la curiara, con el pretexto depescar.

Así lo hicimos.

** *

En el puerto había diversas embarcaciones. Mi com-pañero se detuvo a hablar con un boga que dormía abordo de una gran lancha. Ya me impacientaba lademora cuando oí que se despidieron. El marineroprendió el motor y encendióse la luz eléctrica. Enci-ma del bombillo de mayor volumen comenzó a zum-bar el ventilador.

Entonces por un tablón que servía de puente, pasa-ron a la barca varias person~s, de vestidos almidona-dos, y entre ellas una dama llena de joyas y arandelas,que se reía con risa de rico. Mi compañero se meacercó. "Mire, dijo en voz baja, los señores amosestán de té. Esa hermosura a quien le da la mano suseñoría es la madona Zoraida Ayram."

Nos metimos en la curiara, y a poco bogar, la ama-rramos en un remanso, desde donde veíamos luces defocos reflejados en la corriente. Balbino Jácome dióprincipio a su exposición:

LA VORÁGINE

"Según me contaba Juancito Vega, las cartas que el,¡¡abiomandó al exterior produjeron alarmas muy gra-ves. A esto se agrega que el francés desapareció, comodesaparecen aquí los hombres. Pero Arana vive enIquitos y su dinero está en todas partes. Hace comoseis meses empezó a mandar los periódicos enemigospara que la empresa los conociera y tomara con tiem-po precauciones.

Al principio, ni siquiera me los mostraban; despuésme preguntaron si podían contar conmigo y me gra-tificaron con la administración de la pulpería.

Cierta vez que los empresarios se trasladaron a LaChorrera, unos cuadrilleros pidieron quinina y pólvo-ra. Como bien conozco qué capataces no deletrean, hicepaquetes en esos periódicos y los despaché a los ba-rracones y a los siringa les, por si algún día al quedarpor ahí volteando, daban con un lector que los apro-vechara.

-Paisano, exclamé, ahora sí le creo. Entre nosotros·circuló uno. ¡Por causa de él vine a dar aquí, a encon-trar salvación! ¡Grac+as a ustedl ¡Gracias a ustedl

-No se alegre, paisano: ¡Estamos perdidos!-¿Por qué? ¿Por qué?

.-¡Por la venida de este maldito visitadorl ¡Por-este visitador que al fin no hizo nada! Mire usted:-quitaron el cepo, el día que llegó, y pusiéronselo depuente al desembarcar, sin que se le ocurriera repa-rar en los agujeros que tiene, o en las manchas de san-:gre que lo vetean; fuimos al patio, al lugar donde estu-vo puesta esa máquina de tormento, y no advirtió los-trillados que dejaron los prisioneros al debatirse, pi-diendo agua, pidiendo sombra. Por burlarse de él olvi-·daron en la baranda un rebenque de seis puntas, 'fpreguntó el muy simple si estaba hecho de verga de

JOSÉ :EUSTASIO RIVJ!RA

toro. y Macedo, con gran descaro, le dijo riéndose::"Su señoría es hombre sagaz. Quiere saber si CODre'"

mos carne vacuna. Evidentemente, aunque el ganadoocuesta carísimo, en aquel botalón apegamos las re$t:-citas."

-Me consta, le argiií que el visitador es hombreenérgico,

-Pero sin malicia ni observación. Es como un torociego que sólo embiste al que le haga ruidb. ¡Yaquínadie se atreve a hablar I Aquí ya estaba todo muybien arreglado y las cuadrillas reorganizadas; a los.peones descontentos o resentidos los encentraron quiénsabe en dónde, y los indios que no entienden el espa-ñol ocuparon los caños próximos. -Las visitas de fun-cionarios se limitaron a reconocer algunas cuadrillas•.de las ciento y tantas que trabajan en estos ríos yenmuchos otros inexplorados, de suerte que en recorrer--las e interrogarlas nadie gastaría menos de cinco me--sesoAún no hace una semana que llegó el visitadory ya está.de vuelta.

Su señoría se contentará con decir que estuvo en lacalumniada selva del crimen, les habló de hábeas cor--pus a los gomeros, oyó sus quejas, impuso su autori-dad y los dejó en condiciones inmejorables, facuItados.para el regreso al hogar lejano. Y de aquí en adelantenadie prestará crédito a las torturas y a las expoliacio-nes y sucumbiremos irredentos, porque el informe quepresentó su señoría será respuesta obligada a todo re-clamo, si quedan persona$ cándidas que se atrevan ainsistir sobre asuntos ya desmentidos oficialmente.

Paisano, no se sorprenda al escucharme estos ra-zonamientos, en los cuales no tengo parte. Es que selos he oído a los empresarios. Ellos temblaron ante la-idea de salir de aquí con la soga al cuello; y hoy se

LA VORÁ/OINE 2°5

ríen del temor pretérito porque aseguraron el porve-·nir. Cuando el visitador se movía para tal caño, enejercicio de sus funciones, quedábamos en casa sin másdistracción que la de apostar a que no pasarían de tres.los gomeros que se atrevieran a dar denuncias, y a.qlle su señoría tendría para todos idéntica frase:"Usted puede irse cuando le plazca."

-Paisano, ¡si estamos libres! ¡Si nos han dado li-bertad!

-No, compañero, ni se lo sueñe. Quizá algunos po-drían marcharse,· pero pagando, y no tienen medios.No saben el por dónde, el cómo, ni el cuándo. "Maña-na mismo." ¡Ese es un adverbio que suena bienl ¿Yel saldo, y la embarcación, y el camino y las guarni-ciones? Salir de aquí por quedar allá, no es negocio.que pague los gastos, muy menos hoy que los intere-ses sólo se abonan a látigo y sangre .

.-¡Yo me olvidaba de esa verdad I ¡Me vaya ha-blarle al visitadorl

-¡Cómo! ¿A interrumpir sus coloquios con la ma--dona?

-¡A pedirle que me lleve de cualquier modol-No se afane, que mañana será otro día. El boga

con quien hablé al venir aquí, dañará el motor de lalancha esta misma noche 'Y durará el daño hasta que 'Yo-quiera. Para eso está en mis manos la pulpería. Yave que los lambones de algo servimos.

-¡perdóneme, perdóneme! ¿Qué debo hacer?-Lo que manda Dios: confiar y esperar. ¡Y lo que

yo mando: seguir oyendo!Sin hacer caso de mi angustia, Balbino Jácome pro--

siguió:-Su señoría no se lleva ni un solo preso, aunque

se le hubieran dado algunitos, por peligrosos; no a los

JOSÉ EUSTAs~O RIVERA

que matan o a los que hieren, sino a los que robarl.Pero el visitador no pudo hacer más. Antes que lle-gara, fueron espías a las barracas a secretear el chismede que la empresa quería cerciorarse de cuáles eranlos servidores de mala índole, para ahorcarlos a todos,con cuyo fin les tomaría declaración cierto socio ex-I'ranjero, que se haría pasar por juez de instrucción.Esta medida tuvo un éxito completísimo: su se.ñoríahalló por doquiera gentes felices y agradecidas, quenunca oyeron decir de asesinatos ni de vejámenes.

Mas el crimen perpe~uo no está en las selvas sino·en dos libros: en el Diario y en el Mayor. Si su se.ñoría los conociera, encontraría más lectura en el DEBE

que en el HABER, ya que a muchos hombres se les llevala cuenta por simple cálculo, según lo que informanlos capataces. Con todo, hallaría datos inicuos: peo-nes que entregan kilos de goma a cinco centavos yreciben franelas a veinte pesos; indios que trabajanhace seis años, y aparecen debiendo aún el mañoco·del primer mes; niños que heredan deudas enormes,procedentes del padre que les mataron" de la madreque les forzaron, hasta de las hermanas que les vio-iaron, y que no cubrirán en toda su vida, porque cuan--do conozcan la pubertad, los solos gastos de su niñezles darán medio siglo de esclavitud.

Mi compañero hizo una pausa, mientras me ofredasu tabaquera. Yo, aunque consternado por tanta igno-minia, quise defender al visitador:

-Probablemente su señoría no tendrá orden judi-·cial para ver esos libros.

-Aunque la tuviera. Están bien guardados.-¿Y será posible que su señoría no lleve pruebas

·de tantos atropellos que fueron pÚblicos? ¿Se estaráhaciendo el disimulado?

LA VORÁGINE 207

-Aunque así fuera. ¿Qué ganaríamos con la eviden-,cia de que fulano mató a zutano, robó a mengano,hirió a perencejo? Eso, como dice Juanchito Vega, pasaen Iquitos y en dondequiera que existan hombrescuánto más aquí en una selva sin policía ni autorida-des. Líbrenos Dios de que se compruebe crimen algu-no, porque los patrones lograrían realizar su mayor

,deseo: la creación de alcaldías o de panóptic05, o mejor,la iniquidad dirigida por ellos mismos. Recuerde us-ted que aspiran a militarizar a los trabajadores, a tiem-po que en Colombia pasan cosillas reveladoras de algo<muy grave, de subterránea complicidad, según frase.de Larrañaga. ¿Los colonos colombianos no están ven-.diendo a esta empresa sus fundaciones, forzadqs por lafalta de garantías? Ahí están Calderón, Hipólito Pérezy muchos otros, que reciben lo que les dan, creyéndo-osebien pagados con no perderlo todo y poder escurrirel bulto. ¿Y Arana, que es el despojador, no sigue:siendo, prácticamente, cónsul nuéstro en Iquitos? ¿Y,el presicÍente de la república no dizque envió al ge-neral Velasco a licenciar tropas y resguardos en elPutumayo y en el Caquetá, como respuesta muda a la-demanda de protección que los colonizadores de nues-tros ríos le hací:an a diario? ¡Paisano, paisanito, esta-.mos perdidos! ¡Y el Putumayo y el Caquetá se pierdentambién!

Oigame este consejo: ¡No diga nada! Dicen que el~ue habla yerra, pero el que hable de estos secretos-errará más. Vaya predíquelos en Lima o en Bogotá,;si quiere que lo tengan por mendaz y calumniador.Si le preguntan por el francés, diga que la empresa lo.envió a explorar lo desconocido; si le averiguan laespecie aquella de que el Culebrón mostró cierto díael reloj del sabio, adviértales que eso fue con ocasión

]OSÉEUSTASIO RIVERA

de una borrachera, y que por siempre está durmiénd6...la. Al que lo interrogue por El ChisPita, respónda'16que era un capataz bastante ilustrado en lenguas nad-·vas: yeral, carijona, huitoto, muinane; y si usted, poradobar la conversación, tiene que referir algún episo-dio, no cuente que esa paloma les robaba los guayucós ..a los indígenas para tener pretexto de castigados pOrinmorales, ni que los obligaba a enterrar la goma, sólo,por esperar a que llegara el amo y descubrir ocasio-nalmente los escondites, con lo cual sostenía su famade adivino honrado y vivaz; hable de sus uñazas, afi--ladas como lancetas, que podían matar al indio másfuerte con imperceptible rasguñadura, no por ser mági-cas ni enconos as, sino por el veneno de curare que las.teñía.

-¡Paisano, exclamé: usted me habla de Lima y de-Bogotá, como si estuviera seguro de que puedo salir-de aquí! •

-Sí señor. Tengo quien lo compre y quien se lO'.lleve: ¡La madona Zoraida Ayram!

-¿De veras? ¿De veras?-Como ser de noche. Esta mañana cuando su seño-

ría lo mandó llamar para interrogarlo, la madona lo,veía desde la baranda, con el binóculo: y cuando usteddeclaró en alta voz que no quería trabajar más, ellapareció muy complacida por tal insolencia. ¿Quién es,me preguntó, ese viejo tan .arriesgado? y yo respondí:nada menos que el hombre que le conviene es elrumbero llamado El Brújulo, a quien le recomiendo,como letrado, ducho en números y facturas, perito,en tratos de goma, conocedor de barracas y de sirin.gales, avispado en lances de contrabando, buen mer-cader, buen boga, buen pendolista, a quien su hermo--sura puede adquirir por muy poca cosa. Si lo hubiera.

LA VORÁGINE

tenido cuando el asunto de Juan Muñeiro, no me con-taría complicaciones.

-¿Asunto de Juan Muñeiro? ¿Complicaciones?-Sí descuidillos que pasaron ya. La madona les

compró el caucho a los picures de Capalurco, y enIquitos querían decomisárselo. Pero ella triunfó. ¡Paraeso es hermosa! Les habían prohibido a las guarnicio-nes que la dejaran subir estos ríos, y ya ve usted queel visitador le compuso todo, y hasta de balde. Sinembargo: la mujer cuando da, pide; y el hombre pidecuando da.

-¡Compañero, la madona tendrá noticias de Lucia-nitol ¡Voy a hablar con ellal ¡Aunque no me compret

Veinte días después estaba en Iquitos.

** ...La lancha de la madona remolcaba un bongo de cien

quintales, en cuya popa gqbernaba yo la espadilla, su-friendo soL Frecuentemente atracábamos en bohíosdel Amazonas, para realizar la corotería aunque fuerapermutándola por productos de la región, jebe, casta-ñas, piraructl, ya que hasta entonces la agriculturano había conocido adictos en tan dilatados territorios.Doña Zoraida misma pactaba las permutas con loscolonos, y era tal su labia de mercachifle, que siempreal reembarcarse tuvo el placer de verme inscribir enel Diario las cicateras utilidades obtenidas.

No tardé en convencerme de que mi ama era decarácter insoportable, tan atrabiliaria como un canó-nigo. N egóse a creer que yo era el padre de Lucianito,habló despectivamente de Muñeiro, y a fuerza de hu-millaciones pude saber que los prófugos, tras de en~a-ñarla con una siringa, que era robada y de ínfima clase,

:10 )ost EUSTASJO RIVERA

burlaron las guarniciones del Amazonas y remontart)1»el Caquetá hasta la confluencia del Apoporis, por dC¡n.;.de subieron en busca del río Taraira, que tiene una::trocha para el Vaupés, a cuyas márgenes fue a buscar--los para que la indemnizaran de los perjuicios, sin lo·'grar más que decepciones y hasta calumnias contrasu decoro de mujer virgen, pues hubo deslenguadoS.que se atrevieron a inventar un drama de amor.

-¡No olvides, viejo, gritóme un día, tu vil condiciónde criado mendigol No tolero que me interrogues fami-liarmente sobre puntos que apenas serían pasables enconversaciones de camaradas. Basta de preguntarmesi Lucianito es mozo apuesto, si tiene bozo, buena~alud y modales nobles. ¿Qué me importa a mí seme-jante cosa? ¿Ando tras los hombres para inventariar-les sus lindas caras? ¿Está mi negocio en preferir losclientes gallardos? j Sigue, pues, de atrevido y necio yvenderé tu cuenta a quien me la compre!

-¡Madona, no me trate así, que ya no estamos enlos 5iringalesl ¡Harto estoy de sufrir por hijos in-gratos! ¡Ocho años llevo de buscar al que se me vino.y él, quizás, mientras yo lo anhelo, nunca habrá pen-sado en hallarme a mí! ¡El dolor de esta idea es sufi-ciente para abreviar mi pesadumbre, porque soy capazen cualquier instante, de soltar el timón del bongoy lanzarme al agua! ¡Sólo quiero saber si Luciano ig-nora que lo busco; si topaba mis señas en los troncosy en los caminos; si se acordaba de su mamál

-¡Ay, arrojarte al agua! ¡Arrojarte al agua! ¿Seráposible? ¿Y mis dos mil soles? ¿Mis dos mil soles?¿Quién me paga mis dos mil soles?

-¿Ya no tengo derecho ni de morir?-¡Eso sería un fraude 1-¿Pero cree usted que mi cuenta es justa? ¿Quién

LA VORÁGINE 211

no cubre en ocho años de labor continua lo que secopie? ¿Estos harapos que envilecen mi cuerpo no es-tán gritando la miseria en que viví siempre?

-y el robo de tu hijo ...-¡Mi hijo no roba! ¡Aunque haya crecido entrf'

bandoleros! No lo confunda con los demás. ¡El no leha vendido caucho ninguno! Usted hizo el trato conJuan Muñeiro, recibió la goma y se la debe en parte.¡He revisado yo los libros!

-¡Ay, este hombre es espía! ¡Me engañaron los deEl Encanto! ¡ Traición del viejo Balvino Jácome! ¡Pe-ro de mí no te burlarás! ¡Cuando desembarquemos,te haré prender!

-¡Sí, que me entreguen al juez Valcárcel, paraquien llevo graves revelaciones!

-¡Alál ¿Piensas meterme en nuevos embrollos?-¡Pierda cuidado! No seré delator cuando he sido-

víctima.-Yo arreglo eso. ¡Me echarás encima el odio de

Arana!-No mentaré lo de Jan Muñeiro.-¡Vas a crearte enemigos muy poderosos! ¡En Ma-

naos te dejaré libre! ¡Irás al Vaupés y abrazarás aLuciano Silva, a tu hijo querido, quien de seguroanda buscándote!

-No desistiré de hablar con mi cónsul. ¡Colombianecesita de mis secretosl ¡Aunque muriera inmediata-mente! jAhí le queda mi hijo para luchar!. Horas después desembarcábamos.

** *

El altercado con la madona me enalteció. A lasúltimas frases, me troqué en amo, temido por mi due-

.201:!: JOSÉ EUSTASIO RIVERA

ña, IrIirado con respeto por la servidumbre de lanclUly de bongo, El motorista y el timonel, que en diasanteriores me obligaban a lavar sus ropas, no sabían ...,qué hacer con el señor Silva. Al saltar a tierra, ~node ellos me ofreció cigarrillos, mientras que el otrome alargaba la yesca de su eslabón, sombrero en mano.

-¡Señor Silva, usted nos ha vengado de muchasafrentasl

-La mestiza de Parintins, camarera de la madona,pidió a los hombres, desde la lancha, que descorrieranlas cortinas de a bordo.

-Pronto, que la señora tiene cefálicos. Ya se ha to-mado dos aspirinas. iEs urgente guindarle la hamacal

lVIientras los marineros obedecían, medité mis pla-nes: ir al consulado de mi país, exigirle al cónsulque me asesorara en la prefectura o en el juzgado,denunciar los crímenes de la selva, referir cuanto me(;onstaba sobre la expedición del sabio francés, solici-tar mi repatriación, la libertad de los caucheros escla-vizados, la revisión de libros y cuentas en La Chorreray en El Encanto, la redención de miles de indígenas,el amparo de los colonos, el libre comercio en caños yríos. Todo, después de haber conseguido la orden deamparo a mi autoridad de padre legítimo, sobre mihijo menor de edad, para llevármelo, aún por la fuerza,de cualquier cuadrilla, barraca o monte.

La camarera se me acercó:-Señor Silva, nuestra señora ruega a usted que

ordene sacar del bongo lo que allí venga y que hagaen la aduana las gestiones indispensables, como cosapropia, por ser usted el hombre de confianza.

-Dígale que me voy para el consulado.-¡Pobrecita, cómo ha llorado al pensar el Lú!-¿Quién es ese Lú?

LA VORÁGINE :113-

-Lucianito. Así le decía cuando anduvieron juntosoen el Vaupés.

-¡Juntos!-Sí, señor, como beso y boca. Era muy generoso,o

le conseguía lotes de caucho. La que tiene detalles.ciertos es mi hermana mayor, que actualmente estáen el Río Negro, como querida de un capataz del turcoPezil, y fue primero que yo camarera de la madona.

Al escuchar esta confidencia temblé de amargura yresentimiento. Volví el rostro hacia la ciudad, disimu~landa mi indignación. Ignoro en qué momento me pu-se en marcha. Atravesé corrillos de marineros, filas de-cargadores, grupos delOresguardo. Un hombre me de-otuvo para que fe mostrara el pasaporte. Otro me pre-guntó de dónde venía, y si en mi canoa quedaban le-gumbres para vender. No sé cómo recorrí calles, subur-bios, atracaderos. En, una plaza me detuve frente a unportón que tenía un escudo. Llamé.

-~EI cónsul de Colombia se encuentra aquí?-¿Qué cónsul es ese? preguntó una dama?-El de Colombia.-¡Ja, jal

En una esquina vi sobre el balcón el asta de una,bandera. Entré.

-Perdone, señor. ¿El consulado de la república de-Colombia? -

-Este no es.y seguí caminando de ceca en meca, hasta la noche.-Caballero, le dije a un nadie ¿Dónde reside el

cónsul de Francia?Inmediatamente me dió las señas. La oficina esta-

ba cerrada. En la placa de cobre leí: Horas de despa--cho, de nueve a once.

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

* **

Pasada la primera nerviosidad me sentí tan acobar-dado, que eché de menos la salvajez de los siringales.Siquiera allá tenía conocidos y para mi chinchorro nofaltaba un lugar; mis costumbres estaban hechas, sabíaedesde por la noche la tarea del día siguiente y hasta105 sufrimientos me venían reglamentados. Pero enla ciudad advertí qne me faltaba el hábito de las risas,<delalbedrío, del bienestar. Vagaba por las aceras conel temor se ser importuno, con la melancólía de ser ex-tranjero. Me parecía que alguien iba a preguntarmepor qué andaba ocioso, por qué no seguía fumigando'goma, por qué había desertado de mi barraca. Dondehablaran recio, mis espaldas se estremecían; donde ha-llaba luces, encandillábanse mis ojos, habituados a lapenumbra. La libertad me desconocía, porque no eralibre: tenía un amo, el acreedor; tenía un grilIo,ladeuda, y me faltaban la ocupación, el techo y el pan.

Varias veces había recorrido el pueblo, sin compren-der que no era grande. Al fin, me di cuenta de que los,edificios se repetían. En uno de ellos desocupábanselos vehículos. Adentro, aplausos y músicas. La madonabajó de un coche, en compañía de un caballero gordo,,cuyos bigotes eran grues~s y retorcidos como cables.Quise volver al puerto y vi en una tienda al :\llotoristay al timonel.

-Señor Silva, estamos aquí porque no hay cuidadoen la embarcación. Ya entregamos todo. Mañana, a las,doce en punto, sale el vapor de línea que entra en elRío Negro. La madona compró pasaje. Pero los tresviajaremos en nuestra lancha. Saldremos cuando usted10 ordene. Le aconsejaríamos dejar sus secretos para

LA VORÁGINE

Manaos. Aquí no le oyen. ¿Que esperanzas le dió sucónsul?

-'-Ni siquiera sé donde vive.-¿Podrían decirme, les preguntó el timonel a los

paroquianos, si el consulado de Colombia tiene oficina?-No sabemos.-Creo que donde Arana, Vega y Compañía, insinuó

el motorista. Yo conocí de cónsul a don Juancho Vega.La ventera que lavaba las copas en un caldero, ad-

virtió a sus clientes:-El latonero de la vecindad me ha contado que a

su patrón lo llaman el cónsul. Pueden indagar si algu-no de ellos es colombiano.

Yo, por honor del nombre, rechacé la burla:-¡Ustedes no sospechan por quién les pregunto!Sin embargo, al amanecer tuve el pensamiento de vi-

sitar la latonería y pasé varias veces por la acera opues-ta, con actitudes de observador, mientras llegaba lahora de presentarme al cónsul de Francia. La gentedel barrio era madrugadora. No tardó en abrirse laindicada puerta. Un hombre, que tenía delantal azul,soplaba fuera del quicio, con grandes fuelles, un brase-ro metálico. Cuando llegué, comenzó a soldar el cue-lle de un alambique. En los estantes se alineaba unaprofusa cacharrería.

-Señor, ¿Colombia tiene cónsul en este pueblo?-Aquí vive y ahora saldrá.y salió, en mangas de camisa, sorbiendo su pocillo

de chocolate. El tal no era.un ogro, ni mucho menos.Al verlo, aventuré mi campechanada:

-¡Paisano, paisano! ¡Vengo a pedir mi repatriación!-Yo no soy de Colombia, ni me pagan sueldo. Su

país no repatria a nadie. El pasaporte vale cincuentasoles.

JoSÉ EUSTASIO :R1\'l:RA

-Vengo del Putumayo, y esto lo compruebo con: la."miseria de mis chanchiras, con las cicatrices de los.azotes, con la amarillez de mi rostro enfermo. Lléve~me al juzgado a denunciar crímenes.

-Ni soy abogado ni sé de leyes. Si no puede pagar-a un procurador ...

Tengo revelaciones sobre la exploración del sabib>francés.

-Pues que las oiga el cónsul de Francia.-A un hijo mío, m~nor de edad, me lo secuestraron

en esos ríos.-Eso se debe tratar en Lima. ¿Cómo se llama el

hijo de usted?-¡Luciano Silva, Luciano Silval-¡Oh, oh, ohl Le aconsejo callar. El cónsul de

Francia tiene noticias. Ese apellido no le será grato.Un tal Silva fue a La Chorrera, después que el sabiodesapareció, usando los vestidos de éste. La orden decaptura no tardará. ¿Conoce usted al rumbero apodadoEl Brújula? ¿Cuáles van a ser sus revelaciones?

-Versarán sobre cosas que me refirieron.-Las sabrá de seguro el señor Arana, quien se in-

teresa por ese asunto; pero cuénteselas usted y pídaletrabajo, de mi parte. El es hombre muy bueno y leayudará.

Por que no percibiera mi agitación, me despedí sindarle la mano. Cuando salí a la calle, no acertaba aencontrar el puerto. El motorista y el timonel estabana bordo de la lancha con unos peones.

-Vámonos, les rogué.

-Venga, conozca tres compañeros del personal delseñor Pezil, el caballero grueso que anoche estuvo enel cine con la madona. Todos vamos para Manaos, y

LA VORÁGINE l117

vamos solos porque nuestros patrones tomaron elbuque.

Al instalamos para partir, me dijo alguno de esosmuchachos:

-De todo corazón lo acompaña'P0s en sus desgracias.-De igual manera les agradezco sus expresiones.-En el propio raudal de Yavaraté, contra las raíces

de un jaracanda.-¿Qué me dice usted?-Que es preciso esperar tres años para poder sacar

los huesos.-¿De quién? ¿De quién?-De su pobre hijo. ¡Lo mató un árbol!El trueno del motor apagó mi grito:-¡Vida mía! ¡Lo mató un árbol!

-la

TERCERA PARTE

¡Yo he sido cauchero, yo soy cauchero! Viví entre:fangosos rebalses, en la soledad de las montañas, conmi cuadrilla de hombres palúdicos, picando la cortezade unos árboles que tienen sangre blanca, como losdioses.

A mil leguas del hogar donde nací, maldije los re-.cuerdos porque todos son tristes: ¡el de los padres, queenvejecieron en la pobreza esperando el apoyo del hi-jo ausente; el de las hermanas de belleza núbil, que'Sonríen a las decepciones, sin que la fortuna mude el.ceño, sin que el hermano les lleve el oro restaurador!

¡A menudo, al clavar la hachuela en el tronco vivo"Sentídeseo de descargarla contra mi propia mano, quetocó las monedas sin atraparlas; mano desventurada-que no produce~ que no roba, que no redime, y ha va-cilado en libertanne de la vida. ¡Y pensar que tan-,tas gentes en esta selva están soportando igual dolor!

¿Quién estableció el desequilibrio entre la realidad y.el alma incolmab!e? ¿Para qué nos dieron alas en el-vacío? ¡Nuestra madrastra ftie la pobreza, nuestro tira-nú la aspiración! Por mirar la altura tropezábamos en"la tierra; por atender al vientre misérrimo fracasamos.en el espíritu. La medianía nos brindó su angustia.15ólo fuimos los héroes de lo mediocre!

¡El que logró entrever la vida feliz no ha tenido con-qué comprarla; el que buscó la novia, halló el desdén;

JOS! .EUSTASIORlVERA

el que soñó en la esposa, encontró la querida; el qu~intentó elevarse, cayó vencido, ante los magnates indi-ferentes, tan impasibles como estos árboles que nos<miran languidecer de fiebres y de hambre entre san-guijuelas y hormigas!

¡Quise hacerle descuentos a la ilusión pero incógnitafuerza disparóme más allá de la realidad. ¡Pasé porencima de la ventura, como flecha que marra su blan-co, sin poder corregir el fatal impulso y sin otro desti-no que caer! ¡Ya esto lo llamaban mi porvenir! '

¡Sueños irrealizados, triunfos perdidos! ¿Por qué sois;fantasmas de la memoria, cual si me quisierais aver-gonzar? ¡Ved en lo que ha parado este soñador: enherir al árbol inerme para enriquecer a los que no-sueñan; en soportar desprecios y vejaciones en cambio>de un mendrugo al anochecer!

Esclavo, no te quejes de las fatigas; preso, no te due-las de tu prisión; ignoráis la tortura de vagar sueltosen una cárcel como la selva, cuyas bóvedas verdes tie-nen por muros ríos inmensos. ¡No sabéis del supliciO'de las penumbras, viendo al Sol que ilumina la playaopuesta adonde nunca lograremos irl ¡La cadena q~eos muerde los tobillos es más piadosa que las sangui-.juelas de estos pantanos; el carcelero que os atormentano es tan adusto como estos árboles, que nos vigilansin hablarl

Tengo trescientos troncos en mis estradas y en mar-tirizarlos gasto nueve días. Les he limpiado los beju-queros y hacia cada uno desbrocé un camino. Al reco-rrer la taimada tropa de vegetales para derribar a losque no lloran, suelo sorprender a los castradores robán-dose la goma ajena. Reñimos a mordiscos y a mache-tazos, y la leche disputada se salpica de gotas enrojeci-das. ¿Mas qué importa que nuestras venas aumenten

LA VORÁGINE 221

]a savia del vegetal? ¡El capataz exige diez litros dia--rios y el fuete es usurero que nunca perdona!

¿Y qué mucho que mi vecino, el que trabaja ~n la'vega próxima, muera de fiebre? Ya lo veo tendido enlas hojarascas, sacudiéndose los moscones, que no lo.dejan agonizar. Mañana tendré que irme de estos lu-'gares derrotado por la hediondez; pero le robaré la:goma que haya extraído y mi trabajo será menor. Otro'lanto harán conmigo cuando muera. IYo, que no he ro-'bado para mis padres, robaré cuanto pueda para mis-verdugos!

Mientras le ciño al tronco goteando el tallo acanala-·do del caranáJ para que corra hacia la tazuela su llantotrágico, la nube de mosquitos que lo defiende chupa'mi sangre y el vaho de los bosques me nubla los ojos..¡Así el árbol y yo, con tormento vario, somos lacrimato-yios ante la muerte y nos combatiremos hasta sucumbirl

Mas yo no compadezco al que no protesta. Un tem-blor de ramas no es rebeldía que me inspire afecto.<Por qué no ruge toda la selva y nos aplasta como a-reptiles para ca'stigar la' explotación vil? ¡Aquí no-siento tristeza sino desesperaciónl ¡Quisiera tener con-quién conspirar! ¡Quisiera librar la batalla de las es-pecies, morir en los cataclismos, ver invertidas lasfuerzas cósmicas! ¡Si Satán dirigiera esta rebelión! ...

¡Yo he sido cauchero, yo soy caucherol ¡Y lo que:hizo mi mano contra los árboles puede hacerlo contra.los hombres!

*:« *

Sepa usted, don Clemente Silva -le dije al tomar la,trocha del Guaracú- que sus tribulaciones nos han ga-nado para su causa. Su redención encabeza el progra-

222 JOSÉ EUSTASIO RJvnA

ma de nuestra vida. Siento que en mí se enciende UDanhelo de inmolación; mas no me aúpa la piedad delmártir, sino el ansia de contender con esta fauna d~hombres de presa, a quienes venceré con armas igua-les, aniquilando el mal con el mal, ya que la voz depaz y justicia sólo se pronuncia entre los rendidos. ¿Qué:ha ganado usted con sentirse víctima? La mansedum-bre le prepara terreno a la tiranía y la pasividad de los.explotados sirve de incentivo a la explotación. Su bon-dad y su timidez han sido cómplices inconscientes desus victimarios.

Aunque ya mis iniciativas parecen súplicas al fraca--so, porque mi mala suerte las desvía, tengo el presen-timiento de qu~ esta vez se mueven mis pasos haciael desquite. No sé cómo se cumplirán los hechos futu-ros, ni cuántas pruebas ha de resistir mi perseveran-cia; lo que menos me importa es morir aquí, con talque muera a tiempo. ¿Y por qué pensar en la muerteante los obstáculos, si, por grandes que sean, nunca ce-rraron al animoso la posibilidad de sobrevivirlos? J..,acreencia en el destino debe valernos para caldear ladecisión. Estos jóvenes que me siguen son hazañosos;mas si usted no quiere afrontar calamidades, escoja alque le provoque y escápense en una balsa por este río.

_¿Y mi tesoro? ¿No sabe que el Cayeno guarda losdespojos de Lucianito? ¿Cree usted que sin esa prendaandar~a yo suelto?

Por lo pronto nada tuve que replicar.-Los huesos de mi hijo son mi cadena. Vivo forza-

do a portarme bien para que me permitan asolearlos.Ya les dije a ustedes que ni siquiera los poseo todos:el día que los exhumé, tuve que dejarle a la sepulturaalgunas falanges que aún estaban frescas. Los cargabaenvueltos en mi cobija, y cuando el Cayena me captu-

LA VORÁGINE

ró, a mi regreso del Vaupés, en la trocha que enlaza.al Isana y al Kerarí, pretendía botármelos por la fuer-za. Ahora los conservo, limpios, blancos, entre una ca-ja de kerosén, bajo la barbacoa de mi patrón.

-Don Clemente, tiene usted evidencia de que esosrestos ...

-¡Sí! ¡Esos sonl La calavera es inconfundible: en laencía superior un diente encaramado sobre los otros.Tal vez con la pica alcancé a perforar el cráneo, puestiene un agujero en el frontal.

Hubo una pausa. No sé si en aquel instante se habíaagrietado la decisión de mis compañeros, que callabanen corro meditabundo. El mulato dijo, aproximándosea don Clemente:

-Camaráa, siempre es mejorcito que nos volvam.os.Mi mamá se quedó sola, y mi ganao se mañosea. Ten-go cuatro cachonas de primer parto, y de seguro queya tán parías. Déjese de giiesos, que son guiñosos. Esmalo meterse en cosas de dijuntos. Por eso dice la leta-nía: "Aquí te entierro y aquí te tapo; el diablo meyeve si un día te saco." Ruéguele a estos señores quereclamen la giiesamenta y la sepulten bajo una q-uz!y verá usted que se compone la suerte. ¡Resuelva lige-ro, que ya es tarde!

-¡Cómo! ¿Arriesgarnos a que nos prenda Funes?Usted no sabe en qué tierra está. Los secuaces del co-ronel merodean por aquí.

-y ya no es tiempo de indecisiones, exclamécoléri-eo. ¡Mulato, adelante! ¡Ya te pasó la hora!

Helí Mesa, entonces, acercóse al tambo a prenderlefuego. Don Clemente lo miraba sin protestar.

-¡No, no!, ordené: se quemarían los mapires enve-nenados. ¡Los cazadores de indios pueden volver, yojalá que se envenenen todos!

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

** *

Hubiera deseado que mis amigos marcharan menossilenciosos: me hacían daño mis pensamientos y unaespecie de pánico me invadía al meditar en mi situa-ción. ¿Cuáles eran mis planes? ¿En qué se apoyaba mialtanería? ¿Qué debían importarme las desventurasajenas, si con las propias iba de rastra? ¿Por qué ha-cede promesa a don Clemente si Barrera y Alicia metenían comprometido? El concepto de Franco empezóa angustiarme: "Era yo un desequilibrado impulsivoy teatral."

Paulatinamente llegué a dudar de mi espíritu. ¿Es-taría loco? ¡Imposible! La fiebre me había olvidadounas semanas. ¿Loco por qué? Mi cerebro era fuerte'Y mis ideas limpias. No sólo comprendía que era apre-miante ocultar mis vacilaciones, sino que me daba,cuenta hasta de los detalles más minuciosos. La prue-ba eStaba en lo que iba viendo: el bosque en aquellaparte no era Illuy alto, no había camino, y don Cle-mente abría la marcha partiendo ramitas en el ras-trojo para dejar señales del rumbo, como se acostum-bra entre cazadores; Fidel llevaba la carabina atrave~'liada sobre el pecho, engarzando con el calibre,. por,encima de las clavículas, los cabestros de la talega,rica en mañoco, que fingía sobre su espalda inmensajoroba; portaba el mulato el hatillo de las hamacas,un caldero y dos canaletes; Mesa, en aquel momento,bajo sus bártulos, saboreaba un cuesco maduro y me-cía en el aire el tizón humeante, que cargaba en la,diestra, a falta de fósforos.

¿Loco yo? ¡Qué absurdo más grande I Ya se me ha-bía .ocurrido ul\ proyecto lógico: entregarme comorehén en las barracas del Guaracú, mientras el viejo

LA VORÁGINE

Silva se marchaba a Manaos, llevando secretamente unpliego de acusaciones dirigido al cónsul de mi país, conel ruego de que viniera inmediatamente a libertarmey a redimir a mis compatriotas. ¿Quién que fuera anor-mal razonaría con mayor acierto?

El Cayeno debía aceptar mi ventajosa propuesta: encambio de un viejo inútil adquiría un cauchero joven,o dos o más, porque Franco y Helí no me abandona-ban. Para halagarlo, procuraría hablarle en francés:"Señor, este anciano es pariente mío; y como no puedepagar1e la cuenta, déjelo libre y denos trabajo hastacancelarla."

El antiguo prófugo de Cayena accedería sin vacilar.Cosa fácil habría de serme adquirir la confianza del

empresario, obrando con paciencia y disimulo. No em-plearía contra él la fuerza sino la astucia. ¿Cuánto ibana durar nuestros sufrimientos? Dos o tres meses. Acasonos enviaría a siringuear a Yaguanarí, pues Barrera yPezil eran sus asociados. y aunque no lo fuesen, leexpondríamos la conveniencia de sonsacar para sus go-males a los colombianos de aquella zona. En todo caso,al oponerse a nuestros deseos, nos fugaríamos por elIsana, y, cualquier día, enfrentándome a mi enemigo,le daría muerte, en presencia de Alicia y de los engan-chados. Después, cuando nuestro cónsul desembarcaraen Yaguanarí, en vía para el Guaracú, con una guarni-ción de gendarmes, a devolvernos la libertad, exclama-rían mis compañeros: ¡El implacable CoV;;l nos vengóa todos y se internó por este desiertol

Mientras discurría de esta manera, principié a notarque mis pantorrillas se hundían en las hojarascas yque los árboles iban creciendo a cada segundo, con unaapariencia de hombres acuclillados que se empinabandesperezándose hasta elevar los brazos verdosos por

u6 JOSÉ EUSTASIO RIVERA

encima de la cabeza. En varios instantes creí advertirque el cráneo me pesaba como una torre y que mis pa-sos iban de lado. Efectivamente, la cara se me volviósobre el hombro izquierdo y tuve la impresión de queun espíritu me repetía: "¡Vas bien así, vas bien asít¿Para qué marchar como los demás?"

Aunque mis compañeros caminaban cerca no losveía, no los sentía. Parecióme que mi cerebro iba a en-trar en ebullición. Tuve miedo de verme solo, y, re-pentinamente,eché a correr hacia cualquier parte.ululando empavorecido, lejos de los perros, que meperseguían. No supe más. De entre una malla de tre-padoras mis camaradas me desenredaron.

-¡Por Dios! ¿Qué te pasa? ¿No nos conoces?¡Somos

nosotros!-¿Qué ha sucedido? ¿Por qué me amenazan? ¿Por

qué me tenían amarrado?-Don Clemente -prorrumpió Franco-, desandemos

este camino: Arturo está enfermo.-¡No, no! Ya me tranquilicé. Creo que quise coger

una ardilla blanca. Las caras de ustedes me impreiio-naron. ¡Tan horribles muecasl ...

Así dije, y aunque todos estaban pálidos, porque nodudaran de mi salud me puse de guía por entre el bos-que. Un momento después se sonrió don Clemente:

-Paisano, usted ha sentido el embrujamiento de lamontaña.

-¡Cómol ¿Por qué?-Porque pisa con desconfianza y a cada momento

mira atrás. Pero no se afane ni tenga miedo. Es quealgunos árboles son burlones.

-En verdad no entiendo ...-Nadie ha sabido cuál es la causa del misterio que

nos trastorna cuando vagamos en la selva. Sin em-

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bargo, creo acertar en la explicación: cualquiera de·estos árboles se amansaría, tornándose amistoso y hastarisueño, en un parque, en un camino, en una llanura,donde nadie lo sangrara ni lo persiguiera; mas aquítodos son perversos, o agresivos, o hipnotizantes. En-estossilencios, bajo estas sombras, tienen su manera de(:ombatirnos: algo nos asusta, algo nos crispa, algo nos,oprime, y viene el mareo de las espesuras, y queremoshuir y nos extraviamos, y por esta razón miles de cau-·cheros no volvieron a salir nunca.

Yo también he sentido la mala influencia en distin-tos casos, especialmente en Yaguanarí.

** *

Por primera vez, en todo su horror, se ensanchó antemí la selva inhumana. Arboles deformes sufren el cau-tiverio de las enredaderas advenedizas, que a grandestrechos los ayuntan con las palmeras y se descuelgan,en curva elástica, semejantes a redes mal extendidas,-que a fuerza de almacenar en años enteros hojarascas,(:hamizas, frutas, se desfondan como un saco de podre-,dumbre, vaciando en la yerba reptiles ciegos, salaman-dras mohosas, arañas peludas.

Por doquiera el bejuco de matapalo -rastrero pulpo,de las florestas- pega sus tentáculos a los troncos,-acogotándolos y retorciéndolos, para injertárselos ytrasfundírselos en metemsícosis dolorosas. Vomitanlos bachaqueros sus trillones de hormigas devastadoras,-que recortan el manto de la montaña y por anchas ve-redas regresan al túnel, como abanderadas del exter-minio, con sUsgallardetes de hojas y flores. El comejénenferma los árboles cual galopante sífilis, que solapa:su' lepra suplicitoria mientras va carcomiéndoles los

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JOSÉ EUSTASIO RIVERA

tejidos y pulverizándoles la corteza, hasta derrocar--los, súbitamente, con su pesadumbre de ramazoncs.

VIvas.Entre tanto, la tierra cumple las renovaciones suce·-

sivas: al pie del coloso que se derrumba, el germen,que brota; en medio de los miasmas, el polen que vue-la; y por todas partes el hálito del fermento, los vapo-·res calientes de la penumbra, el sopor de la mue~te, elmarasmo de la procreación.

¿Cuál es aquí la poesía de los retiros, dónde están"las mariposas que parecen flores traslúcidas, los pája-ros mágicos, el arroyo cantor? ¡Pobre fantasía de 10$,

poetas que sólo conocen las soledades domesticadas!¡Nada de ruiseñores enamorados, nada de jardín ver-

sallesco, nada de panoramas sentimentales! Aquí, los~responsos de sapos hidrópicos, las malezas de cerrOS·misántropos, los rebalses de caños podridos. Aquí, la.parásita afrodisíaca que llena el suelo de abejas muer--tas; la diversidad de flores inmundas que se contraen-con sexuales palpitaciones y su olor pegajoso emborra-cha como una droga: la liana maligna cuya peluza en-ceguece los animales; la pringamosa que inflama lapiel, la pepa del curujÚ que parece irisado globo Tsólo contiene ceniza cáustica, la uva purgante, el co-·rozo amargo.

Aquí, de noche, voces desconocidas, luces fantasma--góricas, silencios fúnebres. Es la muerte, que pasa dan-do la vida. Oyese el golpe de una fruta, que al abatirse-hace la promesa de su semilla; el caer de la hoja, que"llena el monte con vago suspiro, ofreciéndose comO'abono para las raíces del árbol paterno; el chasquido<de la mandíbula, que devora con temor de ser devora-da; el silbido de alerta, los ayes agónicos, el rumor delregiieldo. Y cuando el alba riega sobre los montes su;

LA VORÁGINE

gloria trágica, se inicia el clamoreo sobreviviente: elzumbido de la pava chillona, los retumbas del puerc()salvaje, las risas del mono ridículo. ¡Todo por el jú-bilo breve de vivir unas horas más!

Esta selva sádica y virgen procura al ánimo la aluci-nación del peligro próximo. El vegetal es un ser sen-sible cuya psicología desconocemos. En estas soledades,cuando nos habla, sólo entiende su idioma el presenti-miento. Bajo su poder, los nervios del hombre se con-vierten en haz de cuerda!>,distendidas hacia el asalto,hacia la traición, hacia la asechanza. Los sentidos hu-manos equivocan sus facultades: el ojo siente, la es-palda ve, la nariz explora, las piernas calculan y lasangre clama: ¡Huyamos, huyamos!

No obstante, es el hombre civilizado el paladín dela destrucción. Hay un valor magnífico en la epopeyade estos piratas que esclavizan a sus peones, explotanal indio y se debaten contra la selva. Atropellados porla desdicha, desde el anonimato de las ciudades se lan-zaron a los desiertos buscándole un fin cualquiera asu vida estéril. Delirantes de paludismo, se despojaronde la conciencia, y, connaturalizados con cada riesgo,sin otras armas que el wínchester y el machete, sufrie-ron las más atroces necesidades, anhelando goces yabundancia, al rigor de las intemperies, siempre fa-mélicos y hasta desnudos por que las ropas se les pu-drían sobre la carne.

Por fin, un día, en la peña de cualquier río, alzanuna choza y se llaman "amos de la empresa". Tenien-do a la selva por enemigo, no saben a quién combatir,y se arremeten unos contra otros y se matan y se sojuz-gan en los intervalos de su denuedo contra el bosque.y es de verse en algunos lugares cómo sus huellas sonsemejantes a los aludes: los caucheros que hay en Co-

JOS" EUSTASIO RIVERA

lombia destruyen anualmente millones de árboles. Enlos territorios de Venezuela el balatá desapareció. Deesta suerten ejercen el fraude contra las generacionesdel porvenir.

Uno de aquellos hombres se escapó de Cayena, pre-sidio célebre, que tiene por foso el océano. Aunque sa-bía que los carceleros ceban los tiburones para que •ronden la muralla, sin zafarse los grillos se arrojó almar. Vino a las vegas del Papunaguas, asaltó los tam-bos ajenos, sometió a los caucheros prófugos y mono-polizando la explotación de goma, vivía con sus par-dales y sus esclavos en las barracas del Guaracú, cu-yas luces lejanas, al través de las espesuras, palpitaban.ante nosotros la noche que retardamos la llegada.

¡Quién nos hubiera dicho en ese momento que nues-tros destinos describían la misma trayectoria de.crueldad! >1:::

** *

Durante los días empleados en el recorrido de la tro-cha hice una comprobación humillante: mi fortaler;afísica era aparente, y mi musculatura -que desgastaronfiebres pretéritas- se aflojaba con el cansancio. Sólomis compañeros parecían inmunes a la fatiga, y hastael viejo Clemente, a pesar de sus años y lacraduras, re-sultaba más vigoroso en las marchas. A cada momentose detenían'" esperarme; y aunque me aligeraron detodo peso, del morral y la carabina, seguía necesitandode que el cerebro me mantuviera en tensión el orgullopara no echarme a tierra y confesar mi decaimiento.

Iba descalzo, en pernetas, malhumorado, esguazandotembladeros y lagunas, por en medio de un bosque al-tísimo cuyas raigambres han olvidado la luz del sol. La

LA VORÁGINE

mano de Fidel me prestaba ayuda al pisar los troncos,(].ue utilizábamos como puentes, mientras los perrosaullaban en vano por que los soltara en aquel paraíso

..de cazadores, que, ni por serio, me entusiasmaba.Esta situación de inferioridad me tornó desconfiado,

irritante, díscolo. Nuestro jefe en tales emergenciasera, sin duda, el anciano Silva, y principié a sentir con-tra él una secreta rivalidad. Sospeché que de apostabuscó ese rumbo, deseoso de hacerme experimentar mifalta de condiciones para medirme con el Cayeno. No

:perdía don Clemente oportunidades de ponderarme lossufrimientos de la vida en las barracas y la contingen-cia de cualquier fuga, sueño perenne de los caucheros,que lo ven esbozarse y nunca lo realizan porque saben-que la muerte cierra todas las salidas de la montaña.

'Estas prédicas tenían eco en mis camaradas y semultiplicaron los consejeros. Yo no les oía. Me con-tentaba con replicar:

-Aunque vosotros andáis conmigo, sé que voy solo ..¿Estáis fatigados? Podéis ir caminando en pos de mí.

Entonces, silenciosos, me tomaban la delantera y al'esperarme cuchicheaban mirándome de soslayo. Esto-me indignaba. Sentía contra ellos odio súbito. Proba-blemente se burlan de mi jactancia. ¿O habrían toma-

velo una dirección que no fuera la del Guaracú?-Oígame, viejo Silva, grité deteniéndolo. ¡Si no me

lleva al Isana, le pego un tiro!El anciano sabía que no lo amenazaba por broma.

-Ni sintió sorpresa ante mi amenaza. Comprendió que.el desierto me poseía. ¡Matar a un hombre! ¿Y qué?-¿Por qué no? Era un fenómeno natural. ¿Y la costum-bre de defenderme? ¿Y la manera de emanciparme?.¿Qué otro modo más rápido de solucionar los diarios

conflictos?

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

y por este proceso -joh selva!- hemos pasado to--dos los que caemos en tu vorágine.

** *

Agachados entre la fronda, con las manos en las"carabinas, atisbábamos las luces de las barracas, mie-·dosos de que alguien nos descubriera. En aquel escon-dite debíamos pernoctar sin encender fuego. Sollozan-.do en la oscuridad pasaba una corriente desconocida.Era el Isana.

-Don Clemente, dije abrazándolo: ¡En esto de rum-·bos es usted la más alta sabiduría I

-Sin embargo, le cogí miedo a la profesión: anduve'perdido más de dos meses en el siringal de Yaguanarí.

-Tengo presentes los pormenores. Cuando su fuga.para el Vaupés ...

-Eramos siete caucheros prófugos.-y quisieron matarIo ...-Creían que los extraviaba intencionalmente.-y unas veces lo maltrataban ...-y otras, me pedían de rodillas la salvación.-y lo amarraron una noche entera ...-Temiendo que pudiera abandonarlos.-y se dispersaron por buscar el rumbo ...-Pero sólo toparon la muerte.Este mísero anciano Clemente Silva siempre ha teni ..

do el monopolio de la desventura. Desde el día que-yendo de Iquitos para Manaos oyó noticias del hijo-muerto, cifró su esperanza en prolongar la esclavitud.Quería ser cauchero unos años más, hasta que la tierrale permitiera exhumar los restos. La selva, indirecta-omente, lo reclamaba como prófugo, y era el espectr()~de Lucianito el que le pedía volver atrás.

LA VORÁGINE

Aunque la madona hubiera querido darlo libre, ¿quéganaría con la libertad si de nuevo debía engancharse,-obligado por la indigencia, en la cuadrilla de cualquieramo que quizá lo alejara del Vaupés? En Manaos re-corrió las agencias donde buscan trabajo los inmigran-tes, y salió descorazonado de esos tugurios donde laesclavitud se contrata, porque los patrones sólo "avan-zaban" gente para el Madeira, para el Purús, para elUcayali. y él quería irse al infausto río que guardaba.al pie de su raudal la enmalezada tumba, distinguidapor cuatro piedras.

El turco Pezil no tenía trabajos en esos parajes, perose lo llevaba al alto Río Negro, yeso era mucho. Sóloque fingía no querer comprarlo, y al fin accedió a susIuegos estipulando con la madona una retroventa, porsi no le satisfacían las aptitudes del "colombiano". Lotrajo a su hermosa quinta del Naranjal, en la margenopuesta a Yaguaraní, y lo tuvo un tiempo en oficiosfáciles, pajo su vigilancia de musulmán despreciativoy taciturno, sin maltratarlo ni escarnecerlo.

Mas cierta vez riñeron unas mujeres en la cocina ydespertaron a su señor, que dormía la siesta. Don Cle-mente estaba en el corredor, observando el mapa delmuro. En esa actitud lo sorprendió el amo. Ordenólea gritos que desnudara a las contrincantes hasta la cin-tura y las azotara. El viejo Silva se resistió a cumplirla orden. Esa misma tarde lo despacharon a siringueara Yaguanarí.

Una de las cuitadas era la antigua camarera de la ma-dona, la que conoció en él Vaupés a Luciano Silvacuando su mancebía con doña Zoraida. "No lo viomuerto", pero sabía el lugar de la sepultura, junto alcorrentón de Yavaraté, y le había d-ado ya a don Cle-mente todas las señas indispensables para hallarla.

234 }osflEtlSTASJO :R.IVJ!RA

La desobediencia del colombiano no consiguió in--dultarla de los azotes, porque el turco feroz, con unlátigo en cada mano, la llenó de sangre y de contusio-·nes. Gimoteando entre la despensa escribió un papelpara su querido, que trabajaba en los siringales, y ro-gó a don Clemente que se lo entregara al destinatario,_sin omitir detalle ninguno sobre la cobarde flagelación.

Este hombre, que se llamaba Manuel Cardoso, eracapataz en un barrancón del caño Yurubaxí. Al saberlos percances de su mujer, ofreció matar a Pezil dondelo encontrara, y, por vengarse interinamente, quiso-proceder contra los intereses de su patrón aconseján-doles a los gomeros que se fugaran con la goma que'tenían en el tambo.

El viejo Silva aparentó rechazar esa idea, receloso dealguna celada. Sin embargo, en los días siguientes, co-mentaba con los peones la insinuación del vigilante,.mientras procedían a fu~igar la leche extraída. La res-puesta no cambió nunca: "Cardoso sabe que no hayrumbero capaz de enfrentársele a estas montañas."

De noche, los caucheros dictaminaron sobre tal hi-pótesis, tan sugestionadora como imposible, por tenerde qué conversar:

-Es claro que la fuga sería irrealizable por el RíoNegro: las lanchas del amo parecen perros de cacería.

-Mas logrando remontar el Cababurí es fácil des-cender al Maturacá y salir al río Casiquiare.

-Conforme. Pero el Río Negro tiene una anchurade cuatro kilómetros. Hay que descartar los afluentesde su banda izquierda. Más bien, aguas arriba por estecaño Yurubaxí, a los sesenta y tantos días de curiara,dizque se encuentra un "igarapé" que desemboca enel Caquetá.

-¿Y para el río Vaupés no hay rumbo directo?

LA VORÁI;INE

-¿A quién se le ocurre esa estupidez?El barracón estaba situado sobre un arrecife que

no se inunda, único refugio en aquel desierto. Mensual-mente llegaba la lancha de Naranjal a recoger la gomay a dejar víveres. Los trabajadores eran escasos y elberiberi mermaba el número, sin contar los que pere-cían en las lagunas, lanzados por la fiebre desde elandamio donde se trepaban a herir los árboles.

Fese a todo, muchos pasaban meses enteros sin verkla cara al capataz, guareciéndose en chozas mínimas, yvolvían al tambo con la goma ya fumigada, convertidaen bolones, que entregaban a la corriente en vez deconducidos en las curiaras. Acostumbrados a no alejar--se de las orillas, carecían del instinto de orientación yesta circunstancia ayudó al prestigio de don Clemente,cuando se aventuraba por la floresta y clavando el ma-chete en cualquier lugar, los instaba días después aque 10 acompañaran a recogerlo, partiendo del sitioque quisieran.

Una mañana, al salir el sol, vino una catástrofe im-presentida. Los hombres que en el caney curaban suhígado, oyeron gritos desaforados y se agruparon en lalaja. Nadando en medio del río, como si fueran patosdescomunales, bajaban los balones de goma, y el cau-chero que los arreaba venía detrás, en canoa minúscu-la, apresurando con la palanca a los que se demorabanen los remansos. Frente al barrancón, mientras pugna-ba por encerrar su rebaño negro en la ensenada delpuertecito, elevó estas voces, de más gravedad que unpregón de guerra:

-jTambochas, tambochas! jY los caucheros estánaislados!

¡Tambochas! Esto equivalía a suspender trabajos,dejar la vivienda, poner caminos de fuego, buscar otro

JoSÉ EUST~IO RIVERA

refugio en alguna parte. Tratábase de la invasión de' ..hormigas carnívoras, que nacen quién sabe dónde yal venir el invierno emigran para morir, barriendo elmonte en leguas y leguas, con ruidos lejanos, como deincendio. Avispas sin alas, de cabeza roja y cuerpo ce·'trino, se imponen por el terror que inspiran su veneno-y su multitud. Toda guarida, toda grieta, todo aguje>-ro; árboles, hojarascas, nidos, colmenas, sufren la fil-tración de aquel oleaje espeso y hediondo, que devorapichones, ratas, reptiles y pone en fuga pueblos ente·ros de hombres y de bestias.

Esta noticia derramó la consternación. Los peonesdel tambo recogían sus herramientas y macundales conrevoltosa repidez.

-¿Y por qué lado viene la ronda?, preguntaba Ma-nuel Cardoso.

-Parece que ha cogido ambas orillas. ¡Las dantas ylos cafuches atraviesan el río desde esta margen, peroen la otra están alborotadas las abejas!

-¿Y cuáles caucheros quedan aislados?-¡Los cinco de la ciénaga de "El Silencio", que ni

'siquiera tienen canoal-¿Qué remedio? ¡Que se defiendan! ¡No se les pue-

de llevar socorro! ¿Quién se arriesga a extraviarse enestos pantanos?

-Yo, dijo el anciano Clemente Silva.Y un joven brasileño, que se llamaba Lauro Cou-

tinho:-Iré también. ¡Allá está mi hermano!

** *

Recogiendo' los víveres que pudieron y provistos¿e armas y de fósforos, aventuráronse los 'dos 'ami-

LA VORÁGINE 237

gas por una trocha que partiendo de la barraca pro-fundiza las espesuras en la dirección del caño Marié.

Marchaban presurosos por entre el barro de las ma--lezas, con oído atento y ojo sagaz. De pronto, cuandoel anciano, abriéndose de la senda, empezó a orien-tarse hacia la ciénaga de El Silencio, lo detuvo Lauro-Coutinho.

-¡Ha llegado el momento de picurearnos!Don Clemente ya pensaba en ello, mas supo disimu-

lar su satisfacción.-Habría que consultarIo con los caucheros .. :-¡Respondo de que convienen, sin vacilar!y así fue, porque al día siguiente los hallaron en un,

bohío, jugando a los dados sobre un pañuelo y embo--rrachándose con vino de palmachonta, que se ofrecíanen un calabazo.

-¿Hormigas? ¡Qué hormigas! ¡Nos reímos de lastambochas! lA picurearnos, a picurearnos! ¡Un rumbe-ro como usted es capaz de sacarnos de los infiernos!

y allá van por entre la selva, con la ilusión de lalibertad, llenos de risas y proyectos, adulando al guíay prometiéndole su amistad, su recuerdo, su gratitud.Lauro Coutinho ha cortado una hoja de palma y laconduce en alto, como un pendón; Souza Machado noquiere abandonar su balón de goma, que pesa más de'dieciocho kilos, con cuyo producto piensa adquirir-durante dos noches las caricias de una mujer, que seablanca y rubia y que trascienda a brandy y a rosas; elitaliano Peggi habla de salir a cualquier ciudad paraemplearse de cocinero en algún hotel donde abundenlas sobras y las propinas; Coutinho, el mayor, quierecasarse con una moza que tenga rentas; el indio Venan-cio anhela dedicarse a labrar curiaras; Pedro Fajardoaspira a comprar un techo para hospedar a su madre·

105#; EOSTASIO RIVERA

ciega, don Clemente Silva sueña en hallar una sepul~tura. ¡Es la procesión de los infelices, cuyo caminoparte de la miseria y llega hasta la muertel

¿Y cuál era el rumbo que perseguían? El del río Cu~'ricuriarí. Por allí entrarían al Río Negro setenta leguasarriba de Naranjal, y pasarían a Umarituba, a pediramparo. El señor Costanheira Fontes era muy bueno.En aquel sitio el horizonte se les ampliaba. En caso decaptura, era incuestionable la explicación: salían delmonte derrotados por las tambochas. Que le pregunta-ral'l al capataz.

Al cuarto día de montaña principió la crisis: lasprovisiones escasearon y los fangal es eran intérminos.Se detuvieron a descansar, y, despojándose de las blu-~as, las hacían jirones para envolverse las pantorrillas,atormentadas por las sanguijuelas. Souza Machado,~-neroso por la fatiga, a golpes de cuchillo dividió subolón de goma en varios pedazos para obsequiar a suscompañeros. Fajardo se negó a recibir su parte: no

. tenía alientos para cargarla. Sonsa la recogió. Era cau-cho, oro negro, y no se debía desperdiciar.

Hubo un indiscreto que preguntaba:-¿Hacia dónde vamos ahora?Todos replicaron reconviniéndolo:-¡Hacia adelantelMientras tanto, el rumbero había perdido la orien-

tación. Avanzaba a tientas, sin detenerse ni decir pala-bra, para no difundir el miedo. Por tres veces en unahora volvió a salir a un mismo pantano, sin que suscamaradas reconocieran el recorrido. Concentrando enla memoria todo su ser, mirando hacia su cerebro, re-,cordaba el mapa que tantas veces había estudiado enla casa de Naranjal, y veía las líneas sinuosas, que pa-recían una red de venas, sobre la mancha de un verde

LA VORÁGINE

pálido en que resaltaban los nombres inolvidables: Tei.ya, Marié, Curí-curiarí. ¡Cuánta diferencia entre unaregión y la carta que la reduce! ¡Quién le hubiera di·cllO que aquel papel, donde apenas cabían sus manosabiertas, encerraba espacios tan infinitos, selvas tanlóbregas, ciénagas tan letales! ¿Y él, rumbero curtido,~ue tan fácilmente solía pasar la uña del· índice deuna línea a otra línea, abarcando ríos, paralelos y me-ridianos, cómo pudo creer que sus plantas eran capa-ces de moverse como un dedo?

Mentalmente empezó a rezar. Si Dios quisiera pres-tarle el sol. .. ¡Nada! La penumbra era fría, la frondatranspiraba un vapor azul. ¡Adelante! ¡El sol no salepara los tristes!

Uno de los gomeros declaró con certeza súbita quele parecía escuchar silbidos. Todos se detuvieron. Eranlos oídos que le zumbaban. Sousa Machado quedameterse entre los demás: juraba que los árboles lehacían gestos.

Estaban nerviosos, tenían el presentimiento de la ca-tástrofe. La menor palabra les haría estallar el pánico,la locura, la cólera. Todos se esforzaban por resistir.¡Adelante!

Como Lauro Goutinho pretendía mostrarse alegre,le soltó una pulla a Souza Machado, que se había de-tenido a botar el caucho. Esto forzó los ánimos a re-signarse a la hilaridad. Hablaron un trecho. No séquién le hizo preguntas a don Clemente.

-¡Silencio! gruñó el italiano. ¡Recuerden que a lospilotCls y a los rumberos no se les debe hablar!

Pero el anciano Silva, deteniéndose de repente, le-vantó los brazos, como el hombre que se da preso, yencarándose con sus amigos, sollozó:

-¡Andamos perdidos!

240 JoSÉ EUSTASIO RIVERA

Al instante, el grupo desventurado, con los ojos l1a~cia las ramas y aullando como perros, elevó su coro<de blasfemias y plegarias:

-¡Dios inhumano! ¡Sálvanos, mi Dios! ¡Andamos.perdidos!

'"* *

"Andamos perdidos". Estas dos palabras, tan senci-llas y tan comunes, hacen estallar, cuando se pronun-cian entre los montes, un pavor que no es comparableni al "sálvese quien pueda" de las derrotas. Por lamente de quien las escucha pasa la visión de un abis-mo antropófago, la selva misma, abierta ante el almacomo una boca que se engulle los hombres a quienesel hambre y el desaliento le van colocando entre lasmandíbulas.

Ni los juramentos, ni las advertencias, ni las lágrimasdel rumbero, que prometía corregir la ruta, lograbanaplacar a los extraviados. Mesábanse la greña, retor-danse las falanges, se mordían los labios, llenos de unaespumi11a sanguinolenta que ffilvenenaba las inculpa-ciones:

-¡Este viejo es el responsable! ¡Perdió el rumbopor querer largarse para el Vaupés!

-j Viejo remalo, viejo bandido; nos llevabas con en-gañifas para vendemos quién sabe dónde!

-¡Sí, sí, criminal! ¡Dios se opuso a tus planes!Viendo que aquellos locos podían matarIo, el an-

ciano Silva se dio a correr, pero un árbol cómplice loenlazó por las piernas con un bejuco y 10 tiró al suelo.Allí 10 amarraron, allí Peggi los exhortaba a volverlotrizas. Entonces fue cuando don Clemente pronuncióaquella frase de tanto efecto:

L ..••.VORÁGINE

-¿Queréis matarme? ¿Cómo podrías andar sin mí?jYo soy la esperanzal

Los agresores, maquinalmente, se contuvieron.-¡Sí, sí, es preciso que viva para que nos salve!-¡Pero sin soltado, porque se nos va!j y aunque no le quitaron las ligaduras, postráronse

de rodillas a implorarle la salvación y le limpiabanlos pies con besos y llantos!

-¡No nos desampare!-¡Regresemos a la barraca!-¡Si usted nos abandona, moriremos de hambre!·Mientras unos plañían de este jaez, otros halában-

lo de la cuerda, suplicando el regreso. Las ex;plicacio-nes de don Clemente parecían reconciliados con lacordura. Tratábase de un percance muy conocido derumberos y de cazadores y no era razonable perder elánimo a la primera dificultad, cuando había tantosmodos de solucionarla. ¿Para qué lo asustaron? ¿Paraqué se pusieron a pensar en el extravío? ¿No los habíainstruído una y otra vez en la urgencia de desecharesa tentación que la espesura infunde en el hombrepara trastornarlo? El les aconsejó no mirar los árboles,porque hacen señas,ni escuchar los murmullos, porquedicen cosas,ni pronunciar palabra, porque los ramajesremedan la voz. Lejos de acatar esas instrucciones, entraron en chanzas con la floresta y les vino el embruja-miento, que se trasmite como por contagio; y él tam-bién, aunque iba adelante, comenzóa sentir el influjode los malos espíritus, porque la selva principió a mo-vérsele, los árboles le bailaban ante los ojos, los beju-queros no le dejaban abrir la u'ocha, las ramas se leescondían bajo el cuchillo y repetidas veces quisieronquitárselo. ¿Quién tenía la culpa?

-ll

Josf EUSTAsIO.·RIVElA

¿Y ahora porqué diablos se ponían a gritar? ¿Q~élograban con hacer tiros? ¿Quién sino el tigre correríaa buscarlos? ¿Acaso les provocaba su visita? ¡Bien po-dían esperarlo al oscurecerl

Esto los aterró y guardaron silencio. Mas tampocohubieran podido hacerse entender a más de dos yar-das: a fuerza de dar alaridos, la garganta se les cerró,y, dolorosamente, hablaban a la sordina, con un ja-deo gutural y torpe, como el de los gansos.

Antes de la hora en que el sol sanguíneo empenachalas lejanías, fuéles imperioso encender la hoguera, por-que entre los bosques la tarde se enluta. Cortaron ra-mas, y, esparciéndolas sobre el barro, se amontonaronalrededor del anciano Silva a esperar el suplicio delas tinieblas. ¡Oh, la tortura de pasar la noche conhambre, entre el peQsar y el bostezar, a sabiendas deque el bostezo ha de intensificarse al día siguientel¡Oh, la pesadumbre de sentir sollozosentre la sombracuando los consuelos saben a muerte! ¡Perdidosl ¡Per-didos! El insomnio les echó encima su tropel de ~lu-cinaciones. Sintieron la angustia del indefenso cuandosospecha que alguien lo espía en lo oscuro. Vinieronlos ruidos, las voces nocturnas, los pasos medrosos, lossilencios impresionantes como un agujero en la eter-nidad.

Don Clemente, con las manos en la cabeza,estrujabasu pensamiento para que brotara alguna idea lúcida.Sólo el cielo podía indicarle la orientación. iQue ledijera de qué lado nace la luz! Eso le bastaría para·calcular otro derrotero. Por ~n claro de la techumbre,semejante a una claraboya, columbró un retazo deéter azul, sobre el cual inscribía su varillaje una ramaseca. Esta visión le recordó el mapa. ¡Ver el sol, verel sol! Allí estaba la clave de su destino. ¡Si: hablaran

LA VORÁGINE

aquellas copas enaltecidas que todas las mañanas loven pasar! ¿Por qué los árboles silenciosos han de ne-garse a decirle al hombre lo que debe hacer para>nomorir? Y, pensando en Dios, comenzó a rezarle a laselva una plegaria de desagravio!

Treparse por cualquiera de aquellos gigantes eracasi imposible: los troncos tan gruesos, las ramas tanaltas y el vértigo de la altura acechando en las frondas.Si se atreviera Lauro Coutinho, que nervioso dormíaabrazándolo por los pies... Quiso llamarlo, pero secontuvo: un ruidillo raro, como de ratones en maderafina, rasguñó la noche: ¡eran los dientes de sus com-pañeros que roían pepas de tagua!

Don Clemente sintió por ellos tal compasión, queresolvió darles el alivio de la mentira.

-¿Qué hay? Le susurraron a media voz, acercándolelas caras oscuras.

Y palpaban los nudos de la soga que le ciñeron.-¡Estamos salvadoslEstúpidos de gozo, repitieron la misma frase: "¡Sal-

vados! ¡Salvadosl"Y, postrándose en tierra, apretabanel lodo con las rodillas, porque el dolor los dejó con-tritos, y entonaron un gran ronquido de acción de gra-cias, sin preguntar en qué consistía la salvación.Bastóque otro hombre la prometiera para que todos la pro-clamaran y bendijeran al salvador.

Don Clemente recibió abrazos, súplicas de perdón,palabras de enmienda. Algunos querían atribuírse elexclusivo mérito del milagro:

-¡Las oraciones de mi madrecita!-¡Las misas que ofrecí!-¡El escapulario puesto!Mientras tanto, la muerte debió reírse -en la oscu-

ridad.

JoSÉ EUS'rASIO RIVERA

** *

Amaneció.La ansiedad que los sostení~ les acentuó en el rostro

la mueca trágica. Magros, febricitantes, con los ojosenrojecidos y los pulsos trémulos, se dieron a esperarque saliera el sol. La actitud de aquellos dementes bajolos árboles infundía miedo. Olvidaron el sonreír, ycuando pensaban en la sonrisa plegaba la boca unrictus fanático.

Recelaron del cielo, que no se divisaba por ningunaparte. Lentamente empezó a llover. Nadie dijo nada,pero se miraron y se comprendieron.

Decididos a regresar, moviéronse sobre el rastro deldía anterior, por la orilla de una laguna donde las se-ñales desaparecían. Sus huellas en el barro eran peque-ños pozos que se inundaban. Sin embargo, el rumberotomó la pista, gozando del más absoluto silencio comohasta las nueve de la mañana, cuando entraron a unoschuscales de plebeya vegetación donde ocurría un fe-nómeno singular: tropas de conejos y guatines, dócileso atontados, se les metían por entre las piernas bus-cando refugio. Momentos después, un grave rumorcomo de linfas precipitadas se sentía venir por la in-mensidad.

-¡Santo Diosl ¡Las tambochasl. Entonces sólo pensaron en huir. Prefirieron las san-

guijuelas y se guarecieron en un rebalse, con el aguasobre los hombos.

Desde allí miraron pasar la primera ronda. A seme-janza de las cenizas que a lo lejos lanzan las quemas,caían sobre la charca fugitivas tribus de cucarachas ycoleópteros, mientras que las márgenes se poblaban dearácnidos y reptiles, obligando a los hombres a sacudir

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las aguas metíficas para que no avanzaran en ellas.Untemblor continuo agitaba el suelo, cual si las hajaras-<:ashirvieran solas. Por debajo de troncos y raícesavanzaba el tumulto de invasión, a tiempo que losárboles se cubrían de una mancha· negra, como cáscaramovediza,·que iba ascendiendo implacablemente a afli-gir las ramas, a saquear los nidos, a colarse en los agu-jeros. Alguna comadreja desorbitada, algún lagarto mo-roso, alguna rata recién parida eran ansiadas presasde aquel ejército, que las descarnaba, entre chillidos,con una presteza de ácidos disolventes.

¿Cuánto tiempo duró el martirio de aquellos hom-bres, sepultados en cieno liquido hasta el metón, queobservaban con ojos pávidos el desfile de un enemigoque pasaba, pasaba y volvía a pasar? ¡Horas horripi-lantes en que saborearon a sorbo y sorbo las alquita-radas hieles de la tortural Cuando calcularon que sealejeba la última ronda, pretendieron salir a tierra,pero sus miembros estaban paralizados, sin fuerzaspara despegarse del barrizal donde se habían enterra-do vivos.

Mas no debían morir allí. Era preciso hacer un es-fuerzo. El indio Venancio logró agarrarse de algunasmatas y comenzó a luchar. Agarróse luego de unos be-jucos. Varias tambochas desgaritadas le royeron lasmanos. Poco a poco. sintió ensancharse el molde defango que lo ceñía. Sus piernas al desligarse de lo pro-fundo produjeron chasquidos sordos. "¡Upa! ¡Otravez, y no desmayar! ¡Animo! ¡Animol

Ya salió. En el hoyo vacío burbujeó el agua.Jadeando, boca arriba, oyó desesperarse a sus com-

pañeros, que imploraban ayuda. "¡Déjenme descan-sar!" Una hora después, valiéndose de palos y maro-mas, consiguió sacarlos a todos..

Jost EUSTASIO lllVERA

Esta fue la postrera vez que sufrieron juntos. ¿Haciaqué lado quedó la pista? Sentían la cabeza en llamasy el cuerpo rígido. Pedro Fajardo empezó a toserconvulsivamente y cayó bañándose en sangre por unvómito de hemoptisis.

Mas no tuvieron lástima del cadáver. Coutinho, elmayor, les aconsejaba no perder tiempo. "Quitarle elcuchillo de la cintura y dejarlo ahí. ¿Quién lo convidór¿Para qué se vino si estaba enfermo? No los debía·perjudicar." Y en diciendo esto, obligó a su hermanoa subir por una copaiba para observar el rumbo del sol.

El desdichado joven, con pedazos de su camisa, hizouna manea para los tobillos. En vano pretendió adhe-rirse al tronco. Lo montaron sobre las espaldas paraque se prendiera más arriba, y repitió el forcejeo ti-tánico, pero la corteza se despegaba y lo hacía desli-zar y recomenzar. Los de abajo lo sostenían, apun-talándolo con horquetas, y, alucinados por el deseo~como que triplicaban sus estaturas para ayudarlo. Alfin ganó la primera rama. Vientre, brazos, pecho~rodillas le vertían sangre. ¿Vesalgo? ¿Vesalgo? le pre-guntaban. ¡Y con la cabeza decía que no!

Ya ni se acordaban de hacer silencio para no provo-car la selva. Una violencia absurda les pervenía los-corazones y les requintaba un furor de náufrago, queno reconoce deudos ni amigos cuando, a puñal, mez-quina su bote. Manoteaban hacia la altura al interro-gar a Lauro Coutinho. ¿No ves nada? ¡Hay que subirmás y fijarse bienl

Lauro sobre la rama, pegado al tronco, acezaba sin:responderles. A tamaña altitud, tenía la aparienciade un mono herido que anhelaba ocultarse del caza·dor. "¡Cobarde, hay que subir más!" Y locos de furialo amenazaban.

LA VORÁGINE 247

Mas de pronto, el muchacho intentó bajarse. Ungruñido de odio resonó debajo. Lauro, despavorido,les contestaba: ¡Vienen más tambochas! ¡Vienen mástambo! ...

La última sílaba le quedó magullada entre la gar-ganta, porque el otro Coutinho, con un tiro de cara-bina que le sacó el alma por el costado, lo hizo des-cender como una pelota.

El fratricida se quedó viéndolo. "¡Ay, Dios mío, maté':a mi hermano, maté a mi hermano!" Y, arrojando elarma, se echó a correr. Cada cual corrió sin saber adónde. y para siempre se dispersaron.

Noches después, los sintió gritar don Clemente Sil-va, pero temió que lo asesinaran. También había per-dido la compasión, también el desierto lo poseía. Aveceslo hacía llorar el remordimiento, mas se sincerabaante su conciencia con sólo pensar en su propia suerte.A pesar de todo, regresó a buscarlos. Halló las calave-ras y algunos fémures.

Sin fuego, ni fusil, vagó dos mesesentre los montes,hecho un idiota, ausente de sus sentidos, animalizadopor la floresta, despreciado hasta por la muerte, mas-ticando tallos, cáscaras,hongos, como bestia herbívora,con la diferencia de que observaba qué clase de pepascomían los micos, para imitarlos.

No obstante, alguna mañana tuvo repentina revela-ción. Paróse ante una palmera de cananguche, que, se-glIU la leyenda, describe la trayectoria del astro diur-no, a la manera del girasol. Nunca había pensado enaquel misterio. Ansiosos minutos estuvo en éxtasis,comprobándolo, y creyó observar que el alto follaje ibamoviéndose pausadamente, con el ritm~ de una cabezaque gastara doce horas justas en inclinarse desde elhombro derecho hasta el contrario. La secreta voz de

JoSÉ El1STASlO RIVEJlA.

las cosasle llenó su alma. ¿Sería cierto que esa palme.-ra, encumbrada en aquel destierro como un índice ha-da el azul, estaba indicándole la orientación? Verdado mentira, él lo oyó decir. ¡Y creyó! Lo que necesitaba.era una creencia definitiva. y por el derrotero del ve-getal comenzó a perseguir el propio.

Fue así como al poco tiempo encontró la vaguada.del río Tiquié. Aquel caño de estrechas curvas pare-<:iólerebalse de estancada ciénaga, y se puso a tirarlehojitas para ver si el agua corría. En esta tarea lo en-contraron los Albuquerques, y, casi en rastra, lo con-dujeron al barracón.

-¿Quién es ese espantajo que han conseguido en la<acería?, les preguntaban los siringueros.

-Un picure que sólo sabe decir: ¡Coutinhol ...¡Peggil ¡Souza Machadol ...

De allí, al terminar el año, se les fugaba en una c.a.-noa para el Vaupés.

Ahora está aquí sentado, en mi compañía, esperan-do que raye el alba para que lleguemos a las barracasdel Guaracú. Quizás piensa en Yaguanarí, en Yavan-té, en los compañeros extraviados. "No vaya usted aYaguanarí", me aconseja siempre. Yo, recordando aAlicia:y a mi enemigo, exclamo colérico:

-¡Iré, iré, iré!

** *

Al amanecer suscitóse una discusión en que porfortuna no perdí el aplomo. Tratábase de la forma.como debíamos demandar la hospitalidad.

Era indudable que la presencia inesperada de cuatrohombres desconocidos provocaría en los tambos seriasalarmas. Uno de nosotros debía arriesgarse a explorar

LA VORÁGINE 24!

el ánimo del empresario, para que los demás, que que-darían en expectativa, con la selva libre, no se expusie-ran a sufrir irreparable servidumbre. Al fin, se convi-no en que aquella misión me correspondía; pero miscompañeros se negaban resueltamente a dejarme irarmado.

Con esta precaución ofendían mi cordura, y, sin em-bargo, la acepté de manera tácita. Evidentemente, cier-tos actos como que se anticipan a mis ideas: cuandQel cerebro manda, ya mis nervios están en acción. Erabueno privarme de cualquier medio que pudiera en-cender mi agresividad; y todo hombre armado estásiempre a dos pasos de la tragedia.

Entregándoles el revólver que tenía al cinto, les re-petí mis advertencias: esperadme aquí; si algo gravesucede, escaparé esta misma noche y nos reuniremospara ...

y partí solo, con el día ya entrado, hacia la viviendadel capataz.

Mientras que marchaba con paso azaroso, empezóa tomar cuerpo mi decisión y recordé el proyecto delcatire Mesa: asaltar la barraca, apoderarnos del tesorode don Clemente, tomar los víveres que halláramos yhuir con el rumbero por entre los bosques, en buscade las cercanas fuentes del río Guainía, apercibidos.para descenderlo, sin correr contingencias con el !sana,su tributario.

¿No sería mejor invadir los tambos a plomo y cu-chillo? ¿Por qué llegar como pordiosero a pedir am-paro? Me detu-xeindeciso y miré atrás. Mis camaradas,sacando la cabeza por .entre las frondas, esperabanalguna orden.' En otra situación, les hubiera gritadocon 'ásperas voces: ¡Mentecatosl ¡Para qué dejan venirlos perrosl

Jost EUSTASlO RIVERA

Porque Martel y Dólar' corrían presurosos sobre mirastro; y en breve instante, desesperándome de inquie-tud, llevaban por las barracas el anuncio de mi pre-sencia. ¡Imposible retroceder!

Avancé. No creía lo que estaba viendo. Esas pobre&ramadas de estilo indígena eran los tan mentados ba-rracones del Guaracú. ¿Esas viles casuchas, amenaza-das por el rastrojo, podían ser la sede de un sátrapa,que tenía esclavos y concubinas, señor de montes yamo de los ríos? Cierto que los caucheros sólo cons-truyen habitaciones ocasionalesy mudan su residenciade un caño a otro, conforme a la abundancia del sirin-gal; cierto que el Cayeno, establecido años antes cercade los raudales del Guaracú, fue moviéndose Isanaarriba, sin cambiar el nombre de la empresa, hasta si·tuarse en el istmo de Papunagua para ejercer domini()sobre el Inírida, en contra de Funes. Pero estas razonesno aliviaban mi desencanto ante el mal aspecto de lacauchería.

Uno de los tambos, a paciencia de sus moradores,estaba casi enmallado por andariego bejuco de hojaslanudas y calabacitas amarillentas. En el suelo, espi-nas de pescado, conchas de armadillo, vasijas de latacarcomidas por el orín. En sucios chinchorros, tendi-dos sobre un humazo de tizones que ahuyentaba zan-cudos, se aburrían unas mujeres de fístulas hediondasa yodoformQy pañuelos amarrados a la cabeza. Nome sintieron, no se movieron. Parecíame haber lle·gado a un bosque de leyenda donde dormitaba la De-solación.

Fueron mis cachorros los que disiparon el maras·mo: en el caney próximo hicieron chillar a un mico,que, amarrado por la cintura, colgábase de un palo alextremo de la correa. La dueña salió. Gentes enfermas

LA VORÁGINE

aparecieron. Por todas partes, chicuelos desnudos ymujeres grávidas.

-¿Usted trajo mañoco para vender?-Sí, ¿el amo está en casa?-En aquel caney. Dígale que compre. ¡Estamos con

hambre!-¡Mañoco, ay; mañocoI ¡De cualquier modo se lo

pagamos!y con anticipada salivación saboreaban su propio

deseo.El caney del amo no tenía paredes; tabiques de pal-

ma dividían los departamentos. Propiamente carecíade puertas, pero sus huecos se tapaban con planchas dechusque. Yo no supe en aquel momento a dónde lla-mar. Por encima de la palmicha que le serVíade muroa una alcoba" miré hacia adentro con sutil sospecha.En una hamaca de floreados flecos fumaba una mujervestida de encajes. Era la madona Zoraida Ayram. ¡Yme vio fisgándola!

-¡Váquiro, Váquiro! ¡Aquí hay un hombrelNo hallé qué decir. Me acerqué a la puerta inmedia-

ta. La madona tenía en la mano un revólver, pequeñi-to como un juguete. Mis camaradas estarían observan-do mis movimientos. El entrar sin sombrero en el ba-rracón era señal de que el capataz estaba presente.Más tardé yo en pensarlo que él en salir de la piezapróxima, encap~ulando la carabina.

-¿Qué quiere busté?-Señor, soy Arturo Cava. Gente de paz.La madona, como burlándose de sus nervios, dijo con

pintoresca pronunciación, reparando en mí mientrasque guardaba el revólver entre el corpiño:

-¡Oh, "Alá! ¡Lleven a ese mugroso a la cocina!

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

El Váquiro repuso extendiéndome su cuadradamano:

-¡S9Y Aquiles Vácares, veterano de Venezuela, gua-po pal plomo y pa cualquier hombrel

Por'lo cual murmuré, descubriéndome reverente:-¡Salud, general!

*• *El Váquiro ocupó su chinchorro del corredor, con

la carabina en las piernas. Ordenóme que me sentaraen el banco próximo. Quedéme perplejo, pero expliquémi indecisión con estas razones:

-General, ¿podría ser posible que yo tome asientoal lado de un jefe? Sus fueros militares me lo pro-hiben.

-Eso sí es verdá.El Váquiro era borracho, bizco, gangoso. Sus bigo-

tes, enemigos del beso y la caricia, se le alborotaban,inexpugnables, sobre la boca, en cuyo interior la cajade dientes se movía desajustada. En su mestizo rostropedía justicia la cicatriz de algún machetazo, desdela oreja hasta la nariz. Por el· escote de su franelairrumpía del pecho un reprimido bosque de vellohirsuto, .tan ingrato de emanaciones como abundanteen sudor terma!. Su cinturón de cuero curtido se dabapretensiones de muestrario bélico: cuchillo, puñal,cápsulas, revólver. Vestía pantalones de kaki sucio ycalzaba cotizassueltas, que, al moverse, le palmateabanbajo los talones.

-¿Cómo hizo busté pa adivinar los grados que tengo?-Un veterano tan eminente debe haber recorrido

el escalafón.-Dígame: ¿Yen Colombia suena mi nombre?

LA VORÁGINE

-¿Quién no ha oído nombrar al "valiente Aquiles?'"-Eso sí es verdá.-¡Paladín homéridal-Le advierto que no soy de Mérida sino de Coro.En esemomento, en grupo acezante, aparecieron mis-

camaradas, desarmados, en la extremidad del corredor..El Váquiro, sospechoso,se mantuvo en pie. Hice una.modesta presentación:

-Señor general, éstos son compañeros míos.Los tres sin acercarse, murmuraron confusos:-¡Señor general! ... ¡Señor general!Comprendí que era tiempo de improvisar un discur-

so lírico para que el Váquiro se calmara. Tergiversélas instrucciones de don Clemente. Pronto adquirió.mi lengua un tono irresistible de convicción. Yo mis·mo me admiraba de mi inventiva, riendo, por dentro •.de mi propia solemnidad.

Eramos barraqueros del río Vaupés y residíamos enuna zona equidistante de Calamar y de la confluenciadel ltilla y el Dnilla. Trabajábamos en mañoco, sirin··ga y tagua. Teníamos en Manaos un cliente espléndido,la casa Rosas, en cuyo poder me quedaba un ahorro·de unas mil libras, que representaha mi trabajo de pe-nosos meses como productor y comisionista.

Al decir esto, noté que la madona ponía cuidado ami relato, porque dejó de sonar la hamaca en el cuar-to próximo. Este detalle me produjo cierta zozobra yviré de rumbo en mis fantasías.

-Señor general, por desgracia el Vaupés nos opone'raudales pérfidos; y perdimos en un trambuque, en elcorrentón de Yavaraté, nuestra cosecha de ahora tres'años.

y repetí intencionalmente: en el propio raudal delYavaraté, contra las raíces de un jaracandá.

~54 JOSÉ EUSTASIO RIVJ!1lA

La madona asomó 'a la puerta, llenando con su'fi-gura quicio y dintel. Era una hembra adiposa y agigan"tada, redonda de pechos y de caderas. Ojos claros, pielláctea, gesto vulgar. Con sus vestidos blancos y susencajes tenía la apariencia de una cascada. Luengo-collar de cuentas azules se descolgaba desde su seno,-cualuna madreselva sobre una sima. Sus brazos, reso-nantes por las pulseras y desnudos desde los hombros,eran pulposos y satinados como dos cojincillos parael placer, y en la enyodada mano tenía un tatuaje querepresentaba dos corazones atravesados por un puñal.

¡Entretanto que la miraba, absolví melltalmente tuinexperiencia, desventurado Luciano Silva, y adivinéel desenlace de tu pasión!

-¿Cuáles son los muchachos que conocen el río Vau-pés?, preguntó, regando en la atmósfera el cálido per-fume de su abanico.

-Los cuatro, señora.-¿Y el afiliado a la casa Rosas? ¿El comisionista?-Su admirador.-¿A cómo le ordenaron pagar el caucho?-El de primera, a un conto de reis. Poco más o me~

1105 a trescientos pesos.-¿No te lo dije, Váquiro, que no se puede pagar a

más?-¡Mire: no le pennito apodarme así! Dígame por

mi nombre: ¡General Vácares! ¡Aprenda del joven Co-va, que sí sabe tratar a los jefes!

-Nada tengo que ver con nombres y títulos. Devuél-vanme mi plata o págenmela en caucho, a razón detrescientos pesos, menos el flete, porque yo no viajo,(lebalde. ¡Lo demás, me importa un comino!

-¡No sea grosera!- j Pues entonces no sea tramposo, no sea canalla, ni

. LA VORÁGINE

tal por cual! Sepa que a las damas se les atiende conguante blanco. Aprenda también de este caballero, queme ha dicho "su admirador".

-Calma, mi señora; calma, general.El sofocado jefe ordenóme con gesto heroico:-¡Vámonos pa juera, onde no nos vengan a inte-

rrumpir!Al despedirme de la madona hice una profunda re-

verencia.

** '"

... y como le decía, la casa Rosas me ordenó que en10 sucesivoesquiváramos el Vaupés y por Caño Gran·de descendiéramos al Inírida, hacia San Fernando delAtabapo, donde podíamos consignarle al gobernadorlos productos que consiguiéramos, pues era agente su-yo y tenía el encargo de remitírselos, por el Orinoco,a la isla de Trinidad.

-¡Chicos! ¿Yno sabían que a Pulido lo asesinaron?-General, vivimos en el limbo de los desiertos ...-Pues lo descuartizaron, por robarle lo que tenía y

.por coger la gobernación.-¡El coronel Funesl-¡Qué coronel! ¡Está degradao! ¡Escupa ese nom-

bre! ¡Cuidao con volverlo a mentar aquí!Y por darme ejemplo, dejó caer ancha saliva y la re-

fregó con los carcañales.-Señor general, yo fui precavido: le hice saber a la.

casa Rosas que en ningún caso respondería por los ac-.cidentesque la nueva ruta ocasionara; y, aprobada es-ta base, dejamos nuestras barracas hace ya dos meses,cargados de mañoco, sarrapia y goma. ¡Pero el Inírida.estan envidioso como el Vaupés, y al llegar a la boca

JoSÉ EUSTASIO RIVl:RA

del Papunagua perdimos todo! ¡Hemos venido por en.•.tre el monte, en el colmo de la miseria, a pedir amparot.

-¿Y qué será lo que busté quiere?-Que me tripulen una canoa para enviar un correo

a Manaos, a llevar el aviso de la catástrofe y a traerdinero, sea de la caja de nuestro cliente, sea de mi,cuenta; y que nos den posada a los cuatro náufragos.hasta que regrese tal expedición.

-¡No tenemosmarino ... 'estamosescasísimosde ma-ñoco! ...

-Deme usted un boga conocedory el mulato Correase irá con él. Pagaremos lo que se nos pida. ¡Los jefes.no conocen dificultades!

-¡Eso sí es verdá!La madona que oía este diálogo, me llamó aparte:-Caballero, yo le podría vender un boga que esmío:-¡No interrumpa busté! ¡Déjenos conversar!-¿Es que acaso no es mío el rumbero Silva? ¿No les.

probé que era un picure del personal de Yaguanarí?¿No saben que Pezil no me lo pagó?

-Señora, si usted desea... Si el general no me loprohibe ...

-¡Qué general! ¡Este no es el que manda, sino elCayeno! Este es un pobre diablo que fanfarroneadeadministrador.

-¡No sea deslenguada! ¡Le voy a probar que sí ten-go mando: joven, puede contar con la embarcación! '

-¡Gracias! ¡Gracias! En cuanto al boga, si la señorame vende el picure, si me acepta un giro sobre Manaos.

-¿Y qué me da en prenda mientras lo pagan?-Nuestras personas.-¡Oh, no! ¡Eso no! ¡Alá!-No me sorprende la desconfianza. Es verdad que

nuestras figuras nos contradicen la solvencia: descal-

LA VORÁGINE 257

;zosastrosos,necesitados. Sólo aspiro a poner en manosde ustedes cuanto poseemos. Escojan el personal queha de realizar la comisión. Lo indispensable es que:salgapronto con unestras cartas y tenga cuidado conlos valores y mercancías que solicitamos y que ustedesmismos recibirán: drogas, vituallas, y, especialmente,algunos licores, porque conviene alegrar la vida en es-te desierto.

-Eso sí es verdá.Cuando la m:adona,pensativa, nos dejó solos, le ro-

gué al jefe:-¡Júreme, general, que contaremos con su ayudaI-Joven, poco me gusta jurar en cruz, porque soy

ateo. ¡Mi religión es la de la espada!y llevando la diestra al cinto, como garantía de su

juramento, murmuró solemne:-¡Dios y Federaciónl

** *

Al atardecer la madona reapareció. Por frente a laramada que nos destinó el Váquiro, me hizo el honor.de pasear su tedio, cubierta con un velo de gaza níveaque la defendía de los jejenes.

Junto al fogón ociososbostezábamos en silencio, eyperando a los pescadores que fuesen al río a conseguirla cena. Franco vació mañoco del bolsillo y lo comía-mos a puñad?s, cuando reparamos en la mujer. Al ver-la, volví la cara a otro lugar, con el sombrero sobrela frente, avergonzado de la miseria en que me hallaba.

-¿Me está mirando?-Mucho, pero aparenta disimular.-¿Se fu~?-Les está haciendo cariños a los dos perros.

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

-Déjate de observarla, porque se acerca.-¡Ya viene! ¡Yaviene!Levanté el rostro para afrontarla, y la vi venir ha,;.

llando las yerbas, blanca, entre la penumbra semilu~nar. Pasó junto a mí, saludándome con la mano, y en-volvió este reproche en una sonrisa:

-¡Caramba! Estamos esquivos. ¡No hay como te-ner saldo en la casa Rosasl

Mudo, la vi alejarse hacia su caney, cuando Franco.me sacudió:

-¿Oíste? Ya está intrigada por el dinero. ¡Hay queconquistarla inmediatamente I

-¡Síl A ver si vuelve a decirme "mugroso". ¡Caerá!¡Caerá! ¡El desprecio de una mujer no tiene perdón!¡Mugrosol Esta noche lavaremos nuestros vestidos' ylos secaremos a la candela. Mañana ...

La turca extendió en el patio su silla portátil y sereclinó bajo los luceros a respirar fragancias del mon-te. Aquella actitud no tenía más fin que el de fascinar-me, aquellos ojos dirigidos a las alturas querían quelos contemplara, aquel pensamiento que fingía vagaren la noche estaba conspirando contra mi reposo. ¡Otravez, como en las ciudades, la hembra bestial y calcula-dora, sedienta de provechos, me vendía su tentaciónt

Observándola de reojo, comencé a sentir la agresi-vidad que precede a los desafíos. ¡Mujer singular,mujer ambiciosa, mujer varonill Por los ríos más soli-tarios, por las correntadas más peligros¡ls, atrevía subatelón en. busca de los caucheros, para cambiarlespor baratijas la goma robada, exponiéndose a las vio-lencias de toda suerte, a la traición de sus propios bo-gas, al fusil de los salteadores, deseosa de acumuTarcentavo a centavo la fortuna con que soñaba, ayudán-dose con su cuerpo cuando el buen éxito del negocio

LA VORÁGINE

lo requería. Por hechizar a los hombres selváticos.ataviábase con grande esmero, y al desembarcar en losbarracones, limpia, olorosa, confiaba la defensa de sus.haberes a su prometedora sensualidad.

Cuántas noches como ésta, en desiertos desconocidos,armaría su catre sobre las arenas todavía calientes,.desilusionada de sus esfuerzos, ansiosa de llorar, huér-lana de amparo y protección. Tras el día sofocante,cuyo sol re tuesta la piel y enrojece los ojos con doble'llama al quebrarse en la onda fluvial, la sospecha noc--turna de que los bogas van a disgusto y han concebido>algún plan siniestro; tras el suplicio de los mosquitos,el tormento de los zancudos, la cena mezquina, el re-zongo del temporal, la borrasca encendida y vertigino-sa. J Y aparentar confianza en los marineros que quie-ren robarse la embarcación, y relevarIos en la guardia,y aguantarles refunfuñas y malos modos para que alalba continúe el viaje, hacia el raudal que prohibe elpaso, hacia las lagunas donde el gomero prometió en-tregar un kilo de goma, hacia los ranchos de los deu--dores que nunca pagan y que se ocultan al divisar lanave tardía!

Así, continuando el éxodo repetido, al monótono,chapoteo de los canales, debió de medir la inmensadistancia que hay entre la miseria y el oro espléndido.Sentada sobre los fardos, en la proa del batelón, alabrigo de su paraguas, repasaría en la mente sus cuen--tas, confrontando deudas e ingresos, viendo impacien-te cómo pasaba un año tras otro sin dejarle en las.manos valiosa dádiva, igual a esos ríos que donde con-fluyen sólo arrojan espumas en el arenal. Quejosa dela suerte, agravaría su decepción al pensar en tantasmujeres nacidas en la abundancia, en el lujo, en laoci~sidad, que juegan con su virtud por tener en qué,

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

,distraerse, y que aunque la pierdan siguen con hofl~"porque el dinero es otra virtud. Y ella, uncida al yv,'"go de la pobreza, luchando a brazo partido para-c08.\-prar el descanso de la vejez y volver a su tierra, qu~le negó todos los placeres menos el de quererla, el derecordarla. Quizás tendría madre a quien mantener,hermanos que educar, deudas sagradas que redimir.y por eSO la forzaría la necesidad a pulir su rostro•.ataviar su cuerpo, refinar su labia, para que los artícu-los adquirieran .categoría; los cobros, provecho; las,ofertas, solicitud.

Esto pensaba ya con juicio romántico, desposeídode-encono, viéndola ingeniarse por adquirir imperio so-bre mi ser. ¿Ambicionaba mi oro o mi juventud? Bienpodía escoger lo que le placiera. En aquel momentosentía por ella la solidaridad de los desgraciados. Su..alma, endurecida por el comercio, debía pagar tributo4 la pesadumbre y a la ilusión, aunque sus ambicionesfueran siempre vulgares. Quizás, como yo, del amorhumano sólo conocería la pasión sexual, que no dejalágrimas, sino tedio. ¿Alguien habría rendido su co·razón? Pareció no acordarse de Lucianito cuando, almencionar a Yavaraté, hice veladamente la evocaciónde la sepultura. Acaso otros pesares constituirían elpatrimonio de su dolor, pero era seguro que su macizafeminidad no vivía insensible a las sugestionesespiri-tuales: sus grandes ojos denuncian a ratos una congo-ja sentimental, que parece contagiada por la tristeza¿e los ríos que ha recorrido, por el recuerdo de lospaisajes que no ha vuelto a ver.

Lentamente, dentro del perímetro de los ranchos,empezó a flotar una melodía semirreligiosa, leve como',el humo de los turíbulos. Tuve la impresión de queuna flauta estaba dialogando con las estrellas. Luego

LA VORÁGINE

me pareció que la J)oche,era más azul y que un coro,de monjas cantaba en el seno de las montañas, conacento adelgazado por los follajes, desde inconcebibleslejanías. Era que la madona Zoraida Ayram tocabasobre sus muslos un acordeón.

Aquella música de secreto y de intimidad daba mo-tivo a evocacionesy a saudades. Cada cual comenzó asentir en su corazón que lo interrogaba una voz co-nocida. Varias mujeres con sus chicuelos vinieron a.acurrucarse junto a la tañedora. Paz, misterio, melan··colía. Elevado en pos del arpegio, el espíritu se desli··gaba de la materia y emprendía fabulosos viajes, mien·tras el cuerpo se quedaba inmóvil, como los vegetalescircunvecinos.

Mi psiquis de poeta, que traduce el idioma de los,sonidos, entendió lo que aquella música les iba dicien-do a los circunstantes. Hizo a los caucheros una pro-mesa de redención, realizable desde la fecha en que al··guna mano (ojalá que fuera la mía), esbozara elcuadro de sus miserias y dirigiera la compasión de los,pueblos hacia las aterradoras florestas; consoló a las.mujeres esclavizadas, recordándoles que sus hijos hande mirar la aurora de la libertad que ellas nunca vie-ron, e individualmente nos trajo a todos el don deencariñarnos con nuestras penas por medio del sus·pira y de ·la ensoñación.

En breves minutos volví a vivir mis años pretéritos,como espectador de mi propia vida. ¡Cuántos antece-'dentes indicadores de mi futuro! ¡Mis riñas de niño,mi pubertad agreste y voluntariosa, mi juventud sinhalagos ni amor! ¿Yquién me conmovía en aquel mo-mento hasta ablandarme a la mansedumbre y desear'tenderles los brazos, en un ímpetu de perdón, a misenemigos? ¡Tal milagro lo realizaba una melodía casi.

JOSÉ EUSTASlo R.IVttl.A

pueril. Indudablemente, la madona Zoraida Ayram~~/extraordinaria! Intenté quererla, como a todas. pOi;'sugestión. ¡La bendije. la idealicéI Y recordando.la,scircunstancias que me rodeaban. lloré por ser pobre,por andar mal vestido. por el signo de tragedia queme persigue.

** *

Franco fue a despertarme por la mañana y encontroel chinchorro vacío. Corrió luego al caño donde· yocumplía mi ablución matinal y me dio esta noticia.despampanante:

-¡Vístete ligero, que la madolla va a proponerteuna transacción!

-¡Mis ropas están húmedas todavía! .-¿Qué importa? ¡Hay que aprovecharl Ella saliódel

baño, al amanecer, y ya nos hizo un presente regio:galletas, café. dos potes de atún. Quiere hablar conti-go, ahora que estamos solos, pues el Váquiro se mar-chó desde temprano a vigilar a los siringueros y sólovolverá de tardecita.

-¿Y qué quiere decirme?-Que la prefieras en el negocio. Que si pides dinero

par.! comprar caucho, le tomes al Cayeno todo el quetenga en estos depósitos. a ver si él le paga lo que leestá debiendo. ¡Aprisa. vamos!

La madona, en el patio. conversaba animadamentecon el mulato y el catire, mostrándoles los encajes ylos dedos, cual si quisiera instarlos a desmayarse deadmiración. Es un muestrario ambulante, advirtiómeFranco: nos propone que le compremos telas, sortijas.joyas. semejantes a las que usa o de mejor laya. Diceque llegó sola en una curiara, tripulada por tres natu-

LA VORÁGINE

Tales,y que dejó su lancha en el caserío de San Felipe,en pleno Río Negro, porque el alto Isana es intransi-table. ¿Pero dónde tiene la mercancía que nos ofrece?Podría yo jurar que su batelón está escondido en ~gu-na ciénaga, por temor de que puedan desvalijado, yque gentes adictas la esperan allí.

Al calor de la siesta, resolví presentármele a la mu-jer en su propia alcoba, sin anunciarme, repensandoUn discurso preparado y con cierta emoción que au-mentaba mi palidez. La sorprendí aspirando su ciga-rrillo en boquilla de ámbar, tendida en la hamaca so-porosa, un pie sobre el otro, y el ruedo de la faldabarriendo el suelo en tardo compás. Al verme, logrósentarse, con fingido disgusto de mi imprudencia, ajus-tose la blusa desabrochada, y, observándome, enmu-deció.

Entonces, con ilusoria teatralidad, que, por cierto,fue muy sincera, murmuré bajando los ojos:

-¡No repares, señora, en mis pies descalzos, ni enmis remiendos~ni en mi figura: mi porte es la tristemáscara de 'mi espíritu, mas por mi pecho pasan todaslas sendas para el amor!

Me bastó una mirada de la madona para comprendermi equivocación. Tampoco entendía la. sinceridad demi rendimiento? cuando hubiera podido darle a miánima, ansiosa de un afecto cualquiera, las orienta-ciones definitivas; tampoco supo velarse con el espíritupara hacerme olvidar la hembra ante la mujer.

Disgustado por mi ridículo, me senté a su lado, de-cidido a vengarme de su estupidez, y tendiéndole elbrazo sobre los hombros la doblé contra mí bruscamen-te. y mis dedos tenaces le quedaron impresos en lapiel. Arreglándose las peinetas, protestó anhelante:

-¡Estos colombianos son atrevidos!

Jost EUSTASIO R.IVERA

-¡Sí, pero en empresas de mucha monta!-¡Quieto! ¡Quieto! ¡Déjeme reposar!-Eres insensible como tus cabellos.-¡Oh, Alá!-Te besé en la cabeza y no sentiste.

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-¡Para qué!-¡Cual si hubiera besado tu inteligencia!-¡Oh, sí!Durante un momento quedóse inmóvil, menos pudo-

rosa que alarmada, sin mirarme ni protestar. Dere-pente, se puso en pie.

-¡Caballero, no me pellizque! ¡Está equivocado!-¡Nunca se equivoca mi corazón!y diciendo esto, le mordí la mejilla, una sola vez~

porque en mis dientes quedó un saborcillo de vaselinay polvos de arroz. La madona, estrechándome contra elseno, prorrumpió llorosa:

-¡Angel mío, prefiérame en el negocio! ¡PrefiérametLo demás, fue de cuenta mía .

•* *

Hasta diez chiquillos panzudos me cercaron con sustotumas, gimoteando un ruego enseñado por sus ma-más, quienes en corrillo famélico los instigaban desdeotro caney, ayudándoles con los ojos en la súplica men-dicante: ¡MañOCO,ay, mañoco!

Entonces la madona Zoraida Ayram, con su manousurera y blanca, que aún tenía la agitación de la$últimas sensaciones, quiso demostrar su munificenci~y obtener mi aplauso: ejerciendo derechos de ama decasa, franqueó la despensa a los pedigueños y les orde-nó colmar sus vasijas hasta saciarse. Abalanzáronselos muchachos sobre el mapire, como chisgas sobre el

LA VORÁGINE

trigal, cuando, de súbito, una vieja envidiosa los alar-mó con estaspalabras: "¡Uiii! ¡Guipas! ¡El viejo!" Ylaturba despavorida desbandóse con tal precipitación,que algunos cayeron derramando el afrecho precioso,pese a lo cual, los más listos recogieron del suelo varióspuñados y lleváronlos a la boca, con tierra y todo.

El espanto de aquellos párvulos era el rumbero Cle-mente Silva, que, habiendo ido a pescar, regresaba conlas redes ineficaces. Grave recelo sienten ante el ancia-no, con quien los asustan desde que salen de la lac-tancia, enseñándoles que, cuando crezcan, va a extra-viarIos en el centro de los rebalses, bajo siringalesoscurecidos,donde la selva habrá de tragárselos.

La arisca timidez de los indiécitos crece al influjo degrotescas supersticiones. Para ellos el amo es un sersobrenatural, amigo del máguare, es decir, el diablo,y por eso lOS montes le prestan ayuda y los ríos le guar-dan los secretos de sus violencias. Ahí está la isla .delPurgatorio, en donde han visto perecer, por mandatodel capataz, a los caucheros desobedientes, a las indiasladronas,.a los niños díscolos, amarrados a la intempe-rie, en total desnudez, para que los zancudos y losmurciélagos los ajusticien. Semejante castigo amedren-ta a los pequeñuelos, y, antes de cumplir cinco años deedad, salen a los cauchales en la cuadrilla de las mu-jeres, con miedo al patrón, que los obliga a picar lost.roncos,y con miedo a la selva, que debe odiarIos porsu crueldad. Siempre anda con ellos algún hachero queles derriba determinado número de árboles, y es deverse entonces cómo, en el suelo, torturan al vegetal,hiriéndole las ramas y raíces con clavos y puyas, hastaextraerIe la postrera gota de jugo.

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JOSÉ EU5TASIO RIVERA

-¿Qué opina, usted, don Clemente, de estos rapaces~-Que en mí le tienen miedo a su porvenir.-Pero ustedes hombre de buen agiiero. Compare

nuestros temores de hace dos días con la tranquilidadde que gozamos.

Así dije; y pensando en nuestra pronta separación,nos arrepentimos íntimamente de haber hablado, y en-mudecimos, procurando que nuestros ojos no se en-contraran.

-¿Hoy ha conferenciado con mis compañeros?-Como amanecimos pescando, estarán durmiendo

la siesta.-¡Vamos verlosl .y cuando pasamos junto a un caney, cercano al río,

vi un grupo de niñas, de ocho a trece años, sentadas enel suelo, en círculo triste. Vestían todas chingues mu-grientos, terciados en forma de banda y suspendidospor sobre el hombro con un cordón, de suerte que lesquedaban pecho y brazos desnudos. Una espulgaba asu compañera, que se le había dormido sobre las ro-dillas; otras preparaban un cigarrillo en una cortezadetabarí, fina como el papel; ésta, de cuando en cuando.mordía con displicencia un caimito lechoso; aquélla.de ojos estúpidos y greñas alborotadas. distraía el ham-bre de una criatura que le pataleaba en las piernas. me-tiéndole el meñique entre la boquita, a falta del pezónya exhausto. ¡Nunca veré otro grupo de más infinitadesolaciónI

-Don Clemente, ¿qué se quedan haciendo estas in-diecitas mientras tornan sus padres a la barraca?

-Estas son las queridas de nuestros amos. Se lascambiaron a sus parientes por sal, por telas y cachi-vaches o las arrancaron de sus bohíos como impuestode esclavitud. Ellas casi no han conocido la serenaino-

cencia que la infancia respira, ni tuvieron otro jugue-te que el pesado tarro de cargar agua o el hermanitosobre el cuadril. ¡Cuán impuro fue el holocausto de sutrágica doncellez! Antes de los diez años, son compe-lidas al lecho, como a un suplicio; y, descaderadas por'Suspatrones, crecen entecas, taciturnas, ¡hasta que undía sufren el espanto de sentirse madres, sin compren-der la maternidad!

Mientras íbamos caminando, estremecidos de indig-nación, observé un semitecho de mirití, sostenido pordos horcones, de los cuales pendía chinchorro misérri-IDO, donde descansaba un sujeto joven, de cutis cero-se y aspecto extático. Sus ojos debían de tener algunalesión, porque los velaba con dos trapillos. amarradossobre la frente.

-¿Cómo se llama aquel individuo que se tapó la ca-ra con la cobija, como disgustado por mi presencia?

-Un paisano nuéstro. Es el solitario Esteban Ramí-rez, que tiene la vista a medio perder.

Entonces acercándome al chinchorro y descubrién-dole la cabeza, le dije con voz tenue y emocionada:

-¡Hola, Ramiro Estévanez! ¿Crees que no te co-nozco?

** *

Un singular afecto me ligó siempre a Ramiro Esté-vanez. Hubiera querido ser su hermano menor. Nin.-gún otro amigo logró inspirarme aquella confianza-que, manteniéndose dignamente sobre la esfera de lotrivial, tiene elevado imperio en el corazón y en lainteligencia ..

Siempre nos veíamos, nunca nos tuteábamos. El eramagnánimo; impulsivo yo. El, optimista; yo, desolado.

268 JOSÉ EUSTASlO RIVERA

El, virtuoso y platónico; yo, mundano y sensual. Noobstante, nos acercó la desemejanza, y, sin desviar lasinnatas inclinaciones, nos completábamos en el espí-ritu, poniendo yo la imaginación, él la filosofía. Tam-bién, aunque distanciados por las costumbres, nos in-fluímos por el contraste. Pretendía mantenerse incó-lume ante la seducción de mis aventuras, pero al cenosurármelas lo inundaba cierta curiosidad, una especiede regocijo pecaminoso por los desvíos de que lo hizoincapaz su temperamento, sin dejar de reconocerlesvital atractivo a las tentaciones. Creo que, por encimade sus consejos,más de una vez hubiera cambiado sutemperancia por mis locuras. De tal suerte llegué a ha·bituarme a comparar nuestros pareceres, que ya entodos mis actos me preocupaba una reflexión: ¿Quépensará de esto mi amigo mental?

Amaba de la vida cuanto era noble: el hogar, la pa·tria, la fe, el trabajo" todo lo digno y lo laudable. Arcade sus parientes, vivía circunscrito a su obligación,.reservándose para sí los serenos goces espirituales yconquistando de la pobreza el lujo real de ser gene·rosa. Viajó, se instruyó, comparó civilizaciones, com-prendió a hombres y a mujeres, y por todo aquelloadquirió después una sonrisilla sardónica, que tomabarelieve cuando ponía en S1,1S juicios la pimienta delanálisis y en sus charlas la coquetería de la paradoja.

Antaño, apenas supe que galanteaba a cierta beldadde categoría, quise preguntarle si era posible que unjoven pobre pensara compartir con otra persona elpan que conseguía para sus padres. Nada le dije afondo porque me interrumpió con frase justa: ¿No mequeda derecho ni a la ilusión?

y la loca ilusión lo llevó al desastre. Tornóse melan·cólico, reservado, y acabó por negarme su intimidad.

LA VORÁGINE

Con todo, algún día le dije por indagado: Quiera eldestino reservarle mi corazón a cualquier mujer cuyaparentela no se crea superior, por ningún motivo, ami gente. Y me replicó: Yo también he pensado enello. ¿Pero qué hacer? ¡En esa doncella se detuvo mi.aspiraciónl

Al poco tiempo de s,ufracaso sentimental no lo volvía ver. Supe que había emigrado a no sé dónde, y quela fortuna le fue risueña, según lo predicaban, tácita-mente, las relativas comodidades de su familia. Y ahora10 encontraba en las barracas del Guaracú, hambrea-do, inútil, usando otro nombre y con una venda sobrelos párpados.

Gran desconcierto me produjo su pesadumbre, y, porcompasiva delicadeza, no me atrevía a inquirir detalleninguno de su suerte. En vano esperé que iniciara laconfidencia. El tal Ramiro estaba cambiado; ni unapretón, ni una palabra cordial, ni un gesto de rego-cijo por nuestro encuentro, por todo ese pasado que enmí renacía y del cual poseíamos partes iguales. En rc-presalia, adopté un mutismo glacial. Después, por mor-tificarlo, le dije secamente:

-¡Se casól Sí, ¿sabíasque se casó?Al influjo de esta noticia resucitó para mi amistad

un Ramiro Estévanez desconocido, porque en vez delsuave filósofo apareció un hombre· mordaz y amargo,que veía la vida tal como es por ciertos aspectos. Asién-dome de la mano interrogó.

-¿Y será verdadera esposa, o sólo concubina de sumarido?

-¿Quién lo podrá decir?Claro que ella posee virtudes para ser la esposa ideal

de que nos habla el Evangelio; pero unida a un hom-bre que no la pervirtiera y encanallara. Entiendo que

JOSÉ EUSTASIO, RIVERA

el suyoes uno de tantos como conozco,viudos de man;cebía, momentáneos desertores de 106 burdeles, que secasan por vanidad o por interés, hasta por adquirirhembra de alcurnia a beneplácito de la sociedad. PerOopTonto la depravan y la relajan, o en el santuario delhogar la convierten en meretriz, pues su ardor maritalya no prospera sino reviviendo prácticas de prostíbulo.

-¿Yeso qué importa? Con tal de llevar apellido ilus·tre que se cotice en el gran mundo ...

-¡Bendito sea Dios, porque aún existe la candideztEsta frase me hizo la impresión de un alfilerazo en

mi epidermis de hombre corrido. Y me di a acechar elmomento de probarle a Estévanez que yo también en-tendía de mordacidad; pero la ocasión no se presenta-ba y él expuso:

-A propósito de apellidos, recuerdo cierta anécdotade un ministro, de quien fui escribiente. ¡Qué ministrotan popular! ¡Qué despacho tan visitado! Pronto medi cuenta de un fenómeno paradójico: los aspirantessalían sin gangas, pero rebosaban de orgullo prócer.Una vez penetraron en la oficina dos caballeros depunta en blanco, elegantes de oficio, profesoresde sim- ,pada en garitos y salones. El ministro, al tenderles lamano, puso atención a sus apellidos:

-Yo soy Zárraga, dijo uno.-Yo soy Cómbita, murmuró el otro.-¡Ah, sí! ¡Ah, síl ¡Cuánto honor, cuanto gusto'

¡Ustedes son descendientes de los Zárragas y de losCómbitasl

y cuando salieron, le pregunté a mi augusto jefe:-¿Quiénes son los antepasados de estos señorones.

cuya prosapia arrancó a usted un elogio tan espontá-neo?

-¿Elogio? ¡Qué sé yol Mi pleitesía fue de simple ló-

LA VORÁGINE

gica: si el uno es Cómbita y el otro es Zárraga, sus res-pectivos padres llevarán esos apellidos. ¡Nada más!

Porque Ramiro no advirtiera que su talento provo-caba mi admiración, ~parenté displicencia ante suspalabras. Quise tratarl~ como a pupilo, desconocién-dolo como a mentor, para demostrarle que los trabajosy decepciones me dieron más ciencia que los precepto-res de filosofismo, y que las asperezas de mi caráctereran más a propósito para la lucha que la prudenciadébil, la mansedumbre utópica y la bondad inane. J\híestaban los resultados de tan grande axioma: entre. él

.Y yo, el vencido era él. Retrasado de las pasiones, fra-casado de su ideal, sentiría deseo de ser combativo,para vengarse, para imponerse, para redimirse, paraser hombre contra los hombres y rebelde contra su des-tino. Viéndolo inerme, inepto, desventurado, le esbocécon cierta insolencia mi situación para deslumbrarlocon mi audacia:

-¿Hola, no me preguntas qué vientos me empujanpor estas seh'as?

-La energía sobrante, la búsqueda del Dorado, elatavismo de algún abuelo conquistador ...

-¡Me robé una mujer y me la robaron! ¡Vengo amatar al que la tenga!

-Mal te cuadra el penacho rojo de Lucifer.-¿Pero no crees acaso en mi decisión?-¿Y la tal mujer merece la pena? Si es como la roa-

dona Zoraida Ayram ...-¿Sabes algo?-Me pareció que entrabas en su caney ...-¿De modo que tus ojos no están perdidos?-Todavía no. Fue una incuria mía, mientras fumi-

gaba un balón de goma. Prendí fuego, y, al taparlo conel embudo que se habilita de chimenea, una rama re-

JoSÉ EUSTASIO :RIYERA

beIde que chirriaba quemándose, me lanzó al rostJ;oun chorro de humo.

-¡Qué horrorl ¡Como si se tratara de una venganzacontra tus ojos!

-¡En castigo de lo que vieronl

** *

Esta frase fue para mí una revelación: Ramiro erael hombre que, según don Clemente Silva, presenciólas tragedias de San Fernando del Atabapo y solía rela·tar que Funes enterraba la gente viva. El había vistocosas extraordinarias en el pillaje y la crueldad, y yoardía por conocer detalles de esa crónica pavorosa.

Hasta por ese aspecto Ramiro Estévanez resultabainteresantísimo; y como, al parecer, reaccionaba contrael divorcio <lenuestra fraterna intimidad, fuése amen-guando en mi corazón el resentimiento y empezamosa hacer el canje de nuestras desdichas, refiriéndolas agrandes rasgos. Aquel día no cambiamos'palabra sobrela tiranía del coronel Funes, porque Ramiro no cesabade hacerme el inventario de sus cuitas, como urgidode protección.

Lo que más me dolió de cuanto contaba, fueron lasinauditas humillaciones a que dio en someterlo uncapataz a quien llamaban El Argentino, por decirseoriundo de aquel país. Este hombre odioso, intrigantey aduIador les impuso a los siringueros el tormento delhambre, estableciendo la práctica insostenible de pagarcon mañoco la leche de caucho, a razón de puñado porlitro. Había llegado a las barracas del Guaracú conunos prófugos del río Ventuario, y, queriendo vendér-selos al Cayeno, convirtióse en explotador de sus pro-pios amigos, forzándolos con el fuete a trabajos ago-

LA VORÁGINE

biadores, para demostrar la pujanza física de los cui-tados y exigir por ellos óptimo precio. Gerenciaba tam-bién el zarzode las mujeres, premiando con sus cuerposaventajados la abyección de ciertos peones, y a fuerzade mala índole ganóse el ánimo del Cayeno, hasta pos-poner al Váquiro mismo, que lo odiaba y reñía.

En el preciso instante que relataba Ramiro Estéva-nez tan torpes abusos, principió a llegar a los tambosla desolada fila de caucheros, con los tarros de gomalíquida y las ramas verdes del árbol massaranditba, queprefieren para fumigar, porque producen humo denso.Mientras unos guindaban sus chinchorros para tender-se a sudar la fiebre o a lamentarse del beriberi que loshinchaba, otros prendían fuego, y las mujeres amaman-taban a sus criaturas, que no les daban tiempo paraquitarse de la cabeza las tinajas rebosantes de jugo.

Llegó con ellos y con el Váquiro un individuo queusaba abrigo impermeable.y esgrimía en los dedos un

'latiguillo de balatá. Hizo limpiar una gran vasija yse puso a medir con una totuma la leche que ca4a go-mero presentaba, atortolándolos con insultos, con ame-nazas y reclamos y mermándoles el mañoco a que te-nían derecho para cenar.

-Mira, exclamó temblando Ramiro: ¡Mi hombre esaquel sujeto del impermeablel

-¡Cómol ¿Ese que me observa por bajo el ala delsombrero? No hay tal argentino. ¡Ese es el famoso Pe-tardo LesmesJ popularísimo en Bogotál

Al sentirse objeto de mi atención, multiplicaba lasreprensiones y caminaba de aquí y de allí, como paraque yo quedara lelo ante sus portentosas actividadesde hombre de empresa y me diera cata de lo difícil queme sería contentar al futuro patrón. Dándoselas de afa-noso y ocupadísimo, marchó hacia mí, fingiendo escri-

274 Jost EUSTASIO RIVER.Á

bir, mientras caminaba, en una libreta, para ten~rpret.exto de atropeIlarme.

-Amigo, ¿el nombre de usted? ¿Los informes de' sucuadrilla?

Picado por la insolencia del fantoche, volví la carahacia los caucheros y respondí por soflamarlo:

-Soy de la cuadrilla de los pePitos. Los envidiososque me conocieron en Bogotá me apoderaron el Petar-do LesmesJ aunque hace tiempos que no les pido nada,pese a los desembolsos que ocasiona la socledad. Pre-fería empeñar mi argolla de compromiso en cubieulosy trastiendas. aun a riesgo de que lo supiera mi pro-metida, con tal de ser munífico, cual lo requiere mi po-sición social. Ocupé mis ratos de estudio en dirigiranónimos a mis primas contra sus pretendientes queno eran ricos o que no eran chico Alegré corrillos deesquinas, señalando con dedo cínico a las mujeres quedesfilaban, calumniándolas en mil formas, para acre-ditar mi cartel de perdonavírgenes: Fui cajero de laJunta de Crédito Distrital, por llamamiento unánimede sus miembros. Los cien mil dólares del alcanCe nosalieron todos en mi maleta: me dieron t1nicamente elquince por ciento. Acepté la designación con previoacuerdo de firmar recibo por un caudal que ya no exis-tía. Palabra dada, palabra sagrada. Al principio tuvevagos escrúpulos de inexperto, pero la Junta me deci·dió. Recordóme el ejemplo de tanto pisco que saqueacon impunidad habilitaciones, bancos, pagadurías, sinmenoscabar su buena reputación. Fulano de tal falsi-ficó cheques; zutano adtVteró cuentas y depósitos, pe-rencejo se puso por la derecha un sueldo adecuado asu categoría de novio elegante, en lo cual procediómuy bien, pues no es justo ni humano trajinar contalegas y mazos de billetones, padeciendo necesidades,

LA VORÁt;;INE 275

ton el suplicio de Tántalo día por día, y ser como el.1,noque marcha hambriento llevando la cebada sobres~ lomo. Vine por aquí mientras olvidan el desfalco;tor~ré presto, diciendo que andaba por Nueva York,y II aré vestido a la moda, con abrigo de pieles y za-pato d.e caña blanca, a frecuentar mis relaciones, misamis des, y a obtener otro empleo fructuoso. ¡Estosson lo informes de mi cuadrilla!

Así l~rminé, remirando a Estévanez y feliz de ha-ber encontrado ocasión de exhibir mi mordacidad. ElPetardo l>esmes,sin inmutarse, me argumentó:

-¡Mis tl¡lS y mis hermanas pagarán todo!-¿Con qué, con qué? Ustedes son pobres, hijos de

ricos. Dividida la herencia, nos igualamos.-¿Arturo Cava igualarse a mí? ¿Cómo, de qué ma-

nera?-¡De ésta! Y rapándole el látigo, le crucé el rostro.El Petardo salió corriendo, entre el ruido del imper-

meable, gritando que le prestaran una carabina. ¡Ynome mató! '

El Váquiro, la madona y mis compañeros acudierona contenerme. Entonces un cauchero corpulentísimosonrió cuadrándose:

-Eso sí no sería con yo. ¡Si usté me hubiera tocaola cara, uno de los dos estaría en el suelo!

Varios del corrillo que nos rodeaba le replicaron:-¡No se meta de guapetón, acuérdese del Chispita,

que en el Putumayo le echaba rejo!-¡Sí, pero ande lo vea le corto las manos!

*:1: *

-Franco, ¿qué te dice Ramiro Estévanez, qué semurmura en los barracones?

JoSÉ EUSTASIO RIVERA

-Ramiro se entusiasma por tu ardentía y se apocante tu imprudencia. Los gomeros aplauden la huIlación del Petardo Lesmes, pero en todos veo cie ainquietud, el presentimiento de alguna cosa sens 0-

nal. Yo mismo empiezo a sentir una desconfianza reo-cupadora. Ayudado por el catire, he procurado um-plir qlS órdenes respecto de la insurrección; perorhadiequiere meterse en sublevaciones, desconfían df nues-tros planes y de ti mismo. Suponen que los quieres'acaudillar para esclavizados cuando pase etl golpe ovenderlos después. Hemos corrido el riesgo ~ haberleshablado a los delatores. El Petardo Lesmes/partió estamañana en exploración y quería Ilevarstr como rum-bero a Clemente Silva. Gracias a que el Váquiro noconvino en que éste se marchara.

-¡Qué has dicho! ¡Es imperioso que la canoa salgaesta misma noche para Manaos!

-:-Lo lamentable es que sea tan pequeña. Si pudié-ramos caber todos ...

-¿Pero no comprendes tu desvarío? Aquí debemospermanecer. Nuestra residencia en el Guaracú es lagarantía de los viajeros. Si los atajaran, si los prendie-ran, ¿quién velaría por su destino? Hay que darlestiempo de que desciendan el !sana. Después haremoslo que se pueda para escaparnos. Mientras tanto, nues-tro cónsul estará en viaje y lo avistaremos en el RíoNegro. Dos meses, de espera, porque la madona lespresta su lancha a los emisarios y la tomarán desdeSan Felipe.

-Oyeme: el viejo Silva dice que no quiere dejartesolo, que no puede admitir favores que provengan deesa mujer, quien lo tuvo de esclavo tras de haber sidoconcubina de Lucianito.

-¡Si eso quedó arreglado desde ayer! ¡Se irá don

LA VORÁGINE

Clemente con el mulato y dos bogas más! ¡Ya les tenga,firmados los pasaportes! Las víveres, listos. ¡Sólo mefalta escribir la correspondencia!

Alarmado por este informe, corrí luego a buscar alanciano Silva y le rogué con acento apremiante, pro-vocando sus lágrimas.

-¡No se detenga por mis peligros! ¡Váyase,por Dios"con los huesos de su pequeño! ¡Piense que, si se queda,.descubren.todo y no saldremos jamás de aquí! ¡Guardeese llanto para ablandar el alma de nuestro cónsuly haclfl que.se venga inmediatamente a devolvernos la.libertad! Regrese con él y viajen de día y de noche, en.seguridad de hallarnos pronto, porque para entonces.estaremosen el Guainía. Búsquenos usted en Yaguana-TÍ, en el barracón de Manuel Cardoso; y si le dicen quenos internamos en la montaña, coja nuestra pista, gue-muy en breve nos encontrará. Desde ahora le repito-las mismas súplicas de Coutinho y de Souza Machado"cuando perdidos en la floresta, le besaron los pies:"Apiádese de nosotros. Si usted nos abandona, morire-mos de hambre."

Después,estrechando contra mi pecho al mulato An··lOnio Correa:

-¡Vete, pero no olvides que merecemosla redención!¡No nos dejen botados en estosmontes! ¡Nosotros tamo.bién queremos regresar a nuestras llanuras, tambiéntenemos madre a quien adorarl ¡Piensa que si morimos.en estas selvas, seremos más desgraciados que el in-feliz de Luciano Silva, pues no habrá quien repatrie-nuestros despojosl

Y aunque el Váquiro ebrio y la madona concupis-cente me esperaban para yantar, me encerré en la ofi-cina del patrón, y, en compañía de Ramiro Estévanez,.redacté para nuestro cónsul el pliego que debía llevar

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

'don Clemente Silva, una tremenda requisitoria, d~estilo borbollante y apresurado como el agua de lostorrentes.

** *

Esa noche, el Váquiro, deteniéndose en el umbral,interrumpía nuestra labor con impertinencias:

-¡Pida cachaza, pida tabaco y tiros de wínchesterlA su vez·el catire Mesa, provisto de una antorcha,

se presentaba a repetir:-La canoa está lista, pero no hay quien entregue el

.quintal de caucho que deben llevar como dinero pa·ra cubrir los costos del viaje.

y la madona, con fastidiosa desfachatez, entraba enel cuartucho mal iluminado, me interrogaba familiar-mente, me servía pocillos de café, que ella misma el!-dulzaba a sorbos, dándome por servilleta la punta de.su delantal.

En presencia del casto Ramiro, apoyó la mejilla enmi hombro, viendo correr la pluma sobre las páginas,a la resinosa luz del candil, admirada de mi destrezaen trazar signos que ella no entendía, tan diferentesdel alfabeto árabe.

-¡Quién supiera escribir tu idioma! Angel mío,~qué pones ahí?

-Le estoy diciendo a la casa Rosas que tienes un"caucho maravilloso.

Ramiro, indignado, se retiró.-Amor, no le digas eso porque me pedirá que se lo

<lé en pago.-¿Acaso le debes?-¡La deuda no es mía, pero ... quisiera queme ayu-

daras! ...

LA VORÁGINE

-¿Te obligaste como fiadora?-Sí.-Pero el deudor te daba lotes de caucho.-Eran para mí, no para la deuda.-¡Y lo mató un árbol! ¿No es verdad que lo mató

un árbol, el de la ciencia del bien y del mal?-¡Gh! ¿Tú sabes? ¿Tú sabes?-¡Recuerda que he vivido en el Vaupés!

.. La madona, desconcertada, retrocedía, pero yo, suje-tándola por los brazos, la obligué a hablar:

-¡No te afanes, no te desesperes! ¿Es tuya la culpade que el muchacho se matara? ¡No me niegues quese suicidó!

-¡Sí, se mató! ¡Pero no lo cuentes a tus amigos! ¡Te-nía tantas deudas!. ¡Quería que me quedara en los si-ringales viviendo con él! ¡Imposible! ¡O que nos casá·'ramos en Manaos! Un absurdo. ¡Y en el último viaje,cuando pernoctamos en el raudal, lo desengañé, le exi-·gí que me dejara, que se volviera! Empezó a llorar.¡El sabía que yo cargaba el revólver entre mi corpiño!lnclinóse sobre mi hamaca, como oliéndome, como pal-'pándome. ¡De pronto, un disparo! ¡Y me bañó los se-nos en sangre!

La madona, sacudida por el relato, fue ganando lapuerta, con las manos sobre la blusa como si quisieratapar la mancha caliente. ¡Y me quedé solo!

Entonces sentí ascender palabras de llanto, juramen-tos, imprecaciones, que salían del caney próximo. DonClemente ,Silva y mis camaradas me rodearon enfu-Tecidos:

-¡Me los botaron! ¡Ah, miserables1¡Me los botaron!-¡Cómo! ¡Será posible!-¡Los huesos de mi hijo, de mi hijo desventurado,

los tiraron al río, porque la madona, esa perra cínica,

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

le tenía escrúpulo! ¡Ahora, sí, cuchillo con estas fiera.sS·¡Mátelos a todosl ' '

Momentos después, sobre la canoa desatracada, vierguirse en la sombra el perfil colérico del anciano.Entré en el agua para abrazado una y otra vez, y escu-ché sus postreras admoniciones: IMátelos que yo vuel-vo! ¡Pero perdone a la pobre Alicia! ¡Hágalo por mílComo si fuera María Gertrudis.

y se fue la canoa, y comprendíamos que los viajeros.agitaban los brazos hacia nosotros en la lobreguez delcauce siniestro. Llorando, repetimos las palabras de-Lucianito:¡Adiós, adiós!

Arriba, el cielo sin límites, la constelada noche deltrópico.

¡y las estrellas infundían miedo!

** *

Va para seis semanas que, por insinuación de Ra-miro Estévanez, distraigo la ociosidad escribiendo lasnotas de mi odisea, en el libro de caja que el Cayenotenía sobre su escritorio como adorno inútil y polvo-riento. Peripecias extravagantes, detalles pueriles, pá-ginas truculentas forman la red precaria de mi narra-ción, y la voyexponiendo con pesadumbre, al ver quemi vida no conquistó lo trascendental y en ella todo,resulta insignificante y perecedero.

Erraría quien imaginara que mi lápiz se mueve coadeseos de notoriedad, al correr presuroso en el papel,en seguimiento de las palabras para idas clavando,sobre las líneas. No ambiciono otro fin que el de emo-cionar a Ramiro Estévanez con el breyiario de misaventuras, confesándole por escrito el curso de mispasiones y defectos, a ver si aprende a apreciar en mí

LA VORÁGINE

10 que en él regateó el destino, y logra estimularsepara la acción, pues siempre ha sido provechosísimadisciplina para el pusilánime hacer confrontaciones,conel arriscado.

Todo nos lo hemos dicho y ya no tenemos de quéconversar. Su vida de comerciante en Ciudad Bolívar,de minero en no sé qué afluente del Caroní, de cu-randero en San Fernando del Atabapo, carece de re-lieve y de fascinación; ni un episodio característico,ni un gesto personal, ni un hecho descollante sobre lo<común.En cambio, yo sí puedo enseñarle mis huellasen el camino, porque si son efímeras, al menos no seconfunden con las demás. Y tras de mostrarlas quierodescribirlas, con jactancia o con amargura, según lareacción que producen en mis recuerdos, ahora que lasevoco bajo las barracas del Guaracú.

Si el Váquiro deletreara las apreciaciones que mesuscita, se vengaría soltándome, libre de ropas, en laisla' del Purgatorio, para que las plagas dieran rematea las sátiras, y al satírico. Pero el general es más ig-norante que la madona. Apenas aprendió a dibujar sufirma, sin distinguir las letras que la componen, y estáconvencido de que la rúbrica es elevado embÍema desus títulos militares.

A ratos escucho el taloneo de sus cotizas y penetraen el escritorio a charlar conmigo.

-Calculo que la curiara va más abajo'del raudal deYuruparí.

-¿Y no habrán tenido dificultades? .. El PetardoLesmes...

-¡Pierda cuidado! Anda por el lnírida, y en estasemana debe regresar.

-Señor general, ¿él cumple ciertas órdenes de us-ted?

JOSÉ EUSTASIO RIvERA

-Lo mandé a perseguir a los indios del caño Penda.•.•re, pa aumentar los trabajadores. y busté, joven Cava.¿qué es lo que escribe tanto?

-Ejercito la letra, mi general. En vez de aburrinne'matando zancudos...

-Eso ta bien hecho. Por no haber practicao, se meolvidó lo poco que sé. Afortunadamente, tengo un her-mano que es un belitre en cosas de pluma. Dicen queera de malas pa la ortografía, pero cuando me vine lo.vi jalarse hasta medio pliego sin diccionario.

-¿Su hennano también estuvo en San Fernando delAtabapo?

-¡No, nol ni pa qué.-¿Mi paisano Esteban Ramírez era amigo suyo?-¡Cuántas veces le he repetido que sí y que síl Jun-

tos nos le fugamos al indio Funes, porque sabrá bustéque el Tomás es indio. Si nos coge, nos despescueza.Ycomo yo conocía al Cayeno, resolvimos venir a buscar-lo. Remontamos el río Guainía, desde Maroa, y por elarrastradero de los caños Mica y Rayao pasamos allnírida. Y aquí nos ve, establecidos en el Isana.

-General, mi paisano agradece tanto ...-A él le consta que si me vine no fue de miedo, si-

no por no "empuercarme" matando al Funes. Busté'sabe que esebandido debe más de seiscientas muertes.Puros racionales, porque a los indios no se les llevanúmero. Dígale a su paisano que le cuente las roa-tazones.

-Ya me las contó. Ya las anoté.

** *

En el pueblecito de San Fernando, que cuentaape-.nas sesenta casas, se dan cita tres grandes ríos que lo

J.A VORÁGINE

enriquecen: a la izquierda, el Atabapo de aguas rojizasy arenas blancas; al frente, el Guaviare, flavo; a laderecha, el Orinoco, de onda imperial. Alrededor, jl;¡selva, la selva!

Todos aquellos ríos presenciaron la muerte de 10!l

gomeros que mató Funes el 8 de mayo de 1913.Fue el siringa terrible -el ídolo negro- quien pro·

vocó la feroz matanza. Sólo se trataba de una trifulcaentre empresarios de caucherías. Hasta el gobernadornegociaba en caucho.

y no pienses que al decir "Funes" he nombrado apersona única. Funes es un sistema, un estado de al-oma, es la sed de oro, es la envidia sórdida. Muchos sonFunes, aunque lleve uno solo el nombre fatídico.

La costumbre de perseguir riquezas ilusas a costade los indios y de los árboles; el acopio paralizado decaucherías para peones destinadas a producir hasta milpor ciento; la competencia del almacén del goberna-dor, quien no pagaba derecho alguno, y al vender conmano oficial recogía con ambas manos; la influenciade la selva, que pervierte como el alcohol, llegaron acrear en algunos hombres de San Fernando un impul-so y una conciencia que los movió a valerse de un ase-sino para que iniciara lo que todos querían hacer yque le ayudaron a realizar.

Ni creas que delinquía el gobernador al pegar la bo-ca a la fuente de los impuestos, con un pie en su des-pacho y el otro en la tienda. Tan contraria actitud sela imponían las circunstancias, porque aquel territorio-es como una heredad cuyos gastos paga el favorito quela disfruta, inclusive su propio sueldo. El gebernadorde esa comarca es un empresario cuyos subalternos vi·ven de él; siendo sus empleados particulares, tienenuna función constitucional. Uno se llama juez, otro-

J0511 EUSTASIO RIVERA

jefe civil, otro registrador. Les imparte órdenes prp:.;miscuas, les fija salarios y los remueve a voluntad..

Los tiempos del pretor, que impartía justicia en las pla-zas públicas, reviven en San Fernando bajo otra for-ma: un funcionario plenipótente legisla, gobierna yjuzga por conducto de parciales asalariados.

y no es raro ver en la población a individuos que,llegados de .lueñes tierras, se detienen frente a un ven-torro y dicen al ventero con urgida voz: "Señor juez,,.cuandose desocupe de pesar caucho, háganos el favor,de abrir la oficina para presentar nuestras demandas."Yse les responde: Hoy no los atiendo. En esta semanano habrá justicia: el gobernador me tiene atareado en,despachar mañoco para sus barraqueros del Beripa-moni.

Esto allí es legal, correcto y humano. Gualquieratiene derecho de preocuparse por las entradas del pa-trón: las rentas son el termómetro de los sueldos. Bol-'Silla flojo, pago mezquino.

El gobernador Roberto Pulido, competidor comer-.cial de sus gobernados, no había establ.ecido impues-tos estúpidos; sin embargo, fraguábase la conjura para.suprimirlo. Su mala estrella aconsej6 dictar un de-.creto en el cual disponía que los derechos de exportarcaucho sepagaran en San Fernando, con oro o con pla-ta, y no con pagarés girados contra el comercio deCiudad Bolívar. ¿Quién tenía dinero listo? Los guar-dadosos. Mas éstos no lo ahorraban para prestado:.compraban goma barata a quien tuviera necesidad depagar tarifas de exportación. Al principio los mis-mos conspiradores entraron en competencia en estenegocio; luego sacaron de allí el pretexto para estallar:decir que Pulido dictó su decreto, aprovechando la-carencia de numerario, para hacerse vender la goma a

LA VORÁGINE

precio irrisorio, por intermedio de compinches confa--bulados. ¡Ylo mataron y lo saquearon y lo arrastraron,.y en una sola noche desaparecieron setenta hombres!

* *Desde días atrás -me refirió Ramiro Estévanez--

advertí los preparativos del ominoso acontecimiento.Ya se decía, a boca tapada, que varios sujetos habíanlogrado infundirle a Funes la creencia de que era apto-para adueñarse de la región y hasta para ser presidentede la república cuando quisiera. No resultaron falsos..profetas los de aquel augurio: porque jamás, en nin·gún país, se vió tirano con tanto dominio en vida yfortunas como el que atormenta la inmensurable zonacauchera cuyas dos salidas están cerradas: en el Orino-co, por los chorros de Atures y de Maipures; y en elGuainía, por la aduana de Amanadona.

Un día acudí a la casa' del coronel, a tiempo que-éste ajustaba la puerta del patio. Aunque intentó ce--'rrarla rápidamente, alcancé a ver que en el interiorhabía considerable número de caucheros, sentados enlos pretiles y en los poyos de la cocina, limpiando susarmas. Estos hombres fueron traídos de las barracas..del Pasimoni, como después se dijo, y llegaron a me-dia noche a la población, en compañía de otros ba-rraqueros pertenecientes al personal de distintos pa-trones, que los ocultaron con cautela.

Funes alarmóse al notar que yo había observado alos gomeros, y, buscando mi oído, secreteó con san-guinaria amabilidad:

-¡No los dejo sa1Írporque se emborrachan! ¡Son delos nuéstros! ¿Qué se le ofrece?

'JOSÉ EUSTASIO RIVERA

-Le debo mil bolívares a Espinosa y me tiene fun-.dido a cobros. Si usted quiere prestármeIos...

-¡Yo nací para los amigosl Espinosa nunca volveráa cobrarle. Usted con sus propias manos tendrá oca-sión de. saldar esa deuda. Esperemos que llegue elgobernador.

y Pulido llegó al atardecer de regreso del Casiquiare•.en una lancha de petróleo llamada Yasaná. En com-pañía de varios empleados, recogióse pronto porquevenía enfermo de fiebre. Mientras tanto, sus enemigos.-que habían limpiado de embarcaciones la costa paraevitar fugas posibles, quitáronle el timón a la lancha"Y lo escondieron en la trastienda del coronel, cuyastapias dan sobre el Atapabo.

Vino a poco la noche, una noche medrosa y relam~pagueante. De la casa de Funes salieron grupos arma-dos de wínchesters, embozados en bayetones para que-nadielos conociera, tambaleantes por el influjo del ronque les enardecía la animalidad. Por las tres callejas-solitarias se distribuyeron para el asalto, recordandolos nombres de las personas que debían sacrificar. Al-gunos, mentalmente, incluyeron en esa lista a cuantoindividuo les inspiraba antipatías o resentimientos: asus acreedores, a sus rivales, a sus patrones. Marchabanrecostados a las paredes tropezándose con los cerdosque donnitaban en la acera: "¡Marrano maldito, mehace caerl"

-"¡Chist! ¡Silencio! ¡Silencio!"En el estanco de Capecci, gente indefensa jugaba a

los naipes, acaballada en el mostrador. Cinco hombres,entre ellos Funes, quedaron acechándola en lo oscu-ro, para cuando se abriera el fuego en la esquina pró-xima. Allá en la alcoba del sentenciado, ardía unalámpara que lanzaba contra la lluvia lívidas clarida-

LA VORÁGINE 287

des. El grupo de López, finalmente, se acercó a laventana abierta. Adentro, Pulido, abrigado entre el-chinchorro, sorbíá la poción preparada por los enfer-meros. De repente, volviendo los ojos hacia la noche,alcanzó a sentarse. "¿Quiénes están ahí?" ¡Y las bocasde veinte rifles le contestaron, llenando la estancia dehumo y sangre!

Esta fue la señal terrible, el co~ienzo de la heca-tombe. En las tiendas, en las calles, en los solaresreventaban los tiros. ¡Confusión, fogonazos, lamenta-ciones, sombras corriendo en la oscuridad! A tal puntocundía la matazón, que hasta los asesinos se asesina-1"on.A veces, hacia el río, una procesión consternabael pasmo de las tinieblas; arrastrando cadáveres quependían de los miembros y de las ropas, atropellán-dose sobre ellos, como las hormigas cuando transpor-tan provisiones pesadas. ¿Por dónde escapar, a dóndeacudir? Mujeres y chicuelos, desorbitados en busca dede llegar. "¡Viva el coronel Funes! ¡Abajo los impues-tos! ¡Viva el comercio libre!"

Como una saeta, como una ráfaga, empezó a correruna voz: "lA la casa del coronel! ¡A la casa del coro-neIl" Mientras tanto, en el puerto lóbrego tablereabael motor de la Yasaná. "¡A dejar el pueblo! lA embar-carse! ¡A la casa del coronell"

Cesaron los tiros. En su sala, en su tienda, trajinabaFunes, recibiendo a las gentes incautas, separando consonrisitas a los que pronto serían asesinados en el solar."¡Usted, a la lanchal ¡Usted conmigol" En breves mi-nutos colmase el patio de rostros pavóricos. Tras lapuerta del muro que da sobre el río se situó Gonzálezcon el machete. "lA bordo, muchachosl" y el que ibasaliendo, rodaba decapitado, entre los hoyos que dierontierra para levantar la edificación.

JOSÉ EUSTASIO RIVEAA

¡Ni un grito, ni una queja!¡La noche, el motor, la tempestad!

** *

Asomándome a la ventana del corredor, donde par.'padeaba una lamparilla, vi arremolinarse en la oscuri·dad el rebaño de detenidos, recelososde desfilar por lahórrida puerta, escalofriados por la intuición del peli-gro cruento, erizados como los toros que perciben so.bre la yerba olor de sangre.

"¡A bordo, muchachos!" Repetía la voz cavernosa~desde el otro lado del quicio fatal. Nadie salía. Enton-ces la voz pronunciaba nombres.

I~osde adentro intentaron una tímida resistencia~"¡Salga primero!" "¡Al que llaman es a usted!" "¿Peropor qué me acosan a mí?" 1Y ellos mismos se empuja-ban hacia la muerte!

En la pieza donde estaba yo comenzaron a descargarbultos y más bultos: caucho, mercancías, baúles, ma-ñoco, el botín de los muertos, la causa material de susacrificio. Unos murieron porque la codicia de sus ri-vales estaba clamando por el despojo; otros fueron sa-crificados por ser peones en la cuadrilla de algún pa-tTÓna quien convenía mermarle la gente, para ponercoto a la competencia; contra éstos fúe ejecutado elfatal designio, pues debían fuertes avances, y, dándo-les muerte, se aseguraba la ruina de sus empresarios;aquéllos cayeron, estrangulando el grito agónico, por-que eran del tren gubernamental, empleados, amigoso familiares del aborrecido gobernador. Los demás, porcelos, inquinas, enemistades.

-¿Cómo es posible que lo encuentre sin carabina?preguntóme Funes. Usted no ha querido ayudarnos en

LA VORÁGINl!: ~89

nada. ¡Yeso que ya cubrí su deuda! ¡En este machetese lee el recibo!

y enseñaba contra el farol la hoja sanguinolenta yamellada.

-No se exponga, agregó, a que el pueblo lo consi-dere enemigo de sus derechos y su libertad. Es precisoadquirir credenciales: una cabeza, un brazo, lo que sepueda. ¡Tome este wínchester y rebúsquese! ¡Ojalá setopara con Dellepiani o con Baldomero!

y cogiéndome por el hombro, muy amablemente, mepuso en la calle.

Por el lado del puerto, hacia la laja de Maracoa, seagruparon unas linternas y descendieron a lo largo dela orilla, alumbrando las agUas y el arenal. Eran unasmujeres que gimoteaban al través de los pañolones,buscando los cadável es de sus deudos.

-¡Ay! ¡Aquí le arrancarón los intestinos! ¡Lo tira-rían a la resaca, pero ha de flotar al amanecer!

En tanto, en los solares, tipos enmascarados movíansus velas, con afán de esconder entre los hoyos llenosde basuras los cuerpos de las víctimas y la responsa-bilidad de los matadores.

-"¡Bótenlos al río! ·No me los dejen en este patio"que no tardan en ponerse hediondos."

Así clamaba una vejezuela, y, al verse desobedecida"amontonó ceniza caliente en las improvisadas sepul-turas.

A veces ambulaba por las esquinas alguna ronda dehombres protervos, que se atisbaban con desconfianzarecíproca, disfrazando sus estaturas y sus movimientospor hacer imposible la identidad. Algunos se acercabanpara tentarse la manga de la camisa, que debía estarremangada en el brazo izquierdo, pero nadie supo de

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JoSÉ EVSTA$IO RIVERA

fijo con quién andaba ni a quién perseguía su acompa-ñante, y se separaban sin interrogarse ni reconocerse~Pasó la lluvia, desaparecieron los cadáveres insepultos,y, sin embargo, el alba indolente se retrasaba en poner-le fin a tan nefanda noche de pesadilla. Cuando elpelotón iba a disgregarse, un hombre inclinó la carasobre el vecino, alumbrándolo con la brasa del tabaco.

--'¿Vácares?-¡Sí!Y, en oyendo la voz gangosa, le infirió profunda faca-

da en el ancho pómulo.Hoy me asegura el Váquiro que el mismo Funes fue

quien "le anduvo por el carrillo queriendo sajarle la)'ugular. Sólo que en San Fernando no se atrevía a re-velar el nombre de su agresor, por miedo a las reinci-dencias del coronel, ante quien daba pábulo a la leyen-da de que su herida fue ocasionada en osado duelo, alabatir en la oscuridad a diez contendores apandillados.

y hubieras visto a qué extremos tan deplorables seabajaron los fernandinos por salvar su débil pellejo.haciéndose gratos al déspota y a sus áulicos. ¡Qué a<f..hesiones, qué aplausos, qué intimidades! La delaciónfue planta parásita que enredaba a vivos y a muertos)' el chisme y la calumnia progresaron como peste. Losque' sobrevivieron a la catástrofe perdieron el derechode lamentarse y comentar, so riesgo de que por siemprelos silenciaran. Cada cual tornóse en espía, y tras decerraduras y rendijas hay ojos y oídos. Nadie puede sa·lir del pueblo, ni averiguar por el deudo desaparecido.ni inquirir por el paradero del coterráneo, sin expo-nerse a ser denunciado como traidor y enterrado vivohasta la tetilla en la excavación que, forzadamente, ló(;)bligan a hacer en un arenal, donde el calor lo vayaasando y los zamuros le piquen los ojos.

LA VORÁGINE

Mas no sólo a los aledaños del caserío se clrcuns-'Criben estas tropelías: por selvas, ríos y estradas va-cr.eciendo la onda de sobresalto, de la conquista, delexterminio. Cada cual mata por cuenta propia, mien-tras que muere, y ampara sus crímenes bajo supuestas·órdenes del tirano, quien les da su aprobación tácita,para deshacerse de los autores, que deja entregados asu mutua ferocidad.

La especie de que Pulido prosperaba adquiriendo·t:aucho, es inicua farsa. Bien saben los gomeros queel Oro vegetal no enriquece a nadie. Los potentados dela floresta no tienen más que créditos en los libros,-contra peones que nunca pagan, si no es con la vida,·contra indígenas que se merman, contra bongueros que-seroban lo que transportan. La servidumbre en estascomarcas se hace vitalicia para esclavos y dueños: unosy otros deben morir aquí. Un sino de fracaso y maldi-ción persigue a cuantos explotan la mina verde. La-selva los aniquila, la selva los retiene, la selva los llamapara tragárselos. Los que escapan, aunque se refugienen las ciudades, llevan ya el maleficio en cuerpo y.alma. Mustios, envejecidos, decepcionados, no tienenmás que una aspiración: volver, volver a sabiendas<le que si vuelven perecerán. Y los que se quedan,los que desoyen el llamamiento de la montaña, siem-pre declinan en la miseria, víctimas de dolencias desco-nocidas, siendo carne palúdica de hospital, entregándo-se a la cuchilla que les recorta el hígado por pedazos,como en pena de algo sacrílego que cometieron contralos indios, contra los árboles.

¿Cuál podrá ser la suerte de los caucheros de SanFernando? Causa pavura considerarla. Pasado el pri-mer acto de la tragedia, palidecieron; pero el caudillo.que improvisaron ya tenía fuerza, ya tenía nombre. Le

JoSÉ EU5TASIO RIvERA

dieron a probar sangre y aún tiene sed. ¡Venga acá lagobernación! El mató como comerciante, como gome-ro, sólo por suprimir las competencias; mas como lequedan competidores en siringales y en barracas, ha re-suelto exterminarlos con igual fin y por eso va asesí-nando a sus mismos cómplices.

-¡La lógica triunfa!-¡Que viva la lógica!

** •Calamidades físicas y morales se han aliado contra

mi existencia en el sopor de estos días viciosos. Midecaimiento y mi escepticismotienen por causa el can-sancio lúbrico, la astenia del vigor físico, succionad()por los besos de la madona. Cual se agota una esper-ma invertida sobre su llama, acabó presto con miardentía esta loba insaciable, que oxida con su aliento.mi virilidad.

y la odio y la detesto por calurosa, por mercenaria,por incitante, por sus pulpas tiranas, por sus senostrágicos. Hoy, como nunca, siento nostalgia de la mu-jer ideal y pura, cuyos brazos brinden serenidad parala inquietud, frescura para el ardor, olvido para losvicios y las pasiones. Hoy, como nunca, añoro lo queperdí en tantas doncellas ilusionadas, que me miraroncon simpatía y que en el secreto de su pudor halaga-ron la idea de hacerme feliz.

La misma Alicia, con todos los caprichos de la inex-periencia, jamás traicionó su índole aseñorada y sabiaser digna hasta en las mayores intimidades. Mi encono.irascible, mi rencor perenne, el enojo que siento al re-cordarla, no alcanzan a deslucir esa honestidad que,por fuerza, debo reconocerle y abonarle, aunque hoy la

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repudie por degradada y pérfida. ¡Cuánta diferenciaentre ella y la turca, a quien vence en todo, en gracia<omo en juventudl Porque esta jamona indecorosatoca los límites de la marchitez y de la obesidad. Asílo noté desde que la vi. Aunque pasa de los cuarenta,no se le descubre ni una cana blanca, por milagro desus cosméticos. ¡Pero yo se los adivino!

¡Oh fatiga de la presencia que disgusta! ¡Oh asco delos besos que no se piden! Estaba obligado a disimu-lar, en provecho de nuestros planes, esa repulsión quela madona me produce, y a no tener descanso en midesabrimiento, pues 'ninguno de mis amigos ha podido:sustituirme en el ruin oficio de tenerla propicia. Ellalos rechaza porque sabe que el del saldo en la casaRosas sólo soy yo. Ensayé, para libertarme, el gestocansado, la frase dura, el desprecio que levanta ampo-lla. Por fin rompí con ella violentamente. Y hoy nohallo qué hacer para reconquistarla.

Sucede que estas noches los siringueros han invadidoel zarzo de las mujeres, para gozarlas como premio de:sUsemana, según vieja costumbre. Hediondos a humoya mugre, apenas acaban de fumigar, se le presentan,al centinela y con gesto lascivo encargan el turno. Losmenos rijosos cambian su derecho a los impacientespor tabacos, por goma o por píldoras de quinina. Ano-<:he, dos niñas montubias lloraban a gritos en lo altode la escalera, porque todos los hombres las preferían'Y les era imposible resistir m,ás. El Váquiro, amenazán-dolas con el fuete, las insultó. Una de ellas, desespera-da, se tiró al suelo y se astilló un b'r'azo. Acudimos conluces a recogerla y la guarecí en mi chinchorro.

-¡Infames, infames! ¡Basta de abusos con estas mu-jeres desgraciadas! ¡La que no tenga hombre que ladefienda, aquí me tiene!

JoSÉ EUSTASIO RIVERA

¡Silencio! Algunos indígenas se me acercaron. En dotro caney sonrieron unos jayanes que estimulaban susensualidad con chistes obscenos. Y, mirándome, con-tinuaron su ocupación, encendidos en la trémula lla-marada de los fogones, sobre cuyo humo hacían voltear-como un asador- el palo en que se cuajaba el bolónde goma, bañándolo en leche a cada instante con la,tigelina o con la cuchara.

-Oiga, me dijo uno: si tanto le duele lo sucedido,.hagamos un cambio: préstenos la madona pa probarla.

'y la madona se enfureció porque no castigué alatrevido.

-¿Te quedas manicruzado ante lo que oíste? ¿Paramí sí no habrá respeto? ¿Quiere decir que no tengohombre? ¡Alá!

-¡Los tiene a todos I-¡Pues entonces me paga lo que me debe!-¡Nada le debolY esta mañana, cuando por consejo dé mis amigos.

fui adarIe satisfacciones y a reconocerme deudor, laencontré ataviada, energúmena, lacrimosa.

-¡Ingrato, decirme que no cumple sus compromisos!Cogile las mejillas, sin saber en dónde besarla, cuan-

do, de pronto, retrocedí, descolorido de emoción, ygané la puerta.

-¡Franco, Franco, por Dios! ¡La madona con los..zarcillos de tu mujer! ¡Con las esmeraldas de la niñaGriseldal

** *

~Cómo pintar la impresión que fue ensombreciendoel rostro de :Franco al escuchar mis exclamaciones?Sentado en la barbacoa, en compañía de Ramiro Esté·

LA VORÁGINE

\'anez, miraba tejer mapires de palma al catire Mesa,quien les explicaba el modo sencillo de urdir la tra-mazón. Con denuedo instintivo, apenas pronuncié elnombre de su mujer, apretó los puños como aperci-biéndose para defenderla; pero luego inclinó la frente,encendida por el rubor de la honra agraviada. ¿Quéme importa la suerte de esa señora? Afirmó rabioso.Y, tejiendo la canastilla, aparentaba tranquilidad.

De repente dijo con tono brusco, como una cuchi-llada en nuestro silencio: ¡Quiero ver los zarcillos,quiero convencerme! ¿Dónde está la turca ladrona?

-Cállate que nos pierdes, le suplicábamos, porqueZoraida venía hacia nosotros. trayendo en la boca uncigarrillo sin encender. Franco, taimado, le brindó los,fósforos, y cuando la madona se inclinó hacia la llama,.lo vi dominar el impulso de agarrarla por las orejas.¡Esos son, ésos son! repetía al volver. Y se echó bocaabajo en el chinchorro, sin decir más.

Definitivamente, desde ese momento me abandonóla paz del espíritu. ¡Matar a un hombre! IRé aquí miprpgrama, mi obligación!

'Siento en mi rostro el hálito fria, anuncio de lastempestades, A mal tiempo llega la hora tan calculada,.tan perseguida. Lo que pedí al futuro es presente ya.Mientras avancé sobre la venganza, el conflicto finalme parecía pequeño, por lo remoto; mas hayal ver decerca el desenlace, hallo desmesurada esta aventura,cuando 'estoy sin salud y sin energías para engallarmey arremeter.

Pero no me verán buscarle la curva al peligro. Iréde frente, contrariando la reflexión, sordo al oscuro,aviso que se eleva· desde el fondo de mi conciéncia:¡Morir, morir!

Lo que me agrava el aturdimiento es la opinión uná-

Jos! EUSTASIO RIVERA

nime de mis amigos sobre el modo de rematar la situa-ción: "Si Barrera está por aquí, ¿cuál es mi deber?"

-"¡Matado, matado!"y tú mismo, Ramiro Estévanez, sostienes el fatal con-

sejo, a tiempo que yo, tal vez por cobardía, esperabade tu cordura fórmulas piadosas. Seré inexorable, pueslo queréis. ¡Gracias a vosotros, vendrá la tragedial

¡Que constel

** *

j La niña Griselda, la niña GriseldalFranco, y Heli la vieron anoche, sobre el puente de

un batelón que ha dado en venir al rebalse próximo aembarcar el siringa robado. Alumbraba con una lám-para la faena contrabandista, y si no distinguió a miscompañeros, al menos sabe ya que la buscamos, porqueMartel y Dólar se lanzaron a agasajada, y ella, al partir.el barco, se llevó los perros.

Fue Ramiro Estévanez quien primero supo que losindios trasponían la goma de los depósitos, cargándola,.entre las tinieblas, hacia embarcaderos ocultos. Dióleel denuncio mi protegida, cierta noche que le vendaba.el. brazl? enfermo; y enterados de la ocurrencia, nos.apostó la india en un escondite para que viéramos su-.cederse la línea de bultos por entre la maleza encubri-.dora; Diez, quince, veinte nativos de los que sólo en-tienden la lengua yeral, pasaban con sus cargas, pisan-do en el silencio como en una alfombra. Para mayorsorpresa, cerraba el desfile la madona Zorai~a Ayram.

"¡Cogerlal ¡Secuestrada! ¡Impedir el viaje!" Así cu-.:hicheábamos viéndola fundirse én la oscuridad. Sintiempo de echar mano a las carabinas, ocultas desdenuestra llegada, corrimos al tambo de la mujer. La

LA VORÁGINE

lamparilla de encandila! murciélagos, latía como unavíscera. El equipaje, intacto. La hamaca, aún tibia, es-taba repleta de mantas y cojines, para simular bajo elmosquitero un cuerpo dormido; aquí las chinelas depiel de tigre; allá la colilla del último cigarrillo, hu-meando todavía en el rincón. Estos detalles nos permi-tían respirar con sosiego. La madona no había salidopara escaparse. Pero debíamos vigilar.

En la noche siguiente dimos comienzo a nuestrosplanes: Franco y Helí, con taparrabos y con fardo alhombro, entraron desnudos en la fila de los cargadores,por conocer la ruta del incógnito puerto y atisbar lasmaniobras de los aborígenes. Mientras tanto, Ramiroentretuvo al Váquiro en su caney y yo pasé la nochecon Zoraida. Sobrevino una imprevisión adversa opropicia: los perros, viéndose solos, cogieron el rastrode mis compañeros y encontraron a su antigua dueña,que, mañosamente, se los llevó, sin decir palabra.

-A no haber sido por los cachorros, me declarabaFranco al amanecer, no la hubiera reconocido. ¡Tanespectral, tan anémica, tan consumida! Grave error co-metimos al desertar de los indígenas cuando colum-bramos las luces del barco. Abiertos de la fila, en laoscuridad, observábamos a corto trecho lo que pasaba.Pero si hubieran descubierto nuestra presencia, noshabrían asesinado. La pobre mujer, alzando una luz,mitaba angustiosa a todas partes; y en breve, desatra-caron y se fueron ..

-¡Qué desgracia! ¡Corremos el peligro de que ya novuelva!

Entonces el catire afirmó:-Desenterradas nuestras carabinas y en achaques

de salir a cauchar, rondaremos estas lagunas desde hoy.Fácil cosa es hallar la guarida del bongo. Si la niña

Griseldaestá con los perros, bastará silbarlos.¡Hace cinco días que se hallan ausentes, y la incer-

tidumbre me· vuelve locol

** *

La madona está cavilosa. Su disimulo es incompati-ble con mi paciencia. A ratos he querido reducirla conamenazas, hablarle de Barrera y de los enganchados,obligarla a revelar todo. Otras veces, desligado de laesperanza, intento resignarme a los caprichos del des-tino, a la fatalidad de los sucesos sobrevinientes, dán-doles la espalda, por sentirlos llegar sin palidecer.

¿En quién esperar? ¿En el anciano Silva? ¡SábeloDios si la tal curiara habrá perecido! De juro que sibajan hasta Manaos, nuestro cónsul, al leer mi carta,replicará que su valimiento y jurisdicción no alcanzana estas latitudes, o lo que es lo mismo, que no es colom-biano sino para contados sitios del país. Tal vez, alescuchar la relación de don Clemente, extienda sobrela mesa aquel mapa costoso, aparatoso, mentiroso ydeficientísimo, que trazó la Oficina de Longitudes deBogotá, y le responda tras de prolija indignación:"¡Aquí no figuran ríos de esos nombresl Quizás per-tenezcan a Venezuela. Diríjase usted a Ciudad Bolívar".

Y, muy campante, seguirá atrincherado en su igno-rancia, porque a esta pobre patria no la conocen suspropios hijos, ni siquiera sus geógrafos.

Ante la madona, mientras tanto, es preciso viviralerta. Siempre odié su idiosincrasia menesterosa, quetiene dos antenas, como los cangrejos: torpeza en elamor y astucia en el lucro. Hoy, más que eso, medesazona su hipocresía, apenas inferior a mi sagacidad.Pero su habilidoso fingimiento data de pocos días.

LA VOll.ÁGINE 299

¿Acaso, como piensa Ramiro, le llegó algún aviso,c~ntra mí? ¿Qué será de Barrera, qué del Petardo Les-mes y del Cayeno?

~Zoraida, el que dijera que has cambiado conmigo,tendría razón.

~¡Alá! Como tú prefieres las indias ...-Harto convencida debes estar de lo contrario. Tu

desvío tiene por causa el arrebato aquél ... ¡Y hastame reprochaste que no te pagaba! ¿Qué testimonio pue-do aducir como garantía de mi honradez? Sólo unhombre, con quien tuve negocios en pasadas épocas yreside en este desierto, podría darte informes de mirectitud. Cuando regrese la curiara que bajó a Manaos,iré a buscarlo a Yaguanarí, porque le debo varios con-tos. ¡Se llama Ba-rre-ra!

La madona cambió de postura en el catrecillo y pes-tañeaba abriendo los labios.

-¿Narciso? ¿Tu compatriota?-Sí, que tiene negocios con un tal Pezil. Sin cono-

.cerme, hízome el honor de enviarme dinero al altoVaupés para que le enganchara indios y peones. Mástarde, recibí orden de suspender aquella gestión por-que él mismo pensaba contratarlos en Casanare. ¡Hom-bre raro y emprendedor, de audaces ideas! Me ofrecía,a última hora, cederme a bajo precio cuantos siringue-ros le sobraran. ¡Sin reparar en que ya le debía las'Sumas que me confiól Iré a verlo, a devolvérselas y ahacer un buen trato, porque hoya los caucheros se lesgana mucho en el Vaupés. Si pudiera, no negociaría engoma sino en gomeros.

Al oír esto, la madona, poniéndome sus palmas enlas rodillas, hizo la emocionante revelación:

-¡Los peones de Barrera no valen nada! ¡Todos conhambre, todos con pestel A lo largo del río Guainía

desembarcaron en las casas de los caboclos, a robar~cuanto encontraban, a tragarse lo que podían: galli~s •.cerdos, fariña cruda, cáscaras de bananos. ¡Tosiendocomodemonios,devorando como langostas!En algunas.partes era preciso hacerles disparos para decidirlos aembarcarse. Pezil subió a encontrarlos hasta su fun-dación de San Marcelino. Allí estaban enfermas varias.colombianas, y me dio una a precio de costo.

-¿Cómo se llama?-¡No sé! ¿Te importa saberlo?-Sí. .. No ... Si hubiera venido, hablaría con ella•.

primero, para pedirle datos de esa gente, y, segundo•.para encarecerle absoluta reserva y circunspección.

-¿En qué asunto? ¿Por qué?-No daré mi confianza a quien me la quita.-¡Dime! ¡Dimel ¿Cuándo tuve secretospara ti?Entonces aboqué el problema de lleno:-Zoraida, quiero ser generoso con la mujer que me

hizo erótica dádiva de su cuerpo. Pero en ningún casotoleraré que se comprometa, imprudentemente, confia-da en mí. Zoraida, aquí todos saben que de nochetransportas el caucho de los depósitos del Cayeno a tubatelÓn. '

-¡Mentira! ¡Mentira de tus amigos que no mequieren!

-y que una mujer llamada Griselda les ha escritocartas a mis compañeros.

-¡Mentira! ¡Mentira!-y que al Cayeno se le avisó lo que está pasando.-¡Tus amigosl ¡En eso andan! ¡Tú permitistel-¡y que algunos gomeros encontraron el escondrijo-

de tu barco pirata!-¡Alál ¡Qué hago! ¡Me roban todo!Entonces yo, esquivo a la mano que me imploraba•.

LA VORÁGINE

salí del tambo, repitiendo con sardónica displicencia:-¡Mentiral ¡Mentira!

:le

* *Acabo de ver al Váquiro, tendido en su hamaca del

caney, donde lo consume una fiebre alcohólica. A suredor, denunciando el soborno de la turca, hay desocuc

pada botellería, cuyos capachos despiden aún el olor abrea, peculiar de los barcos recién arribados. RamiroEstévanez, quien debe a la condescendencia del capa-taz su actual descanso, sospechó las repentinas intimi-dades de la pareja, que a solas se encerraba en el de-pósito a cambiar palabras de miel: "¡Mi señora!", "¡migeneral!" Por orden de éste vino a llamarme, advertidodel disgusto con que todos ven la desaparición de mis.compañeros. El Váquiro, baboso y amodorrado, pare-cía dormitar con hipo anhelante, sin admitir otro re-medio que la cachaza.

-No lo dejes beber, dije a Ramiro, porque revienta.y el enfermo, clavando en mí sus ojillos idiotizado.~,.

me reprendió:-¡Nada le importal ¡Basta de abusos! ¡Basta de

abusosl-Mi general, respetuosamente pido permiso para ex-

plicarle ...-¡Entréguese preso! ¡O me presenta sus compañe··

ros, o queda preso!Entonces Zoraida le confesó a Estévanez que el Pe-

tardo Lesmes llegaría con el Cayeno en hora imprevis-ta, y que pesaban contra nosotros no sé qué sospechas.

-¿Como cual?, respondí con reposo fingido. ¿Es queme calumnia el Petardo por mi adhesión al generalVácares? Pues si así fuere, vengan sobre mí las calami-

)02 JOSÉ EUSTASIO RIVERA

dad es, porque tengo el valor de reconocer el méritoajeno, y seguiré proclamando que el hombre de espadaestá siempre por encima de los demás. ¡Aquí y donde-quiera!

El Váquiro dijo, levantándose del chinchorro:-¡Eso sí es verdá!-Si es, agregué, porque mis amigos les comunicaron

mis ideas a varios peones y éstos inducen que conspirocontra el Cayeno, la culpa no está en lo que bien sedice sino en lo que mal se entiende. Si es porque des-paché a mis camaradas a trabajar en la cuadrilla queescogieran, por el pudor de verlos ociosos, por el deseode corresponder en cualquier forma a la proteccióngenerosa de quien me hospeda, por compensar con al·'gún esfuerzo el descanso que el general le ha concedi-do a Ramiro Estévanez, castíguese en mí la omisión deno haber pedido permiso previo a quien lo concede,si alguna vez necesitó la delicadeza autorización demanifestarse.

-Eso sí es verdá.-Si es porque tú, Zoraida, andas repitiendo que ja-

más estuve en Manaos, según has colegido de mis res-puestas a: tus preguntas sobre edificios, plazas, bancosy calles, te en,redas en tu desconfianza, porque nuncahe dicho que conocí esa capital. Para ser cliente de lacasa Rosas no es indispensable pasar el umbral de susalmacenes; al menos, yo no necesité de tal requisito.Le debo al cónsul de mi país el honor de ser afiliado atan rica firma. Al cónsul, ¿oyes?Al cónsul, quien a lafecha surca el Río Negro y viene a corregir con su auto-ridad no sé qué desmanes, como me lo anuncia en laúltima carta que recibí.

La madona y el Váquiro repitieron a dúo:-¡El cónsul! ¡El cónsul!

LA VORÁGINE

-¡Sí, el amigo mío, que al saber mi viaje a San Fer-nando de Atabapo me recomendó tomar, con sigilo,informes de los abusos y asesinatos que en tierras co-lombianas ha cometido Funes!

Así dije, y cuando salí haciendo campear mi falsoorgullo de hombre influyente, el Váquiro y la madonano cesaban de barbotear:

-¡El.cónsul! ¡Y son amigos!

** *

-¿Podría decirme busté, me rogaba el Váquiro, sien estas cosas del indio Funes habrá de resultarmecomplicación alguna?

-¿Pero acaso mi general tomó parte activa en lanoche aciaga?

-¡Obligao! ¡Obligao!Y la madona nos interrumpía:-¿El señor cónsul podría ayudarme a cobrar mis

créditos? Ya ves, el Cayeno niega la deuda y se fue deltambo para no pagarme. Descríbeme en tu <libro las

<cuentas.-Acaso el caucho que sacaste de los depósitos ...-Es un sernambí de pésima clase. Por fuera, el bolón

duro y pulido; por dentro, arenas, trapos y basuras.Perdí el transporte de esa goma, porque no resistió laprueba: al ponerla en el agua se hundía. Si escucharamis quejas el cónsul ...

-Habría que ir adonde está el.-y si no ha venido ...-Viene, viene, y ha llegado a Yaguaraní. Esa mujer

llamada Griselda dice en sus cartas no sé cuánta,-cosas. Hay que interrogarla.

JoSÉ EUSTASIO RlVEll.A

-Le tengo recelO. Es de malos hígados. Entre ellay la otra le cortaron la cara al pobre Barrera.

-¡Al pobre Barrera!-Por eso no le permito andar conmigo.-Conviene interrogarIa inmediatamente.-¿Te atreverías?-¡Sí!y la niña Griselda vino.

** *

Jamás en la vida volveré a sentir tan asfixiadora ex-pectación como la que embargó mi ánimo aquella t;u'-de, al oscurecer, cuando la madona Zoraida Ayramcolgó su linterna en la puerta del cuarto que dominael río. Era la señal. Sobre la linfa trémula del lsana,corrían los reflejos, ordenando el' arribo del bateMn, ..en cuya proa se alistarían los tripulantes para la me-dia noche.

Con certeza no puedo decir en qué momento con··vencí a la madona de que debíamos fugarnos juntos.Mi cerebro ardía más que la lámpara del dintel, fulgía.como el faro que convida las naves a entrar en el puer-to. Una frase, una sola frase zumbaba frenética en mis.oídos, proyectando en mis ojos imágenes lúcidas: "En-·tre ella y la otra le cortaron la cara al pobre Barrera."La otra, la otra, ¿quién podía ser? ¿Y por qué motivo?-¿Por celos, por venganza, por escaparse? ¿Alicia, era.Alicia? Cuál de las dos se había anticipado con mano,débil a marcar el trazo mortífero que mi encono máscu-lo debía ensanchart 1Y mientras me agobiaba la· agita-ción, bailaba ante mis retinas la mueca de un rosU'o,herido, que no era rostro, ni era mueca, sino la man-díbula de Millán, partida por el golpe de la cornada,.

LA VORÁGINE

-que se reía injuriosamente, con risa enigmática y do-lorosa como la de Barrera, como la de Barreral

¡Bebí, bebí, bebí y no me embriagué! Mis nerviosresistían la acción maléfica del alcohol. Le arrebatabala copa al Váquiro, y, al apurarla, veía que el farol leprestaba al vidrio tonalidades lívidas de puñal. Impa-dente por la tardanza del bongo, iba del tambo al ríoy avizoraba en el cielo claro la hora de la media noche,viendo viajar la estrella tardía, calculando su llegadaal cenit. Seguíame por doquiera el Váquiro tambalean-te, acosándome con chismes y preguntas:

Le entregó a la madona el caucho de los depósitospor saber que yo respondería de su valor.

-"¡Muy bien, muy bien!"¡Ella había instigado al Petardo Lesmes a montar

resguardo en el rápido ae Santa Bárbara, para que de-tuviera la embarcación de Clemente Silva; pero la cu-Tiara pasól

-"¿Verdad, verdad?"Si el Cayeno notaba las mermas en el caucho del al-

macén, sindicaría a Zoraida como ladrona.-"¡Muy bien, muy bien'"¿Había maliciado yo que la madona intentaba fu-

garse? Pues pondría guarniciones para impedirlo, amenos que el cónsul pensara subir hasta el GuaracÚ yyo garantizara que él no intentaría ...

-"Pierda cuidado, que sólo viene a recoger infor-mes para acogotar al tirano Funes."

-¿Por qué les avisaba el Petardo Lesmes que exhi-biría pruebas de que no éramos gomeros sino ban-didos?

-"¡Calumnias, calumnias! ¡Somos amigos del señorcónsul, y eso ba~tal"

-Zoraida, Zoraida, decíale yo, apartándome del bo-

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

rracho: cuando mis camaradas regresen, abandonaté-mos este presidio. Y ella insistía: ¿Pero de veras no-los has mandado a indisponer con el Cayeno? ¿Me"quieres, me quieres?

-"¡Sí, sí!" Y cogiéndola por los brazos, la apretabanervioso, hasta hacerla gritar, y la miraba con ojos.alucinados, y la figura de la mujer borrábase de mipresencia, quedando sólo un paño sangriento sobre elbusto lascivo, que la sien de Luciano Silva empapó-de cálida pÚrpwa.

La noche era azul y los barracones estaban desier-tos. Ramiro Estévanez, que no se apartaba de la orilla,vino a avisar que"por el río bajaban ramas. El batelóndebía de hallarse arriba, en el atracadero desconocido,enviando señales.

Al oír esta nueva, operóse en mí un fenómeno orgá-nico: mis plantas se enfriaban, mis pulsaciones se mo'deraron y empecé a sentir un vago reposo que mellenaba de indolencia, a pesar de la fiebre sÚbita queprestaba a mi piel ardores de brasa. ¿Emocionarme yoporque una aventurera llegara al tambo? ¡Ya no teníainterés en verla ni en saber de nadie! ¡Si quería protec-ción que me buscaral Y me embocé en un desdénirónico.

-¡No me invites al puerto, Zoraida, porque no voy.Si aÚn insistes en que interrogue a tu sirvienta, ha deser a solas y en este caney!

Minutos más tarde, cuando advertí que las dos mu-jeres llegaban, quise moverme a velar la llama del fa- -rol. Di algunos pasos, y el pie derecho se me resistía:un leve hormigueo, una especie de parálisis casquillo- "sa, me estremeció. Lerdamente, avancé sin sentir elsuelo, como si pisara en algodones. ¡La niña Griselda

LA VORÁGINE

corrió a abrazarmel Rechazándola con el gesto, le dijea secas ante la madona:

-¡Saludl

** *

Hoy escribo estas páginas en el Río Negro, río suges-tivo que los naturales llaman Guainía. Desde ha tressemanas, en el batelón de la turca, huíamos de las ba-rracas del Guaracú. Sobre la cresta de estas ondas re-tintas que nos van acercando a Yaguanarí, frente aestas orillas que vieron bajar a mis compatriotas escla-vizados, sobre estos remolinos que venció la curiarade Clemente Silva, hago memoria de los sucesos ate-rradores que antevinieron a la fuga, inconforme c;onmi destino, que me obligó a dejar un rastro de sangre.

Aquí va la niña Griselda, de sabrosa palabra y espí-ritu enérgico, cuyo rostro, desgastado por el dolor,aprendió a sonreír entre lágrimas. Cariño y coraje in-fúndeme al par esta desgraciada, que no se inmutaante el peligro y supo desarmar mi cólera estúpida lanoche que nos hallábamos, frente a frente, solos, en elcaney de la madona.

-jSalud! repetí, haciendo ademán de salir delcuarto.

-Esperáte, desconocío. ¡Aquí me han tréido a gar-lar con vos!

-¿Conmigo?- ¿De qué? ¿Viene usted a contarme có-mo le ha ido?

-Lo mismo que a vos. ¡Fregaita, pero contenta!-¿Y su negocio? ¿Cómo va la asistencia de las peo-

nadas? ¿A cómo tiene amasijo fresco?-Pa vos no tengo, porque no fío. Pero como te veo

la necesidá, vení y arreglamos.

J05t EUSTA5JO RIVERA

Oonmovido, al verla taparse el rostro con el pañ",~~~.le pregunté: ' .

-¿Te enseñó a llorar el niño Barrera?-¿Yorar? ¿Y por qué? Es que desde el día que tne

pegaron un pescozón quedé resabiáa a tarme liql-piando.

Reprochándome de esta suerte la brutal escena deLa Maporita, intentó reír, pero, de repente, convuls~o-;nada por los sollozos, cayó a mis pies:

-¡Dejáte de burlas, mirá que somos tan desgraciaoslCasi maquinalmente inclinéme para levantarla, co~

'Secreta satisfacción de verla rendida. Sentíame anona-~dado ante aquel dolor, pero mi orgullo se irguió cont~·una esfinge, y enmudecí. ¿Preguntar por Alicia, averi- ','.guar por su paradero, demostrar interés por saber de .ella? ¡Jamás! Sin embargo, creo que, inconsciente, bal·bucí alguna pregunta, porque Griselda, sonriendo en-tre su llanto, replicó:

-¿A cuál de eyas te referís, a tu Clarita?-¡Sí! .-Pues recibíme el pésame má sentío, porque ahora

la tiene don Funes. Barrera se la dio en pago del per-miso pa podé pasá por el Orinoco y el Casiquiari. Dever su suerte, yoraba la pobre, y nosotras también yo-rábamos, pero, metía entre una canoa, sin entregarleni la ropita ni el baulito, se la yebaron pa San Fernan-,do del Atabapo, con \lna carta y algunos presentes.

_¿Y la otra, la otra, cuál fue la de la. cortada?¡Ah, descarriao! ¡Conque al fin preguntás por

eya! Confesáme primero que la Clarita fue concubinatuya cuando tabas en Hato-grande. ¡Si nosotras supi-mos tóo!

-¡Nunca! Pero dime, aquel miserable ...-Personalmente nos yevó ese cuento, y toas las no-

LA VORÁGINE

ches mandaba a Manuco a afligí a la niña Alicia; que'te la pasabas enchinchorrao con tal mujé, que te la ye-vabas pa Venezuela y no sé qué mál Decí, pué, si laotra tuvo razón en desesperarse. ¡Por eso se vino! ¡Poreso me la traje, porque yo también queaba en el vien-to! ¡Fidel quería desenyugarse! ¡Me trataba mall ...

-Te advierto que no me importan esas fábulas.¡Cada cual merece su sino! ¡Lo que no acepto es quecompliques a Barrera en esa intriga, queriendo dárte-las de inocente! ¿Y los paseítos en la curiara? ¿Y lasentrevistas a la media noche?

-¡Pero no eran pa náa malo! ¡Tenés razón en juzgar-me así, por haberme chanceao con vos! ¡Ese fue mipecao, pero ha sío más grave la penitencia. Yo necesi-taba de alguna ayúa, y como la niña Alicia queríavolverse pa su casa de Bogotá con don Rafael, mesobrevino la tentación! ¡Pero harto me pesa! ¡Jamás.de los jamases le falté a Franco!

-¡Ah, si hablara el espectro del capitán! ...-¡No me lo recordésl ¡La pagó caro por atrevío!

¡Preguntále a Fidel, si querés detayes, pero no me lorecordésl ¡He sufría tanto! ¡Imaginá lo que fue pamí tenderlo boqueando al pie de mi honra! ¡Y dejáque Fidel se lo echara encima pa salvarme, pa defen-derme! Y luego, el suplicio de vé a mi hombre, triste,desamorao, arrepentío, dejándome sola en La Mapori-ta, días y semanas, pa no mirarme, pa no tené quedarme la mano, repitiéndome que deseaba largarse le-jos, a otros países, ande nadie supiera lo suceído y notuviera que tar de peón jugándose la vida con las to-ráas. ¡En ésas el tal Barrera se presentó, y Franco me-daba rienda pal entusiasmo, como queriendo salir demí, diciéndome, unas veces, que nos veníamos, otras,.que él se queaba; hasta que Barrera, pa obligarme a

Jl9 JOS! EUSl'ASIO RIVERA

1';

cogé camino, me cobró los regalos que me había he'::cho, y yo no tenía con qué pagá, y me amenazaba condemandá al pobre Fidell IEsas eran las entrevistas!¡Eso es lo que vos suponés de malo!

_¿Y quisiste saldar esa cuenta entregando a la nirLaAlicia?

-jPonéle conciencia a lo que decís! ¡Cómo me vasa hacé ese cargo!

¡Yo le di al Barrera cuanto era mío, sortijas, zarci-yos, y hasta quise vendé mi máquina pa pagalel Des-pué de tóo, volvió a decirme que vos era rico, que tepidiera plata prestáa. La niña Alicia, que me sentíayorá de noche, ofreció ayuarme, hablando con él, paconseguir que me rebajara siquiera el saldo. ¡En ésas,me pegaste y querías matamos, y te fuiste pa Qnde CIa-rita, y Barrera me fue a advertir que no esperara aFranco, porque vos le ibas a meté no sé cuántos chis..:mes y me podía molé a palos! ¡Y huyendo, eya de vosy yo de Fidel, nos vinimos solas ponde pudimos: abuscá la vida en el Vichadal

-El cariño y el viento soplan de cualquier lado.-Hice mal en decir te eso. Como vos me gustabas y

la niña Alicia quería regresá ... Pero ya ves qué vien-to tan inhumano, tan espantoso: cayó sobre tóos y nosha dispersao que ni basuras, lejos de nuestra tierra yde nuestro cariño.

La infeliz mujer principió a llorar y una ternura des-bordante inundó mi pecho:

-¡Griselda, Griselda! ¿Dónde está Alicia?-Tras la camorra con el Barrera, me separaron de

eya y me vendieron. ¡Debe tar en Yaguanaríl Afortu-nadamente, la enseñé a amarrarse las naguas, a sabéportarse. No la desamparaba en tóo el camino: si sa-líamos del bongo, salíamos juntas, si dormíamos en la

LA VORÁGINE

playa, una contra otra, bien tapáas con la cobija. ElBarrera taba chocao, pero sin atreverse a ser abusivo.Una noche entre el bongo, destapó boteya pa embo-lTacharnos. ¡Como náa le recibíamos, les mandó a losbogas sacarme a empeyones, y se lanzó a forzá a laniña Alicia; pero ésta desfondó la boteya contra laborda, y le hizo al beyaco, de un golpe, ocho sajadu-ras en plena cara!

Cuando la mujer acabó de hablar, había partido yomis uñas contra la mesa, creyendo que mis dedos eranpuñales. Fue entonces cuando noté que mi mano dere-cha estaba insensible. ¡Ocho sajaduras! lacho sajadu-rasl 1Y con lIameantes ojos buscaba al infame en lahabitación para ultimado, para morded o, para mas-cadol

La niña Griselda me suplicaba:·-¡Calmáte, calmátel Vamonós por eya a Yaguanarí.

¡Esa es una mujé honráa! ¡Te juro que no la han com-prao, porque ahora no sirve pa los trabajos, porqueta encinta!

Al oír esto, ya no supe de mí. Como eco lejano lle-gaba a mis oídos la voz de la patrona, que decía:

-¡Vámonos, vámonosl¡Fidel y el Catire me toparonesta mañana y tan en el bongo! ¡Tóos reconciliaos!

*:;c *

Indu.dablemente, di alarmantes quejidos porque apa-recieron en el umbral Ramiro Estévanez y la madona.

-¿Qué pasa? ¿Qué pasa?y la niña Griselda, viéndome afónico, les repetía:-¡Nos vamosl ¡Nos vamos! ¡Dijeron los bogas que

el Cayeno puée yegá!Afanosa, Zoraida empezó a arreglar los bártulos,

JOSÉ 'EUSTASIO RIVERA

abrumando a su sierva con órdenes perentorias de dar-.ma gruñona. Ramiro, desconcertado, se acercó a to-marme el pulso. Las mujeres trajinaban haciendo en-voltorios, y en breve, la madona, bajo su gran sombre-ro, me preguntó:

-¿Tienes alguna cosa qué llevar?Señalando difícilmente el libro desplegado en la me-

sa, el libro de esta historia fÚtil y montaraz, sobrecuyos folios tiembla mi mano, acerté a decir:

-¡Esol ¡Esoly la niña GriseJda se lo llevó.-Dime, ¿alcanzaste a poner en claro la cuenta que,

te pedí? ¿La detallaste bien, para mostrársela al señOl-cónsul? Ya ves que Barrera todavía me debe, pues me.engañó dándome joyas ordinarias. Entrégame las su-mas que le tienes. ¡Podías firmarme una obligación!¿Qué te dijo la mujerzuela? ¡Vámonos, tengo miedo!

y Ramiro advirtió, haciendo una seña:-¡El Váquiro está despierto, en el corredorlNo acierto a describir lo que fui sintiendo en esos

instantes: me parecía que estaba muerto y que estabavivo. Evidentemente, sólo la zona del corazón y granparte del lado izquierdo daban señales de perfecta vita-lidad; lo demás no era mío, ni la pierna, ni el brazo,ni la muñeca; era algo postizo, horrible, estorboso, ala par ausente y presente, que me producía un fastidioúnico, como el que puede sentir el árb<?l que ve pe-gada en su parte viva una rama seca. Sin embargo, elcerebro cumplía admirablemente sus facultades. Re-flexioné. ¿Era alguna alucinación? ¡Imposible! ¿Lossíntomas de otro sueño de catalepsia? Tampoco. }la-bIaba, hablaba, me oía la voz y era oído, pero me sen-tía sembrado en el suelo, y, por mi pierna. hinchada.{ora y deforme como las raíces de ciertas palmeras,

LA VORÁGINE

ascendía una savia caliente, petrificante. Quise mo-verme y l~ tierra no me soltaba. ¡Un grito de espantol¡Vacilé! ¡Caí!

Ramiro exclamó, inclinándose presuroso:.-¡Déjate sangrar!-¡Hemiplejía! ¡Hemiplejía!, le repetía desesperado.-¡No! ¡El primer ataque de beriberi!

** *

Toda la madrugada estuve llorando, sin más compa-ñía que la de Ramiro, quien sentado a mi diestra enel chinchorro, no profería palabra. El hálito fresquísi-mo de la aurora me restauraba el cuerpo, y por b. he-ridilla que la lanceta hizo en mi brazo, escapó la fie-bre. Probé a caminar y la pierna torpe se retrasaba,desnivelándome, pues en realidad voluminosa, era enapariencia menos pesada que una pluma. Ahora sícomprendía por qué algunos gomeras, al sufrir los sín-tomas del beriberi, bregan, enloquecidos, por ampu-tarse de un hachuelazo el tobillo insensible, y corren,desangrándose, hacia la barraca, donde mueren comi-dos por la gangrena.

-No permíto que nadie salga de aquí, recalcaba elVáquiro, en el caney próximo, donde altercaba con lamadona. Aunque esté borracho, me doy cuenta de loque pasa. ¡Busté me conoce!

"':'¿Oyes?,decía Ramiro. Es aventurado pensar enfugas. ¡Al menos, yo no lo intentaré!

-¡Cómo! ¿piensas quedarte aquí, donde la timidezte remachó cadenas?

-La timidez y 1a reflexión, es decir, lo que tú no

JOSÉ EUSTASIO lllVEllA

tienes. Y puedes añadir estas otras causas: el fraOlsQ.la decepción.

-¿Pero no te entusiasma la libertad?-Ella no me bastó para ser feliz. ¿Volver yo a las

ciudades, desmedrado, pobre y enfermo? El que dejósus lares en busca de fortuna no debe tornar pidiendQlimosna. Por aquí siquiera nadie conoce mis vicisitu-des, y la miseria toma aspectos de voluntaria renun-ciación. Vete, la vida nos amasó con sustancias contra-dictorias. No podemos seguir el mismo camino. Sialgún día ves a mis padres, cúrate de decides dóndeestoy. ¡Caiga el olvido sdbre el que nunca puedeolvidarl

Estas frases con que Ramiro se despedía de la ilusión'Y de la juventud, nos hicieron llorar otra vez. ¡Todopor el amor a aquella Marina, cuyo dulce nombre leescribió el destino entre dos palabras:

¡Siempre! ¡Jamás!

** *

-¿Por qué discuten?, le pregunté a Ramiro cuandovolvía, al amanecer.

-Por el caucho de los depósitos. El Váquiro sostie-ne que faltan más de ciento cincuenta arrobas, y afir-ma que le fueron robadas, porque las embarcaron sinsu venia. La madona promete que tú responderás.

-¿Qué hago, Ramiro?-Es una terrible complicación._Aconsejémosle a la madonaque lo devuelva y nos

fuguemos. ¡O si no, prendamos al Váquiro! ¡Llama aFidel y a Helí que están en el bongol ¡Díles que trai-gan las carabinas!

LA VORÁGINE

-El bongo está encostado en la orilla opuesta. Los<}uellegaron venían en la canoa.

-¿Qué hago, Ramiro? .-Esperemos que el Váquiro duerma la siesta.-Pero te irás conmigo, ¿verdad? ¡A seguir mi suer-

te! ¡A encontramos en el Brasil! ¡Trabajaremos como·peones, donde no nos conozcan ni persigan! ¡Con Ali-.da y nuestros amigos! Esa varona es buena y yo laperdí! ¡Yola salvarél ¡No me reproches este propósito,este anhelo, esta decisión! No tomes a mal que sea miquerida; hoyes sólo una madre en espera de su propiomilagro. ¡Tantos en el mundo se resignan a convivircon una mujer que no es la soñada, y, sin embargo, esla consentida, porque la maternidad la santificó! ¡Pien-sa que Alicia no ha delinquido, y que yo, despechado,la denigré! ¡Ven, sobre el cadáver de mi rival habrásde vemos reconciliados! Vamos a buscada a Yaguana-río Nadie la compra porque está encinta. Desde elvientre materno mi hijo la ampara!

De repente, Ramiro, desencajado, exclamó aleján-dose:

-¡El Cayeno! ¡El Cayeno!

** *

Aún me estremezco ante la visión de aquel hombrerechoncho y rubio, de rubicunda calva y bigotes lacios,que apercollando al general Vácares, lo trincó sobre elpolvo, urgiendo que lo colgaran de los pies y le pusie-ran humo bajo la cara. ¡Rediablos!, repetía mascandolas erres. 1Rediablos! ¿No mandé que montaras guar-niciones en el raudal? ¿Quién despachó.canoa para elBrasil?

J6st EUSTASIO RIVERA

y mientras los verdugos ejecutaban' el suplicio, ru·gió rapándole a la madona su fresco sombrero:

-¡Cocotal ¿No te descubres? ¿Qué haces aquí? ¿Note probé que nada te debo? ¿Dónde tienes el cauchoque me robaste? '

y como la madona me señalaba, el gabacho alevosomarchó contra mí:

-¡Bandidol ¿Sigues alebrestándome los gomeros?¡Pónte de pie! ¿Dónde se hallan tus dos amigos?

Quise levantarme y resistirle, pero la pierna hincha-da me lo impidió. Entonces el- hombre, a patada yfuete, me cayó encima, llamándome ladrón, llamán-dome aliado del indio Funes, hasta dejarme exánimeen el suelo.

Cuando me enderecé, cubierto de sangre, sentí queel Cayeno andaba en los depósitos. A la sazón, la' anti-gua peonada invadió el patio, donde había una pa-trulla de indios prisioneros, con los puños engusana-dos bajo las sogas. Por entre ellos zanganeaba elPetardo Lesmes, apresurando a los capataces, queexaminaban el rebaño recién cogido para distribuírloentre sus cuadrillas. Sorda algarada llenaba el ámbito,cuando vi sacar del montón de hombres, con las manosatadas, al Pipa, al Pipa que venía a identificarme, deacuerdo con instrucciones del Petardo. Acercóse a mí,y afirmando sobre mi pecho su pie inmundo, gritó:¡Este es el espía de San Fernandol

-y vos, animal, replicóle elcauchero corpulentísi-mo que lo seguía, sos el Chispita de La Chorrera, elque, rasguñándolos, mataba los indios a su sabor, elque tantas veces me echaba rejo! ¡Préstame las uñaspa examinártelasl

y tirándolo de la coyunda, lo llevaba de rastra, en-tre las rechiflas de los gomeros, hasta que, furibundo

LA VORÁGINE

]e cercenó los brazos con el machete, de un solo man-doble, y boleó en el aire cual racimo lívido y sangui-nasa, el par de manos amoratadas. El Pipa, atolondra-do, levantóse del polvo como buscándolas, y agitabaa la altura de la cabeza los muñones, que llovían san-~-{resobre el rastrojo, como surtidorcillos de algúnjardín bárbaro.

Apenas el Cayeno reapareció, quedaron en silenciolos barracones del GuaracÚ.

-¡Colombiano! lA decirme dónde está el bongo! lA-devolverme el caucho escondidol ¡A entregarme tuscompañeros!

y cuando me metieron en la canoa y cruzábamos elrío hacia el batelón, vi por última vez a Ramiro Esté-vanez y a la madona Zoraida Ayram, sobre la barran-(;a del puertecito, llorosos, trémulos, espantados.

*"o· *

La niña Griselda, al verme contuso, adivinó lo quehabía pasado y salió a recibimos en la borda. El Caye-no, apagando la pipa contra la suela del zapato, pare-ció vacilar ante repentina sospecha, porque ordenó alos bogas de la curiara que costearan el bong'O. Losperros, iracundos, defendían el puente a' grandes la-dridos.

-Mujer, prorrumpí, encadena esos animales, que elseñor viene a requisar esa embarcación.

-Explícale al amo que aquí no tenemos má que lamercancía. Toa la goma queó tapáa en los rebalses.¡Si el amo quiere, vamos ayá!

El Cayeno, dc un salto, se instaló en proa y mandóque dcsatracaran apenas logré subir yo.

Jost EUSTASIO RIVJmA

-¿Cuánta gente tienen aquí? ¿Dónde están los otrosbribones?

-Mi amo, yo toy solita con los tres indios: dos palos canaletes y el del timón.

El tirano gritó a los marineros de la canoa:-¡Upar ¡Vuélvanse a las barracas a traer c~rgueros[Mientras tanto, el bongo seguía agua abajo y la niña

Griselda vino a colocarse ante el Cayeno, barbullandocontritas explicaciones, para impedirle reparar en losfardos de mercancía. Allí estaban ocultos mis compa- .ñeros mal tapados con un costal, bajo cuyo extremo les.salían lospies. Por mi cara corría un sudor de muerte.El Cayeno los vio, y, montando el revólver, bajó haciaellos.

-Señor, balbucí: ¡Son dos muchachos que están confiebres!

El déspota inc1inósepara descubrirlos, y, súbito, Fi-del le agarró el arma con ambas manos, mientras elcatire lo sujetaba por la cintura. Salté com,Opude para.arrimármeles, pero el ex-presidiario, liso como un pez,.se nos zafó repentinamente, lanzándose al río. La niñaGriselda le alcanzó a dar en la cabeza un canaletazo.Sobre las burbujas que el fugitivo provocó en el aguacayeron los perros. El Cayeno se sumergió. Listas~en las bandas, acechaban las carabinas. "¡Aquí está,aquí está, prendido al timón!" Uno, dos, diez disparos!El hombre se puso a flote, haciéndose el muerto,.mientras se alejaba de los fusiles, y después los cacho-rros no podían alcanzarlo. "¡Allí, allí! No lo dejen to-mar respiro!" Bogábamos en el bongo furiosamente, yla cabeza desaparecía, rápida como pato zambullidor,para emerger en punto impensado, y Martel y Dólarseguían la ruta en la onda carmínea, aullando presu-rosos en pos de la presa, hasta que presenciamos sobre

LA VORÁGINE

la costa el cuadro crispante: jUno de los perros cabes-treaba el cadáver por el remanso, al extremo del intes-tino, que se desenrollaba como una cinta, larga, si-niestra!

¡Así murió aquel extranjero, aquel invasor, que enlos lindes patrios taló las ·selvas, mató los indios, escla-vizó a mis compatriotasl

** *

El domingo tocamos en el villorrio de San Joaquín,frente a la boca del Vaupés, y no nos permitierondesembarcar. Nos creen apestados, nos ven hambrien-tos, temen que les robemos víveres y gallinas. Mez-clando el castellano al portugués, nos ordenó el alcal-de salir del puerto, en tanto que la gente agrupadaen el arenal, viejos, mujeres, niños, nos amenazabanblandiendo escopetas, escobas y palos. "¡Colombianosno, colombianos nol" Y lanzaban maldiciones sobreBarrera, que les llevó al Río Negro tan dañina plaga.

y en San Gabriel, pueblo edificado sobre el congostopor donde el río gigante se precipita, hubimos de aban-donar el bongo para no arriesgarlo en el raudal. Elprefecto apostólico, monseñor Massa, nos acogió be-névolamente y nos ha ofrecido la gasolina de la misiónpara seguir a Umarituba. El me dio la noticia que nosha llenado de júbilo: don Clemente bajó hace tiempo,y el cónsul de Colombia subirá, a fines de la sema-na en el vapor Inca, que hace el recorrido entre Ma·naos y Santa Isabel.

** *

¡Umarituba! jjUmarituba! Joao Castanheira Fontes,no contento con regalamos ropa, mosquiteros y provi-

}osf: EUSTASIO RIVERA

siones, está equipándonos una canoa para el viaje aYaguanarí. El martes seguiremos por el Río Negro, ra-diantes de esperanza, trémulos de ansiedad. El beribe-ri me dejó la pierna dormida, insensible, como de cau-cho. Pero el alma rebrilla en mis ojos, poderosa comouna llama. ¡Yo no sé lo que va a pasarl

¡Hoy, agua abajo! Aquí está el solemne cerro cuya.base lame el río Curicuriarí, el río que buscaron Cle-mente Silva y los siringueros cuando andaban perdidosen la floresta.

¡Santa Isabel! En la agencia de los vapores dejé unacarta para el cónsul. En ella invoco sus sentimientoshumanitarios en alivio de mis compatriotas, víctimasdel pillaje y la esclavitud, que gimen entre la selva,lejos de hogar y patria, mezclando al jugo del cauchosu propia sangre. En ella me despido de lo que fui, delo que anhelé, de lo que en otro ambiente pude habersido. ¡Tengo el presentimiento de que mi senda toca asu fin, y, cual sordo zumbido de ramajes en la tormen-ta, percibo la amenaza de la vorágine!

¡Animo! ¡Animo! Hoy llegaremos a Yaguanarí, y bo-gamos a todo músculo porque supimos que mi rivalsale para Barcelos. Es posible que se lleve a Alicia.

Aquí el río se divide en inmensos brazos, para estre-char mejor las islas incultas. En esa península del ladoderecho, se ve el caney de los apestados, detenidos encuarentena. Por detrás desmboca el Yurubaxí.

-Catire, algún capataz puede reconocer te. ¡Toma mirevólver! Guárdalo en la pretina.

¡Vamos a llegar!

** *

Esto lo escribo aquí, en el banacón de Manuel Car-doso, donde vendrá a buscamos don Clemente Silva.

LA VORÁGINE 321

Ya libré a mi patria del hijo infame.· Ya no existe elenganchador. ¡Lo maté! ¡Lo maté!

Aún me veo saltando de la curiara sobre el escuetopatio que precede al caney de Yaguanarí. Circundadospor hogueras medicinales, tosían los apestados entre elhum'o, sin darme razón de mi enemigo, por quien yopreguntaba anheloso, antes que me viera. En tal mo-mento me había olvidado de buscar a Alicia. La niñaGriselda la tenía abrazada al cuello y yo me detuvesin saludarIa: ¡Sólo quería mirarIe el vientre!

No sé quién me dijo que Barrera estaba en el baño.y corrí inerme entre el gramalote hacia el río Yuru-baxí. Hallábase desnudo sobre una tabla, junto a lamargen, desprendiéndose los vendajes de .las heridas.ante un espejo. Al verme, abalanzóse sobre la ropa. acoger el arma. Yo me interpuse. Y empezó entre losdos una lucha tremenda, muda, titánica.

Aquel hombre era fuerte, y, aunque mi estatura loaventajaba, me derribó. Pataleando, convulsos, arába-mos la maleza y el arenal en nudo apretado, trocándo-nos el aliento de boca en boca, él debajo unas veces.otras encima. Trenzábamos los cuerpos como sierpes,nuestros pies chapoteaban la orilla, y volvíamos sobrela ropa, y rodábamos otra vez, hasta que yo, casi des-mayado, en supremo ímpetu, le agrandé con mis dien-tes las sájaduras, lo ensangrenté, y, rabiosamente; losumergí bajo la linfa para asfixiarIocomo a un pichón •

. ¡Entonces, descoyuntado por la fatiga, presencié elespectáculo más terrible, más pavoroso, más detestable:millones de caribes acudieron sobre el herido, entre untemblor de aletas y centelleos, y aunque él manoteabay se defendía, lo descarnaron en un segundo, arrancan-do la pulpa a cada mordisco, con la celeridad de polla-da ha:r,nbrienta que le quita granos a una mazorca.

1" JOS! EUSTASIORIVERA

Burbujeaba la onda en hervor dantesco, sanguinosa,túrbida, trágica: y, cual seve sobre el negativo la arma-zón del cuerpo humano radiografiado, fue emergiendoen la móvil lámina el esqueleto mondo, blancuzco,semihundido por un extremo al peso del cráneo, y tem-blaba contra los juncos de la ribera como en un es-tertor de misericordia!

AlH quedó, allí estaba cuando corrí a buscar a Ali-cia, y, alzándola en mis brazos, se lo mostré.

Lívida, exánime, la acostamos en el fondo de lacuriara, con los síntomas del aborto.

*. ,.,

Anteanoche, entre la miseria, la oscuridad y el des-amparo, nació el pequeñuelo sietemesino. Su primeraqueja, su primer grito, su primer llanto fueron paralas selvas inhumanas. ¡Vivirá! ¡Me lo llevaré en unacanoa por estos ríos, en pos de mi tierra, lejos deldolor y la esclavitud, como el cauchero del Putumayo,como Julio Sánchezl

*,., *Ayer aconteció lo que preveíamos: la lancha de Na-

ranjal vino a tirotearnos, a someternos. Pero le opu-simos fuerza a la fuerza. Mañana volverá. ¡Si vinieratambién la del cónsul!

Franco y Helí vigilan sobre la peña, para impedirque encosten las montarías de los apestados. Allá es-cucho toser la flotilla mendiga, que me clama ayuda,pretendiendo alojarse aquí. ¡Imposible! En otra cir-cunstancia me sacrificaría por aliviar a mis conterrá-

LA VORÁCINE

neos. ¡Hoy no! ¡Peligraría la salud de Alicia! ¡Pueden<:ontagiara mi hijo!

'"'" '"

Es imposible convencer a estos importunos que meapellidan su redentor. Hablé con ellos, exponiéndomeal contagio, y están resistidos a regresar. Ya les repetíque no tengo víveres. Si me acosan, nos obligarán atomar el monte. ¿Por qué no se van al caney de Ya·guanarí en espera del vapor lnca? De hoy a m~ñanaarribará.

'"'" '"

Sí, es mejor dejar este rancho y guarecemos en laselva, dando tiempo a que llegue el viejo Silva. Impro-visaremos algún refugio a corta distancia de. aquí,donde sea fácil a nuestro amigo encontrarnos y se con·siga leche de seje para el niño.

iQue preparen la parihuela donde vaya acostada lajoven madrel La llevarán en peso Franco y Helí. Laniña Griselda portará la escasa ración. Yo marcharéadelante, con mi primogénito bajo la ruana.

¡Y Martel y Dólar, detrás!

** *

Don Clemepte: Sentimos no esperarlo en el barra-cón de Manuel Cardoso, porque los apestados desem-barcan. Aquí desplegado en la barbacoa, le dejo estelibro, para que en él se entere de nuestra ruta pormedio del croquis, imaginado, que dibujé. Cuide mu-cho esos manuscritos y póngalos en manos del cónsul.

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

Son la historia nuéstra, la desolada historia de los cau-cheros. ¡Cuánta página en blanco, cuánta cosa que no-se dijo!

Viejo Silva: Nos situaremos a media hora de estabarraca, buscando la dirección del caño Marié, por latrocha antigua. Caso de encontrar imprevistas dificul-tades, le dejaremos en nuestro rumbo grandes fogones.¡No se tarde! ¡Sólo tenemos víveres para seis díast¡Acuérdese de Coutinho y de Souza Machado!

¡Nos vamos, pues!¡En nombre de Dios!

EPILOGO

El último cable de nuestro cónsul, dirigido al señorministro y relacionado con la suerte de Arturo Covay sus compañeros, dice textualmente:

"Hace cinco meses búscalos en vano Clemente Silva .."Ni rastro de ellos."¡Los devoró la selva!"

FIN

VOCABULARIO

Acochinar, acobardar.Afilar, tragar el anzuelo.Alebrestado, mujeriego.Alertado, alerto.Arrimado, amanteAtajo, conjunto de animales.Atravesado, belicoso.Atravesarse, interponerse.Bagre, cierto pez.Balatá, especie de caucho.Banco, extensión, plan'a de te·

rreno.

Baquía, destreza.Barajustar, huir en tropel.Barajuste, dispersión atropella-

da'.Barbacoa, aparador de guadua.Batelón, lanchón.]Jayetón, gran poncho de lana.Bejucos, plantas enredaderas o

rastreras.Bejuquera o bejuquero, masa de

bejucos.Belduque, cuchilo pequeño.Bohío, choza.:Bongo, lanchón de madera.Botalón, poste para domar ani-

males.Bufeo, delfín de agua dulce.

Bunde, baile zapateado.Burriar, abundar.

Caboclo, colono.Cabuya, fibra de planta.Cachaca, elegante.Cachiblanco, cuchillo pequeño.Cachicamo, armadillo.Cacho, cuerno.Cachones, toros adultos.Caimán, cocodrilo de Améric;a.Caimito, fruta sapotácea.Cambur, banana pequeña muy

dulce.Canaguay, de plumaje dorado r

verdoso.Candongas, zarcillos.Caney, cobertizo grande.Caño, río menor.Caramero, palizada.Caribe, cierto pez muy voraz.Caricari, especie de halcón.Catire, rubio.Cazabe, torta de afrecho de YIl-

ca (o sea mandioca).Colear, deribar la res por la cola.Comején, insecto que hace su

habitación en la madera delos árboles o de las casas yla destruye.

JOSÉ EUSTASIO RIVERA

Conga, hormiga venenosa.Consumir, sumergir.Conuco, sembrado rústico de

plantas alimenticias tropicales.Coquis, muchacho cocinero.Corotería, lo~ede baratijas.Corotos, trastos, baratijas.Corrido, poema llanero.Coscojero, caballo que tasca el

freno.Coyabra, vasija hecha de una

calabaza.Cumare, especie de palma.Curare, veneno vegetal activí-

simo.Curiara, canoa.

Chanchira, harapo.Chicha, bebida fermentada, ge·

neralmente de maíz.Chiguire, carpincho, capibara.Chinchorro, hamaca de cabuyas.Chingue, camisón de baño.Chirinola, lucha.Chiros, andrajos.Chucherías, baratijas.Chuchero, buhonero.Chucho, buhonería.Chuscal, vegetación de chus·

quesoChusque, especie de bambú del·

gado.Chuzo (de), embaucador.

Embarbascado, extraviado.Embejucar, desorientar.Embijar, pintar de rojo con se·

millas de bija o achiote ..Empajar, regañar.Empelotar, desnudar.Encocinarse, acostarse.

Enramada, cobertizo.Ensoropado, muro de hojas de

palma.Envainar, sucumbir.Espadilla, timón.Estero, terreno bajo y lagunoso.

Falca, gran canoa techada.Fábrico, fábrica.Fotuto, corneta rústica.Fregancia, molestia.

Gabela, ventaja en la apuesta.Guadua, especie de bambú

grueso.Guahibos, tribu indígena.Guajibera, grupo de' guahibos.Guando, parihuela.Guapo, valiente.Guaral, cuerda del anzuelo, cor-

del.Guarapo, jugo extraído de' la

caña, no fermentada aún.Guaricha, mujerzuela.Guate, hombre del interior.Guayuco, taparrabo.Guinchar, colgar.Guíndar, colgar.Guiña, maleficio.Guío, enorme serpiente acuática.

Hatajo, conjunto de animales.

Igarapé, riachuelo.Iraca,. palmicha.

Jagiiey, hoyo lleno de a~ua.Jebe, caucho.Jedentina, hediondez.Jején, mosquito minúsculo.Joropo, baile llanero.

Juerga, jolgorio.Juerguear, jaranear.

LA VORÁGINE

Orejano, que no tiene seña-ladas las orejas.

Otoba, cierto árbol medicinal.Kerosén, petróleo refinado.

Lambón, chismoso.Lapa, paca, roedor.Llorado, canción llanera.

Macana, garrote.Macetear, golpear con un cu-

chillo de palo.Macundales, trastos.Madrina, ganado manso que

gula al bravlo.Manaca, palmito.Mañoco, afrecho de yuca tosta-

do.Mañosear, resabiar.Mapire, cesto de palma.Maraca, calabacin lleno de pie-

drecitas.Marma, marmita.Mata, islote de bosque en lallanura.Mecate, cuerda de fibra.Menestar, necesitar.Miritl, especie de palma.Montaría, piragua.Morichal, sitio poblado de mo-

riches.Moriche, especie de palmera.Morocha, escopeta de dos ca-

ñones.Morrocotas, moneda de oro de

veinte dólares.Motoso, peligrifo.Mueco, pescozón.Mucharejo, muchacho.l\fulengue, mula despreciable.

Pajonal, vegetación de pajabrava.

Palmicha, palma para techar ypara tejer sombreros.

Palmito, cierta palma comesti-ble.

Palo a pique, cerca de troncosclavados.

Parada, apuesta.Paro, (en), de una vez.Patojo, piernicorto.Pechugona, indelicada.Pelado, desnudo.Pendare, cierta pasta resinosa.Pepíto, gomoso.Peramán, especie de resina.Percha, trapecio para colgar co-

sas.

Perraje, jauría.Petaca, cierto baúl de cuero.Petriva, mujer, en lengua gua-

hiba.

Piapoco, tucán.Pica, trocha.Picure, prófugo.Picurearse, fugarse.Pirarucu, cierto pez.

Pisco, individuo.Platanal o platanera, sembrado

de bananos.

Plátano, banana.Pollona, índia jovencita.Puestear, acechar.Punta, grupo de animales.Puntero, el que abre el desfile.

Jost EUSTASIO RIvERA

:Ramada, cobertizo.:Rancho, casucha, choza.:Rango, rocín.Rasgarse, morirse.Rasgado, generoso.:Rastrillar, encender el fósforo.:Raya, cierto pez.:Rebuscarse, tratar de hacer algo.:Reinoso, hombre del interior.Rejo, soga de cuero torcido, lá-

tigo.Relance (de), al contado.Requemado, de color rojo os-

curo.Requinto: v. tiple.Rodeo. rebaño.Rumbero, el que sabe orientar-

se.

Saca. movilización de ganados.Samán, árbol tropical.Saquero, el que compra ganadosSebucán, cilindro de hojas de

y los moviliza.palma en que se prepara elcazabe.

Seje, cierta palma.Sernambí, caucho de mala cali-

dad.Siringa, cierto caucho fino.Siringal, bosque de siringas.Siringo, árbol de siringa.Soche, especie de venado.

Tabarí, cierto árbol.Talanqul'ra. cerca de guaduas

horizontales.

Tambo, especie de caney.Tapada (a la), escogiendo sio

ver.Tapara, calabaza.Terecay, especie de tortuga.Terronera. pavor.Tigelina, tazuela metálica.Tiple, especie de guitarra.Tolima, departamento de Co·

lombia.Topochera, platanal de topochos~Topocho, especie de plátano.Trambucar, naufragar, hacer

naufragar.Trambuque, naufragio.Tranquero, puerta de trancas,

Vacaje, conjunto de vacas.Vaina, molestia, desgracia.Vaquía, destreza.Váquiro, marrano del monte.Velorio, velatorio.Volada..hazaña.

Yagé, planta cuyo jugo tiene po-der hipnótico.

Yopo, polvo vegetal que em·briaga alucinando.

Yuca, mandioca.Yucuta, especie de brebaje.

Zambaje conjunto de zambos.Zamuro, gallinaza.Zancudo, mosquito.Zural, red inmensa de zanjas na-

turales.

NOTA SOBRE EL AUTOR

José Eustasio Rivera nació en 1889 y murió en Nueva Yorkel 30 de noviembre de 1928. Sobre su obra poética se expresaasí Nieto Caballero: "I"a primera impresión que dejan en elánimo los versos de José Eustasio Rivera, es la de pujanza. Gol.pes de cincel soberbios sobre el bloque que se va rindiendo hastamostrar, precisas e impolutas, las curvas insinuantes. Riveraesculpe sus sonetos. Son los de un poderoso artista descriptivo,en cuyos ojos parecen caber muchos horizontes y en cuya alma

I hierve la fuerza de la raza. No hay fiera cuyas costumbres ig-llore, ni ave o pez que le sean desconocidos. Su paciencia enunos casos, su imaginación en otros, les han hallado maravillo.sos secretos. Y ha sido un milagro de arte su revelación. Reyde las soledades, parece haber observado muchas veces desde lapiragua, en el río caudaloso, esos majestuosos atardeceres satura.dos de melancolía, cuando las fieras apaciguadas se acercan arefrescar en el agua los hocicos sangrientos, en tanto que el} losárboles umbrosos entonan su oración las aves de raros trinos yvistososplumajes. Como Thoreau, Rivera ha estado tan en con.tacto con la naturaleza, que fácilmente se le puede imaginar devisita en las cavernas terribles, dialogando bajo las ceibas con~ospájaros que han hecho su nido entre las ramas, amonestandoa, los peces como un taumaturgo medioeval, observando cuida-.dqsamente la piel de los reptibles ... Y toda la inmensa tristezad~ la tierra se quiebra como los rayos del sol por entre la ma-je~~taddel paisaje. El alma dulce y romántica de esta raza, temopra~amente sabia, aprisionada en los sonetos de Rivera, quetienc'r como nihgunos la amplía cabeza y la resonante cola deque hillbló el Maestro, aletea cual mariposa. Ningún otro poetase ha !especialízadocomo éste en retratar lo nuéstro. Es el can-tor robu.sto de los trópicos. En otro estilo, como si tuviera doscaras su a,lma, Rivera se ha manifestado místico, intuitivo, seno

'):imental, falalista, en ,dramas depoderos;t contorsión, impreg-nados de ese misterio que atrae como un vicio en el lealro delMaeterlinck. Son dramas en donde el verso permite darles, alos senlimientos, en lenguaje de rosas, el valor de un símbolo.Rivera no se halla satisfecho. Sigue en su triunfal carrera trasde la conquista definitiva. No lo ha embriagado el licor de lagloria. En su desconcertante sencillez, parece preguntarse porqué el público se arroba en la contemplación de una obra que aél no le satisface todavía". y Maximiliano Grillo dice:"Rivera es un car;ícter complicado. Parece un contemplativo, y'es un hombre de acción, como decimos ahora. Es romántico yrealiza a un mismo tiempo. Penetra con aire de desafío en elinterior de las selvas IY qué selvas! las del Orinoco y Amazonas,'infiernos verdes, paraísos custOdiadospor legiones dantescas, abi&-'mos de todas las fuerzas destructoras del organismo humano y<lisolventesenvenenados de todas las virtudes del alma. Un pa~ha bastado a Rivera para escalar la Cima. Su novela quedar~al lado de las más celebradas escritas en América. Señalará unlll1.etapa, una faz de la vida tormentosa y oscura, propia de los do-lminios que señorean los grandes ríos tropicales." "

La Biblioteca Popular de Cultura Colombiana reedila en' ~presente volumen La Vorágine, novela que ha colocado a J~Eustasio Rivera como uno de los primeros cultivadores del 56-nero en América.


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